Open-access América Latina Durante La Guerra Fría (1947-1989): Una Introducción

Latin America During The Cold War (1947-1989): An Introduction

Resumen

El presente artículo analiza la evolución de América Latina durante el período de la Guerra Fría. Se inicia con una caracterización general del mundo bipolar; expone luego un recuento de los hechos más emblemáticos que identificaron esa fase histórica en el subcontinente latinoamericano. Acto seguido, describe las características de los países que gozaron algún tipo de estabilidad política. Después se refiere a los gobiernos dictatoriales en el Cono Sur, para pasar luego, al análisis de las revoluciones cubana y sandinista, como los ejemplos con mayor perdurabilidad en la región. Además, se aborda la condición asumida por el istmo centroamericano, como un punto caliente de la Guerra Fría durante la década de 1980. Se concluye que los países ubicados al sur de los Estados Unidos, formaron parte de la compleja dinámica del mundo bipolar con todas las implicaciones propias de su condición: auge de dictaduras, revoluciones, guerras civiles y atropello a los derechos humanos.

Palabras clave: Guerra Fría; historia política; dictadura; revolución; América Latina

Abstract

This article analyzes the evolution of Latin America during the Cold War. First, a general characterization of the bipolar world is given; then an account of the most emblematic events which identified that historical phase in the Latin American subcontinent is presented. Thereupon, it describes a characterization of the countries that enjoy some kind of political stability. Afterwards, it refers to the dictatorships in the Southern Cone, and then, it offers an analysis of the Cuban and Sandinista revolution as the two examples which have remained longer in the region. Finally, it addresses the condition assumed by the Central American isthmus, as a hot spot of the Cold War during the decade of 1980. As a result, those countries located south form United States were part of the complex dynamics of the bipolar world and its own implications: rise of dictatorships, revolutions, civil wars and violation of human rights.

Keywords: Cold War; political history; dictatorship, revolution, Latin America

Introducción

La historia reciente de los países latinoamericanos es heredera de múltiples circunstancias conformantes de un pasado, que de una manera u otra, han configurado el acontecer más próximo, que usualmente es motivo de publicación en la prensa escrita y de divulgación en los telenoticieros. Guerras, fraudes electorales y problemas asociados a la gobernabilidad frecuentemente son objeto de tratamiento en los medios de comunicación de los países ubicados en una porción del subcontinente ubicado al sur del Río Grande, cauce de agua natural que separa a los Estados Unidos de México.

Esta realidad actual es imposible de comprender sin antes no conocer el pasado. La historia más inmediata del subcontinente denominado América Latina tiene un antecedente próximo anclado en un período que inició una vez concluida la Segunda Guerra Mundial y se prolonga hasta 1989. Específicamente durante la Guerra Fría, que para el caso latinoamericano se remonta a 1947, con la enunciación de la Doctrina Truman y con el otro evento señalado como clave por parte de Carmagnani (2011): la firma del tratado de ayuda mutua de los países latinoamericanos y los Estados Unidos. El período y concluye con un doloroso episodio que dejó su amarga impronta en la población civil de Panamá en momentos en que el presidente estadounidense, George Bush padre, ordenó la invasión del país canalero en diciembre de 1989.

Este período que va desde 1947 hasta 1989 es el analizado en este escrito. El tema central es el de América Latina en la coyuntura de la Guerra Fría. La pregunta que este documento es: ¿cómo fue la evolución política del subcontinente durante los años de la Guerra Fría? A continuación se esbozan los subtemas que guían la exposición en los diferentes apartados.

La Guerra Fría como un contexto necesario para así explorar los aspectos más significativos que marcaron la ruta de una historia más amplia iniciada inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.

El orden bipolar también se extendió a regiones como América Latina, que aunque no tuvo un papel preponderante al inicio de la Guerra Fría, la región empezó a convertirse en un escenario muy particular durante los años cincuenta, con la caída del gobierno guatemalteco en 1954 y con el triunfo de la revolución Cubana, en las postrimerías de esa misma década.

La estabilidad endeble de algunos de los países para llegar a determinar qué tan sólidos eran sus sistemas políticos. Con el análisis de lo acaecido en México, Colombia y Venezuela se pretende visualizar las fortalezas y las debilidades de los estados en cuanto al ejercicio del poder.

La dictadura como forma de autoritarismo, conforma el análisis de tres realidades en el Cono Sur en Argentina, en Brasil y en Chile. El propósito consiste en caracterizar los autoritarismos en estos tres estados, que fueron a su vez, los típicos modelos dictatoriales que cobraron gran cantidad de víctimas en sus más variadas manifestaciones: desaparecidos, perseguidos, torturados… Los informes de las Comisiones de la Verdad aún tienen mucho de decir acerca de las violaciones de los derechos humanos.

Las revoluciones y su destino, también constituyen un tema, en el tanto configuran un espectro dinámico -tal vez el más móvil de todos- donde confluyen distintas fuerzas y proyectos. Aquí se analizan los casos de Cuba y de Nicaragua por ser los responsables de dejar una huella más reconocible a lo largo del tiempo, en comparación con otros movimientos revolucionarios.

El ojo de la tormenta lo constituye la región centroamericana, parte de lo sucedido en Guatemala en 1954, hasta la caída del general Manuel Antonio Noriega en Panamá. Se hace énfasis final cuando se perfiló una de las fases más cruentas, en medio un escenario bastante complejo, con la agudización acaecida en la última parte de la Guerra Fría, a partir de la administración de Jimmy Carter, llamado el período de la gran divergencia.

En el plano del contenido, es menester aclarar tres aspectos. Primero, la elección de los países a tratar, al igual que la misma exposición de las ideas, siguen los criterios de oportunidad y de espacio, y por tanto, se reconoce públicamente que hubiera sido también de interés estudiar lo sucedido en Perú, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Paraguay; pero, por razones de espacio, se optó por sacrificar estos análisis. De igual manera, el Caribe insular, con sus historias tan interesantes como las de Puerto Rico, República Dominicana, Jamaica y la de Haití sobre todo, quedaron sin estudiar y esperan ser analizadas en un momento posterior en otro documento. Segundo, el político es el tema privilegiado en este artículo; lo económico y lo social, aspectos tan importantes para comprender el todo, son aludidos solamente cuando es necesario en el orden de la redacción del escrito. Tercero, la riqueza de la temática trae implícito el empleo de vocabulario clave para entender los procesos políticos como los conceptos de autoritarismo, revolución y populismo, entre otros. Sin embargo, nuevamente por razones de espacio, no se discutirán las interpretaciones teóricas tan importantes provenientes, además de la historia, sobre todo la sociología y de la ciencia política. Haberle asignado el tratamiento merecido a estos rubros hubiera ameritado elaborar otro trabajo aparte.

1. La Guerra Fría, un contexto necesario

El ocaso de la Segunda Guerra Mundial incubó el inicio de la Guerra Fría. La celebración de la Conferencia de Yalta en Crimea en 1945, perfiló las posiciones más adversas de los líderes de los estados aliados en contra del enemigo común, el Tercer Reich. La escisión ocurrió con los celos de Winston Churchill frente a Josif Stalin ante el inminente avance del Ejército Rojo en Europa, uno de los sinsabores más patentes por parte del primer ministro británico. En un principio existía un acentuado interés compartido por tres líderes de acabar con la expansión de los totalitarismos de derecha. El consenso era relativamente extendido en cuanto a que primero, se debía aniquilar al poderío nazi, para una vez liberada Europa, pasar a darle el golpe de gracia a Japón. No obstante, existían dos temas de difícil acuerdo.

Stalin reclamaba para su dominio los territorios liberados en Europa del Este por el ejército Rojo sin admitir discusión alguna.

Frankin Roosevelt y Winston Churchill deseaban impedir que la Unión Soviética entrara en una guerra directa en contra de los nipones y se reprodujera una división del Pacífico a semejanza de lo acaecido en Europa. Ambos líderes occidentales querían resguardar el cordón sanitario de control frente al poderío soviético en expansión.

La Segunda Guerra Mundial concluyó sin un tratado como el de Versalles, que había puesto fin a la Gran Guerra en 1919. Más bien con Yalta -donde se vio como inminente la división de Alemania y también de Europa- se dibujó un sistema de relaciones internacionales caracterizado por el antagonismo de dos modelos de sociedad. Ante el peligro de una polarización de poderes en los territorios controlados otrora por Japón; en menos de seis meses posteriores de Yalta, los estadounidenses bajo la presidencia de Harry Truman -pues Roosevelt había fallecido el 12 de abril de 1945- decidieron lanzar dos mortíferas bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y de Nagasaki en agosto de 1945. Con esta acción se impidió darle largas al desarrollo de una prolongada guerra en el Pacífico y de paso se eliminó, de una vez por todas, el riesgo de una participación activa de la URSS -que ya de todos modos había iniciado su ofensiva terrestre con el control de Manchuria- con el agravante, para los ojos de Washington, de un eventual dominio comunista en la cuenca del Pacífico.

Dentro de un marco general, las características de la Guerra Fría fueron las siguientes.

Los Estados Unidos y la Unión Soviética se convirtieron así en los dos grandes vencedores de la Segunda Guerra Mundial con ideologías y modelos de producción y de distribución de la riqueza antagónicos. El primero como abanderado del capitalismo y de la democracia; y el segundo defensor del comunismo y de la economía planificada.

En Europa, la gran ganadora -por lo menos en el plano territorial- fue la Unión Soviética al controlar los países ubicados al Este (Alemania Oriental, Hungría, Checoslovaquia, Yugoslavia, Bulgaria, Polonia y Rumanía). Con la finalidad de que el resto de Europa no cayera en las garras del comunismo, los Estados Unidos decidieron inyectar capital destinado, mediante el Plan Marshall para así lograr la tan ansiada reconstrucción.

La Guerra Fría fue una época que comprendió una generación completa, desde 1945 y concluyó en 1989. Se inició con el conflicto ocurrido en Alemania, concretamente con el bloqueo terrestre de la sección oeste de la ciudad de Berlín. La acción fue dirigida por la Unión Soviética bajo el mandado de Stalin, quien hizo evidente su malestar, ante la creciente presencia de la influencia occidental por la unificación de Berlín occidental bajo los auspicios Estados Unidos, Inglaterra y Francia. El bloqueo trajo consigo una tensión que se prolongó por más de un año -desde junio de 1948 hasta octubre de 1949); mientras tanto los países occidentales tuvieron que tender un puente aéreo para surtir de víveres, de carbón y de artículos de primera necesidad a la ciudad de Berlín en su sección oeste. En 1949 se creó la República Democrática Alemana en la parte este bajo la tutela soviética.

Durante la Guerra Fría, la mayor parte de los conflictos estuvieron permeados por la influencia de los poderes de la Unión Soviética y de los Estados Unidos; se configuró un mundo bipolar con una clara visión antagónica entre el Este, pro Moscú, y el Oeste, en favor de Washington. En este contexto se originó también la Guerra Fría en el resto del mundo; en Asia inició con la guerra de Corea, que a su vez era un corolario del vacío del poder creado por la derrota de Japón en Asia Oriental, esta guerra se desarrolló entre 1950 y 1953 y definió, de una vez por todas, la esfera de influencia de Estados Unidos en Corea del Sur. Así por el estilo, el resto de los países quedaron casi que presos por los dictados de Washington y de Moscú; con el agravante de que el Tercer Mundo -término acuñado en la Conferencia de Bandung en 1955- integrado principalmente por las excolonias asiáticas y africanas a partir de sus independencias, quedó circunscrito en un marco de rivalidad creciente.

Entre 1945 y 1989 este enfrentamiento entre los dos superpoderes emergidos luego de la Segunda Guerra Mundial pasó por cuatro fases.

El de una primera Guerra Fría: entre la conferencia de Yalta (1945) y la conferencia de Bandung (1955). Fue este un período de alto riesgo de un conflicto mayor dada la complejidad que supuso el bloqueo de la ciudad de Berlín y el conflicto coreano; según Mc.Mahon (2009), fue una fase en que calentó la Guerra Fría.

b-El de la coexistencia pacífica (1955-1962) caracterizado por una baja en la tensión de los conflictos, sin que esto considere una eliminación de la competencia entre los dos poderes; en 1958, los Estados Unidos fundaron la NASA para competir con la Unión Soviética en la conquista del espacio. Fue una época de contención del enemigo y de una estabilización de las relaciones Este-Oeste que redujo la probabilidad de un conflicto directo entre las los potencias; sin embargo, durante el mandato de Dwight Eisenhower se impulsó el rearme de la Alemania Occidental; a lo que la Unión Soviética respondió con la aplicación de una dosis mayor de firmeza en el control de Europa del Este, como se evidenció con la represión de los manifestantes en Hungría en 1956. Al final de esa fase, en 1961, se dio el encuentro de Nikita Jrushchov y de John F. Kennedy en la cumbre de Viena y, por otro lado, se construyó el muro de Berlín, estructura de hormigón que sustituía la antigua alambrada, para impedir las migraciones del este hacia el oeste.

