Open-access Independencia antiimperialista: Lyndon B. Johnson en Costa Rica, la solidaridad con Vietnam y el movimiento estudiantil en 1968

Anti-imperialist independence: Lyndon B. Johnson in Costa Rica and the Vietnam solidarity of the student movement in 1968

Resumen

En la Costa Rica de 1968, un grupo de estudiantes de la Universidad de Costa Rica (UCR) supo mezclar hábilmente ideas globales y nacionalistas. La solidaridad con Vietnam, la celebración de la independencia y la soberanía fueron los elementos utilizados por el movimiento estudiantil para oponerse a la visita que hizo el presidente de los Estados Unidos al país. Este artículo propone que la solidaridad, el antiimperialismo y las nuevas formas de interpretar el pasado costarricense fueron cambios sustanciales en la cultura política de la juventud durante ese acontecimiento, en el cual se registró uno de los momentos más relevantes de la Guerra Fría para el movimiento estudiantil costarricense. El texto desarrolla ese argumento en cuatro apartados: el primero, explica la visita del presidente estadounidense al país y, el segundo, analiza la notable oposición estudiantil que esta generó. Un tercer apartado revisa la forma en que la juventud enfrentó las repercusiones de su protesta, y el cuarto detalla la trayectoria inmediata de su vocabulario político, puntualizando el caso de la solidaridad con Vietnam, sus valoraciones sobre el contexto latinoamericano y el germinal antiimperialismo estudiantil.

Palabras clave Guerra Fría; antiimperialismo; memoria; juventud; solidaridad; Vietnam; Costa Rica; movimiento estudiantil; 1968

Abstract

In 1968, a group of students at the University of Costa Rica (UCR) skillfully combined concepts of globalization with nationalism. The student movement utilized solidarity with Vietnam, the celebration of independence and sovereignty to oppose the visit of the president of the United States to Costa Rica. This article proposes that solidarity, anti-imperialism and new ways of interpreting the Costa Rican past were substantial changes in the political culture of the youth during that event, which turned into one of most relevant moments of the Cold War for the Costa Rican student movement. The article develops this argument in four sections: the first part explains the visit of the US president to the country, while the second part analyzes the considerable student opposition it generated. The third section reviews the way in which the youth confronted the repercussions of their protest. Lastly, the article examines the immediate trajectory of the students’ political vocabulary, pointing out the case of Vietnam Solidarity, their assessments of the Latin American context and the emerging student anti-imperialism.

Keywords Cold War; anti-imperialism; memory; youth; solidarity; Vietnam; Costa Rica; student movement; 1968

Introducción

Durante una mañana soleada de julio de 1968, el avión presidencial de los Estados Unidos visitó cada país de Centroamérica. A bordo, la familia presidencial y todos los presidentes centroamericanos junto a sus primeras damas fueron dejados en sus países tras una reunión conjunta en El Salvador en la que se discutía la integración económica del istmo. A las 10:46 de la mañana del 8 de julio, el avión aterrizó en Costa Rica. Lyndon B. Johnson (LBJ), su esposa y su hija bajaron por la escalinata del Air Force One junto a José Joaquín Trejos Fernández y su esposa, para disfrutar de una brevísima recepción preparada en la calurosa pista de aterrizaje del aeropuerto de El Coco, en Alajuela (L. B. J En, 1968, pp. 1, 11-15). Aunque no duraría más de una hora, la preparación había sido larga y fueron invitados los más importantes representantes del poder político costarricense (Archivo Nacional de Costa Rica, 1968). Una muchedumbre de personas, incluida una gran cantidad de niños y niñas viajó desde todas partes del país para saludar al presidente de los Estados Unidos con pequeñas banderas de papel en sus manos. Dentro del aeropuerto reinaba la algarabía que caracterizaba visitas como aquella, pero afuera la situación era distinta: un grupo de jóvenes universitarios se había reunido para protestar contra aquel líder, conocido, globalmente, por intensificar la presencia militar de su país en Vietnam. Así, aquella protesta generó consecuencias inesperadas y desconocidas para la juventud de Costa Rica (Costa Rica, 1968, pp. 1, 17-19).

Semanas después de la visita de Johnson y en la víspera de celebrarse un aniversario más de la independencia de Costa Rica, el periódico comunista Libertad publicó un texto para cuestionar la principal conmemoración del calendario patrio costarricense:

El 15 de setiembre de 1821 se firmó el acta de la independencia nacional. Después de 147 años ese documento es un pedazo de papel. Porque no gozamos de verdadera independencia ni de soberanía real. La Embajada de los Estados Unidos es el poder detrás del trono. Su policía acciona en Costa Rica y ejerce vigilancia sobre los costarricenses de todas las ideas, fiscaliza nuestras aduanas y dirige nuestras autoridades represivas. Ha eliminado el derecho de autodeterminación del pueblo costarricense… No tenemos derecho, pues, a hablar de independencia nacional 147 años después de haberse proclamado. Seremos independientes cuando rompamos las cadenas que nos inmovilizan y humillan, cuando seamos dueños de nuestros destinos, de nuestras riquezas y de la plena soberanía nacional (147 años, 1968, p. 4).

Si el contenido de ese mensaje es contrastado con el vocabulario juvenil del pasado inmediato, el cambio es altamente relevante. En 1967, cuando Fernando Berrocal Soto, presidente de la Federación de Estudiantes Universitarios de Costa Rica (FEUCR) y más tarde líder del Partido Liberación Nacional (PLN), pronunció su discurso en la celebración de esa misma conmemoración, valoró la independencia como fuente de inspiración universitaria y como una “gloriosa fecha” que debía ser celebrada con ánimo por el movimiento estudiantil costarricense. Entonces, ¿qué había sucedido en Costa Rica durante las últimas semanas para que la izquierda reflejara una posición tan crítica y con un contenido tan antiestadounidense en momentos previos a la celebración de la independencia?

Todas las acciones señaladas en el periódico, las cuales, según los comunistas suprimían la autodeterminación de Costa Rica, fueron denunciadas en días anteriores por la juventud universitaria del país. Esas denuncias habían aflorado después de la visita del presidente de los Estados Unidos al territorio nacional, cuando el movimiento estudiantil se manifestó en su contra y, a causa de ello, las implicaciones fueron inéditas. Este contexto evidencia que los cambios políticos de los países independientes de Centroamérica provocaron que sus sociedades reaccionaran de maneras diversas frente al pasado y sus festividades patrias y un momento clave para comprender los cambios en las maneras de recordar el pasado fue la Guerra Fría: un conflicto global en que el Tercer Mundo era representado transnacionalmente como apéndice de la Unión Soviética o de los Estados Unidos y como una región vaciada de agencia, soberanía o independencia política.

Por lo tanto, al viajar personalmente junto a su familia para dejar en casa a cada uno de los presidentes de Centroamérica, Johnson evidenció la importancia del istmo para la geopolítica de la Guerra Fría y todo el poder simbólico de su país sobre la región. El recibimiento preparado, los discursos pronunciados en las recepciones, la reacción de las personas y las acciones políticas desarrolladas en la región frente a la fugaz visita del presidente de los Estados Unidos son puntos determinantes para comprender la diseminación de la bipolaridad de la Guerra Fría en distintos sectores de las sociedades centroamericanas. En ellas, la característica euforia causada por la visita de un presidente estadounidense tuvo que enfrentarse al germinal antiimperialismo de algunas agrupaciones juveniles, que empezaban a incluir en su vocabulario político la solidaridad con el Tercer Mundo como enfrentamiento contra la política militar de los Estados Unidos durante el contexto global de la Guerra Fría.

Tal afrenta antiimperialista no excluyó a Costa Rica y, de hecho, en este país fue particularmente notable. Reconocido como el país de mayor tradición democrática de la región centroamericana y sobresaliente por ello en toda América Latina, al compararlo con otros países, la juventud costarricense de 1968 no había mostrado síntomas de rebeldía. Un mal que había contagiado a las juventudes europeas, estadounidenses y latinoamericanas y que mantenía ocupadas las mentes de políticos y militares de muchas partes del mundo, quienes buscaban combatirlo y erradicarlo con las armas. Ese año de 1968, ciertamente, es paradigmático al referir las protestas en París, cuando una multitudinaria juventud protestó contra un gobierno debilitado al lado de trabajadores y obreros (Klimke y Scharloth, 2008; Ross, 2002), pero el mismo año es capital para comprender hasta dónde llegaría el imperioso esfuerzo por detener la radicalización juvenil de América Latina, y así lo demuestra la numerosa cantidad de estudios sobre las protestas de 1968 y sus consecuencias, donde las armas impactaron directamente los cuerpos de la juventud y convirtieron el nombre de algunos jóvenes en víctimas mortales, mártires y memoria de los movimientos estudiantiles de 1968 (Díaz Arias, 2019; Gould, 2009).

En lugares como Costa Rica, el año de 1968 se topó con una juventud mesurada, pero en ese mismo contexto la autoridad política del país no dudó en utilizar métodos represivos para detener cualquier indicio de radicalización. Paradójicamente, mientras otras personas jóvenes bebían de la cantera radical de las guerrillas y de los ecos de la Revolución cubana (1953-1959), en este país muchachos y muchachas universitarias y de las organizaciones juveniles que apenas empezaban a extenderse en los pasillos y las aulas de la UCR, guardaban un respeto desmedido por sus autoridades institucionales y políticas, con las que constantemente establecieron procesos de consenso y negociación.

Por eso, las ideas antiimperialistas y las barbas que empezaban a crecer en algunos como signo de rebeldía, a menudo, tenían que convivir con una distancia prudencial ante las ideas transnacionales de protesta, pues como lo ha explicado Aldo Marchesi (2006), la defensa de la libertad contra la amenaza comunista cubrió la política latinoamericana: después de la Segunda Guerra Mundial esa defensa se convirtió en el discurso prevalente expresado en una retórica anticomunista beligerante y Costa Rica tampoco fue la excepción. Con una izquierda ilegalizada desde el ocaso de la década de 1940 y frente a los lenguajes de valoración bipolares de la Guerra Fría, la juventud universitaria costarricense se veía en la necesidad de mantenerse al margen de las agrupaciones comunistas y no fue sino hasta ese mismo año de 1968 que pequeños grupos de jóvenes universitarios empezaron a apropiarse del vocabulario contra los Estados Unidos y a incluirse en una demanda comunista, que solicitaba la derogación del artículo que les excluía de la democracia electoral (Chaves Zamora, 2021).

En el momento en que Johnson aterrizó en Costa Rica, la visita del presidente de los Estados Unidos podía funcionar perfectamente como el escenario para poner en práctica una nueva cultura política, demostrar, públicamente, la germinación de un vocabulario inspirado por el antiimperialismo y la existencia de preocupaciones juveniles que no estaban únicamente circunscritas al medio académico, a pesar de que ello trajera efectos negativos para quienes encabezaran tales demostraciones: la guerra de Vietnam fue el escenario transnacional que inauguró este proceso. Ante ese escenario global, la juventud costarricense mezcló su rechazo a las políticas militares de los Estados Unidos hacia los países del Tercer Mundo con sus ideas de solidaridad y con el uso de un vocabulario transnacional para dar vida a sus protestas y enfrentar de maneras originales las consecuencias de sus acciones.

