Open-access De continuidades, cambios y rupturas. La trayectoria de Juan José Marín en la historia social del crimen en Costa Rica 1

Continuities, changes, and ruptures: Juan Jose Marin’s contribution to social history of crime in Costa Rica

Resumen

Este artículo explora la contribución académica de Juan José Marín Hernández, historiador costarricense, a la historia social del crimen en Costa Rica.

Palabras claves: historiografía; historia social; historia de la criminalidad; análisis histórico; investigación social

Abstract

This essay analyzes Costa Rican historian Juan José Marín Hernández’s contribution to the social history of crime in Costa Rica.

Keywords: historiography; social history; history of criminality; historical analysis; social investigation

“Decir amigo se me figura que decir amigo es decir ternura.

Dios y mi canto saben a quién nombro tanto”

Decir amigo, Joan Manuel Serrat

Siempre he pensado que es muy difícil recordar aquellos hechos que acontecen en nuestra vida y a los cuales en su momento no les damos ninguna importancia. Cuando pasan los años y nos damos cuenta de que marcaron nuestras vidas, tratamos con ardor de recordar cuándo se dio ese momento y por más esfuerzos que hacemos no logramos recordar el momento preciso en que eso se dio, si recordamos las circunstancias en medio de las cuales pasó. Esto me pasa, ya que por más esfuerzos que hago no logro recordar en qué momento ni cómo conocí a este enorme amigo que hoy en su lucha por la vida nos convoca a todos aquí y que todos acuerpamos en este momento en que él nuevamente nos da un ejemplo. Como historiador, ya nos ha dado y muchos, como ser humano, hoy nos brinda también un ejemplo, como colegas, como amigos, como aprendices de este oficio de ser no solo historiadores, sino mejor aún… seres humanos.

Posiblemente fue uno de esos tantos estudiantes que entraron a un aula de la vieja Escuela de Historia de la UNA, a escuchar una charla introductoria a la carrera, en la que se les decía a los que allí estaban que el historiador tenía que inventarse nuevos nichos laborales, y que luego tuvo el atrevimiento de meterse a un curso de análisis de contenido, dado por un profesor de pelo largo, mal vestido, que hablaba al calor de la época y que les decía a los estudiantes que había que hacer una historia de los de abajo, que levantaba el puño en favor de los sandinistas y que a punta de leer y poner a leer a quienes se matriculaban en sus cursos, dejaba el aula muy pronto con el 30% de los que allí se habían inscrito, eso sí, luego de ayudarles a ubicarse en otras carreras.

En medio de esas aulas, quien fungía como profesor descubrió a un joven flaco y desgarbado, buen estudiante, que de repente lo acompañaba a sus trabajos en La Aurora de Heredia y que se interesaba en eso de estudiar a los desposeídos, a las clases subalternas y lo contraté como asistente. Recuerdo que me sacaba datos de la Biblioteca Nacional y aún guardo unas hojas amarillas en las que Juan José fue llevándome semana a semana datos sobre la constitución de las agencias de policía por todo el país. Igual guardo unas viejas planillas sacadas del antiguo edificio de estadística y censos. El asistente se transformó en un buen amigo y en un adepto estudioso de la historia social del crimen. Quiero que quede claro de entrada, el camino ha sido largo, pero hermoso, y queda mucho por delante por caminar juntos. En el camino los papeles se trocaron y quien comenzó siendo el que guiaba se transformó en guiado y quien era el estudiante con el paso del tiempo se transformó en el Maestro y eso a mí me enorgullece y a la vez me reta.

Entrando en materia, diría que cualquiera que haya seguido el curso de Juan José Marín como historiador podría pensar que en su labor se ha dado un desplazamiento desde el estudio de la prostitución al del control social del espacio. Una lectura atenta de sus trabajos trae abajo esa impresión, en él coexisten tres grandes campos: el de los estudios de los olvidados de la historia, el del control social y el de la difusión histórica. Su interés por todos ellos lo podemos encontrar ya en sus primeros trabajos dentro de la historia social del crimen. Son una constante en su producción historiográfica, evolucionan con él y al calor de la evolución tanto de los avatares de la disciplina como de la sociedad costarricense.

Permítanme que por los alcances de esta convocatoria, me exima de referirme a los aportes de Juan José Marín en lo que a la difusión histórica concierne y déjenme decir nada más, que a su manera, en esto ha sido pionero en el uso de la red. Desde hace muchos años asesoró históricamente a productores de videos que luego tratarían sobre diversos temas de la historia patria; trabajos que aún pueden verse en Youtube referidos al ferrocarril al Atlántico o a la Guerra Civil del 48. En otras ocasiones publicó ediciones electrónicas de revistas y divulgó a través de la red algunas de sus producciones, buscando tener como receptores a los profesores de Estudios Sociales de secundaria, con quienes se ha enlazado y ha capacitado, visitándolos inclusive en sus centros de trabajo ubicados en distintos lugares del país, sobre todo en los lugares donde la Universidad de Costa Rica tiene centros académicos. El apoyo de Juan José ha apuntalado calladamente la labor meritoria de colegas que, ubicados dentro y fuera del Valle Central, han podido publicar sus trabajos gracias al esfuerzo suyo.