El de la distención, literalmente significa aflojamiento. Abarcó desde la crisis de los misiles (1962) hasta el gobierno de Jimmy Carter, hacia 1975. Fue una época de una relativa estabilización del sistema internacional, al grado de que las potencias tácitamente se prometieron una a otra no asustarse, de allí que se instalara el “teléfono rojo” para conectar el Kremlin con la Casa Blanca. En el plano político a los años setenta se le ha dado el nombre de “paz fría”. Durante esta última fase se desarrolló el final de la guerra de Vietnam con la consiguiente derrota para los Estados Unidos. También ocurrió el shock petrolero de 1973, y con él, la crisis que dio fin a la ola del crecimiento sin parangón de la economía occidental de la segunda posguerra.

d-La nueva Guerra Fría o llamada también la segunda Guerra Fría que partió desde el mandato de Carter, con lo que denomina Josep Fontana (2011) “como la gran divergencia”, encontró su punto álgido con su inicio: la invasión de Afganistán por parte de los soviéticos en diciembre de 1979. Esta etapa concluyó con la muerte súbita -como algunos lo sostienen- de la misma confrontación Este-Oeste en noviembre de 1989 con la apertura del Muro de Berlín, estructura emblemática construida en 1961. Durante los años ochenta estallaron múltiples crisis en los países socialistas con la consiguiente caída del régimen; cuando se disolvió la URSS en 1991. Como lo sostienen Hobsbawm (1997) y Fontana (2011), la última fase de la Guerra Fría fue la más peligrosa de todas; sobre todo por la escalada armamentista sin precedentes, que en los Estados Unidos se materializó en el proyecto de la Guerra de las Galaxias, un escudo protector espacial para brindarle protección al territorio estadounidense en caso de que se desatase una guerra a escala total. Por otro lado, esta última etapa coincide también con la mutación estructural sucedida a partir del penúltimo decenio del siglo XX cuando

comenzó a cambiar radicalmente el cuadro internacional. Una crisis financiera internacional, acompañada de un profundo endeudamiento de los países del “Sur”, devolvió el poder decisivo al mundo capitalista desarrollado cuyos gobiernos claves adoptaron doctrinas y políticas agresivamente conservadoras. En esa década, la Unión Soviética y su sistema comunista sufrieron un colapso total debido a que su rigidez no les permitió ajustarse a las nuevas realidades científicas y técnicas de un mundo “postindustrial”. Para el año 1990, el sistema internacional dejó de ser bipolar: el Occidente había ganado la Guerra Fría (Boersner, 2012, 1-2).

En suma, la Guerra Fría enfrentó a dos grandes poderes en toda la extensión del término. Los intereses eran políticos, en tanto hubo obsesión por extender el dominio o bien de contener al enemigo. Fue también un conflicto de índole económica porque, por un lado, la URSS proponía un modelo de economía centralizada en que las decisiones acerca de la producción y de la distribución, recaían en el poder del Estado. En tanto que el estilo estadounidense propugnaba al mercado como motor del crecimiento económico. La pugna, sin embargo, fue más allá de las dimensiones de la economía, también fue ideológica, porque levantó todo un imperio de ideas, que invadió todos los espacios de la vida de los individuos; caló en la intimidad de las gentes porque la Guerra Fría se basó también en la psicología de la desconfianza, como se puede observar en las películas Culpable por sospecha y en La vida de los otros. La primera de ellas reproduce una cacería de brujas ocurrida en los Estados Unidos en los años sesenta producto de la pseudosimpatía hacia el socialismo por parte de un grupo de amigos. En la segunda se recrea la vida privada de una pareja que reside en un edificio de apartamentos en la Alemania Oriental, durante los años ochenta, donde son celosamente vigilados a causa de la presunción que están escribiendo una novela en contra del régimen.

2. La Guerra Fría en América Latina

Los países de América Latina, independientes la mayor parte desde las dos primeras décadas del siglo XIX, formaron parte de este Tercer Mundo dado que compartían características semejantes a los de sus homólogos de Asia y de África: bajo ingreso percápita y altos índices de pobreza, entre otros. Por otro lado, llegaron a quedar dentro de esfera de influencia de los Estados Unidos, dado que en 1947 el presidente Truman hacía explícito el interés de la potencia de combatir cualquier forma de gobierno que atentare en contra de los principios democráticos y de las elecciones libres. Estas palabras tenían su antecedente en doctrinas anteriores formuladas por: a) James Monroe de 1823, que propugnaba una América para los americanos; y b) Theodore Roosevelt de principios del siglo XX, inclinada hacia la decidida intervención armada en caso de ser necesario. En el parecer de Michael Reid (2009), estas doctrinas perfilaron el acontecer de la Guerra Fría en América Latina, enmarcada así en un radio de acción internacional que no toleraría ningún tipo de modelo alternativo al de la democracia liberal a la usanza estadounidense.

Quizá la mejor manera de definir lo sucedido en Latinoamérica durante los años de la Guerra Fría sea a partir de las palabras pronunciadas por el presidente estadounidense Harry Truman cuando afirmaba que “Hay un plan Marshall para el hemisferio occidental durante el siglo y medio [Es] conocido como la Doctrina Monroe” (Reid, 2009, 138). En efecto, con solo la evocación a James Monroe se da por sentado el papel hegemónico de los Estados Unidos en la región. Seguidamente se exponen las características más importantes que ocurrieron durante el período del mundo bipolar, basadas principalmente en los aportes de del Alcàzar (2007) y de Reid (2009).

-Con el fin de la Segunda Guerra Mundial se diluyeron las alianzas forjadas en su momento por la Unión Soviética y los Estados Unidos y dio inicio, en el plano social, a un período de luchas internas en los grupos sindicales. Las tendencias más orientadas a la izquierda, terminaron siendo las grandes perdedoras, puesto que se asumió que sus homólogas de derecha eran las portadoras de un orden democrático más afín con Occidente. Como sucedió concretamente en América del Sur, con la reducción de muchos sindicatos a simples apéndices del estatus quo, mientras tanto los partidos políticos comunistas quedaron proscritos, junto con el derecho de huelga, que también llegó a ser prohibido dentro del ordenamiento jurídico.

-Como una consecuencia directa de la Segunda Guerra Mundial, los líderes triunfantes buscaron la manea de idear fórmulas con la finalidad de preservar la paz; una de ellas fue depositar la confianza en un orden internacional, que a su vez brindara seguridad a la colectividad. Este fue el espíritu de la creación de la ONU, y desde luego estuvo también presente en, quienes reunidos en Bogotá en 1948, fundaron la OEA. De acuerdo con Carmagnani (2011), esta fase era la típica de la contención y se prolongó hasta los años sesenta cuando se empiezan a sentir los efectos de la revolución Cubana.

-Como se observó con antelación, la Doctrina Truman fue un corolario de la Doctrina Monroe y sobre este mismo sistema se articuló otra durante los años sesenta: la de la Nueva Frontera, que a su vez, era derivada del principio de contener al comunismo. América Latina por su cercanía a los Estados Unidos, se convirtió en la región de frontera más próxima a la potencia; sobre todo en lo respectivo a Centroamérica y el Caribe. En ese contexto estalló la revolución Cubana, junto con las dos sanciones surgidas en el seno del gobierno de Washington: el apoyo a los grupos contrainsurgentes y la formulación de la Alianza para el Progreso. Ese programa de ayuda formaba parte de lo denominado por Carmagnani (2011) como la “diplomacia del desarrollo” del presidente Kennedy y se vio aparejada por la política de La Nueva Frontera.

-La contrainsurgencia incluso se remonta a tiempo antes, desde el mismo derrocamiento del gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954, fue la primera batalla de la Guerra Fría en América Latina. Luego, durante la invasión de la Bahía de Cochinos en abril de 1961, el gobierno de Kennedy tomó la batuta del movimiento antirrevolucionario y su operación terminó en un fiasco. En 1969, el Informe Rockefeller recomendaba la necesidad de contar con gobierno dictatoriales transitoriamente que, con el ejercicio de su mano dura, garantizaran la seguridad continental. Más tarde, en la década de 1980, durante el gobierno de Ronald Reagan, estos movimientos de contrainsurgencia se conocieron como “guerras de baja intensidad”, concepto inventado en los Estados Unidos alusivo a las acciones realizadas por los ejércitos en contra de los focos guerrilleros. Su apelativo de baja intensidad guardaba muy poca relación con la cantidad de víctimas dejadas a su paso por este tipo de conflictos.

-La Alianza para el Progreso era un programa para implementarse a lo largo de diez años, incluía una inversión proveniente de Washington de diez mil millones de dólares, asemejándose a un plan Marshall para América Latina. Sin embargo, quedó pendiente si esta intención, surtidora de alimentos, promotora de reformas agrarias y combatiente del analfabetismo, iba a ser un espaldarazo para sacar de la miseria a los más desfavorecidos; o más bien, si constituyó un sistema de premios que congratulaba a los más obedientes en contra de la expansión comunista.

-La revolución Cubana según anota Quesada (2012), recogió elementos vertebrales de la tradición de la región contenidas en las ideas vertidas por pensadores como Simón Bolívar y José Martí. A su vez, se constituyó en el modelo a exportar y casi en un mito de la izquierda; eso al menos era el deseo de Ernesto Che Guevara; sin embargo, con la invasión de los marines a República Dominicana en 1961, ordenada por Lyndon Baines Johnson, y con la ejecución de manera sumaria y clandestina del mismo líder argentino, seis años después, se desvaneció este ideal de lograr una revolución de carácter continental.

-De acuerdo con lo anterior, surgieron a partir de 1964 una serie de dictaduras que modificaron el rostro político del subcontinente: Brasil en 1964; Bolivia en 1971; Uruguay y Chile en 1973; Perú en 1975; y Ecuador y Argentina en 1976. Estos gobiernos de mano de hierro se convirtieron en guardianes del orden continental, que sumados a otros regímenes de mayor data como el de Paraguay y el de Nicaragua, configuraron un espectro de autoritarismo que alcanzó su cenit durante los años setenta. El común denominador de estos regímenes era ser fieles creyentes de la Doctrina de Seguridad Nacional.

-Con el paso de los primeros años, el enemigo de la seguridad hemisférica dejó de ser externo para los Estados Unidos, la Unión Soviética en sí no era lo que desvelaba a las autoridades con sede en Washington; era más bien la peligrosidad del riesgo interno de los países latinoamericanos, encarnado en la insurrección, o bien en la llegada de gobiernos con orientación reformista como el de Árbenz en Guatemala. En los mismos albores de la Guerra Fría se tenía claro este panorama por parte de la potencia del norte, de ahí que se promulgara la Ley de Seguridad Mutua en 1951 que brindaba equipamiento con vehículos todo terreno, helicópteros y radios de telecomunicación; aparte de capacitación desde Panamá, con la Escuela de las Américas, establecida en 1946.

-Durante el final de la Guerra Fría, durante el decenio de 1980, en Centroamérica recrudecieron los conflictos denominados como de “baja intensidad”. Eran los años de los gobiernos de Ronald Reagan y George Bush, en sus respectivos períodos, cuando la región experimentó dos demostraciones desafiantes típicas de invasiones estadounidenses, una en 1983 en la Isla de Granada, ubicada en el Caribe frente a las costas de Venezuela y otra en Panamá, seis años más tarde, los cometidos eran diferentes, la una centrada en dar una estocada al avance comunista y la otra como ofensiva frente al narcotráfico.