Expresiones de antiimperialismo durante la segunda mitad del siglo XX como las que se evidenciaron en 1968 han sido muy poco estudiadas para el caso de Costa Rica. En un trabajo sobre la visita de John F. Kennedy al país, en 1963, David Díaz Arias (2017) ha explicado con detalle las limitaciones del antiimperialismo en ese contexto, cuando las masas recibieron con euforia al presidente. En aquel momento, Kennedy, inclusive, participó de una ceremonia en la UCR y las voces juveniles fueron poco influyentes. Fueron mucho más notables las elaboraciones discursivas de la izquierda nacional de viejo cuño, en su intento por reclamar la agencia de la región frente a la política imperial de los Estados Unidos. De hecho, al analizar los textos de 1963 escritos por estudiantes universitarios influenciados por la oposición comunista contra los Estados Unidos y en contra de la presencia de agentes de seguridad en el campus universitario, el mismo autor concluye que la izquierda de 1963 tendría que esperar algunos años más para que las nuevas generaciones se apropiaran públicamente de las ideas antiimperialistas (pp. 180-213).

Por eso, la visita del presidente Johnson a Centroamérica en 1968 encierra una particularidad y se enmarca en otro momento de la Guerra Fría. Frente a la intensificación de la presencia militar estadounidense en Vietnam, la misma Guerra Fría ha merecido la atención de una notable cantidad de trabajos que ubican el papel del Tercer Mundo en el “centro” de las preocupaciones imperiales de la Unión Soviética y los Estados Unidos. Además, estos estudios prestan especial atención a las relaciones de solidaridad hacia la región y, principalmente, entre sus mismos países. Esto expresa toda la agencia del Tercer Mundo, así como la consciencia de su papel capital en este conflicto global (Pieper Mooney y Lanza, 2017; Westad, 2020).

Desde su ascenso al poder, Johnson había recrudecido su vocabulario y sus políticas militares en contra del Tercer Mundo. La materialización más directa de ello fue la reactivación decisiva de la guerra de Vietnam y las acciones en solidaridad con este país por parte de las izquierdas del mundo entero (Geidel, 2015, pp. 149-186). En este sentido, los diversos movimientos contra la guerra de Vietnam, la globalmente conocida Campaña de Solidaridad con Vietnam, conformada por la izquierda británica y las movilizaciones contra el mismo conflicto desde las más diversas expresiones juveniles estadounidenses como el movimiento hippie, han sido temas ampliamente estudiados para la década global de 1960 (Ellis, 2014; Heineman, 1993; Hughes, 2016, pp. 102-143; Lewis, 2013; Milner, 2018; Surbrug, 2009).

También se conoce bastante sobre la solidaridad y otras relaciones de cooperación desde las regiones “centrales” hacia el Tercer Mundo, frente a movimientos sociales y coyunturas políticas, tales como los casos paradigmáticos de Chile, Nicaragua y de otros de la misma región latinoamericana (Bowen, 2020; Camacho Padilla y Ramírez Palacio, 2016; Christiaens, 2011, 2014, 2017; Stites Mor, 2013; Stites Mor y Suescun Pozas, 2018), pero se sabe mucho menos de aquellas relaciones de solidaridad tejidas y expresadas entre los países ubicados en las márgenes de las potencias militares de la Guerra Fría (Spahr, 2015, pp. 117-145; Van Dang, 2020), como las protagonizadas por la juventud de Costa Rica contra la guerra de Vietnam ante a la visita de Johnson. Así, aunque existen investigaciones recientes para el caso de las relaciones de solidaridad dentro de América Latina (Ágreda Portero y Apelt, 2020; Hatzky y Stites Mor, 2014; Power y Charlip, 2009), y otras que puntualizan en el estudio de Costa Rica, Chile, Nicaragua, Argentina, Cuba, México y Guatemala (Fernández, 2013; Jaén España, 2013; Rojas Mejías y Ramírez Hernández, 2021), lo cierto es que el énfasis ha estado orientado en mostrar las expresiones de solidaridad que llegaron hacia la región; y aquellas expresiones de solidaridad desde América Latina hacia regiones alejadas del continente son prácticamente inexploradas.

Este énfasis abre la posibilidad de comprender el Tercer Mundo de manera descentrada y colocar en un plano central las relaciones de solidaridad originadas en aquellos territorios que se imaginaban combatiendo a “enemigos” imperiales en común. En ese sentido, este trabajo busca realizar un aporte a los nuevos estudios de la Guerra Fría en Costa Rica y seguir la línea de trabajo de los Global Sixties, estudios que parten del análisis de las conexiones transnacionales que supuso la década de 1960 en virtud de sus movimientos políticos y contraculturales (Chaplin y Pieper Mooney, 2018). Adicionalmente, son centrales investigaciones como las de Christine Hatzky (2015), quien al analizar la solidaridad entre Cuba y Angola, conceptualiza este tipo de cooperación como relaciones de solidaridad sur-sur. Siguiendo esta idea, lejos de visualizar la solidaridad como una relación que se materializa en la direccionalidad “norte-sur”, con nociones que se extienden desde el “centro global” hacia el exterior por razones de obligación ideológica y moral, el estudio de las relaciones de solidaridad dentro de los países del Tercer Mundo permite evidenciar otros procesos inmateriales y subjetivos de tales relaciones: la circulación de ideas, las utopías de fraternidad abanderadas por el antiimperialismo, la defensa de los derechos individuales y colectivos, la capacidad de influenciar la opinión pública, el anticolonialismo y la autodeterminación de los países frente a imposiciones imperialistas (Hatzky y Stites Mor, 2014, pp. 128-129).

Este tipo de relaciones de solidaridad sintetizan mucha de la agencia que los países del Tercer Mundo tuvieron en el contexto global de la Guerra Fría para posicionarse en el centro del conflicto y jugar papeles protagónicos entre sí mismos. Con ello, la juventud, las agrupaciones comunistas y las sociedades que presenciaban esa solidaridad, materializada en textos políticos y literarios, protestas, manifestaciones artísticas y otras demostraciones públicas, experimentaron un impacto determinante en su vocabulario e identidades políticas, el cual quedaría almacenado en su autoconcepción, tradiciones y memorias venideras.

Para estudiar las expresiones de solidaridad, la germinación del antiimperialismo y la forma en que esto reconfiguró la valoración de las conmemoraciones nacionalistas entre un sector de la juventud costarricense, este artículo analiza fuentes periodísticas, documentos de archivo y memorias orales y escritas. Inicia con una explicación de la visita del presidente Lyndon B. Johnson a Costa Rica: analiza lo sucedido cuando el movimiento estudiantil protestó en su contra y apeló a la solidaridad con Vietnam, al antiimperialismo y el nacionalismo decimonónico. Más adelante, el texto hace énfasis en las acciones juveniles posteriores a la visita del presidente de los Estados Unidos, cuando las ideas antiimperialistas se materializaron en acciones de protesta en contra de la intervención y el militarismo estadounidense en el territorio costarricense y continúa con el estudio del peso que tuvo este contexto en las memorias y las identidades políticas de la juventud universitaria del país. La conclusión plantea una manera de comprender las acciones, a la luz de los cambios en el vocabulario antiimperialista del movimiento estudiantil y frente al contexto de 1968. Para lo anterior, en este texto se estudia, intencionalmente, en un período de corta duración. Al ser un año tan significativo para las identidades políticas de la juventud global, al tratarse de un tema relevante como la solidaridad con Vietnam y al mostrar la germinación de un vocabulario antiimperialista que siguió siendo parte del ideario estudiantil, este artículo se sitúa junto a la propuesta del historiador René Rémond (1982), quien al valorar la importancia de las coyunturas de corta duración en la historiografía, recuerda su papel trascendental; según él, cuando los acontecimientos más significativos del pasado se instalan en la memoria y son rememorados se convierten en aspectos unificadores de la generación que los vivió.

Huésped indeseable

La edición semanal del periódico de izquierda Libertad, del 6 de julio de 1968, utilizó su portada para anunciar la visita del presidente de los Estados Unidos a Costa Rica. En ella, aprovechó para aclarar que LBJ era un “huésped indeseable” en el país e informó su postura ante la reunión que se desarrollaba desde el día anterior en la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA), con sede en El Salvador. A ese encuentro, además de Johnson, habían asistido todos los presidentes de la región para discutir el futuro del debilitado Mercado Común Centroamericano y de otros mecanismos de integración económica del istmo (¡Bienvenido L.B., 1968, pp. 1, 24-25; Johnson firmó, 1968, pp. 1, 12-16; Johnson: huésped, 1968, pp. 1, 4).

Con un texto, la Comisión Política del Partido Vanguardia Popular (PVP) desestimó los esfuerzos de integración económica iniciados en 1960 a causa de haber rendido beneficios, únicamente, a los “monopolios norteamericanos” y haberse convertido en una “dictadura” sobre los gobiernos de la región. Adicionalmente, “denunciaron” que, a excepción de Trejos Fernández, todos los mandatarios de la región asistían a aquel encuentro con las “manos ensangrentadas” y que Johnson acudía a ella con “el odio de todos los pueblos del mundo y del suyo propio” por sus políticas de discriminación racial, la intervención directa sobre otros países, el bloqueo económico hacia Cuba y la guerra de Vietnam, hechos que ejemplificaban con la fotografía de un niño vietnamita, con rostro de miedo y tristeza mientras un soldado “yanqui” lo toma del brazo con fuerza (Pronunciamiento de, 1968, p. 4).

Con esta introducción textual y gráfica, el rotativo preparó el terreno para tres aspectos centrales que también advirtió en sus páginas internas. Primero, se adelantó a calificar a Johnson como un visitante “non grato”, debido a que su paso por Costa Rica provocaría un escenario poco conocido: según Libertad, desde hacía días habían llegado al país “cientos de policías secretos norteamericanos” que, bajo la justificación de proteger a su presidente, violaban la liberad de la ciudadanía (Johnson: huésped, 1968, pp. 1, 4). En segunda instancia, los comunistas aprovecharon ese contexto para hacer un “vibrante llamamiento” a los trabajadores y a la juventud costarricense para que se abstuvieran de participar en el recibimiento que el gobierno del país preparaba para la comitiva internacional (Pronunciamiento de, 1968, p. 4). Finalmente, como resultado de todo aquello, los comunistas fueron sensatos en posicionar ante la opinión pública un asunto transnacional como la oposición a la guerra de Vietnam y otro de interés nacional, el cual apelaba a la intromisión de los Estados Unidos en la política económica y la seguridad de Costa Rica. Tales denuncias las verbalizaron con argumentos caracterizados por el antiimperialismo, puesto en práctica por sus líderes desde inicios del siglo.

Aunque se había anunciado por medio de la prensa que Johnson estaría por menos de una hora en el aeropuerto de El Coco, su llegada, reuniones y discursos en El Salvador ya eran ampliamente cubiertos por la prensa costarricense desde días antes. Como parte de esa cobertura, en Costa Rica se sabía que el presidente estadounidense había sido recibido con entusiasmo y festejos en San Salvador y que él había roto el protocolo de seguridad para saludar a la multitud, pero también se sabía de momentos menos festivos: según los diarios, un grupo de trescientos jóvenes salvadoreños protestó contra la visita, acusó a Johnson por “asesinar” personas en Vietnam, lanzó huevos y pintura roja contra el carro que lo transportaba y como resultado, una decena de universitarios fueron detenidos (¡Bienvenido L.B., 1968, pp. 1, 24-25; Johnson firmó, 1968, pp. 1, 12-16; Temor por, 1968, pp. 20).

