Open-access Historia de un dedazo

Story of a finger

A los treinta años exactos el dedo comenzó a molestarlo. Era el segundo dedo del pie derecho que sin mediar otro aviso que un tirón del ligamento se montó en el dedo que estaba a su izquierda. Tenía que “desmontarlo” de su posición cada vez que necesitaba ponerse el zapato, pero el dedo volvía con porfía a su posición apenas se ponía a caminar. La cosa dolía, y empezó a cojear, algo tenía que hacer: fue entonces cuando le adecuó una ventana al zapato. Recortó un rectángulo de cuero justo sobre el dedo, dejando la base inferior sin cortar; el cuero se levantaba y él podía sacar el dedo y caminar tranquilo. Funcionaba como el techo corredizo de algunos carros. Era una solución poco estética, pero decididamente mejor que la tortura a la que el dedo -con premeditación y alevosía- lo sometía. Sin embargo, no faltó quien lo pisara, o que él mismo se golpeara al olvidarse del dedo, el cual parecía un grueso gusano ciego que se asomaba desde su zapato. Además, con el lustre del betún que le daba brillo a su siempre pulcro calzado, el dedo comenzó a ponerse negro, adquiriendo al final una pátina necrótica. Sopesada la situación, comprendió que no tenía más remedio que quebrarlo. No fue fácil -ni hablar del dolor que le provocó-, al final el dedo colgaba, lánguido, como un ser inanimado. ¡Pero ahora le molestaba al ponerse el zapato! Se doblaba hacia atrás pese a todos sus esfuerzos; tuvo que amarrarle un cordel que sobresalía de su zapato y subía por el pantalón hasta un orificio que le había hecho al bolsillo derecho, que tenía que tirar cada vez que el dedo se empeñaba en permanecer bajo la planta del pie. No tuvo elección: tenía que cortarlo. Había visto en esa película increíble, “Yakuza”, cómo Robert Mitchum se cortaba el meñique, pensó que esto tenía que ser más o menos lo mismo. Se desmayó un par de minutos, luego consiguió detener la hemorragia y cubrir la herida. Como el buen especialista en criogenia que era decidió conservar el dedo, nada le pasaría a -90º. Sin embargo, no pudo ponerse el zapato, dolía y estaba lleno de espadrapos, la única solución fue usar una sandalia; para más inri, el efecto visual era devastador. Para facilitar la sanación quitó todo el espadrapo, con lo que la base del dedo ausente, así expuesta, se infectó. De repente tuvo nostalgia de su dedo, el vacío lo amilanaba y no había prótesis; por suerte había decidido conservarlo. La operación fue todo un éxito, duró cinco horas amén de los días internados. Después de tres meses de usar la bendita sandalia el dedo estaba como nuevo, la circulación se había restablecido lenta pero segura y los tendones y demases se sumaron al buen desarrollo de la intervención quirúrgica. El dedo se movía normal, por lo cual el doctor consideró que ya era hora de usar calzado. Se compró zapatos nuevos para la ocasión; a poco de ponérselos y caminar sintió un tirón y una molestia que, intuyó, pronto se transformaría en dolor. Al sacarse el zapato vio el segundo dedo montado sobre su par de la izquierda.

¡Miércoles!- exclamó - voy a tener que abrir una ventana en mi zapato nuevo.

Fidelidad

Fidelity

Soy el preferido de Carlotta, día tras día -a veces algunas noches- estamos juntos divirtiéndonos; soy yo el que sufre los embates de la diversión, por supuesto, por ello me veo un poco desteñido, lo que demuestra que el agua también tiene efectos nocivos. Pero a ella no le importa, como dije, soy el pantalón preferido de mi amiga, y todo lo que sé es que no quiero estar en ningún otro cuerpo; me encanta sentirme como una boa constrictor, estirarme cuando entra en mí para después darle un apretón gradual que la hace saltar de emoción. Si pudieran ver cómo nos vemos me entenderían: su figura quita el aliento y alimenta los ojos, somos el punto focal. Por ello, cuando su madre la vio con Pietro comenzaron los problemas: el muchacho es hermoso y tiene mala fama, no son muchas las que se le resisten, y donde pone el ojo… bueno, ustedes entienden. Carlotta, claro, es vulnerable, susceptible de caer en la trampa -cómo no, con ese papazote- y me preocupan las consecuencias: muy dentro de mí prometí defenderla.

Me puse en alerta roja, entonces, cuando Lotta complotó con Annetta para, supuestamente, quedarse en su casa; su madre ni siquiera tuvo la malicia de sospechar. Esa noche, después de separarnos de Annetta, fuimos a parar derechito a la casa de papazote: la tragedia estaba a las puertas. Yo estaba hecho un atado de nervios, pero me repuse rápidamente, “en la vacilación está el peligro” me dije, y me preparé a la embestida. El preámbulo no se dejó esperar y cumplió eficazmente su cometido, Carlotta estaba como loca y del muchacho ni hablar. No podía esperar ninguna resistencia de la blusa -esta en particular nunca me dio confianza- lo cual quedó demostrado con el rápido avance del enemigo, que no contaba, sin embargo, con mi compromiso. Cuando bajó mi cierre supe que había llegado el momento: me estreché con fuerza, cualquier intento sería inútil. Pietro trató, primero con delicadeza, después con rabia al no poder realizar su cometido con la velocidad requerida por su deseo. Carlotta -pobrecita mi chiquita- trató de ayudar, pero yo no estaba dispuesto a claudicar, “constrictor” era ahora mi único y definitivo apodo.

No sé cuánto tiempo pasó, pero, de repente, la cara rojísima de Pietro se transformó en una imprecación de las duras al tiempo que se levantaba: de un salto se alejó de la sala. Toda la adrenalina que había acumulado se bajó en un instante, y mi alivio se transformó en un grito de victoria. ¡Pietro de tu madre, aquí se acabó tu jueguito, cabrón! Alcancé a pensarlo, justo en el momento en que Pietro regresaba con una enorme tijera en la mano: entonces pensé que sería hermoso morir por amor.

Fechas de Publicación

  • Fecha del número
    Sep-Dec 2022

Histórico

  • Recibido
    30 Abr 2022
  • Acepto
    28 Set 2022
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None Universidad de Costa Rica, San José, San José, CR, 2060, 2511-5107, 2511 8395 - E-mail: kanina@ucr.ac.cr
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