A guisa de recapitulación, se reproducen las palabras escritas en 1964 al calor del triunfo de la revolución Cubana, por parte de una investigadora que escribió desde la academia, como testigo, acerca de la situación comprometida de Latinoamérica durante el marco de la Guerra Fría:

En los países latinoamericanos la lucha por incorporarse al mundo occidental se ha convertido “paradójicamente en parte de la guerra fría entre el liberalismo y el socialismo, el capitalismo y el comunismo. Es decir estos pueblos han sido incorporados a una lucha que trasciende sus propias metas. Los viejos problemas por los cuales vienen combatiendo desde el momento mismo de su emancipación política como la tenencia de la tierra, por ejemplo, son ahora parte de la pugna que sostienen las dos grandes potencias (Rodríguez, 1964, 518)

3. Una estabilidad endeble

La continuidad de los procesos electorales en México, Colombia y Venezuela, brindaba una imagen de una relativa estabilidad dentro del conjunto del resto de los estados latinoamericanos. Posiblemente el caso mexicano sea el más representativo los tres, puesto que el Partido Revolucionario Institucional (PRI), nacido en los años posteriores a la revolución Mexicana iniciada en 1910 que dio al traste con el poder del porfiriato, evitó los golpes de estado tan frecuentes en otros países vecinos. Durante la segunda posguerra el PRI se convirtió en uno de los más fieles seguidores de los dictados de Washington y, consiguientemente, su cúpula fue relegando a los escaños inferiores a los sectores de la izquierda conformantes de su misma agrupación política; esto dentro de un contexto económico marcado los aspectos siguientes.

-El estímulo de una industrialización basada en un modelo de sustitución de importaciones que como bien lo señala Bulmer-Thomas (1998), fue un proceso que poco a poco estrechó al campo por la prioridad asignada al mundo urbano. Durante la década de 1950, el presidente Adolfo Ruíz Cortines (1952-1958) intervino para bajar por el suelo el precio de los frijoles y del maíz. El marco histórico más general es definido por Fernández-Armesto quien señala que para los años sesenta

las sangrantes diferencias de riqueza se agravaron. Un urbanismo mal planificado engendró la moderna Ciudad de México, con una de las aglomeraciones más infernales del mundo, con una población (en su punto máximo, en la década de 1990) de unos veinte millones, viviendas inadecuadas, saneamiento selectivo y una nube permanente de contaminación atmosférica. (2014, 169)

Durante el mandato del gobierno de José López Portillo (1976-1982), la situación fue crítica y el país tuvo que empezar a importar dichos granos provenientes del exterior, dado el desestímulo a los campesinos; mientras tanto se engrosaba el subempleo.

-Las exportaciones de petróleo aumentaron significativamente al ritmo del boom de la posguerra de la economía occidental. Este recurso energético había sido nacionalizado, desde antes, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas en 1938. México, al igual que lo hiciera Venezuela, optó por privilegiar su producción extractiva en detrimento del fortalecimiento de la agricultura. Se exageraron las bondades que podían redituarse del oro negro, se crearon falsas expectativas y se adquirieron cuantiosos compromisos financieros con organismos internacionales para realizar exploraciones petroleras, con lo que se hipotecó el futuro del país. Esto ocurrió en tiempos de aumentos en el precio internacional del barril del crudo, durante la segunda parte de la década de 1970 durante el sexenio de López Portillo. Como consecuencia, el país alcanzó un nivel de endeudamiento sin precedentes que se hizo insostenible para 1981. El peso, la unidad monetaria mexicana, se desplomó, a la sombra de una caída en el precio del barril del hidrocarburo debido a la sobreoferta mundial. Así el dinero proveniente del petróleo, no sirvió para mitigar las carencias de los más pobres.

En medio de estas circunstancias macroeconómicas, no tardó en aparecer el malestar social, aunado en alguna medida a la ausencia de medidas para democratizar el sistema político; no tardaron en aparecer discursos justificadores para aplacar los movimientos disidentes o contestatarios provenientes de los sectores subalternos. El presidente Adolfo López Mateos (1958-1964), a principios de los años sesenta, quien hiciera una reforma constitucional en favor de la apertura política; sin duda alguna entendió muy bien el propósito del secretario de asuntos latinoamericanos, Thomas Mann, quien a cambio de un empréstito de 400 millones de dólares otorgado al estado mexicano, solicitó la eliminación de la izquierda en todo el sentido de la palabra, incluyendo la influencia en los textos de lectura utilizados por los niños y jóvenes en los centros educativos (Fontana, 2011).

Vale acotar que los movimientos urbanos tampoco fueron la excepción, en la década de 1960, como se observó con antelación, la población del Distrito Federal se había duplicado y sobre algunos habitantes pendía la amenaza de desalojo, que más tarde se hizo efectiva, dado que en sus terrenos se construiría el estado Estadio Azteca (Hamnett, 2006). Los resultados más visibles de la puesta en ejecución de estas políticas en contra de los sectores medios y populares, se tradujeron directamente en la represión que dejó a su paso una estela de sangre en los episodios de Tlatelolco en 1968 y de Corpus Christi en 1971. En Tlatelolco se acabó con la vida de cientos de jóvenes de estudiantes de secundaria y de universidad que protestaron en la Plaza de las Tres Culturas, resulta interesante que diez días después de ese hecho, el 12 de octubre se inauguraran los juegos olímpicos en la ciudad de México. De acuerdo con la opinión del comediante Roberto Gómez Bolaños este

Magno evento que según el decir de algunos, debía haber sido cancelado como una forma de expresar el dolo que había dejado la tragedia de Tlatelolco. Otros en cambio, pensaban que los disturbios habían sido expresamente para atraer la atención de todo el mundo… (Gómez, 2006, 174).

Independientemente de la explicación ante los sucesos de Tlatelolco, debe destacarse que este tipo de manifestaciones revelaban que la escalada de violencia iba en aumento en México en menoscabo del “desarrollo estabilizador” propuesto por el sistema político asumido como bandera por parte del PRI. En su interior, el país estaba experimentando el estallido de movimientos guerrilleros tanto en el campo y como en la ciudad. En el caso particular de los campesinos, sus reivindicaciones eran principalmente por tierras, al no ser solucionadas sus peticiones se levantaban en contra del orden establecido. La respuesta gubernamental fue la aplicación de la represión sin contemplaciones. Mientras tanto la situación se agravaba cada vez más durante la segunda parte de la administración de López Portillo por el derrumbe económico, responsable de la subida estrepitosa de 12:50 a 20:00 pesos por dólar junto con la corrupción ambas dejaron un mal sabor en la sociedad mexicana de principios de la década de 1980. Su sucesor, Miguel de Madrid en el sexenio 1982-1988 presenció la caída en picada de su país y además se hicieron más evidentes las consecuencias del aumento demográfico, principalmente en las ciudades por la falta de oportunidades en el campo; uno de cada tres habitantes vivía en la precariedad. En su administración se contrajo el gasto público, con el consiguiente deterioro de los servicios sociales, e incluso de la Madrid fue cuestionado por su malograda gestión para afrontar la destrucción ocasionada por el terremoto de 8,1 grados en la escala de Richter que sacudió violentamente el país en 1985. El dignatario se negó a que el ejército prestara pronta ayuda para rescatar a las víctimas de los escombros, y de igual manera, no consideró solicitar ayuda internacional oportuna para auxiliar a la sociedad abatida por la tragedia. Fueron las multitudes ciudadanas quienes en un acto de solidaridad se prestaron mutua asistencia; mientras tanto, el gobierno se esmeró en disminuir la cantidad de fallecidos en sus cifras oficiales para, según parece, evitar la sublevación social portadora de demandas específicas para el estado.

No obstante, al igual que sucedió con los juegos olímpicos de 1968; México fue la sede del campeonato mundial de fútbol de 1986, en razón de que Colombia, el país encargado de organizar el evento inicialmente, se vio imposibilitado de realizarlo. Un año después de la fiebre mundialista, se decretó una brusca devaluación de la moneda y se desató una inflación estimada en un 200%. En su último informe gubernamental, de la Madrid fue interpelado por diputados de la oposición que le reclamaban un presunto fraude electoral responsable de llevar indirectamente a la silla presidencial a su sucesor, Carlos Salinas de Gortari para el período que iniciaría en 1988; en dichas elecciones el sistema de cómputo tuvo una misteriosa caída en el preciso momento del conteo de votos. Se empezaba a manifestar el repudio por el PRI que en la práctica operaba como un partido único, al que el novelista Octavio Paz se refería como “el ogro filantrópico”.

El caso colombiano era heredero de una respetada continuidad institucional iniciada a partir del decenio de 1930; en el criterio de Abel y Palacios (2002), su sistema político era uno de los más estables de América del Sur dirigido por gobiernos civiles. Sin embargo durante segunda posguerra dos aspectos resultaron clave y tuvieron amplias repercusiones en los decenios subsiguientes.

El lastre de una tenencia de la propiedad profundamente desigual; los intentos de reforma agraria de los años treinta fueron infructuosos. Tres décadas después soplaron nuevos aires encaminados a un mejor reparto de este recurso que ponía en franca desventaja a los campesinos; sin embargo, nuevamente los resultados fueron limitados. Aunado a esto, durante la segunda administración presidencial Alberto Lleras Camargo (1958-1962) se implementó la “Operación Colombia”, diseñada en los Estados Unidos, dejando como producto una amplia desmovilización de mano de obra rural; una gran cantidad de campesinos fue trasladada a las ciudades con la finalidad de servir como constructores de viviendas; era la época de la expansión urbana. El resultado no pudo ser peor: la propiedad se concentró aún más en manos de pocos latifundistas.

El Bogotazo ocurrido en abril de 1948 bajo la presidencia de Mariano Ospina Pérez (1940-1950), constituyó un episodio particular en la historia colombiana generado a partir del asesinato de su líder, el abogado Jorge Eliécer Gaitán, quien era uno de los candidatos presidenciales que participaría en los comicios de ese mismo año. Era el fundador de la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR) y para muchos era el portador de las esperanzas de los sectores populares. Una semblanza de este líder colombiano la ofrece Chevalier cuando afirma que era un

político de nuevo cuño: nacido en un medio modesto, bastante marginado dentro de su partido (el Liberal), influido por el socialismo e incluso por el fascismo mussoliniano, deseoso de integrar las masas a la vida política, introdujo en Colombia a partir de los años treinta un estilo político nuevo: grandes concentraciones, uniformes, himnos partidistas, diálogo directo con las multitudes, lenguaje familiar y una temática marcadamente populista (1999, 588).

El Bogotazo ocurrió en medio de un avance de la represión a cargo del gobierno de turno. Para esa época la violencia ya era una realidad en Colombia, meses antes el mismo Gaitán había convocado a una marcha del silencio, el 7 de febrero de 1948, para decir alto a este fenómeno social que había dado muerte a seguidores de la causa de su propio partido. Días después resultaron más muertos en Manizales y en Pereira.

Con el homicidio de Gaitán se destapó una jornada multitudinaria que precipitó la violencia. La oleada de revueltas populares reclamaba al unísono al asesino del líder político. Las protestas aumentaron en intensidad hasta alcanzar una cobertura de carácter nacional, al estilo de un verdadero magnicidio, y juraron con sangre la muerte del doctor Gaitán quien en vida había dicho: “yo soy un pueblo que me sigue.” Por su parte, la policía sublevada repartió armas a la multitud, hubo saqueos de almacenes de abarrotes, de licores y de ferretería, entre otros. El gobierno impuso el estado de sitio y el toque de queda; mientras que la población detenida andaba con las manos en alto. Las autoridades trataron de inculpar a los comunistas, pero luego esta tesis fue refutada; no había tal plan dirigido desde la izquierda. Las luchas callejeras se prolongaron por días; al final el saldo fue trágico; unos cinco mil muertos y una cantidad de heridos difícil de calcular.

Entorno a las causas del asesinato de Gaitán, sobresale un hecho coyuntural, en Bogotá se estaba celebrando la Novena Conferencia Panamericana; esto pese a que el encuentro estaba fijado en un principio para enero de este año; sin embargo Argentina y Uruguay presionaron para aplazarlo para que se diera el tiempo necesario a fin de que los Estados Unidos definieran cuál iba a ser la política para con América Latina en el contexto de la implementación del Plan Marshall. Al respecto el gobierno de Washington contestó que el apoyo de América Latina era fundamental para reconstruir a Europa reducida a cenizas luego de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, desde antes de la celebración del acto se registraron hechos violentos que pusieron a la defensiva al gobierno de turno, en enero de 1948 el gobierno de Ospina Pérez impuso el estado de sitio en medio de los preparativos para el desarrollo de la conferencia y así evitar brotes de descontento que incitaran al desorden público. Cuando se celebró el acto de carácter continental, Gaitán no fue invitado a la conferencia. Pese a que Colombia vivía una fiesta por la llegada de más de una veintena de delegaciones internacionales, había un sabor amargo de frustración agudizada, sobre todo en los sectores populares deseosos de un cambio al ver a su líder excluido. A causa del asesinato de Gaitán, la conferencia fue suspendida por algunos días, reanudada luego y finalizó con el Pacto de Bogotá, donde el acuerdo más importante fue la creación de la OEA.