Adicionalmente, un punto medular de la información que era impresa en los mismos periódicos nacionales estaba relacionada con las dudas que algunos presidentes centroamericanos tenían sobre la intervención de los Estados Unidos en la economía de la región, Trejos Fernández entre ellos (Temor por, 1968, p. 20-21, 24). Este aspecto es una indudable muestra del cambio de actitud frente a las políticas estadounidenses hacia la región, y contrasta con la actitud de años anteriores ante la visita de Kennedy, cuando su papel solo fue cuestionado por las organizaciones de tradición comunista del país y en cuyo contexto se hizo una utilización sistemática del pasado antinorteamericano costarricense para ejemplificar dicha acusación (Díaz Arias, 2017).

En aquellos días previos a la llegada de Johnson, la única persona que explicó el cambio de actitud frente al presidente de los Estados Unidos fue el periodista Alberto Cañas Escalante en su columna diaria del periódico La República. En ella, el conocido intelectual socialdemócrata ostentó un vocabulario político apegado a los valores estadounidenses e imaginó un futuro en el que Johnson sería valorado como un gran líder preocupado por “los derechos civiles y la integración racial”. Sin embargo, él mismo fue hábil al hacer una comparación que antagonizó a LBJ con su antecesor: según Cañas Escalante (1968), Johnson carecía del carisma, el capital cultural y las capacidades intelectuales demostradas por Kennedy en su visita al país en 1963, cuando encantó a la muchedumbre que lo recibió en diferentes partes de la capital.

Asimismo, se aventuró a asegurar que la mala reputación global de LBJ se debía al contexto y los intereses que representaba, pero al hacerlo y al ubicar a Johnson como sujeto histórico, culpabilizó toda su reputación al momento específico de la Guerra Fría en que gobernaba, frente al que según el periodista, cualquier otro presidente estadounidense enfrentaría críticas similares a las que eran enunciadas contra Johnson. En síntesis, la opinión convirtió la visita de Kennedy en un recuerdo nostálgico que, difícilmente, sería opacado por Johnson. En el texto, Cañas Escalante (1968) descargó al actual presidente de la responsabilidad por las políticas que su país había asumido durante su mandato, presentó un mejor rostro de los Estados Unidos ante la opinión pública y finalizó preparando el terreno para que LBJ tuviera “unos minutos de paz” en el país (p. 8).

Por su parte, Libertad había acertado en informar sobre los preparativos de recibimiento para la comitiva estadounidense. Los periódicos previos a la visita aseguraron que el gobierno esperaba alrededor de veinte mil personas en el aeropuerto e informaron sobre el riguroso dispositivo de seguridad activado por la visita del presidente. Planeado en tan solo cuatro días, ese dispositivo incluía el cierre total del aeropuerto, la llegada de al menos trescientos “hombres del F.B.I [Agencia Federal de Investigaciones de los Estados Unidos]”, la instalación de sistemas de telefonía, una extrema vigilancia para evitar la asistencia de “revolucionarios comunistas extranjeros” y una “advertencia para comunistas” que luego cobraría mucho sentido. Según dijo el viceministro de Relaciones Exteriores, Luis Dobles Sánchez a La República, “ya hemos advertido a los comunista [sic]; a la [sic] FAU [Frente de Acción Universitaria]; Juventud Socialista, al PRA [Partido Revolucionario Auténtico] y a otros grupos que no queremos ningún problema para el lunes. No vamos a permitir un solo cartel. Si descubrimos a alguien agitando lo llevamos preso” (Recibirán a, 1968, pp. 1, 7).

Con tales declaraciones, el viceministro se apegó a un memorándum que recibió el 3 de julio de 1968: calificado como documento “secreto” por el gobierno de los Estados Unidos, allí se desplegaba el protocolo que debía seguirse en cuanto al orden y las personas invitadas, y también se prohibían las muestras de hostilidad hacia LBJ, se solicitó a la policía costarricense intolerancia total a personas agitadoras y su detención inmediata (Archivo Nacional de Costa Rica, 1968, pp. 60-61).

Ciertamente, el memorándum no solicitó vigilar las agrupaciones juveniles, pero a la vez que puso los ojos sobre el movimiento estudiantil, el dispositivo de seguridad también buscó asegurarse de la multitudinaria asistencia que esperaba y que había anunciado en la prensa. Así, un campo pagado del mismo día en que llegó Johnson ofrecía transporte gratuito desde el centro de San José hasta el aeropuerto para todas las personas interesadas (Visita de, 1968a, p. 61; Visita de, 1968b, p. 6), pero en otro campo pagado, esta vez por la FEUCR, se hizo una “denuncia” significativa. Según la organización estudiantil, en días anteriores algunos compañeros y compañeras conocidos por “tener una ideología diferente a la del presidente de los Estados Unidos” fueron vigilados por policías costarricenses y perseguidos hasta sus casas y lugares de trabajo, pero lo más relevante sucedió la noche del 6 de julio de 1968, cuando una radiopatrulla ingresó “por primera vez en la historia” al campus para una “misión especial” (El directorio, 1968a, p. 57; El directorio, 1968b, p. 22).

En esa denuncia los universitarios demostraron una afrenta que protagonizaban, al menos, desde mayo de ese mismo año contra una institución que denominaban la “Agencia de Seguridad”: semanas atrás el movimiento estudiantil protestó contra el trato represivo que recibió un grupo de jóvenes extranjeros que la prensa se apresuró a identificar como hippies, a quienes el mismo órgano detuvo, interrogó y puso en libertad tras cortar la totalidad de sus cabellos y decomisar sus documentos oficiales, con la justificación de resguardar “la moral y las buenas costumbres” (Chaves Zamora, 2020a, p. 14). Adicionalmente, insinuaron su apoyo a los universitarios comunistas e informaron que, en el intento por controlar las acciones del movimiento estudiantil, la policía había cometido una violación de la autonomía universitaria inédita en la historia de Costa Rica, la cual durante el siglo XX solamente se repetiría luego de más de una década en el Instituto Tecnológico de Costa Rica, con la finalidad de reprimir la toma del campus que ese movimiento estudiantil mantuvo por dos semanas (Molina Jiménez, 2019).

Aunque la FEUCR no lo había dado a conocer públicamente, ya para ese momento era claro que la agrupación respondería de manera positiva al “llamamiento” hecho por el PVP y se abstendría de participar en la recepción organizada por el gobierno. De lo que no se tenía certeza pública era si el movimiento estudiantil organizaría un “recibimiento” para Johnson por sus propios medios y si estaría dispuesto a desafiar la amenaza de días anteriores contra las juventudes comunistas, como efectivamente lo hizo. Sin embargo, las personas que abordaron los buses que les condujeron hasta el aeropuerto de El Coco, no se enteraron de las acciones estudiantiles sino hasta más tarde. El avión con los presidentes abordo aterrizó en una pista rodeada por dos mil personas. Enormes pancartas entre la multitud le dieron la bienvenida a Johnson y la recepción se desarrolló como estaba esperado. Al realizarse detrás de las barreras del aeropuerto durante poco menos de una hora, se trató de un momento festivo y muy controlado: altos dispositivos de seguridad; efusivas muestras de afecto al presidente; música y bailes folclóricos, a los que se unió la hija de Johnson; café y discursos que insistían en excepcionalizar a Costa Rica frente al resto de la región (Costa Rica, 1968, pp. 1, 17-19; L. B. J.: En. 1968, pp. 1, 11-15).

Cuando LBJ se dirigió a la multitud, habló sobre la democracia, la justicia social, el orden y la paz que caracterizaban a Costa Rica, pero quiso ir más allá, al buscar un elemento en común con Trejos Fernández, quien antes de ocupar la silla presidencial (1966-1970) había trabajado como profesor de la UCR: el presidente estadounidense evocó su propio pasado para recordar cuando él fue maestro, cuya experiencia le obligaba a reconocer en la educación “la mejor esperanza para el progreso” y de inmediato, aseguró que Costa Rica representaba,

un ejemplo para toda América Latina… Esta es una nación en la que la casa escolar es el centro de la vida nacional –donde hay más maestros que policías– y donde los escolares son a menudo estadistas. Yo entiendo que Costa Rica ha invertido 43 por ciento de cada colón de impuestos en educación. Yo sé que es una inversión que continuará pagando grandes dividendos a esta nación a través de toda la región (Costa Rica, 1968, pp. 17).

Al final de su discurso, el presidente aseguró que una de las tareas pendientes en la región era aumentar los presupuestos nacionales destinados a la educación y se despidió con la confianza de que Costa Rica lideraría la ejecución de esa empresa con el apoyo financiero de los Estados Unidos. Con ello, Johnson no solo particularizó al país frente a toda América Latina, sino que con sus palabras, posicionó a Costa Rica como un país exitoso, progresista y ejemplar en el escenario latinoamericano de la Guerra Fría, porque a pesar de sus condiciones regionales, había decidido apostar por destinar dinero a educar a sus ciudadanos, y, finalmente, deseó que ese escenario se extendiera por la región. Pero la razón de este interés no tenía nada que ver con su biografía, sino con la teoría del capital humano. Según investigaciones recientes esta fue una política anticomunista extendida alrededor del mundo e intensificada durante la Guerra Fría por los Estados Unidos, con la cual se proponía que la inversión en salud, políticas sociales y en educación, permitiría alcanzar el desarrollo en regiones marginalizadas y convertiría ese desarrollo en un arma infalible para detener el ascenso del comunismo y enfrentar el desafío global de las izquierdas (Molina Jiménez, 2018).

Johnson asesino

Para decepción de LBJ, la “inversión” educativa de Costa Rica también había generado una masa crítica de jóvenes universitarios enterados de temáticas transnacionales, conscientes del papel de los Estados Unidos en el Tercer Mundo y con un posicionamiento ampliamente informado sobre la ofensiva militar que el ejército estadounidense emprendía en el territorio vietnamita, en plena Guerra Fría; por lo que mientas él hablaba a una multitud que le aplaudía, otros permanecían fuera del aeropuerto y protestaban contra su visita.

Los estudios históricos demuestran que, desde el inicio de su gobierno, Johnson había recrudecido su vocabulario anticomunista y había intensificado la presencia militar de Estados Unidos en Vietnam. Allí, los estadounidenses emprendieron una desigual guerra de dos décadas (1955-1975) para impedir que el sur capitalista de Vietnam se uniera a su opuesto comunista del norte en un solo bloque soviético (Kort, 2017). En esta guerra se dio una circulación global de imágenes en las que niños, niñas, mujeres y soldados de todas las edades eran víctimas de los ataques bélicos y del uso de armas químicas. La cantidad de muertes que cobraba el conflicto generó amplias movilizaciones juveniles, rejuveneció los movimientos globales por la paz y revitalizó el antiimperialismo; despertó la simpatía hacia movimientos revolucionarios como el de Cuba, demostró los límites intelectuales de las ideas anticomunistas y los alcances de la nueva izquierda, que empezaba a consolidarse como un movimiento de alcance global (Frey, 2008; Tomes, 1998; Wallerstein, 1989).