Él en conjunto con otros colegas de esta casa han desarrollado jornadas de capacitación, permitiendo a profesionales de secundaria ponerse al día en debates historiográficos recientes. Quiero destacar en este sentido y por último, su participación en el proyecto Historia: pasado y presente de las comunidades, que en su momento lideró el profesor Francisco Enríquez y en el cual Juan José se vio, desde una perspectiva académica, metido en un diálogo con las comunidades josefinas donde se centró este proyecto. En medio de él, aprendió a trabajar con profesionales de otras disciplinas: como geógrafos y sociólogos.

En lo que concierne al estudio del segundo de los campos mencionado, es preciso reconocer que aunque a mediados de los años ochenta del siglo pasado ya se había renovado bastante la concepción de historia reinante en el país y ya se habían hecho valiosas recuperaciones de la historia de los trabajadores -cito aquí los trabajos pioneros de Carlos Luis Fallas sobre los oficios, el libro de Vladimir de La Cruz y la tesis y luego libro de Mario Oliva, las autobiografías campesinas, la recuperación de voces del artesanado, más estudios de unos indefinidos sectores populares y la tesis pionera de Mario Samper sobre labradores y jornaleros-, todavía los historiadores costarricenses no nos habíamos adentrado en el estudio de aquellos grupos o clases sociales que no detentaban el poder.

Aunque mucho se hablaba de hacer una historia desde abajo, poco era lo que se hacía. Existía más la preocupación por hacer una historia para los pobres que de los pobres. Por lo demás, la conceptualización de esa historia de los de abajo era en realidad sumamente difusa, nunca precisamos los que nos embarcamos en ello qué era lo que entendíamos por los de abajo, pese -repito- a que ya se habían dado dos excelentes llamadas de atención a concretar empíricamente nuestras afirmaciones: por un lado, la tesis ya citada de Mario Samper y, por otro lado, el estudio sobre el capital comercial de Iván Molina. A mediados de los ochenta, el grueso de historiadores seguíamos hablando de clases dominadas, clases dominantes, clases subalternas, clases trabajadoras y peor aún, sectores populares. ¿Qué se entendía por ellos? Ni hubo acuerdo, ni lo tenemos hoy. Casi 30 años después seguimos en esa indefinición.

Eran los tiempos en que en una reunión de estudiosos de los ambiguos sectores populares convocada por Alforja, alguien se dejó decir que estudiar a la burguesía era reaccionario. El conflicto y la tensión, la toma de posición política era la norma en el gremio de los historiadores. Se sentía la influencia de un eco que venía de los Annales y del marxismo británico que decía que había que estudiar a las masas; a eso se sumaba la tensa situación centroamericana. Quienes nos ubicábamos a la izquierda nos lanzábamos en busca de opciones temáticas que refrendaran nuestra toma de posición política y en la UNA lo hacíamos a través de la extensión universitaria. Por medio de ella, algunos iniciamos proyectos en comunidades y en una extraña mezcla de lecturas marxistas, voluntades políticas e intentos de especialización temática, había la sana intención de especializarse en un campo de la historia. Unos compañeros se especializan en historia agraria, otros en el estudio del movimiento obrero o la historia demográfica de data importante en la UNA; además, surgen los estudios de historia empresarial y en nuestro caso la historia de las mentalidades, la cual nos lleva a los estudios de la vida cotidiana y de allí por casualidad a la historia social del crimen.

Debo admitir que nos adentramos en este campo sin saber que estábamos entrando en un campo ya escrutado desde décadas atrás en Europa, EUA y Sudamérica. Cuando teníamos que ubicar nuestro trabajo, lo más que decíamos es que estábamos estudiando la mentalidad criminal o que estábamos trabajando en la frontera entre la historia y el derecho. Ubicábamos equívocamente nuestro trabajo en la historia de las mentalidades, cuando en realidad lo que estábamos haciendo era historia social del crimen con un componente de historia de las mentalidades. En esos primeros años, ante la ausencia de bibliografía especializada en el país en ese campo, el aporte de estudiosos del derecho y la criminología ayudó en alguna medida a que fuéramos perfilando estudios de la criminalidad costarricense en el final del siglo XIX e inicios del siguiente, pero a su vez todo ello contribuyó también a que cerráramos nuestras miras y comprensión del campo que recién estábamos abordando.

Sintetizo: eran tiempos de confrontación política, de tomas de posición -o se estaba en un bando o en otro, se era progresista o se era reaccionario-, ello marcaba nuestras opciones temáticas. La bibliografía especializada en distintos campos de la historia era escasa en el país, existía una mayor conciencia y unidad gremial que la que hoy tenemos, pero sobre todas las cosas había la intención de una buena parte de nuestro gremio de estudiar a las masas anónimas de la historia. ¿Por qué planteo todo esto? Por una razón muy simple, los primeros trabajos de Juan José Marín son el fiel reflejo de esta época. Él absorbe la preocupación de hacer una historia de los de abajo y lo hace con el utillaje inicial de esos años.