El Bogotazo fue el detonante de la violencia en Colombia, un largo período que dejó miles de muertos; surgieron los “pájaros” encargados de asesinar a liberales. La tensión se incrementó durante la administración de Laureano Gómez (1950-1951) en los llanos orientales surgió un movimiento de guerrillas que son el antepasado más próximo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARCs). Poco a poco los asesinatos, secuestros y los atentados llegaron a convertirse en un arma política que acabó con políticos y líderes sindicales. Con el paso de las décadas, gran cantidad de población, ante el temor y la inseguridad, emigró a Bogotá; se pasó de 350.000 de 1948 a 8 millones.

En el plano político, luego de concluida la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla en 1957, Colombia se caracterizó por períodos de estabilidad gracias a la celebración de elecciones periódicas, En 1962 Kennedy visitó a Lleras Camargo, para esa ocasión el presidente estadounidense pronunció un discurso con una retórica cargada de colaboracionismo con el país sudamericano por medio de Alianza para el Progreso; y además, exhortaba a los empresarios y a terratenientes para que realizaran la reforma agraria y fiscal. Kennedy era de la idea de que si no se aplicaban esos correctivos, entonces la situación colombiana desembocaría en violencia (Fontana, 2011). Esta forma de vida bajo la violencia es narrada por Bennassar (2004), en su novela Todas las colombias, expone el mundo de la guerrilla con sus contradicciones y desvelos de tres protagonistas, estimulados por un reino imaginario, hijo del proyecto revolucionario cubano, todo esto en medio de un entorno geográfico del país muy diverso: en los Andes, en los llanos y en los valles.

La situación colombiana se agudizó cada vez más y hacia la década de 1980 el país presenciaba un aumento de la brecha social, con el agravante que los habitantes de los espacios rurales eran los más desfavorecidos; esto pese a que durante la crisis estallada durante ese decenio, su economía no había sufrido con tanta severidad los embates que sí golpearon con rudeza a los países vecinos (Abel y Palacios, 2002, 258).

En el caso venezolano, se registró un autoritarismo posterior a la Segunda Guerra Mundial y en términos de las relaciones internacionales siguió los dictados del poder hegemónico de Washington:

La Guerra Fría y la imposición de la estrategia global anticomunista de los Estados Unidos marcaron la diplomacia venezolana durante el período comprendido entre 1948 y 1957. Internamente se produjo un retroceso hacia el autoritarismo militar de derecha, y en la política exterior se observó -salvo escasas excepciones- una conducta de fidelidad a la línea occidentalista represiva de Washington. Se volvió a los estrictos límites del Atlántico Norte. (Boersner, 2012, 4)

Al igual que en Colombia, Venezuela inició su experiencia de elecciones regulares a partir del fin de la dictadura a fines de los años cincuenta y una vez desaparecido Marcos Pérez Jiménez en 1958, quien había sido responsable de la exclusión del Partido Comunista como opositor al régimen (Zavala, 1988), se inició una época marcada por el predominio político de la “Generación del 28” cuya figura más importante fue Rómulo Betancourt -según Chevalier (1999), un exexiliado, artífice del pacto de 1958 que brindó las bases de un sistema pluralista- gobernó, en su segundo período, de 1959 a 1964 con una tendencia orientada hacia la izquierda. En 1962 Kennedy visitó a Betancourt en los años en que Venezuela, al igual que Colombia, había recibido ayudas estadounidenses dirigidas predominantemente al apoyo del modelo de sustitución de importaciones; mientras tanto los grandes perdedores eran los habitantes del campo; en razón que desde hacía décadas atrás, a partir de 1926, el país había decidido participar de lleno en el mercado internacional con la exportación del excremento del diablo, como llamó al petróleo el diplomático Juan Pablo Pérez Alfonso. La modalidad de explotación elegida fue mediante la figura de concesiones otorgadas a compañías extranjeras. Con este golpe de timón, se modificó la inserción al mercado mundial, pues la producción agrícola inició su decrecimiento en importancia y la era de la exportación cafetalera quedaba atrás.

Venezuela, bajo Betancourt fue impulsora de la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1960, cuyo cometido era buscar un trato más justo a los países dedicados a esta actividad extractiva, dado que la prosperidad de la economía de la segunda posguerra descasaba, en gran medida, en los bajos precios del hidrocarburo. Durante los años setenta, los altos precios en el precio internacional del crudo proporcionaron una bonanza económica en el país; el mundo urbano disfrutó de las mieles de la explotación petrolera; se empezó a vivir con un nivel de socioeconómico por encima de la realidad. Paralelamente dos situaciones manifestaron las contradicciones de este modelo de crecimiento: a) la desatención de los campesinos, con la consiguiente migración campo ciudad responsable directa de la agudización del establecimiento de poblados pobres, denominados chabolas, en los cerros alrededor de Caracas; y b) el endeudamiento creciente con el exterior que una década después se convirtió en una bomba de tiempo, cuando la suerte daba la espalda a los venezolanos a raíz del desplome de los precios en el mercado internacional del hidrocarburo. Como lo señala Ewell (2002), esta pesadilla económica tiró por la borda el ímpetu de los reformistas venezolanos de la generación de 1928, ilusionados con sacar adelante un país mediante la estrategia de “sembrar petróleo”, dado que no se realizaron las reformas estructurales de fondo requeridas por el sistema político y económico.

Una vez declarada la crisis de la deuda; las políticas económicas de los mandatos presidenciales de Luis Herrera Campíns (1979-1984) y de Jaime Lusinchi (1984-1989) no fueron capaces de detener las espirales inflacionarias y produjeron, indirectamente, la desconfianza en las inversiones con la consiguiente fuga de capitales. Según escribe Bulmer-Thomas (1998), esta situación cambiaria, que sobrevaloraba la moneda nacional, le jugó una mala pasada a la economía de Venezuela puesto, a partir de 1982, los sectores más pudientes, junto con las clases medias altas, optaron por sacar sus dineros y colocarlos fuera del país; era una reacción frente a la creciente incertidumbre. Esto también sucedió en México y en Argentina durante los mismos años.

Cuando se decidió la devaluación del bolívar -la unidad monetaria venezolana- ya era tarde y en la memoria de algunos todavía queda el trauma del recordado viernes negro del 18 de febrero de 1983, cuando sucedió una de las pérdidas adquisitivas más estrepitosas de la moneda. Durante el gobierno de Lusinchi se registraron escándalos de moralidad, vicios de corrupción y de abuso de poder; además de dos masacres, la de Yumare en el estado de Yaracuy y la de El Amparo en el estado de Apure; ante ambas, las declaraciones oficiales emanadas por el gobierno aludieron a que las víctimas, humildes pescadores, fueron confundidos por guerrilleros.

En 1988 el expresidente Carlos Andrés Pérez resultó electo con un amplio respaldo electoral para ocupar de nuevo la primera magistratura frente a una situación muy diferente a la de su primer gobierno de 1974 a 1979. Con un país en bancarrota, tuvo que aceptar las duras condiciones restrictivas dictadas por el Banco Mundial por el Fondo Monetario Internacional que consistieron básicamente en implementar un “Paquete Económico”, basado en ajustes macroeconómicos de orientación neoliberal dirigidos a liberalizar la economía imponiendo su desregulación; se eliminó el control de precios de los productos de primera necesidad, y se aumentó el precio de los combustibles en un primer momento en un 30%, para luego duplicarlos. Incremento en el costo de los servicios y del transporte público. De cara a esta situación, los sectores populares, desencantados con el presidente Pérez, se organizaron en nutridas jornadas de protestas en diferentes puntos del país, a partir de febrero de 1989. El caos se apoderó de Venezuela, el dignatario suspendió las garantías constitucionales; mientras la violencia, los incendios y la escasez de alimentos, pulularon por doquier. El panorama se volvió desgarrador a partir de la masacre de unas 300 personas. El resultado inmediato de esta revuelta denominada Caracazo fue la inestabilidad política que el gobierno de Pérez no pudo afrontar.

4. La dictadura como forma de autoritarismo

La evolución histórica de Argentina, Brasil y Chile tiene en común la escalada hacia el autoritarismo dictatorial conforme se acercaron a los años setenta. Esa década se convirtió en el umbral que dio paso a la represión desmedida y el atropello sin ambages a los derechos humanos.

En Argentina luego de la denominada “década infame” (1930-1943), el foco de acción populista fue decisivo, un líder carismático había llegado al poder en 1946, el coronel Juan Domingo Perón, merced a la indiscutible labor de Eva Duarte, quien lo sacó de la cárcel y al amplio apoyo de los sindicatos articulados entorno a un partido de índole nacional-popular, el populismo. Para Malamud (2013), el fenómeno populista fue portador de una retórica maniquea -con la consiguiente visión dualista de la realidad- que abogaba en contra de la oligarquía y el imperialismo, con promesas de reformas estatistas y nacionalistas muchas veces cargadas de ambigüedad, además de débiles, porque no calaban en los problemas estructurales y, por sobre todo, la exaltación de un estado asistencial y cuasiprovidencial. Este tipo de régimen era conducido por un líder carismático capaz de arrastrar a las grandes multitudes “carácter aluvional” provenientes de un amplio espectro ideológico. Por su naturaleza multiforme, resulta difícil encasillar al populismo en el cánon convencional de derecha o de izquierda.

Sin embargo, pese a la implementación del proyecto populista, Perón fue derrocado en 1955 -a tres años después del fallecimiento de su esposa Eva-, luego de haber proscribió el derecho a la huelga y de haber emprendido un programa de nacionalizaciones de bancos, telecomunicaciones y ferrocarriles. Al principio logró la bendición por parte de la iglesia católica pero luego emprendió su persecución, y con su omisión, permitió destrucción de templos que eran verdaderas joyas arquitectónicas: San Francisco y Santo Domingo (Johnson, 1988). Esta ruptura con el catolicismo se convirtió en la gota que derramó el vaso y en 1955 fue destronado por los militares y se inició una época de golpes de estado que invadió la historia política argentina hasta los años ochenta. A partir de 1955 gobernaron Arturo Frondizi (1958-1962), Arturo Illía (1963-1966) y Juan Carlos Onganía (1966-1970). Durante estos años, la universidad empezó a ser víctima de todo tipo de atropellos por parte de la dictadura por considerársele un foco de cuestionamiento y de sublevación; con ello se violentó la autonomía de las casas de estudio superiores. El 1969 sobrevino una seguidilla de protestas urbanas que alcanzó su punto álgido en Córdoba; en el Cordobazo participaron sectores como los trabajadores de las industrias, que otrora estuvieron dormitando sin oponerse al estatus quo

Entre los años que van entre 1955 y 1973, se excluyó al peronismo de la arena política, aunque se desarrolló un movimiento guerrillero urbano denominado los montoneros que proclamaban el peronismo como revolucionario. El recuerdo del general Perón pervivía en los ciudadanos de a pie que admiraban con una alta dosis de nostalgia, el legado de la pareja presidencial. Por Eva Duarte, la actriz esposa de Perón, sentían un especial aprecio tan elevado como una gran devoción, a manera de una laicización del culto mariano (Chevalier, 1999). Al respecto se pueden anotar aquellas palabras musicalizadas que recrean un discurso pronunciado por Evita en el balcón de la Casa Rosada, la sede de gobierno. La canción compuesta por Andrew Lloyd Webber y Tim Rice dice así:

Será difícil de comprender/ Que a pesar de estar hoy aquí/ Soy del pueblo, jamás lo podré olvidar/ Debéis creerme/ Mis lujos son solamente un disfraz/ Un juego burgués, nada más/ Las reglas del ceremonial (….) /No llores por mí, Argentina/ Mi alma está contigo/ Mi vida entera te la dedico/ Mas no te alejes, te necesito

Pese al contenido emotivo de estas palabras que evocaban el sentimiento de una persona que había sido la mano derecha del coronel nacido en Lobos en 1895, la realidad del país sudamericano discurría por los caminos de la violencia; Juan Domingo Perón llegó de nuevo a la presidencia de su país en 1973, luego de dieciocho años de exilio en España, con un respaldo popular que superaba el 60%. Aunque declarara públicamente que el Chile de Pinochet era una calamidad por el destronamiento de Allende, realizó un viraje a su gobierno: un rompimiento progresivo con la izquierda, con los jóvenes y con los montoneros, fuerzas sociales que lo habían llevado a la silla presidencial y quienes, al percatarse de la derechización del líder, organizaron un Asalto al Cuartel General de Azul en enero de 1974. Este líder era diferente porque “este Perón que ahora regresaba para disciplinar las esperanzas y las pasiones desatadas por su retorno era un hombre de setenta y ocho años, con su salud quebrantada y la hipoteca de un largo exilio” (Torre y Riz, 2002, 117).