La rápida visita de Johnson a Costa Rica se extendió entre las 10:46 y las 11:50 de la mañana del 8 de julio de 1968 (Costa Rica, 1968, pp. 1, 17-19; L. B. J.: En, 1968, pp. 1, 11-15), pero su nombre siguió siendo aludido en los próximos días por la opinión pública del país. En este sentido, esas noticias que celebraron las palabras pronunciadas por LBJ, dieron otra información que generó un debate mucho más largo. Mientras todo se desarrollaba en orden dentro del aeropuerto, dos grupos de personas se concentraron en dos lugares diferentes del país para protestar contra Johnson (Costa Rica, 1968, pp. 1, 17-19).

El primer grupo, compuesto exclusivamente por estudiantes, se reunió a las afueras del aeropuerto de El Coco y, el segundo, frente al busto de Juan Rafael Mora Porras, en el centro de San José. La manifestación de ambos grupos –que la prensa también identificó como personas de “filiación marxista”– se desarrolló en paralelo, y los periódicos interpretaron que aquellas concentraciones fueron primordialmente juveniles y posicionadas contra los Estados Unidos y la guerra de Vietnam. Asimismo, las concentraciones tuvieron una duración mucho más corta que la visita de Johnson, porque según las noticias, la policía rápidamente detuvo a los jóvenes “marxistas” y los trasladó hasta comisarías. Finalmente, los policías arrestaron a una treintena de personas, entre ellas algunos estudiantes (Denuncia de, 1968, pp. 1, 5; 28 manifestantes, 1968, p. 10).

Al enterarse de esto, y de que uno de los detenidos era el presidente de la FEUCR Jorge Gutiérrez Gutiérrez, el rector de la UCR, Carlos Monge Alfaro, hizo las diligencias necesarias para la liberación de las personas detenidas, entre quienes figuraron nombres como el de Vladimir de la Cruz de Lemos, Ronald Sánchez Ortiz, Óscar Madrigal Jiménez, Lenín Chacón Vargas y Patricia Mora Castellanos (Autoridades detuvieron, 1968, p. 20), algunos de los cuales serían personas conocidas por su liderazgo político y activismo en diversos movimientos sociales del país a lo largo del siglo XX y XXI.

El mismo día, tras ser puestos en libertad por intervención del rector, un grupo de universitarios logró reunirse con el presidente de la Asamblea Legislativa, Fernando Volio Jiménez. En esa reunión, el presidente de la FEUCR ofreció detalles interesantes para comprender lo sucedido en las afueras del aeropuerto. Según Gutiérrez Gutiérrez, él y sus compañeros habían sido reprimidos de manera violenta por los oficiales de policía en cuanto extendieron sus afiches, los cuales expresaban frases como “Kennedy…”, y en otro se leía “Viva Costa Rica”; pero según los diarios, el motivo de la detención había sido otro, que portaba “un grupo de universitarios de tendencia marxista” con la inscripción: “Johnson: ¿cuántos niños mataste hoy en Vietnam?” (Autoridades detuvieron, 1968, p. 20; Protesta popular, 1968, p. 5).

En la misma reunión se dio a conocer que una situación similar había sucedido en el centro de San José, donde un grupo de jóvenes cargaron una pancarta enorme con la inscripción “Johnson asesino” y, según la información periodística, esto despertó la molestia de algunas personas que transitaban por la ciudad, quienes reportaron la protesta a las autoridades policiales. Otros detalles interesantes fueron revelados en esa reunión: los universitarios reiteraron su molestia por haber sido “perseguidos”, denunciaron que compañeros suyos identificados con el marxismo fueron interrogados en días anteriores, notificaron sobre la agresión y exceso de la fuerza, el autoritarismo, el maltrato y las detenciones arbitrarias durante la concentración contra Johnson (Denuncia de, 1968, pp. 1, 5; 28 manifestantes, 1968, p. 10). Al final, con una sospecha que los comunistas hicieron pública días después, solicitaron a los diputados investigar a la Agencia de Seguridad que les había hostigado y detenido, así como sus fuentes de financiamiento, pues aseguraban que este se trataba de un “órgano político represivo militar”, “infiltrado” en el país y de una “sucursal en Costa Rica de la CIA [Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos]” (Protesta popular, 1968, pp. 1, 5).

Cuando los comunistas informaron en Libertad sobre los hechos del 8 de julio de 1968, aprovecharon para disputar el liderazgo de las concentraciones juveniles y aportaron nuevos elementos para interpretar las acciones contra Johnson. En primera instancia, aseguraron que fue el PVP el encargado de protestar en el centro de San José y que quienes se concentraron en el aeropuerto fueron únicamente los jóvenes de la FEUCR (Protesta popular, 1968, pp. 1, 5). En segundo lugar, esbozaron muchos de los conceptos utilizados en los próximos días para oponerse a las acciones policiales: aseguraron que los “yanquis” habían “ocupado” el país y “pisoteado la soberanía nacional” (Yanquis pisotean, 1968, p. 4); insistieron en que la Agencia de Seguridad de Costa Rica había seguido órdenes directas del FBI y de la CIA y, finalmente (Sucursal de, 1968, p. 4; Agencia de, 1968, p. 4), informaron que las acciones de represión del centro de San José habían sido coordinadas por Vico Starke, el “jefe militar” del Movimiento Costa Rica Libre (Jefe militar, 1968, p. 5), la agrupación anticomunista y paramilitar de ultraderecha que operó en el país entre las décadas de 1960 y 1980 (Nigro Herrero, 2017). Como dato trascendente, Libertad informó que días después de la visita de LBJ daría inicio la semana universitaria, que incluía el desfile de carrozas y un carnaval en el centro de San José, por lo que ese año la FEUCR también se encargaría de organizar una protesta en contra de la CIA (Protesta popular, 1968, p. 5).

De la información que circuló, es notable que para ese momento los mismos medios reconocieran públicamente la existencia de universitarios identificados con el marxismo, detalle bastante significativo, porque frente a movimientos de protesta que se desarrollarían en años siguientes a 1968, la misma prensa intentaría resguardar el prestigio institucional de la UCR y, al hacerlo, buscaría antagonizar al movimiento estudiantil de las agrupaciones comunistas (Chaves Zamora, 2018). No obstante, ya para este contexto era clara la existencia de integrantes del movimiento estudiantil que también pertenecían a nuevas organizaciones de izquierda, como la Juventud Socialista y el FAU, conocido por ser el ala estudiantil del PVP. Otro elemento relevante que guarda similitudes con la oposición que los comunistas encabezaron contra Kennedy cinco años antes, es el uso sistemático del nacionalismo liberal del siglo XIX para oponerse a los Estados Unidos (Díaz Arias, 2017), ahora evidente en la concentración frente al busto de Juan Rafael Mora Porras, presidente del país durante la Campaña Nacional de 1856-1857, opuesta al filibusterismo estadounidense y el personaje heroico más arraigado en la historia oficial, la memoria y la cultura costarricense (Molina Jiménez y Díaz Arias, 2021).

Finalmente, lo más relevante de la protesta es un cambio en la cultura política del movimiento estudiantil. Según la investigación de Scarlett Aldebot-Green (2014) sobre la juventud de Costa Rica durante las décadas de 1940 y 1980, un aspecto llamativo de este movimiento es que, conscientes de los límites de la cultura costarricense, en sus reivindicaciones se apropiaron del nacionalismo, se mantuvieron al margen de los discursos transnacionales de protesta y tuvieron un cuidado especial a la hora de moldear nuevas identidades juveniles que no fueran excluyentes de la política nacional (pp. 157-163).

No obstante, esta coyuntura muestra una elaboración más sofisticada. Philipp Gassert y Martin Klimke (2009) insisten en que, durante 1968, muchas personas se imaginaron a sí mismas como una “comunidad global de protesta” (p. 6), y aunque en Costa Rica este contexto global no generó el impacto que en otros lugares del mundo y de la región, lo cierto es que, durante aquellos días de 1968, la juventud universitaria sí abanderó una reivindicación transnacionalmente conocida por ser parte de la nueva izquierda, como lo fue la oposición a la guerra de Vietnam. Además, al hacer referencia al financiamiento de la Agencia de Seguridad y en vista de que la misma prensa había dado a conocer la visita de cientos de “policías secretos” del FBI (Recibirán a, 1968, pp. 1, 7), dejaron ver el fuerte contenido antiimperialista y antimilitar de su denuncia y, a la vez, convirtieron el nacionalismo liberal en un arma de oposición a los Estados Unidos. Adicionalmente llevaron sus inquietudes hasta los más altos funcionarios del Estado y hacerlas públicas de manera sistemática por todos los medios disponibles, aún con la incertidumbre de cómo serían interpretadas sus acciones.

Marcha del silencio

Al no salir de ese aeropuerto, Johnson no advirtió las protestas juveniles contra él y sus políticas hacia el Tercer Mundo, ni supo del contenido antiimperialista que aquellas acciones habían hecho germinar en el movimiento estudiantil de Costa Rica. Mucho menos fue posible que el presidente advirtiera la agitada discusión que generaron las acciones estudiantiles en su contra y la forma en que los universitarios fueron interpretados por sus movilizaciones. Quien sí se enteró de lo acontecido fue Trejos Fernández y tras un acalorado debate en la Asamblea Legislativa donde se replicaron las denuncias estudiantiles, el presidente ofreció una conferencia de prensa (Protesta por, 1968, pp. 1, 13).

Con sus palabras, el presidente aceptó la visita de “el personal de los servicios de inteligencia y de seguridad del gobierno de los Estados Unidos que vinieron a Costa Rica para velar por la seguridad de su presidente” y aseguró que asumía la responsabilidad del “disgusto por cuanto ello pueda significar a nuestra soberanía”, sin embargo, aseguró que las protestas contra políticos norteamericanos no solamente eran algo normal, sino que también lo era evitar demostraciones de hostilidad contra ellos y esto era, según el presidente, más justificable en el caso de los Estados Unidos, cuyos protocolos de seguridad se habían extremado desde el asesinato de Kennedy en noviembre de 1963 (Por incidentes, 1968, p. 21; Durante visita, 1968, pp. 1, 13).

Desde el día siguiente a la visita de Johnson y durante las próximas semanas, algunas personas escribieron su opinión sobre lo sucedido. Si bien, los editoriales del periódico La Nación evidenciaron un vocabulario fuertemente apegado a la bipolaridad de la Guerra Fría e hicieron referencia a la seguridad nacional estadounidense para justificar la represión policial, lo cierto es que pocas de las opiniones que fueron publicadas en esos días hicieron tal cosa (Vivir en, 1968, p. 14; La seguridad, 1968, p. 14). La República tomó distancia de una lectura como esta e inclusive se aventuró a calificar aquella visita como innecesaria e intrascendente: según su texto editorial, recibir a un presidente de Estados Unidos se había convertido en una “calamidad” para los países del Tercer Mundo y había expuesto a Costa Rica a un escenario de seguridad nacional que era incapaz de asegurar, poniéndolo en desventaja frente a los servicios de inteligencia y seguridad estadounidense (Visitas de, 1968, p. 8). En este sentido, pronto surgió una crítica contra las acciones conjuntas de los policías estadounidenses con los del país, quienes, según las opiniones, trataron de emular una cultura militar de la que Costa Rica carecía oficialmente desde años atrás (Guier Sáenz, 1968, p. 15), y el resultado fue la entrega de la autoridad y el orden a órganos policiales estadounidenses durante algunas horas y permitiéndoles dar la orden de reprimir estudiantes (Condenable entregar, 1968, p. 14).