Con la muerte del líder populista, autor del justicialismo, ocurrida en 1974 el gobierno pasó a María Estela Martínez (su esposa que era la vicepresidenta) y se agudizó el caos en toda su expresión: crisis económica como resultado del aumento de los precios del petróleo, una inflación galopante responsable de la pérdida del poder adquisitivo por parte de la mayor parte de la población y, ante todo, el inicio de una ola de violencia orquestada fundamentalmente por la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina creada en 1973 durante al gobierno de Perón). Bajo su responsabilidad se organizaron secuestros, asesinatos, y torturas; se barrió literalmente a la población a tal grado que “…cada cinco horas ocurría un asesinato político, y cada tres estallaba una bomba…” (Fontana, 2011, 545).

En su conjunto, el legado del peronismo se puede sintetizar así:

La política de sustitución de exportaciones del carismático Juan Perón consiguió reducir el comercio y empobrecer a la clase obrera. Fue un dictador charlatán con abundantes extravagancias: el desaforado culto a la persona de su esposa -“mártir de los descamisados” - y la vacua peseudoideología del “justicialismo”, que mezclaba la retórica fascista con la socialcatólica (Fernández-Armesto, 2014, 166).

En marzo de 1976 ocurrió un golpe de estado que llevó al poder al general Jorge Rafael Videla, que lejos de resolver el problema de la inestabilidad política, lo agravó aún más en razón del impulso que degeneró en el terrorismo de estado -así catalogado por la OEA en 1979 por ante los hechos brutales y represivos protagonizados por el gobierno. Ante los ojos de la iglesia católica, acostumbrada a ser condescendiente con estos regímenes militares, estas formas de atropellos a los derechos fundamentales fueron calificadas como “maneras cristianas de muerte”; por tanto, no hubo voces de la cúpula eclesiástica que arremetieran en contra de la dictadura, responsable de la desaparición de civiles; personas de veinte a treinta años en su mayoría, junto con adolescentes y niños. Así lo evidencia La noche de los lápices, una película en la que se detalla uno de los tantos episodios de represión, vividos por jóvenes de una escuela secundaria, que viven una desgarradora historia de persecución y de terror, solo por participar en un mitin para solicitar el tiquete para poder disfrutar de la alimentación en el comedor estudiantil.

Frente a esta realidad que agobiaba a la sociedad argentina, el gobierno estadounidense de Carter, afanado por emplear la retórica de defensa de los derechos humanos, no intervino. Y mientras tanto, los generales del país austral entusiasmaron a Los argentinos con la celebración del Campeonato Mundial de Fútbol en 1978; se hizo un uso político del encuentro de los diferentes países a partir de ese deporte. Así se logró estimular la pasión nacionalista, que fue doblemente festejada por Argentina, al llegar a ganar la copa mundialista; el general Videla fue recibido efusivamente por las multitudes (Halperin, 1997). Dos años después, brotó una serie de quiebras de bancos y de empresas, a modo de aviso del fracaso del modelo económico practicado por los diferentes gobernantes militares. En 1981 Videla entregó el poder al general Roberto Eduardo Viola (1981), quien devaluó el peso un 400%, y éste a su vez delegó la presidencia a Leopoldo Fortunato Galtieri (1981-1982) quien, además de empezar a desregularizar la economía y de desestatizar actividades, llevó a cabo una campaña de exacerbación de nacionalismo a partir de la invasión sorpresiva de las Malvinas -llamadas en inglés Farkland y ocupadas por Inglaterra desde 1933-; su objetivo estaba basado en el irredentismo: reclamar estas islas a ese país europeo para Argentina. La causa ganó adeptos y consiguió el apoyo de la Comunidad Europea y del Consejo de Seguridad de la ONU. Mientras tanto, los Estados Unidos impusieron sanciones económicas al gobierno argentino y además brindaron su apoyo logístico a Inglaterra, luego de que la primera ministra, Margaret Thatcher, así lo solicitara. Después de enviar sus tropas, en setenta y cuatro días los ingleses barrieron con los soldados en su mayoría novatos y mal pertrechados. El resultado fue una vergonzosa derrota, Galtieri fracasó y su operación naval; se hundió en el vacío de la humillación en su último intento de desviar la atención de los problemas internos hacia el exterior; con esto se marcó la crisis final de este tipo de gobiernos represivos. Así acabaron los largos años de la guerra sucia que habían dado inicio con el arribo de Videla.

Poco tiempo después, en 1983, se convocó a elecciones en las que salió victorioso Raúl Alfonsín, quien tuvo que ceder ante las presiones de los militares al otorgarles la impunidad por el grave daño cometido a los argentinos. Además debió afrontar la hiperinflación derivada de la deuda. Luego de ser calificado su mandato como un fracaso en el manejo de la crisis, llegó el neoperonismo al poder en la persona de Carlos Saúl Menem en 1989. Una vez en la silla presidencial, Menem olvidó su discurso populista y emprendió una acelerada carrera hacia la privatización de las instituciones; además otorgó el perdón a quienes atentaron en contra de los derechos humanos durante la dictadura y también a las fuerzas armadas que intentaron, en no pocas ocasiones, derrocar a su antecesor, Raúl Alfonsín. De esta manera los responsables de cometer tantas atrocidades quedaron impunes por segunda vez.

De acuerdo con lo señalado por Bambirra y Dos Santos (1988), en Brasil, la historia marchó por los caminos de la crisis social, enmarcada por el populismo y la dictadura. Esta crisis tuvo su origen durante los años treinta y cobró mayor sentido con el arribo al poder de Getulio Vargas en su segundo mandato en 1946. Según Chevalier (1999), Vargas era una figura de carácter populista y autoritario, dominante en la política brasileña durante décadas. Bajo su gobierno se impulsó la modernización, se nacionalizó el petróleo y se creó Petrobrás; durante la década de 1950 el país había crecido en términos económicos, pero con un rezago en el mundo rural. Por otro lado, los militares se sentían amenazados por el creciente poder de organización de los sectores de izquierda. La llegada de João Goulart, (1961-1964), quien había sido el vicepresidente de Juscelino Kubitschek (1956-1961), el creador de Brasilia como ciudad capital, plantó la semilla de la desconfianza en el mandatario estadounidense Johnson.

Johnson era uno de los fieles creyentes de la Doctrina de Seguridad Nacional que otorgaba un papel protagónico a los ejércitos, no titubeo en otorgar apoyo a los coroneles -dado que en Washington Goulart era consideraba un delincuente -; su interés se unió con la voluntad de la milicia y pronto se derrocó al presidente electo. El general Humberto de Alencar Castelo Branco llegó al poder en 1964 y su gestión inauguró una era de violencia sin par. El ejército brasileño fue uno de los iniciadores en poner sobre el tapete el tema de la guerra revolucionaria como una extensión del marxismo leninismo en América; su resultado fue el paso decidido a la vía armada con el empleo de la cruda represión para aplacar cualquier movimiento de insurgencia, principalmente los relaticos a las guerrillas campesinas. Para Halperin (1997), la represión practicada por los militares brasileños a partir de 1968 superó con creces a los horrores de la Italia fascista durante la época de Benito Mussolini.

En 1968 la situación recrudeció; el movimiento estudiantil y las huelgas obreras enardecieron al gobierno, al calor de un discurso adverso al gobierno pronunciado por un diputado “que incitaba a la población a no participar en el desfile del 7 de septiembre y sugería a las mujeres que se negara a tener relaciones amorosas con oficiales que se mantuvieran en silencio ante la represión…” (Fontana, 2011, 533). Esta discusión causada por el diputado Marcio Moreira Alves, encendió diversas reacciones en el gobierno de Artur da Costa e Silva (1967-1969) quien no tuvo miramientos para clausurar el Congreso. En 1970 llegó al poder Emilio Garrastazu Médeci, con quien se dio continuidad al proceso del crecimiento industrial que se extendería hasta 1973; era la época del milagro económico brasileño. Entre esos años hasta 1985, se sucedieron en el tiempo una serie de gobiernos militares en medio de una tranquilidad relativa controlada bajo una buena dosis de represión que incluso tuvo eco en el exterior. Garrastazu Médeci se comprometió a brindar auxilio a los militares chilenos en contra de Salvador Allende, en tanto, Richard Nixon consideró a Brasil como la pieza clave para desarrollar la guerra sucia en Latinoamérica. Los movimientos guerrilleros fueron aplacados con mano férrea, mientras tanto, los gobiernos optaban por comprometer las finanzas con el objetivo de apuntalar el modelo de sustitución de importaciones; poco tiempo después, las limitaciones de este rumbo económico pasarían la factura para los inicios del decenio de 1980.

El fracaso de los militares en el poder hizo que en 1985, se diera paso al gobierno de José Sarney (1985-1990), luego de que Tancredo Neves resultara electo y falleciera antes de asumir el mando. Después llegó a la silla presidencial Fernando Collor de Melo (1990); tanto Sarney como Collor de Melo, fueron incondicionales con las medidas de desregulación y de liberalización emanadas por parte de los organismos financieros internacionales. El último de los mandatarios no finalizó su período constitucional, tuvo que dimitir a su cargo por verse involucrado en actos de corrupción relacionados con el lavado de dinero proveniente del tráfico de drogas.

Por otro lado, la suerte de Chile probablemente fue la más trágica de las dos anteriores; la acción de los grupos conservadores de la burguesía, en contacto con la CIA, lograron derrocar a un gobierno democrático elegido en 1973. De acuerdo con Fontana (2011), el interés de los Estados Unidos para impedir la victoria de la izquierda se remonta a la administración Kennedy cuando se apoyó la candidatura de Eduardo Frei de una tradición centrista. Desde 1946 hasta 1970 la creciente concentración capitalista llegó a ser una realidad en Chile; aspecto que se evidenciaba sobremanera en el régimen desigual de la tenencia de tierras: el 1,3% de las fincas concentraban el 72,7% de la superficie cultivable; en tanto que el 85,2% del total de las propiedades retenía solo el 5,8% de la superficie agrícola (Elgueta y Chelen , 1988, 251)

Para las elecciones de 1970 triunfó un médico de 72 años de edad, Salvador Allende candidato del Partido Socialista. El senador Allende ganó con un 36% de los votos y luego de ser ratificado por el Congreso el 25 de octubre -requisito para ocupar el puesto en razón de que no logró al alcanzar el mínimo de votos válidamente emitidos- accedió a firmar un estatuto, redactado por el Partido Democrático Chileno, que otorgaba garantías democráticas; aspecto que revelaba, según Angell (2002), una erosión de la confianza política en general. El discurso de la victoria de Allende decía: “…No seré un presidente más. Seré el primer presidente del primer gobierno realmente democrático, popular, nacional y revolucionario de la historia de Chile…” (Angell, 2002, 278)

Pero en los días anteriores a la ratificación por parte del legislativo, el presidente estadounidense, Richard Nixon, en conjunto con la CIA habían urdido un plan para sembrar el pánico que fracasó; se trataba de secuestrar al comandante en jefe de las fuerzas armadas, René Schneider. Para la coyuntura del derrocamiento de Allende, el presidente estadounidense realizaba los históricos viajes a China comunista, a la Unión Soviética y a México, en su orden respectivo se reunió con Mao Tze Dong, con Leonidas Brezhnev y con Luis Echeverría. Henry Kissinger -asesor nacional de seguridad de Nixon- justificó la actuación de los Estados Unidos, en razón de que Allende era un enemigo de la potencia del norte por ser comunista.

El contexto chileno se empezó a complicar porque la polarización política atravesó todos los ámbitos de la vida social, en gran medida por las posiciones antagónicas frente al proyecto de nacionalizar la economía, la redistribución de la renta y darle una estocada a la propiedad de los grandes terratenientes. En tanto, el gran capital organizaba una campaña conspirativa de continuo desprestigio del gobierno. El pánico de las compañías mineras sirvió para atizar aún más este clima tan convulso; pues Allende había anunciado el proyecto de la nacionalización del cobre, metal base de verdadera riqueza natural chilena. El recurso mineral fue nacionalizado en 1971, con apoyo de la oposición. Sin embargo, la violencia iba en ascenso junto la desestabilización económica; se dio inicio a la especulación de los productos de primera necesidad en los supermercados, aunada a su vez, a la acción de la prensa contra el gobierno de diarios como El Mercurio. Por su parte Allende había nacionalizado el transporte automotor que dio motivo a huelgas de camioneros; mientras el gobierno asignaba subsidios a los huelguistas. Todo esto sucedía a la sombra de una mala cosecha de 1972.