La única opinión que simpatizó con los estudiantes de manera directa fue publicada por cinco connotados profesores de la UCR. Allí, utilizaron el lenguaje con el que los universitarios denunciaron a la Agencia de Seguridad por sus abusos y condenaron la detención del presidente de la FEUCR. Manuel Formoso Herrera fue el más incisivo al aseverar que la Agencia de Seguridad era “una oficina pública que existe para luchar contra el comunismo” e insistió al decir que esta era “la maquinaria del Estado puesta al servicio de la persecución de una idea. Esta Agencia de Seguridad representa la forma más torpe y más ineficaz de anticomunismo” (Catedráticos universitarios, 1968, p. 37). Fue así como la Agencia de Seguridad trató de responder a las críticas mediante campos pagados, pero sus palabras únicamente afirmaron las críticas de días anteriores y contribuyeron a dar la razón a las acciones juveniles (La Agencia, 1968a, p. 26; La Agencia, 1968b, p. 6).

Consecuentemente, junto a los argumentos esbozados en la prensa durante los días posteriores a la visita de Johnson, los universitarios también se incluyeron en el debate público. El 10 de julio de 1968 publicaron en La República un campo pagado de página completa, donde compararon las acciones de la Agencia de Seguridad con las cometidas en las “más oscuras dictaduras latinoamericanas” y así cuestionaron el sistema democrático costarricense. Para argumentar el comunicado, la FEUCR aseguró que la detención de un presidente de ese órgano estudiantil era inédita en la historia de Costa Rica y que significaba un acto represivo comparable con los regímenes de Uruguay, Argentina o Haití. Finalmente, trataron de desligarse del contenido antiimperialista de la protesta, al afirmar que habían sido otros universitarios –y no la directiva de la FEUCR– los encargados de iniciar una “manifestación antinorteamericana” (¡Nuestra más, 1968, p. 11).

Al ser analizado, el vocabulario político que usaron los universitarios fue cuidadoso e impactante. Su intento por desligarse de las manifestaciones antiimperialistas estaba motivado por el claro conocimiento sobre la opinión pública costarricense, que indudablemente rechazaría muestras de enemistad con los Estados Unidos, pero frente a las ideas verbalizadas por Johnson que singularizaban a Costa Rica del resto de América Latina, el uso del contexto regional, el autoritarismo, las dictaduras y el cuestionamiento a la democracia costarricense, el uso de la palabra fue particularmente ágil.

Con ese utillaje discursivo y en pleno festejo de la semana universitaria (Júbilo, serpentinas, 1968, p. 22), el movimiento estudiantil de la UCR convocó a una manifestación por San José en contra de la CIA y “de los agentes de seguridad norteamericanos del FBI”, por el cierre de la Agencia de Seguridad de Costa Rica y la destitución de su director a causa de las detenciones arbitrarias de sus líderes en días pasados, mientras protestaban contra LBJ. El éxito de esa protesta fue asegurado gracias a que en su convocatoria, la FEUCR aseguró que se manifestarían en paz, en defensa de la legalidad, la democracia costarricense y en compañía de docentes y autoridades universitarias como el rector (Universitarios mantendrán, 1968, pp. 1, 11).

Además de construirse como los adalides públicos de la paz, la democracia, las tradiciones políticas y la identidad costarricense, otro aspecto que aseguró la confluencia en la protesta fueron las organizaciones que se unieron, pues además de contar con la simpatía de algunos diputados, el más significativo apoyo a la convocatoria de la FEUCR fue el de la Juventud del Partido Liberación Nacional (PLN), el órgano político juvenil más numeroso e influyente del país. Esa manifestación fue convocada por la FEUCR como la “Marcha del silencio” y se realizaría el 12 de julio de 1968 como acto de clausura de la semana universitaria (Marcha del, 1968c, p. 12). Junto a la convocatoria de la FEUCR, el presidente de la Juventud del PLN, Manuel Carballo Quintana, dio declaraciones a la prensa para comunicar su apoyo a la marcha y sus audaces palabras ubicaron a la juventud costarricense en el contexto global de la Guerra Fría, esto al asegurar:

Creemos que al igual que en París, en Río de Janeiro, en Praga, Varsovia y el resto de las capitales del mundo, va llegando la hora en que la juventud costarricense tendrá que iniciar la lucha en las calles de San José, tomando como bandera la defensa de nuestras libertades democráticas, q’[sic] son conquistas de nuestro pueblo y la juventud, frente a los planes represivos de la gente que hoy ocupa el poder (Manifestación de, 1968, p. 14; Marcha del, 1968a, p. 47).

Con sus palabras de convocatoria, el joven Carballo Quintana, quien años después sería un reconocido líder de su partido, demostró un conocimiento significativo del contexto global de las protestas juveniles y contextualizó a la juventud costarricense en ese escenario transnacional como pocas personas lo hicieron en 1968; además, usó el mismo contexto para advertir a sus mayores hasta dónde estaba dispuesto a llegar el presidente de la juventud más relevante del país en ese momento; no obstante, de sus palabras, otro elemento es aún más relevante: al mencionar que 1968 era el momento para que la gente joven iniciara la “lucha en las calles”,sus declaraciones hablaron muchísimo de la cultura política del movimiento estudiantil del ocaso de la década de 1960, pues dejó claro que la protesta callejera era un terreno poco conocido de la juventud costarricense para aquel momento y por ello, la “Marcha del silencio” es un hecho clave para comprender la forma en que la juventud universitaria moldeó nuevas identidades y se aventuró a imaginar otras formas de protestar, de enfrentarse a la opinión, a la autoridad y a la represión de sus acciones.

El viernes 12 de julio de 1968, a partir de las 7:00 de la noche, la “Marcha del silencio” recorrió las principales calles de San José, pero su valoración fue muy distinta a la que recibían los movimientos de protesta referidos por Carballo Quintana. En su edición semanal, Libertad reportó la asistencia de al menos cinco mil personas entre estudiantes y organizaciones sindicales (Contra la, 1968, p. 1), pero lejos de ser interpretados a la luz de las rupturas en la cultura política, que de hecho significó esa multitudinaria protesta contra la CIA y el FBI, la prensa comunicó lo sucedido y al hacerlo, intencionalmente vació las acciones de contenido político.

Transcribieron un fragmento del único mensaje que dio Gutiérrez Gutiérrez al inicio de la protesta, que enfatizaba la paz y el antimilitarismo. De hecho, los diarios tradicionales como La República y La Nación buscaron representar “positivamente” la manifestación estudiantil, y la valoraron como un evento “ordenado”, pacífico y en contra de la violencia, en el que la FEUCR marchó junto a los profesores que, días atrás, les apoyaron en la prensa. Adicionalmente, en su intento por borrar el contenido antiimperialista de la marcha, la misma prensa recalcó que los universitarios cargaban banderas nacionales, carteles en contra del militarismo, de la Agencia de Seguridad; y en suma, se afirmó que el silencio solamente había sido roto para cantar el Himno Nacional de Costa Rica (Manifestación, 1968, p. 1; Marcha del, 1968b, p. 6; ¡Violencia no!, 1968, pp. 1, 9). Como era común en noticias como estas, cuando La República comunicó sobre algún inconveniente en el desarrollo de la protesta, aceptó que fueron “extremistas” –es decir, jóvenes comunistas del PVP– quienes detuvieron la agresión de los miembros del Movimiento Costa Rica Libre y que, al finalizar la marcha, el gobernador de San José había celebrado que los universitarios destacaban “por una virtud de los costarricenses: el civismo” (¡Violencia no!, 1968, p. 9).

Así las cosas, la información que dio a conocer la prensa olvidó el lenguaje que, días atrás, habían expresado algunos jóvenes universitarios opuestos a la llegada de LBJ y, como es evidente, la FEUCR también trató de distanciarse del tono antinorteamericano que inicialmente manifestaba y lo sustituyó por otro orientado, primordialmente, a los valores tradicionales de la identidad nacional costarricense, cuyas raíces se sitúan en el siglo XIX. Los universitarios actuaron así al ser conscientes del peso que estas denuncias generaron entre políticos tan importantes como los presidentes de los dos poderes más altos del país, pero también tomaron esta nueva actitud con el pleno conocimiento del cambio en la cultura política que significaba para el movimiento estudiantil un hecho tan poco común en aquellos años, como protestar en las calles.

Los universitarios eran igualmente conscientes de que la FEUCR era el único movimiento estudiantil del país y del prestigio de su institución en el medio costarricense. Por si no fuera poco, era bien conocido que en sus protestas habían participado comunistas jóvenes y de viejo cuño, de manera que utilizar el nacionalismo y ser valorados por su “civismo” les permitía ser vistos con buenos ojos. Así, muy pronto los universitarios dejaron de ser noticia por sus acciones contra Johnson y alcanzaron el objetivo buscado, pues en agosto de 1968, la Agencia de Seguridad dejó de existir como un órgano independiente y se convirtió en una sección de la Dirección de Investigaciones Criminales (D.I.C. absorbió, 1968, p. 10). Sin embargo, al protestar contra el órgano represivo y las autoridades locales, las juventudes de aquel momento demostraron que comprendían que el contexto imperial de la Guerra Fría no vaciaba de agencia los gobiernos y las élites políticas de América Latina y conocían la responsabilidad del gobierno de Trejos Fernández en la represión de sus acciones.

Aldo Marchesi (2021) recuerda que la violencia interestatal es uno de los principales legados del imperialismo estadounidense en el contexto de la Guerra Fría y esto expone, solo parcialmente, la amplitud conceptual del antiimperialismo de la época. El mismo Marchesi advierte que, tal y como lo hicieron los universitarios, la utilización del siglo XIX como arma política fue una constante en la articulación del vocabulario antiimperialista de América Latina. Así, al explicar la trayectoria del antiimperialismo como concepto político en la región, el historiador señala que la utilización de Simón Bolívar fue clave para moldear el antiimperialismo y esto alcanza su máxima expresión en la Venezuela de fines del siglo XX.

Al dilucidar esta trayectoria, Marchesi (2021) advierte que las relaciones de América Latina con los Estados Unidos están marcadas por la dicotomía imperialismo/antiimperialismo y, aunque propone que el antiimperialismo se intensificó con la Guerra Fría, también recuerda que ya desde el siglo XIX existían ideas centradas en cuestionar la presencia de los Estados Unidos en la región. Por esto, lejos de aceptar la narrativa anticomunista que imaginaba una fuerte influencia de la Unión Soviética sobre el movimiento antiimperialista de la región, lo cierto es que las críticas al imperialismo estadounidense no estaban necesariamente acompañadas de apoyo o de una postura positiva hacia el bloque soviético. Muestra de ello es que no fue sino hasta el triunfo de la Revolución cubana que se creó un imaginario geopolítico radicalmente nuevo, en el cual escapar de la hegemonía estadounidense se convirtió en una posibilidad real y se sabe que este proceso no nació alineado a las políticas soviéticas. Así, la década de 1960 dio lugar a reflexiones intelectuales y políticas que conceptualizaron el papel de los Estados Unidos en el siglo XX, y a discusiones sobre el fenómeno del imperialismo estadounidense que propiciaron nuevas ideas y acciones políticas (pp. 438-449).

El caso concreto de Costa Rica no escapa de este amplio contexto. La revisión de las protestas de años posteriores no deja duda de que la lección aprendida por la juventud en julio de 1968 funcionó para escenarios futuros de oposición, cuando también se usarían armas como el nacionalismo liberal costarricense del siglo XIX para oponerse, sistemáticamente, a los grandes proyectos empresariales norteamericanos que quisieron instalarse en Costa Rica a inicios de la década de 1970 (Chaves Zamora, 2020b).

El cambio en la forma en que los universitarios se enfrentaron a las conmemoraciones más representativas de la identidad nacional ya había sido advertido por David Díaz Arias (2006). Al estudiar la festividad de Juan Santamaría, el historiador notó una transformación en la manera en que los estudiantes de 1970 se apropiaron de las gestas de aquel joven decimonónico, a la vez que empezaban a utilizar el recuerdo del héroe como una herramienta para oponerse a la transnacional Aluminum Company of America (ALCOA) y lo convertían en un ícono antiimperialista por su afrenta antiestadounidense en el siglo anterior (pp. 61-66). El mismo autor ha evidenciado que el peso de estas nuevas interpretaciones antiimperialistas, evidentes en un vocabulario radicalizado y en la reinterpretación del pasado nacional, hicieron que, desde finales de la década de 1970, los gobiernos de turno empezaran a incluir, con mucha más insistencia, a las juventudes en las celebraciones patrias oficiales del Estado y, así, los presidentes moldearon, nuevamente, la imagen pública y la identidad de la juventud, pero ahora en una versión menos radicalizada (Díaz Arias, 2018).

No obstante, un último elemento sobresaliente fue desatendido por la prensa que cubrió las acciones estudiantiles, ya que aquellas ideas antiimperialistas contra la guerra de Vietnam no habían sido una emulación de las manifestaciones salvadoreñas, como lo insinuaron algunos comentarios posteriores a la protesta contra Johnson (Por incidentes, 1968, p. 21; Durante visita, 1968, pp. 1, 13), sino que se trataba de una inquietud ampliamente conocida por miembros del movimiento estudiantil y de otras organizaciones políticas de la juventud costarricense. En este sentido, es significativo que esta inquietud no terminó con la visita del presidente de los Estados Unidos en 1968. Todo lo contrario, semanas después del acontecimiento, alcanzó su máxima expresión: esto hizo que algunas personas jóvenes del movimiento estudiantil tuvieran una experiencia verdaderamente transnacional frente a este tema central de la Guerra Fría y que esto quedara como uno de los recuerdos juveniles más privilegiados de esa generación.

Combativa solidaridad

Juventud fue un folleto de pocas páginas que la Juventud Socialista Costarricense editaba ocasionalmente y que repartía como suplemento a las páginas de Libertad. En una de sus ediciones, publicada el 6 de enero de 1968, Juventud tituló su portada con letras grandes que únicamente decían “VIETNAM”. Al lado, en un texto se podía leer:

Un grupo de miembros de la Juventud Socialista Costarricense efectuó el 20 de diciembre dos demostraciones de combativa solidaridad con la lucha gloriosa y heroica que libra el pueblo vietnamita contra el agresor norteamericano. Al mediodía de esa fecha aquellos jóvenes, tanto en la Avenida Central como en una de las esquinas del Mercado Central, lanzaron miles de hojas sueltas, gritaron lemas de repudio a la agresión yanqui y levantaron tribuna ante el numeroso público que se congregó allí. Fueron actos que el deber solidario imponía a los jóvenes revolucionarios de Costa Rica… Pero los mítines públicos celebrados por la Juventud Socialista no se limitaron únicamente a proclamar el apoyo al pueblo vietnamita, sino que también constituyeron actos en defensa de la paz mundial que en estos momentos corre su principal peligro precisamente con la locura de la escalada yanki [sic]… Esta genuina y activa preocupación por los destinos de la paz, expuesta en las calles de San José por los jóvenes socialistas, coincide con la noble iniciativa, lanzada por el Papa Pablo VI, de dedicar el primer día de cada año a la defensa de la paz, a alertar la conciencia de los pueblos ante los peligros que la amenazan de muerte… Luchar por la paz es hoy luchar contra la agresión norteamericana en Vietnam (Vietnam, 1968, p. 1).

Sobresale que los jóvenes estrecharan públicamente dos elementos nuevos en su cultura política como las manifestaciones de solidaridad con Vietnam y su fuerte vocabulario antiimperialista con un aspecto como el catolicismo, de profundo arraigo en la Costa Rica de finales de la década de 1960. Aún más sagaz fue la capacidad de los jóvenes al presentar la iniciativa papal como justificante de sus acciones y sus ideas opuestas a las políticas militares de los Estados Unidos en el Tercer Mundo. Adicionalmente, en el mismo texto dejaron claro que la materialización y la manifestación pública de aquella solidaridad estaba inspirada en dar a conocer lo sucedido en Vietnam dentro del medio nacional, pero también anunciaron que lo hacían motivados por la resolución de la Jornada Internacional de Solidaridad con Vietnam que había adoptado el Mitin Continental de Juventudes, realizado en noviembre de 1967 en Santiago de Chile (Vietnam, 1968, p. 1).

Al igual que la religión, el nacionalismo nuevamente fue utilizado para justificar la oposición contra la guerra de Vietnam, y esto también se asemeja a la forma en que, una década antes, los comunistas costarricenses de viejo cuño habían moldeado el antiimperialismo en el centenario de la Campaña Nacional (Díaz Arias, 2017). En un texto del poeta Arturo Montero Vega para Libertad, el autor estableció un paralelismo directo entre el contexto de Centroamérica y Costa Rica, hacia mediados del siglo XIX, con el de Vietnam de ese momento, al imaginar que el enemigo de ese país era el mismo que habían combatido las tropas nacionales de la Campaña Nacional: “William Walker viene de nuevo / hollando territorios, / con sus pies miserables, / y su podrida herencia de soldado / pero ahora en aviones supersónicos” (Canto a, 1968, p. 3). En este sentido, otro texto de solidaridad con Vietnam más radicalizado que el anterior fue escrito por los jóvenes comunistas en 1968 y publicado en Juventud durante el mes de febrero. En él, sus palabras, impresas todas en color rojo, estuvieron altamente permeadas por la oposición a los Estados Unidos y del texto sobresale la esperanza que los comunistas tenían en el contexto global de solidaridad,

Una ola de renovada admiración y solidaridad ha recorrido el mundo… El Viet Nam tiene de su parte a la humanidad entera, mientras el imperialismo se aísla cada día más. Todos los hombres amantes de la paz y la justicia repudian con todas sus fuerzas la masacre por parte de los Estados Unidos de un pueblo situado a miles y miles de millas de sus costas y que ha dispuesto vencer o morir por su legítimo derecho a la independencia nacional, a escoger el régimen social y político que le parezca y luchar por su felicidad. En la sagrada lucha del pueblo vietnamita han jugado un papel de primera línea los jóvenes y los estudiantes que sacrifican todos los días sus vidas con arrojo y una decisión incomparables [sic]. ¡Saludamos una vez más a la juventud y los estudiantes del Vietnam! La juventud del mundo está con Vietnam. Desde Europa a Asia, desde África a América los jóvenes obreros, campesinos y estudiantes brindan solidaridad diaria y plena al pueblo y la juventud vietnamitas. Los jóvenes norteamericanos se incorporan en forma creciente al torrente de lucha antibelicista y muchos de ellos entregan sus cartillas militares para no ir al Viet Nam (Viva el, 1968, p. 1).

El énfasis que el texto ofreció al papel de la juventud en la solidaridad global con Vietnam es verdaderamente relevante. Los estudios encargados de analizar dicha temática, en efecto, afirman que el papel de las organizaciones juveniles fue altamente significativo y fueron estas mismas organizaciones las encargadas de hacer llegar la solidaridad hacia este país a casi todos los rincones del mundo. Tales actividades se intensificaron de manera decisiva en 1966, después de la Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina, mejor conocida como la Conferencia Tricontinental, realizada en Cuba. Allí el tema central fue Vietnam, y se recuerda la frase paradigmática del Che Guevara cuando, en un texto publicado para esa ocasión, aseguró que las izquierdas del mundo entero esperaban “dos, tres, muchos Vietnam”, con que lo convirtió a aquel país violento en una metáfora romántica del antiimperialismo transnacional (Zolov, 2016).

Muestra de ello es que no solamente los jóvenes de Costa Rica y El Salvador se manifestaron en contra de esta guerra, y no solamente Juventud imaginó a los jóvenes vietnamitas como personas heroicas por morir en aquel conflicto desigual. Se sabe de enormes protestas en solidaridad con Vietnam en todo el territorio de los Estados Unidos y Europa. En Argentina, inclusive, existieron organizaciones similares a la Campaña de Solidaridad con Vietnam de la izquierda británica, las cuales se llamaron Movimiento Argentino de Ayuda a Vietnam (MAViet) y Movimiento de Solidaridad Argentina con Vietnam (SAV). Ambos existieron entre 1966 y 1971 y en ellos confluyó una importante cantidad de activistas de muchas tendencias políticas de la sociedad argentina para buscar incidir transnacionalmente en el fin de esa guerra (Ferreyra Macedo, 2015; Ramoneda, 2016). También, las investigaciones han dado a conocer que, después de la Conferencia Tricontinental, Vietnam se convirtió en un lugar común de todas las expresiones políticas y artísticas de la izquierda latinoamericana y se sabe, por trabajos recientes, que la experiencia vietnamita fue la cantera de muchas insurrecciones armadas en Centroamérica (Karmy y Schmiedecke, 2020; Vázquez Olivera y Campos Hernández, 2019).

De este modo, aunque en Costa Rica el impacto del contexto vietnamita en las juventudes no fue en el plano armado, sino en la transformación de su cultura política y de sus lenguajes de protesta, sí es importante señalar que una copiosa revisión de la prensa comunista evidencia una alta cobertura mediática de la guerra de Vietnam; este tema motivó a un número importante de actividades de reflexión y ocupó una cantidad de páginas que ningún otro conflicto internacional tuvo entre los años de 1966 y 1975. En una de esas publicaciones, impresa en marzo de 1968, Juventud identificó a LBJ como el enemigo más poderoso de Vietnam y convocó a las juventudes del país a unirse a la “Gran campaña mundial de acción de la juventud por la victoria del pueblo vietnamita, la libertad, la independencia y la paz”, la cual consistía en multiplicar las manifestaciones “y todas las formas de acción, para fortalecer el apoyo de la juventud vietnamita hasta que logre la victoria” (Llamamiento de, 1968, p. 4). Adicionalmente, dentro de esa “gran campaña” estaba previsto realizar “la más grande manifestación mundial de la juventud en apoyo al pueblo de Vietnam en 1968” (Llamamiento de, 1968, p. 4).

Esa gran manifestación mundial, en efecto, se materializó en 1968, y a ella asistió una delegación de dieciséis jóvenes costarricenses, que representaban a un total de quince organizaciones juveniles de todas las tendencias políticas e ideológicas del país. Realizado en Sofía, la capital de Bulgaria, durante el 26 de julio y el 6 de agosto 1968, el “IX Festival Mundial de la Juventud, por la paz, la amistad y la solidaridad” también tuvo como punto focal una intensa discusión sobre el papel de los Estados Unidos en Vietnam y todo el Tercer Mundo, y algunos jóvenes que allí asistieron ya eran conocidos en el medio costarricense. Entre ellos, sobresalían Jorge Gutiérrez Gutiérrez, Vladimir de la Cruz de Lemos, Lenín Chacón Vargas y Ronald Sánchez Ortiz, quienes días antes de viajar a Bulgaria habían sido detenidos por protestar contra Johnson y la guerra de Vietnam (Costarricenses en, 1968, pp. 1, 4).