Fue un 11 de setiembre -una fecha que la comunidad occidental recuerda por otro acontecimiento más reciente- de 1973 cuando se produjo el golpe de estado al mando del general Augusto Pinochet, quien una vez en el poder, inauguró una era de persecución y de represión inédita en la historia chilena. Se truncó la opción de la vía chilena al socialismo que consistía en realizar la tan ansiada transición enunciada como proyecto político dirigido por la Unidad Popular, por medio del sufragio, sin trastocar el orden constitucional.

En el criterio de Halperin (1997), una vez de que Allende se encerrada en la casa de gobierno para suicidarse a causa del golpe de estado, siguió una represión de violencia sobrecogedora: las fábricas, las barriadas marginales, los estadios transformados en cárceles al aire libre eran teatro de ejecuciones numerosas, mientras en el campo otras matanzas borraban las huellas de las recientes movilizaciones (p.648).

A lo largo de la dictadura, que se prolongó desde 1973 hasta 1988, se calcula que el régimen privó la libertad y desapareció a unas 300.000 personas; esto sin contar a 5.000 que fueron sometidas a las más inmisericordes torturas (Fontana, 2011). Persiguió a cantautores como Víctor Jara, quien fue detenido por las fuerzas represivas al principio de su mandato, fue torturado y luego asesinado en un campo de deporte. El gobierno había desarrollado un temible estado policíaco dominado por la persuasión y la intimidación. La prensa y la televisión estaban en manos del poder de Pinochet. En Chile la iglesia católica fue hostil con el régimen; sin embargo en el plano internacional, según sostiene Yallop (2007), el Vaticano fue el segundo estado en establecer reconocer diplomáticas con el gobierno del general Pinochet. Con ocasión de celebrarse un aniversario de bodas de la pareja presidencial, a principios de los años noventa, el papa Juan Pablo II -quien había realizado una visita oficial a Chile en 1987- se permitió enviar un afectuoso saludo a don Augusto y a dona Lucía:

Al general Augusto Pinochet Ugarte y a su distinguida esposa, señora Lucía Hiriart de Pinochet, en ocasión de sus bodas de oro matrimoniales y como prenda de abundantes gracias divinas, con sumo poder imparto, así como a sus hijos y nietos, una bendición apostólica especial (Farfán y Vega, 2009, 106).

En el plano económico, Pinochet se hizo rodear de los Chicago Boys, (un grupo de economistas egresado de la Universidad Pontificia de Chile, con estudios de posgrado de la Universidad de Chicago); la fórmula aplicada consistía en la liberalización de la economía y en la transformación hacia un estado minimalista ocupado solo de los aspectos básicos, esto es, sin brindar servicios sociales. Al calor de estas reformas emergió un grupo social opulento y ostentoso residente en las afueras de la ciudad de Santiago. Aunque en otros países latinoamericanos, las medidas económicas fueron vanagloriadas por muchos de los emuladores de esa receta neoliberal por posibilitar un crecimiento económico sin parangón; no fue efectiva en su totalidad dado que en 1982 Chile se sumió en una crisis causada por el aumento exorbitante de su deuda externa. Parece entonces que una buena parte de las mieles derivadas del relativo auge de la economía -cuando las hubo- fueron a parar a los bolsillos de una camarilla de colaboradores cercanos al régimen, incluyendo al mismo general Pinochet, como se puede constatar en una misiva de uno de los abogados del exdictador que le sugería en 2005: “Mi general, hemos pensado que sería apropiado que usted asumiera la responsabilidad de los hechos para proteger a su familia” (Farfán y Vega, 2009, 109). Esta sugerencia se realizó en momentos en que la esposa y el hijo menor del general corrían el riesgo de ser encarcelados, figuraban como cómplices en el ocultamiento de una fortuna millonaria en el exterior asada durante la dictadura.

Después de casi quince años, en medio de una cruda represión y de campañas de combate a la pobreza que consistían en desaparecer a los pobres; el dictador en 1988, siguiendo el consejo sus allegados, accedió someterse a un plebiscito. Después de hacer gala de una campaña que rescataba los viejos fantasmas del peligro del comunismo, el general fue derrotado; con más de un 50% triunfó el no a la continuidad de la dictadura en el poder. En estos comicios, al igual que con los de 1989, la ciudadanía chilena que clamaba por el derribo de la dictadura, ya no miraba con admiración los proyectos de nacionalización ni a la revolución Cubana como un modelo a emular. No obstante el régimen que dirigió Chile con mano de hierro dejó a su paso un país herido por los atropellos de los derechos humanos; además de un sistema de seguridad social desmantelado en cuanto a los sistemas de salud y de educación. Todos estos aspectos en su conjunto constituyeron desafíos para gobiernos posteriores que iniciaron con Patricio Aylwin, quien asumió las riendas del poder en 1989.

Como balance de las dictaduras de Cono Sur, que intimidaron a los estudiantes, a las mujeres y al resto de la sociedad civil, se puede coincidir con del Alcàzar (2007) cuando asevera, con un alto grado de verosimilitud, que estos regímenes militares fracasaron, y cayeron uno detrás del otro como piezas de un dominó, porque fueron incapaces de resolver los problemas básicos de la gente. Dentro de lo estipulado por la Doctrina de Seguridad Nacional, las medidas echadas a andar por las juntas militares y por los coroneles no crearon proyectos de orientación nacional, porque su naturaleza del ejercicio del poder se basó en la exclusión y en el terror. Como testigos quedaron entonces las mujeres y las abuelas de mayo en Argentina; y junto con ellas, los tribunales que ante la atrocidad del régimen de Pinochet, quisieron poner tras las rejas al dictador años después de concluido su mandato.

5. El destino de las revoluciones

De acuerdo con lo expresado por Hobsbawm (1996), el tercer mundo se convirtió en el caldo de cultivo propicio para la germinación de las revoluciones durante los tiempos de la Guerra Fría, en razón del grado de tensión interna que entraban en juego dentro del proyecto a seguir por sus sociedades. El contexto más amplio en que ocurrieron estos procesos fue, desde luego, la configuración de un sistema de relaciones internaciones permeado por un mundo bipolar a lo largo y ancho del planeta.

Latinoamérica no fue la excepción, dado que se pueden identificar focos revolucionarios que despertaron ilusiones en no poca cantidad de gente soñadora de dar un giro a la realidad de sus países. Quizá el caso más emblemático sea el cubano, debido a que probablemente, pese a todo, ha sido el único sobreviviente de todos los demás estallidos o proyectos que luego fracasaron. En Cuba la situación era bastante particular porque desde su emancipación política de España en 1898, se inició una fase de creciente presencia estadounidense plasmada en la Enmienda Platt que comprometía el futuro de la vida política, económica y política de la isla como a nivel de un protectorado. Se le obligaba a la exportación de azúcar al mercado de los Estados Unidos, y por otro lado, dejaba las puertas abiertas a la intervención militar por parte de la potencia del septentrión. Además existía un valor agregado: con el paso de los años, Cuba se fue convirtiendo en un paraíso de diversión para los vacacionistas estadounidenses por los atributos de sus mujeres caribeñas. Para decirlo con las palabras del poeta Nicolás Guillén, Cuba era “muy dulce por fuera pero muy amarga por dentro”. La dulzura estaba dada por el producto de exportación y sobre todo por sus mujeres, objeto preciado por los estadounidenses en busca de sol del trópico y de sexo. La amargura de la isla era profunda porque la consolidación de los grupos terratenientes -muchos herederos de los españoles en conexión directa con el mercado estadounidense- se aseguraron de perpetuar un modelo de férrea explotación en menoscabo de los derechos más elementales de los trabajadores encargados de la siembra, de la zafra de las labores propias del ingenio, el centro de procesamiento responsable de la transformación del jugo dulce en los blancos cristales exóticos tan preciados que otrora insertaron al Caribe en su conjunto al mercado mundial.

Entre 1954 y 1959 el gobernante de Cuba era el general Fulgencio Batista, uno de los dictadores corruptos protegidos por Eisenhower, quien dirigía con brazo fuerte a su país. En tanto Fidel Castro nacido en 1926 hijo de un inmigrante gallego, que había participado en la revuelta colombiana en 1948, acompañado de otros compañeros decidió emprender el camino de la revolución de su país. Con el control de la Sierra Maestra en 1957 se dio una estocada al régimen protegido por los Estados Unidos, distante de la isla en tan solo 140 km.

En 1959, el triunfo de esta revolución causó mella en los Estados Unidos; era una época de escalada de la Guerra Fría durante el gobierno de Kennedy, quien había asumido la presidencia en 1961; un año y medio después del triunfó Fidel Castro. El discurso oficial del presidente católico estadounidense invocaba a la defensa de la libertad y de ahí su interés de aniquilar el régimen cubano, aspecto que pronto se materializó en la invasión de la Bahía de Cochinos en Playa Girón en abril de 1961. Este intento a cargo de 1.400 hombres fue frustrado y la operación militar terminó en un desastre. Esto sucedió en menos de ocho días después de que un ser humano realizara el primer viaje al espacio exterior y entrar en órbita alrededor de la Tierra, el soviético Yuri Gagarin fue el astronauta. Cuatro meses después, en agosto, se construiría el Muro de Berlín.

En mayo de 1962 se efectuaron conversaciones secretas entre Castro y Jrushchov -el líder soviético de entonces- para la instalación de misiles en la isla. Este episodio procuraba equilibrar el poderío nuclear estadounidense por parte de la Unión Soviética. Luego de una negociación entre Kennedy y Jrushchov, se evitó un holocausto nuclear en 1962. El mundo había estado en vilo, al borde de una destrucción sin precedentes. La URSS desistió de su objetivo al desmantelar las bases de misiles en Cuba, a cambio de que los Estados Unidos retiraran sus bases de misiles en Turquía, su fiel aliado ubicado a caballo entre Europa y Asia. Una de las consecuencias de esta decisión fue la garantía de que los estadounidenses no invadieran Cuba y con ello se dio la continuidad al régimen de Castro que se ha fosilizado con los años como lo indica Fontana (2011).

Otro efecto de la revolución Cubana fue la elaboración de la Alianza para el Progreso, una iniciativa propuesta por el presidente Kennedy en favor de evitar, a toda costa, el brote de nuevos movimientos revolucionarios; entre sus medidas se destacan: el estímulo de reformas agrarias siempre y cuando vinieran de arriba hacia abajo (elaboradas por los gobiernos) y que fueran graduales y no violentas; el apoyo en la redacción de libros de texto, que en el caso centroamericano fueron publicados bajo el sello editorial de ODECA-ROCAP; y en la distribución de preservativos para contener la explosión demográfica, que ante los ojos de Washington era la responsable de la proliferación de la pobreza: madre las revoluciones. De Alianza para el Progreso también muchos recuerden, de sus años escolares, la distribución de queso amarillo y leche en polvo, que por cierto, la última fue suministrada a los indígenas habitantes del Amazonas en Brasil, ya que el temor de la insurrección por parte del Departamento de Estado incluyó a todos los rincones del subcontinente. Dichas poblaciones autóctonas empezaron a presentar cuadros de diarreas crónicas luego de ingerir la leche procesada. Después de realizarse múltiples pruebas de laboratorio, se llegó a la conclusión de que estos grupos humanos no asimilaban un tipo de azúcar contenido en ese alimento de origen animal (Harris, 1990). Así fue como, en medio de una cruzada en contra del comunismo, se descubrió la intolerancia a la lactosa.

Veinte años después del arribo de Castro en Cuba triunfó otro movimiento revolucionario, esta vez en el país de mayor extensión territorial del istmo centroamericano, en Nicaragua. Allí la dinastía de la familia Somoza que inició con Anastasio Somoza García (el padre del clan) gobernaba desde 1937 hasta que fue muerto en manos del poeta Rigoberto López Pérez en 1956, esto pese a que el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower enviara a su médico de cabecera para atender al moribundo dictador centroamericano hospitalizado en la zona del canal en Panamá (Pérez, 2010).