Mientras la actividad se desarrollaba, la prensa comunista informó, en detalle, los cables internacionales que recibía al respecto (Bienvenidos, dice, 1968, p. 8; IX Festival, 1968, p. 8), pero a su regreso, los jóvenes tomaron la palabra. El primero en hacerlo fue Vladimir de la Cruz de Lemos, quien lejos de detenerse a comentar lo sucedido en Bulgaria, publicó una denuncia de los decomisos contra él y otros delegados, en donde reclamaba que les fueron requisados los materiales textuales y las películas que habían comprado durante su visita al oriente de Europa, y culpaba de esto al imperialismo estadounidense arraigado en las autoridades nacionales (Universitarios quéjanse, 1968, p. 4). Esto muestra la cuidadosa vigilancia que las autoridades dedicaban a actividades internacionales como esa y la continua represión de las identidades de jóvenes politizados que la misma autoridad estaba dispuesta a ejecutar con el fin de combatir la radicalización juvenil.

Sin embargo, la información que aportó datos más significativos para comprender el impacto que aquella actividad generó en algunos jóvenes fue dada a conocer días, e incluso muchos años después. William Reuben Soto, un poeta que en 1968 tenía veintiún años y que en Bulgaria representó al Grupo Revenar –una organización de poetas universitarios–, fue el primero en dar a conocer su opinión y algunas de sus nuevas ideas. Según él, la actividad en Bulgaria le había ofrecido a quienes asistieron “una visión global de la problemática que se plantea actualmente a la juventud mundial” y eso era central para “abordar la incandescente temática del Tercer Mundo” (Lucha de, 1968, p. 2). Aun así, tanto su opinión sobre la actividad como la de Jorge Urbina Delgado, del Frente Universitario Socialdemócrata, hacían énfasis en que, durante el desarrollo de la actividad juvenil, las problemáticas de América Latina resultaron constantemente marginales frente a las dinámicas europeas y la polarización ideológica propia de la Guerra Fría (La juventud, 1968, p. 7).

Esta opinión es interesante, porque en su intento por tener la referida “visión global”, el movimiento estudiantil costarricense también mostraba una actitud mucho más crítica sobre el lejano Vietnam que frente a los conflictos sociales de su vecina Centroamérica. Así, el vínculo solidario con el territorio centroamericano tardó una década para materializarse en las brigadas de solidaridad con la Revolución sandinista de 1979, cuando cientos de jóvenes de la izquierda costarricense tomaron las armas fuera de su país para cumplir el sueño utópico y revolucionario inspirado en su activismo juvenil (Cortés Sequeira, 2018).

Por otra parte, el predominio masculino en el movimiento estudiantil de 1968 es evidente y tiene consecuencias en sus memorias. Así, casos como la detención de Patricia Mora Castellanos en las protestas contra Johnson son hechos notables, pues son evidencia de que algunas mujeres habían empezado a abrirse espacio en organizaciones políticas dominadas por los hombres. También es notable que, en aquellos días, se hizo referencia a la participación de una sola mujer costarricense en la actividad de Bulgaria: Iris Navarrete Murillo viajó como representante de la Juventud del PLN y cuando habló para el periódico Libertad de 1968, se detuvo a explicar el contenido central del evento. Comentó sobre la urgente “lucha por la paz”, a la que se enfrentaba el mundo entero y batalla frente a la cual la guerra de Vietnam se presentaba como una metáfora impactante a la juventud que se había reunido en Europa (La juventud, 1968, p.6).

Aquella experiencia internacional la impresionó profundamente y caló en la experiencia juvenil de Iris. Años más tarde, cuando ella recuperó su memoria en 2019, recordó que, durante esos años, cualquier oposición a los Estados Unidos era etiquetada de comunista y que esa era la mejor manera de desprestigiar públicamente a alguien; pero también recordó que hacia 1968 surgió “un despertar” de la juventud, en el que influyó

la guerra de Vietnam, que era un tema prácticamente de todos los días y con la que la mayoría de los jóvenes no estábamos de acuerdo, ni aquí, ni en los Estados Unidos, ni en ninguna parte. Todo eso, a un grupo nos hizo pensar que, si las cosas podían cambiar en otras partes, aquí podían cambiar también… El año 68 fue muy importante; yo empecé a estudiar Ciencias Políticas ese año, me nombraron representante estudiantil en la FEUCR y yo fui a Bulgaria a un congreso de estudiantes que hacían los países comunistas cada tres o cuatro años y eso para mí fue una experiencia reveladora. En primer lugar, porque nunca había salido del país: entonces, ir a un país muy bonito, ver aquella multitud de muchachos, todos opinando, el tema central por supuesto que era la guerra de Vietnam y cuando yo volví, yo volví con una mentalidad totalmente cambiada (Sistema Nacional de Radio y Televisión, 2019, 6m29s-8m36s).

Esa experiencia la cambió tanto que, un año más tarde, Iris se encargó de iniciar la oposición universitaria más relevante en la historia y la memoria del movimiento estudiantil costarricense, y es en aquel viaje a Bulgaria que su memoria ubica el origen del posterior proceso de politización juvenil dentro de ese movimiento: en 1969, ella misma presentó una moción ante una actividad estudiantil para oficializar la oposición de la FEUCR contra la gran compañía transnacional ALCOA, la cual pretendía instalar sus operaciones en Costa Rica, y en abril de 1970 motivó las acciones estudiantiles de contenido antiimperialista más multitudinarias que haya visto la Costa Rica de la segunda mitad del siglo XX (Chaves Zamora, 2019).

Además de ser evidencia del impacto que pudo tener el contexto transnacional en las dinámicas locales y la modificación de la cultura política universitaria, esto permitió que algunas personas, de hecho, se imaginaran como parte de una “comunidad global de protesta”. Por eso, quienes vivieron sus años universitarios en Costa Rica durante fines de la década de 1960, constantemente hacen referencia a la solidaridad con Vietnam y las protestas de 1968 para afirmar que fueron parte de una “conflagración mundial” (Archivo Nacional de Costa Rica, 1995, 53m12s). Esto les hace mencionar, recurrentemente, la forma en que el conflicto vietnamita apeló sus conciencias juveniles y les hizo cambiar la manera de pensar en el estilo de vida norteamericano –American way of life–. Pero, sobre todo, les hizo tener un vocabulario distinto para valorar las políticas de los Estados Unidos en el Tercer Mundo y cambió la manera en que se enfrentaron a las festividades nacionalistas.

Constantino Urcuyo Fournier, quien fue diputado entre 1994 y 1998 y se convirtió en un connotado intelectual costarricense, recuerda vívidamente el impacto que generó la guerra de Vietnam en su generación y afirma haber estado frente al aeropuerto en julio de 1968, pero para protestar en contra de Johnson. Por ello, rememora que ese año de 1968 le dio una “conciencia global”, no olvida los signos que despertaron el antiimperialismo entre él y sus amistades y así lo hizo evidente en sus memorias, escritas a finales de la década de 1990:

La presencia norteamericana en Vietnam nos horrorizó. La imagen de los niños quemados por napalm, los B-52 dejando caer bombas sobre Hanoi, el peligro de la guerra mundial, la fea imagen de Lyndon Johnson… Recuerdo noches de discusión hasta las tres de la mañana para condenar la presencia norteamericana en el sudeste asiático… No olvido la bayoneta que supuestamente trajeron los comunistas de Vietnam para enseñarla en el directorio de la FEUCR. Nos impresionó su diseño para despanzurrar adversarios… a nuestros diecinueve años esta era la prueba irrefutable de la perversidad intrínseca del Pentágono. Varios miembros del directorio de la Federación fueron invitados al congreso mundial de juventudes, organizado por la Unión Internacional de Estudiantes en Bulgaria y, a su regreso… Se trajeron el deseo de llevar la imaginación al poder, pero, sobre todo, desarrollaron las ganas de confrontarnos con un orden establecido (Urcuyo Fournier, 1998, pp. 3-13).

Influenciada por una cuidadosa evaluación y por una formación política de décadas, su memoria reconoce el papel de la Unión Soviética durante la Guerra Fría y considera el impacto que tuvo la visita de un grupo de extranjeros, a quienes la prensa costarricense identificó como hippies, en el mismo año de 1968, para moldear sus reacciones ante la opinión. Asimismo, a inicios de la década de 1990, al evocar su memoria de líder juvenil en 1968, Óscar Álvarez Araya recordó el impacto de la guerra de Vietnam y la forma en que el movimiento hippie fue un actor juvenil destacado que contribuyó a que la juventud costarricense cuestionara el papel de los Estados Unidos en Vietnam, pero también en Costa Rica. Según él, la sociedad de consumo, la industrialización y el urbanismo, eran, para entonces, productos estadounidenses exportados hasta el país y el momento de cuestionarlos coincidió justamente con el año de 1968 (Archivo Universitario Rafael Obregón Loría, 1989).

Entre quienes cuestionaban transnacionalmente la guerra de Vietnam en el escenario costarricense, el movimiento hippie estaba particularmente arraigado y, como se sabe, esto se debía a la visita del grupo de extranjeros, representados públicamente como hippies, que había pasado por Costa Rica semanas antes que Johnson. La noticia de dicha visita y el pánico moral entre la sociedad de mayo de 1968, generó una discusión pública sobre la juventud, marcada por el lenguaje de la Guerra Fría y por un vocabulario antibelicista, crítico de los Estados Unidos y en favor de la paz global. Debido al impacto causado por los hechos de ese año, no solo personas como Urcuyo Fournier establecieron vínculos entre los jóvenes y la solidaridad con Vietnam. Décadas después de ser detenido por participar en las protestas contra Johnson de 1968 y mucho tiempo después de ir Bulgaria con sus amigos de generación, el joven estudiante y militante comunista Vladimir de la Cruz de Lemos escribió sus memorias como miembro del movimiento estudiantil costarricense. En ellas recordó los acontecimientos más significativos e influyentes de las décadas de 1960 y 1970. Entre los momentos internacionales privilegiados por su memoria, sobresale la Conferencia Tricontinental y según el recuerdo, el movimiento estudiantil había sido influenciado por,

el ascenso de la guerra de Viet Nam, la lucha de los estudiantes y jóvenes contra esa guerra la lucha de los estudiantes y jóvenes contra esa guerra (el movimiento hippy [sic] y los que se desarrollaron bajo la consigna de “peace and love”), la lucha estudiantil en las universidades europeas y norteamericanas (particularmente mayo del 68)… y la solidaridad con el pueblo de Viet Nam [además de las] protestas importantes que se realizaron aquí [en Costa Rica] contra el presidente Johnson (Cruz de Lemos, 1993, pp. 18-19).

A pesar del papel que la presencia de los hippies tiene en las memorias juveniles, otras coyunturas posteriores a esa visita y a la de Johnson son clave para comprender la solidaridad con Vietnam, acciones en las cuales, personas de la juventud costarricense participaron activamente. Es indudable que una de las demostraciones de solidaridad con Vietnam más significativas de esos años fue la impactante visita que algunos jóvenes costarricenses hicieron al país comunista de Bulgaria, pero esa solidaridad no terminó en ese momento y una búsqueda sistemática en la prensa estudiantil permite rastrearla en años posteriores (VIETNAM, 1970, p. 8).

Tampoco puede descuidarse el impacto que tuvo protestar en público contra una figura tan reconocida globalmente como el presidente de los Estados Unidos y, como resultado de ello, ocupar las páginas de los diarios nacionales, ser reconocidos como actores notables e influyentes de la política por parte de las autoridades, los políticos y los presidentes. En este sentido, aunque el contexto de protestas estudiantiles en todo el mundo generó muchas discusiones y debates en los que los jóvenes costarricenses no fueron invitados, las protestas contra Johnson y la solidaridad con Vietnam fueron en Costa Rica el signo más evidente de la protesta, la identidad y la memoria juvenil de un año trascendental de la Guerra Fría como 1968.

Conclusión

El 22 de julio de 1968 llegó una carta a la FEUCR que por décadas quedó almacenada en su archivo de correspondencia recibida. Enviada por el joven vicepresidente de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED), con sede en la para entonces convulsa Ciudad de México, la breve nota había sido firmada por Arturo Zama Escalante, quien cuatro días después de firmar la comunicación fue detenido y encarcelado por el ejército mexicano a causa de sus acciones de dirigencia en las protestas estudiantiles de 1968 en esa ciudad, hechos que terminaron con la conocida masacre de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco durante la tarde del 2 de octubre de ese mismo año. El día en que Zama Escalante firmó la nota aún no conocía la prisión, pero el 26 de julio, cuando el ejército mexicano lo detuvo mientras participaba en un acto de solidaridad con la Revolución cubana y se le imputó la responsabilidad intelectual de los “delitos” cometidos por los manifestantes ese día, él y sus amigos universitarios se convirtieron en los presos políticos del movimiento estudiantil mexicano, junto a otros que habían empezado a ser encarcelados desde mucho antes (Paniatowska, 2013, p. 50; Revueltas Acevedo, 2018).

Por esa razón, cuando Zama Escalante se enteró de las protestas que dos semanas atrás habían sucedido en Costa Rica contra el presidente de los Estados Unidos y la consecuente detención de algunos estudiantes, entre los que estaban el presidente de la FEUCR, trasladó su experiencia hacia el sur y leyó ese contexto desde su propia experiencia, al señalar brevemente que,

El Comité Ejecutivo Nacional de la CNED POR MEDIO DE LA PRESENTE SE SOLIDARIZA con ustedes en su lucha por la libertad del compañero Jorge Gutiérrez. Al igual que todos los estudiantes del mundo, protestamos ante el Gobierno de Costa Rica por el presidente de su organización. La CNED ve con simpatía la noble lucha antimperialista y por el honor nacional que la FEU[CR] realiza (Archivo Universitario Rafael Obregón Loría, 1968, p. 1).

Al finalizar, la nota de Zama Escalante funcionó para informar a sus compañeros de Costa Rica que el presidente de la CNED y otros estudiantes mexicanos habían sido detenidos. En su contenido, la carta no solamente presentó al presidente de la FEUCR como otro preso político a causa de las acciones estudiantiles con las que se solidarizó, sino que, enterado de las protestas de días anteriores en el país, imaginó el entorno estudiantil costarricense envuelto en una lucha antiimperialista. Enseguida, él mismo aseguró que la liberación de esas personas únicamente se lograría mediante la lucha del estudiantado mexicano, el cual, de hecho, intensificó sus protestas en los próximos días y despertó la solidaridad entre otras organizaciones estudiantiles de América Latina.

La carta enviada hasta las oficinas de la FEUCR, su contenido y el motivo que la originó, no solamente ponen en evidencia que las acciones y el vocabulario del movimiento estudiantil costarricense de 1968 habían tenido algún eco fuera del país. Esa carta también evidencia los significados de la solidaridad entre las juventudes del Tercer Mundo, que no se detuvieron, necesariamente, a valorar las dimensiones de su alcance, sino que privilegiaron el valor simbólico que podían tener tales acciones. Así, en aquel año de 1968 no resultó trascendente si las cartas, los discursos pronunciados y las concentraciones realizadas incomodaban a Johnson, finalizaban la guerra o hacían que los detenidos fueran liberados. Gran parte del valor de cada una de esas acciones se encerraba en el cambio que generaron en las identidades políticas de las juventudes y en la manera en que esas nuevas formas de identificarse permitían que la juventud se conceptualizara a sí misma y moldeara otras formas de protestar en contra de autoridades nacionales y transnacionales

En marzo de 1969, cuando Jorge Gutiérrez Gutiérrez ofreció su último discurso como presidente de la FEUCR evidenció todo el peso simbólico que efectivamente había desencadenado el contexto nacional de protestas en julio de 1968. Expresó además la forma en que este escenario y sus repercusiones hicieron que imaginara de manera diametralmente distinta a quienes integraban el movimiento estudiantil costarricense. Si un año atrás, él mismo le había asegurado a la prensa que como presidente del máximo órgano estudiantil costarricense se encargaría de la discusión de las problemáticas nacionales y universitarias (Planes del, 1968, p. 18), al finalizar su período la definición de esas fronteras había sufrido un cambio categórico. En su nuevo comentario, el presidente demostró un conocimiento amplio de la historia del movimiento estudiantil que presidió. Asimismo, aseguró que producto del contexto global de protestas y debido a las luchas protagonizadas por los universitarios del Tercer Mundo, el movimiento estudiantil de Costa Rica había experimentado un vertiginoso cambio y que su año como presidente fue el más valioso en “innovaciones e ideas que haya vivido la FEUCR”. De inmediato, Gutiérrez Gutiérrez preparó el terreno para definirse a él y a sus compañeros como “jóvenes latinoamericanos” responsables de enfrentar los desafíos de la región (Mensaje del, 1969, p. 3).

Al “latinoamericanizar” a sus compañeros, al movimiento estudiantil de Costa Rica y a él mismo, ese joven líder estudiantil evidenció toda la carga simbólica que tuvo un contexto como el de 1968 en generar procesos de solidaridad con el Tercer Mundo y desafió todos los límites de la identidad nacional del país, al incluir a Costa Rica como parte de la región y no particularizarla, como insistían en hacerlo los políticos nacionales e internacionales. De frente a ese sentimiento “latinoamericanizante”, el antiimperialismo les ofreció otras formas de imaginar la independencia y frente a un contexto más amplio, una fecha patria les servía más para imaginar dependencia que para exaltar ideas nacionalistas y glorias pasadas. Puesto en el contexto transnacional de la Guerra Fría y con las palabras de la historiadora Eugenia Allier Montaño (2009), el vocabulario antiimperialista que germinó entre la juventud durante las protestas contra Johnson hizo que un festejo patrio como el de la independencia trasmutara de ser una memoria del elogio nacionalista para convertirse en una memoria de denuncia y solidaridad en favor del Tercer Mundo.

Frente al mismo contexto, el comentario del dirigente estudiantil presentó un cambio trascendental en el vocabulario político del movimiento estudiantil de la UCR, demostró una variación determinante en sus identidades políticas y demostró que las protestas que protagonizó la juventud, les hicieron imaginarse y presentarse públicamente como parte del contexto latinoamericano de la Guerra Fría. Un aspecto destacado del germen antiimperialista y de esa conceptualización latinoamericana es que, en adelante, los universitarios no podrían enfrentarse de la misma manera al contexto nacional y empezaron a tener una relación problemática con el nacionalismo y con sus fiestas: mientras el rescate de figuras heroicas del siglo XIX les funcionaba para metaforizar sus reivindicaciones contra el imperio, el contenido de festividades tradicionales y muy significativas como las de la independencia enfrentaron el rechazo del movimiento estudiantil y fueron sustituidas por un cuestionamiento profundo a la independencia de la región frente a los Estados Unidos. Esto fue así porque los universitarios comprendieron que la guerra de Vietnam era también una guerra de independencia de ese territorio ante el colonialismo estadounidense y la presencia norteamericana fue vista como una amenaza a la soberanía del mundo entero.

Es por ello que, aún evaluados en un plano transnacional, las protestas juveniles en Costa Rica junto a sus motivaciones son hechos relevantes, porque fueron, paradójicamente, los usos de un pasado nacionalista originado en el siglo XIX, de la independencia y la soberanía los aspectos que enmarcaron decisivamente a esa juventud dentro de la lógica de reivindicación global de la Guerra Fría. En su periodización sobre este conflicto en el Tercer Mundo, el historiador Akira Iriye (2013) ha insistido en que fue justamente durante la década de 1960 y frente al escenario que supuso la guerra de Vietnam, que muchos otros países colonizados lucharon sistemáticamente por la decolonización y, naturalmente, lo hicieron con argumentos antiimperialistas que rescataban sus pasados nacionales; por lo que ya para 1970 la mayoría de esos países habían alcanzado la independencia. En ese mismo plano, las juventudes comunistas de Costa Rica demostraron tener argumentos cuidadosamente elaborados, puesto que rechazar la independencia en un país de tradición democrática como Costa Rica implicó cuestionar con dureza las relaciones de su país con los Estados Unidos, el imperio de la Guerra Fría que ellos repudiaban con energía y, al hacerlo, se relacionaron con reivindicaciones que tenían un alcance que salía por mucho de sus fronteras nacionales.

A pesar de lo anterior, las acciones que motivaron este y otros cambios en la identidad juvenil y el vocabulario político del movimiento estudiantil no han ocupado el lugar predominante en la historiografía internacional. Además, este tampoco es un elemento privilegiado de las memorias globales sobre 1968. Por el contrario, los elementos que ocupan más espacio son aquellas radicalizaciones estudiantiles de grandes movimientos de protesta alrededor del mundo y la consecuente represión, que se materializó en acciones policiales violentas. Por las razones anteriores, el antiimperialismo de 1968 en Costa Rica no ha sido valorado en la dimensión inaugural que tuvo, pero al ser puesto en el contexto global y al explicarlo como parte de la amplia variedad de acciones de solidaridad desarrolladas en el Tercer Mundo, esta y otras experiencias menores sobresalen por ser el significante más evidente de la Guerra Fría en Costa Rica durante un año elemental como 1968.

Agradecimientos

Agradezco a mis colegas, Marco Vinicio Calderón Blanco, Luis Gerardo Arce Valverde y Fernanda Gutiérrez Arrieta por la lectura que hicieron de una versión preliminar de este texto. Junto a sus recomendaciones, observaciones e ideas, el contenido de este trabajo mejoró considerablemente y fue publicado gracias a los valiosos aportes de las personas que lo dictaminaron de manera anónima y al impulso entusiasta de David Díaz Arias. Este artículo es un resultado del Proyecto de Investigación C0195 “La larga Guerra Fría en Costa Rica: estado, populismo socialdemócrata, representaciones y comunismo internacional, 1934-1978”, financiado por la Vicerrectoría de Investigación de la UCR y adscrito al Programa de Investigación en Ambiente, Ciencia, Tecnología y Sociedad (ACTS) del CIHAC.

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Fechas de Publicación

  • Fecha del número
    Jul-Dec 2021

Histórico

  • Recibido
    01 Mayo 2021
  • Acepto
    11 Mayo 2021
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None Diálogos Revista Electrónica de Historia, Universidad de Costa Rica , Escuela de Historia, San Pedro de Montes de Oca, San Pedro, San José, CR, 11501-2060, 2511- 6446 , 2511- 6452 - E-mail: jmarincr@gmail.com
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