El dominio de la estirpe Somoza continuó con sus hijos Somoza Debayle, Luis y Anastasio; el primero, quien gobernó entre 1957-1963, precisamente en el año de su fallecimiento, asistió a la reunión celebrada en el Teatro Nacional de San José, Costa Rica, a propósito de la visita de Kennedy a Centroamérica en marzo de 1963. El último, conocido como “El Chigüin”, dirigió los destinos de su país con mayor arbitrariedad que la de su padre. El poder somocista era ejercido bajo el dominio patrimonial dedicado sobre todo a la producción algodonera y ganadera. La dinastía somocista no sufrió ruptura alguna, durante la coyuntura de los años cuarenta, como había ocurrido en el resto de los países vecinos. Nicaragua era reconocida por su estabilidad política en la región; había salido indemne de cualquier movimiento revolucionario, contrario sensu a lo ocurrido en Guatemala, por ejemplo.

El régimen somocista se enmarcó dentro del patrón del incremento de las desigualdades crecientes, tan característico para el conjunto de Centroamérica según indica Héctor Pérez (2010), dadas las enormes brechas sociales existentes generadas al calor de la expansión de la producción agropecuaria dedicada a la exportación. En el caso particular nicaragüense, probablemente ese panorama de desigualdad está bien ilustrado artísticamente en la canción de origen popular El Cristo de Palacagüina al mostrar una estampa muy pintoresca de un nacimiento ocurrido en el Cerro de la Iguana, en Las Segovias -un medio rural con siembras de maizales que resplandecieron súbitamente- allí María, la esposa de un campesino llamado Chepe que también se desempeña como carpintero, da a luz a su hijo. María en su precariedad, para contribuir con el sustento familiar, “va a aplanchar muy humildemente, la ropa que goza la mujer hermosa del terrateniente”.

Nicaragua desarrolló un estado policíaco con matices de corrupción, cuya muestra más significativa, fue el desvío de la ayuda internacional obtenida a causa del terremoto que azotó Managua el 23 de diciembre de 1972. Además se le atribuye la responsabilidad a la Guardia Nacional, el brazo armado de Somoza, de acabar con la vida de Pedro Joaquín Chamorro en enero de 1978, un periodista líder de la oposición. Este episodio fue el detonante que enardeció las fuerzas descontentas con el poder oficial canalizadas por el Frente Sandinista de Liberación Nacional fundado en 1961. El triunfo de la revolución Sandinista en julio de 1979, fue celebrado con algarabía en Costa Rica; pues el gobierno dirigido por Rodrigo Carazo (1978-1982), a quien se le declarará luego como héroe de la revolución, había dado su apoyo a la causa antisomocista. Cuba, México y Venezuela también habían colaborado con los sandinistas (Stone, 1993).

En setiembre de 1980, Anastasio Somoza hijo fue asesinado a miles de kilómetros lejos de su país cuando un grupo guerrillero argentino le lanzó una bazuca a su suntuosa limusina que circulaba en las calles de Asunción, la ciudad capital paraguaya. Mientras tanto el gobierno recién nacido en manos de los sandinistas, buscaba la protección de Moscú con lo que dio inicio a una crisis que se hizo presente en gran parte del istmo porque los Estados Unidos, bajo el gobierno de Reagan, organizaron fuerzas contrainsurgentes: una contra sandinista, además de realizar un embargo económico total que puso en duros aprietos al gobierno nicaragüense organizado por nueve comandantes, dirigidos por Daniel Ortega. La contra se organizó desde sus bases de operaciones establecidas en Honduras y Costa Rica, países limítrofes de Nicaragua, poniendo en entredicho la soberanía de ambos estados. En Costa Rica, según lo señalan Ovares y León (1983), la prensa se parcializó, tomó partido y se identificó, sin merodeos, con la causa adversaria del gobierno revolucionario de su vecino país en el septentrión, y emprendió una campaña de exhortación para ir a la guerra. Mientras tanto, el gobierno de Reagan pertrechaba a los defensores de la democracia y de la libertad por medio de una cruzada anticomunista librada por los contras, que encontró en el Comandante Cero, Edén Pastora, -un disidente del gobierno sandinista- su colaborador incondicional.

Sin embargo, el conflicto fue más allá de las fronteras ístmicas porque se descubrió el origen turbio de los recursos financieros que servían de soporte a la contrainsurgencia centroamericana. Esto a partir de hacerse pública la información acerca de la venta de armas por parte de los Estados Unidos al régimen fundamentalista, establecido por el Ayatollah Ruhollah Khomeini en Irán luego del derrocamiento del Shah. Teóricamente el gobierno estadounidense repudiaba a Khomeini; a este escándalo se le llamó Irán-Contras y levantó duras reacciones a lo interno de la opinión pública en contra de la política exterior de Washington.

Al cabo de un año y medio del escándalo, en agosto de 1987, se firmó el Plan de Paz en la ciudad de Esquipulas en Guatemala, y con ello se dio por terminado el apoyo de los Estados Unidos con fines militares; en 1990 triunfó el bloque opositor al sandinismo en la persona de Violeta Barrios de Chamorro, la viuda del periodista Chamorro asesinado en 1978.

No puede pasar por alto que en medio de esta década tan convulsa y en el contexto de una gira por Centroamérica en marzo de 1983, el Papa Juan Pablo II visitó Nicaragua. Justo de primera entrada, en el aeropuerto de la ciudad de Managua, el Sumo Pontífice humilló al sacerdote y poeta Ernesto Cardenal, el ministro de cultura sandinista, exigiéndole que dejara su tarea revolucionaria y se pusiera en paz con Roma. Durante una misa al aire libre frente a un altar con la silueta de figura de Augusto César Sandino, pronunció un discurso en medio de una gritería ensordecedora; el papa llamaba a la moderación, en momentos de una gran conmoción social que agitaba al pueblo nicaragüense. Según apunta Yallop (2007), el episodio ocurrido en Nicaragua se suma a lo sucedido en otras latitudes del hemisferio americano; el papa Wojtyla y su camarilla vaticana, portadores de un discurso anticomunista, siempre vieron con buenos ojos a los regímenes latinoamericanos de derecha, de ahí su empatía con Pinochet -dictadura catalogada por el papa polaco como transitoria y por tanto necesaria como lo reconocía, años atrás, el Informe Rockefeller de 1969-, y por consiguiente, repudiaba a los movimientos revolucionarios como el de los sandinistas. Por eso, prestó poca atención a los clamores de monseñor Romero ante la masacre de civiles en El Salvador. Todo parece indicar entonces que durante la Guerra Fría, el Vaticano coincidió con Reagan en cuanto el combate de movimientos de insurgencia.

6. El ojo de la tormenta

La región centroamericana está constituida por un istmo constituido por pequeños estados, que sumados sus territorios si acaso llegan a constituir la mitad de la superficie de Venezuela (Pérez, 2010). Por su ubicación hemisférica, junto con México, conforma el patio trasero más próximo de los Estados Unidos; así la ciudad Guatemala es más cercana de Washington D.C. que su homóloga de los Ángeles con respecto a la capital estadounidense. Para LaFeber (1984), en esta franja de tierra recrudecieron con mayor fuerza los conflictos típicos de la Guerra Fría, sobre todo a partir de 1979, cuando triunfó la revolución liderada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional en Nicaragua, esto en pleno endurecimiento de las relaciones Este-Oeste.

En la larga duración, la influencia de las potencia norteamericana se había hecho sentir con gran vigor desde el siglo XIX, sobre todo con la inversión en los ferrocarriles y con el desarrollo de las plantaciones bananeras; sin olvidar desde luego, el capítulo de la invasión filibustera de la década de 1850 que tenía como escenario la operación de una empresa de transporte por el río San Juan (Compañía del Tránsito), la disputa electoral en Nicaragua y el impulso de las ideas del Destino Manifiesto en los Estados Unidos, encarnadas esta vez por William Walker.

Como lo señala Víctor Hugo Acuña (1993), el istmo centroamericano concluyó el siglo XIX y continuó la centuria siguiente por los senderos del autoritarismo, que paulatinamente, incubó movimientos contestatarios por parte de grupos subalternos integrados por obreros y campesinos. Grupos altamente vulnerables vieron con buenos ojos el ascenso al poder de sectores medios, durante la década de 1940 y estaban interesados en llevar a cabo un proyecto de naturaleza reformista. No obstante estos intentos fracasaron en la mayor parte de los estados con excepción de Costa Rica, que dicho sea de paso aclarar, tampoco se trataba del país con la mayor tradición de autoritarismo comparada con la de sus vecinos.

Para la década de 1950 el único país, aparte de Costa Rica que aún continuaba con el proyecto de un modelo reformista era Guatemala, el sucesor de Juan José Arévalo (1945-1951), Jacobo Árbenz Guzmán (1951-1954), tenía en mente la implementación de una reforma agraria. Sin embargo el hecho de tocar los intereses del “papa verde” -como llamaba el novelista Miguel Ángel Asturias al consorcio frutero transnacional United Fruit Company- motivó su derrocamiento. Su caída se debió además a una conjunción de factores: al descontento de los grupos hegemónicos tradicionales; a la posición conservadora de la iglesia, que desde los púlpitos exhortó a la población en contra del gobierno disque comunista; y por supuesto, a la intervención encubierta de la CIA, que so pretexto de evitar la expansión del peligro rojo, vinculó al gobierno guatemalteco con una presunta conspiración comunista debido a la adquisición de armas de manufactura checoslovaca. Checoslovaquia era uno de los países del Telón de Acero, es decir, de los comunistas de Europa. De acuerdo con Mc.Mahon:

La CIA se convirtió para los líderes norteamericanos, en su instrumento favorito durante la Guerra Fría ya que prometía operaciones eficaces y rentables que eliminaban la necesidad de utilizar fuerzas armadas convencionales y que, de ser descubiertas, siempre podían negarse… (2008, 124)

Con el destronamiento de Árbenz subió al poder el general Carlos Castillo Armas y se inició así una fase de autoritarismo en manos de los militares, probablemente la más recordada por sus atrocidades, máxime si se toma en cuenta que durante el mandato del cristiano evangélico Efraín Ríos Montt (1982-1983) recrudeció la cantidad de desaparecidos; al mismo tiempo que concentró la represión en el mundo rural, además de las ciudades; su poder inició en 1982 y fue uno de los dignatarios aplaudidos por Ronald Reagan como portador de los ideales democráticos (Fontana, 2011, 510). Luego de su mandato la situación no cambió para bien, Óscar Humberto Mejía Víctores (1983-1986) gobernó con mano dura; las reacciones de desaprobación de la gente fueron cada vez mayores y la sociedad se polarizó tremendamente, dada la escala de la represión y del genocidio.

La suerte guatemalteca no distaba mucho del resto de los países de la región; en El Salvador el antagonismo de las posiciones fue creciente y llegó a extremismos. En marzo de 1980 la derecha asesinó al arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, mientras oficiaba una misa. En la película Romero se ilustra el pasaje de la existencia de este prelado desde el momento en que es ungido por Roma, para conducir la vida espiritual de uno de los pueblos más oprimidos de América. El filme toma como punto de partida la muerte de forma inmisericorde del sacerdote Rutilio Grande -ampliamente apreciado por Romero- quien desplegaba una intensa labor con los campesinos en la organización de cooperativas. El arzobispo se comprometió con la causa las mayorías amenazadas por el flagelo de la violencia, pronunció homilías de alto contenido social y político, y transmitió una serie de mensajes radiales que acabaron por enardecer las posiciones más recalcitrantes de la derecha. Parelamente se generaba una fisura interna en el interior de la conferencia de obispos de su país, debido a que Romero era visto como portavoz de la teología de la liberación, un movimiento tildado de comunista. El arzobispo había enviado una misiva al presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, insistiéndole para que desistiera de enviar armas a su país; sin embargo su petición fue desatendida. La paz a El Salvador tendría que esperar para la década de 1990.

En Honduras el ascenso del autoritarismo tampoco estuvo exento de atropellos para los perseguidos y los presos políticos; todo esto en aras de eliminar a los sospechosos, a quienes, una vez capturados, se les ofrecía mala comida acompañada de ratas y de animales en descomposición. Un ejemplo de estos abusos en contra de los derechos humanos lo constituye el caso de James Francis Corney, un jesuita estadounidense que en setiembre de 1983 fue sometido a un interrogatorio -porque se sospechaba de su presunta cercanía con el comunismo- acto seguido, fue lanzado a tierra desde un helicóptero en presencia de autoridades estadounidenses (Fontana, 2011). Además, los salvadoreños inmigrantes en Honduras habían sido férreamente reprimidos en el marco de la Guerra del Fútbol desatada en julio de 1969, que estalló a propósito de un partido eliminatorio para el campeonato mundial de 1970 entre El Salvador y Honduras. Este conflicto, que se prolongó durante cuatro días y que dejó gran cantidad de víctimas -la mayoría civiles- dio al traste con el Mercado Común Centroamericano creado en 1960 bajo los auspicios de la política económica de los Estados Unidos para la región.

Costa Rica, reconocida internacionalmente como el modelo de estabilidad democrática en el hemisferio, no estuvo del todo fuera del impacto de la Guerra Fría, incluso durante la coyuntura que inició en 1940. En el criterio de Díaz (2015), a partir de 1946 grupos capitalistas se aglutinaron en una asociación anticomunista; además se registraron una serie de disturbios y de actos terroristas en detrimento de la influencia comunista. Después del triunfo del Ejército de Liberación Nacional, en marzo de 1948, se instaló un gobierno de facto bajo la figura de una junta de gobierno presidida por José Figueres Ferrer, quien prefirió romper el pacto realizado años antes con la Legión Caribe -grupo constituido para derrocar los regímenes dictatoriales en Centroamérica y el Caribe- para así alcanzar el reconocimiento efectivo de las autoridades y evitar indicios de desconfianza que desembocaran en una posible reacción en su contra por parte del gobierno estadounidense a tenor con lo dictado con la doctrina Truman (Muñoz, 1990). Además durante el año y medio en que gobernó la junta, se emitió un decreto ley en el que se proscribía el partido comunista; aspecto que llegó a convertirse en un precepto constitucional una vez promulgada la carta magna del 7 de noviembre de 1949. Luego, una vez que el Partido Liberación Nacional ejerció su hegemonía durante tres décadas, se realizó una encarnizada campaña anticomunista a la que se unieron también los sectores más conservadores del país.

Para los años ochenta la posición pacífica de Costa Rica se vio comprometida, ya que al igual que le sucedió a Honduras, prestó parte de su territorio para la realización de actividades armadas en contra de los sandinistas en Nicaragua; eran estos los años de la administración Reagan cuando se calentó la Guerra Fría. En una perspectiva más amplia, en el criterio de criterio de Sojo, las relaciones entre Costa Rica y los Estados Unidos fluyeron por el cauce de una alianza estratégica

Esta alianza ha estado afincada en a la profunda y pertinaz dependencia económica de Costa Rica, en una sólida identidad ideológica y en una creciente admiración socio cultural. La identidad ideológica y la dependencia económica conforman el eje directriz de la evolución de las relaciones entre ambos países, especialmente después del cambio de correlación de fuerzas gubernamentales en Centroamérica a partir de 1979 (1991, 186).

Por último, lo sucedido en Panamá también cuenta en los anales de la Guerra Fría en el istmo, dado que desde la fundación de este estado en 1903 había sido gobernado por una oligarquía cercana a los dictados de Washington. Pero en 1977, el general Omar Torrijos renegoció el tratado canalero a fin de que los Estados Unidos lo devolvieran a Panamá el primero de enero del año 2000, y así restituir gradualmente la soberanía sobre el canal al estado panameño. Torrijos fue muerto trágicamente en un accidente aéreo en 1981 por la acción de la CIA, según cuenta su propia familia (Cooley, 2002). Luego de diferentes gobiernos que llevaron a Panamá a la deriva, el general Manuel Antonio Noriega llegó al poder después de ser quien mandaba detrás del trono, pese a que llevaba a la cola acusaciones por el brutal asesinato de Hugo Spadafora, un opositor al régimen (Connif, 2002). Noriega gozaba del beneplácito de Washington, en la persona de Ronald Reagan, por su colaboración en contra el régimen sandinista nicaragüense. Sin embargo su sucesor, George Bush, era temeroso que Noriega pudiera divulgar información turbia acerca de su complicidad en negocios oscuros durante la época de cuando Bush era director de la CIA en los años setenta; para evitarlo tomó dos medidas: la primera el embargo de los activos panameños y la negativa a pagar con dólares el uso del canal, con el agravante que dejó al país sin dinero, dado que Panamá no cuenta con moneda propia. Esto junto al no reconocimiento del gobierno títere puesto por el mismo Noriega. La segunda medida consistió en acusar al general panameño de tener vínculo con el tráfico de drogas. El 20 de diciembre se efectuó la operación “Cuchara Azul” al mando de 25.000 soldados. Según algunos estudiosos fue una de las más importantes operaciones de su género desde la guerra de Vietnam, y calificada por la ONU como una violación flagrante (Fontana, 2011). Con esta acción se barrió todo un pueblo marginal de gente humilde, el Chorrillo; con un saldo de unas 4.000 víctimas. A Noriega lo llevaron preso a Miami donde fue condenado por tráfico de drogas. Así las cosas, en Panamá se dio el cierre formal del capítulo de la Guerra Fría en Centroamérica, que de paso, da origen a otra época. El motivo del derrocamiento de Noriega no era el ser simpatizante de posiciones de izquierda o comunistas, fue haber caído en desgracia al convertirse en una figura incómoda para Bush.

A manera de capitulación, se puede anotar que lo acaecido en Centroamérica durante la última década de la Guerra Fría fue traumático; solo El Salvador recibió, por concepto de ayuda proveniente estadounidense, una suma que ascendió a los 64 millones de dólares en 1984 (Quesada, 1991). De acuerdo con Chomsky (2001), durante ese período el istmo descolló por los atributos más atroces del terrorismo de estado auspiciado por los Estados Unidos; la cantidad de víctimas, en todas sus condiciones causadas por las mal llamadas guerras de baja intensidad, excedió con creces a las generadas por el desplome de las Torres Gemelas ocurrida en la ciudad de Nueva York en setiembre de 2001.

Reflexiones finales

La evolución histórica de Latinoamérica durante el período que se extiende entre 1947 y 1989 estuvo caracterizada por los elementos siguientes.

-Un acentuado predominio de la influencia de los Estados Unidos como corolario de la Doctrina Truman que consideraba a todo experimento político como una amenaza socialista o revolucionaria, en contra de la esencia misma de la democracia. Así los regímenes más cruentos del subcontinente gozaron del beneplácito del gobierno de Washington con un acentuado interés en defender el estatus quo implantado con mano dura por los diferentes autoritarismos. Figuraron entonces los gobiernos dictatoriales de Argentina y de Chile en el Cono Sur; aún en la época en que el gobierno de Carter, nominalmente era abanderado de la defensa de los derechos humanos.

-La estabilidad de estados como el mexicano, el colombiano y el venezolano asemejaban fachadas que escondieron a lo interno verdaderas contradicciones relacionadas con los conflictos agrarios derivados del binomio latifundio-minifundio y el agotamiento del modelo de sustitución de importaciones. Dicha estabilidad fue perturbada y sucumbió durante la crisis de los años ochenta; que a su vez, constituye un punto de inflexión que afectó a todo el subcontinente y fue responsable de que a este decenio se le denominara como la década perdida.

-Al igual que lo concibe Malamud (2013), las fórmulas populistas, autoritarias y militaristas ensayadas en el subcontinente por diferentes gobiernos, en todas sus versiones, dejaron a su paso una estela de mal sabores resumidos todos en una incapacidad de estabilizar los países en términos políticos, como sucedió en el desarrollo del terrorismo de estado a la usanza argentina. En México, en tanto, se asistió a un deterioro de un PRI hegemónico que tendió a desgastarse frente a las reivindicaciones sociales y a los clamores de elecciones limpias. Finalmente en Venezuela, la desventurada presidencia de Carlos Andrés Pérez, en su segundo mandato constitucional, se desmoronaba como un castillo de naipes, fruto de los embates de la crisis, de la represión y de los vicios de corrupción.

-Los sufijos azo de Bogotazo, de Cordobazo y de Caracazo sugieren formas en que las tensiones en la historia política latinoamericana hicieron crisis en diferentes momentos y espacios según fuera la especificidad de sus países. Así por ejemplo, el primero significó para Colombia un episodio que inauguró la era de la violencia y desembocaría tiempo después en las FARCs; el segundo hizo manifiesto la incorporación in crescendo de sectores sociales de variados orígenes en una lucha frente a los abusos por parte del gobierno militar; y por último, el tercero se convirtió en la pesadilla, marcada por una respuesta represiva, que se convirtió en el principio del fin de un gobierno en Venezuela que había llegado con amplio apoyo popular, acusado luego de malversación de fondos públicos y de fraude.

-Las revoluciones que ocurrieron Cuba y en Nicaragua siguieron el patrón de los conflictos entre terceros, típicos de la Guerra Fría. En ambos procesos estuvo presente la rivalidad Este-Oeste. El primer caso marcó un punto álgido en la Guerra Fría porque desencadenó la crisis de los misiles de 1962, en tanto que en Nicaragua se asistió a uno de los conflictos más intensos correspondientes a la última fase del mundo bipolar en un contexto muy particular enmarcado en el triunfo de la revolución Islámica y la invasión soviética a Afganistán

-El saldo de la Guerra Fría en el criterio de Hobsbawm (1996), consistió en dejar a su paso un mundo confundido, dado que se acabaron las utopías llenas de ilusión de los jóvenes de los años sesenta y setenta. El mejor ejemplo fue Chile con la caída de Pinochet en 1988; las reivindicaciones no eran las mismas de Allende de 1970; su lugar fue ocupado por las consignas de libertad y democracia. Además, en el recuento de los daños ocasionados por el orden bipolar figura un mundo en ruinas; concretamente en América Latina la destrucción moral y material generado por las dictaduras, junto con las guerras sucias y las guerras de baja intensidad, han dejado una cicatriz que aún persiste en la actualidad de los diferentes países.

-A partir de las nefastas consecuencias de la Guerra Fría valdría la pena preguntarse si la periodización ampliamente conocida acerca de lo acaecido entorno a la configuración y posterior evolución del mundo bipolar, alusivas a puntos calientes y congelados de un conflicto entre dos superpoderes, tiene algún sentido para caracterizar lo acaecido en Latinoamérica entre 1947 y 1989. Esto en razón de que, como se ha sugerido por parte de la comunidad internacional, el clímax de la violencia ocurrió con el derrocamiento de Salvador Allende y el arribo de una de las dictaduras más sanguinarias del subcontinente. Paradójicamente este golpe a la institucionalidad ocurrió en 1973 en Chile con apoyo de la CIA, dentro de lo que conoce la historiografía convencional como una “paz fría”, una disminución de las tensiones entre las partes.

-Hacia 1989 la historia del subcontinente se decantaba por hechos, a menudo trágicos, que invitan al estudioso al análisis de puntos de ruptura como lo fue el inicio de la crisis del PRI en México, que reventaría al cabo de once años; el Caracazo en Venezuela en momentos de una conflictiva inestabilidad política como augurio que algo nuevo venía para el país; y en Panamá, se iniciaría con la operación “Cuchara Azul”, ordenada por Bush, dirigida al derrocamiento del general Noriega. Empero esta acción armada parece no haber deparado los efectos esperados en lo respectivo a cortar con el negocio de los estupefacientes que siguen atravesando la parte más angosta del hemisferio.

Por estas y muchas razones más, queda por analizar si el período iniciado en 1989, que en América Latina se ha denominado por muchos como transición hacia la democracia, ha significado el inicio de una nueva etapa en el desarrollo y de bienestar para la población de estos estados; pero esto último pertenece a otra historia por contar.

Egresado del Programa Latinoamericano de Doctorado en Educación, UCR. Magister Scientiae en Historia, UCR y egresado de la Licenciatura en Docencia de la UNED. Excoordinador de la Sección de Historia y Geografía de la Sede de Occidente. Profesor de la Sección de Historia y Geografía del Departamento de Ciencias Sociales de la Sede de Occidente y de la Cátedra de Historia de la Cultura de la Escuela de Estudios Generales de la Sede Rodrigo Facio. Autor de trabajos relacionados con la historia de la educación. Coautor de artículos acerca de la enseñanza de los Estudios Sociales, e historia de la reproducción de los oficios rurales. Ha impartido los cursos de Historia de la Cultura en las opciones regular y seminario participativo, Historia de las Instituciones de Costa Rica, Historia Antigua Universal, Historia Moderna Universal, Historia Contemporánea Universal, Teoría de la Historia Económica, Temas de Historia Económica en Historia Universal y Formación Ciudadana

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Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Jan-Jun 2016

Histórico

  • Recibido
    03 Mar 2016
  • Acepto
    20 Mayo 2016
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None Universidad de Costa Rica. , San José, San José/San José/San Pedro de Montes de Oca, CR, Apartado 2060, (506) 2690-0654, (506) 2666-1206 - E-mail: solano.edgar@gmail.com
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