A la hora de escribir estas páginas me he resistido a hacer un análisis diacrónico de la obra de Juan José. La razón es muy simple: en su obra hay continuidades, cambios y rupturas temáticas, metodológicas y teóricas. Me interesa ver más esos cambios, rupturas y continuidades, y cómo han ido construyendo, desde dos de los tres ángulos citados, una forma de entender la historia y el papel del historiador en una sociedad como la nuestra, abordado esto desde los temas concretos de la historia de los olvidados de la historia y de la construcción de un sistema de control para normar su vida. Con su trabajo, Juan José nos ha demostrado que no se trataba de politizar la historia, sino convertir el saber histórico en un arma para la educación de dichas masas y este ha sido su gran aporte. Nuestra función como historiadores pasa por construir un conocimiento que desde la academia no tenga nada de aséptico y esté al alcance de las grandes mayorías. Podemos estar en acuerdo o en desacuerdo con la intencionalidad de Juan José, con las formas en como él ha tratado de divulgar la historia, pero no se puede dejar de reconocer su impronta en esa búsqueda.

¿Cómo ha evolucionado, cuáles han sido las continuidades, los cambios y las rupturas de Juan José Marín a la hora de estudiar a los olvidados de la historia? Para dar respuesta a esta pregunta quisiera centrarme en dos aspectos. El primero, el uso de categorías genéricas que poco aportan a sus investigaciones, que son si se quiere su talón de Aquiles. Pese a que ha ido concretando los sujetos que estudia, él no ha podido despegarse aún de categorías muy ambiguas que utiliza desde su tesis de licenciatura (1993) y sus primeros artículos, y que aún leemos en sus más recientes publicaciones: clases dominantes, clases dominadas, clases subalternas, sectores populares y no ha faltado en el glosario la de clases peligrosas, que nos remiten a historiadores como Luis Chevalier o Henry Kamen; categorías que para el caso costarricense no tienen ni siquiera sustento empírico alguno.

Siendo justos diríamos que el uso de estas categorías tan genéricas no ha sido responsabilidad exclusiva de Juan José, la ha sido de todo el gremio, pues nos falta aún desarrollar investigaciones que concreten y expliquen qué es lo que entendemos por cada una de ellas. Recuperar el esfuerzo que se hizo en esta casa y en la Universidad Nacional en lo referente al estudio de las tradiciones ocupacionales: tipógrafos, costureras, entre otras, nos puede dar una pista para a partir de ellas estudiar las clases sociales, los grupos de presión, las élites, las relaciones de poder, temas que hoy han sido prácticamente relegados en el estudio de la historia.

Otra continuidad en los estudios de Juan José lo es su interés por rescatar la historia de sujetos olvidados de la historia. La historia oficial, incluso la posterior a 1980, ya refería una larga lista de publicaciones en donde se nos daba a conocer la vida y obra de sujetos importantes, en su mayoría hombres. Desde sus primeros estudios sobre la prostitución (1994) hasta los más recientes del movimiento obrero (Marín-Hernández y Torres-Montiel, 2014), hay ese deseo constante de presentar en el teatro de la historia a sectores que no habían estado presentes en el discurso de la historia oficial. Si bien en esto no es pionero, ya que los estudiosos del movimiento obrero, de la historia agraria o del género ya se habían encargado de comenzar a visibilizar a artesanos, obreros y en poca medida a campesinos, no puede dejar de reconocerse que Juan José, al publicar sus investigaciones en libros y artículos, se encarga no solo de mostrar a nuevos actores sociales, sino que difunde su actuación dentro de la sociedad costarricense.

Dar a conocer su existencia es una constante en su trabajo. En uno de sus artículos sobre el cabotaje, apunta en este sentido: “que si los espacios del cabotaje han estado prácticamente invisibles, aún más han estado los sujetos sociales que vivieron en ellos” (Marín-Hernández y Núñez-Arias, 2011, p. 158). En ese mismo trabajo, señala que:

El rescate de un sujeto histórico anónimo a la historia nacional y desconocido en el registro de fuentes escritas como es el marinero de cabotaje se convierte en una tarea indispensable, como lo es también el hacer conciencia dentro de la sociedad guanacasteca al rescatar a todos los hombres y mujeres que vivieron, trabajaron y dejaron su herencia a la sociedad guanacasteca y nacional. Así coligalleros, mineros, artesanos, campesinos, tortilleras y mucho más que, junto con el sabanero, construyeron una trayectoria y una experiencia personal y grupal. (Marín-Hernández y Núñez-Arias, 2011, p. 169).

He dicho con anterioridad que en la obra de Juan José Marín queda claro cómo con el paso del tiempo ha ido concretando los sujetos que él estudia. Quisiera centrarme tan solo en sus estudios de la prostitución, aclarando que más que estudiar a la prostituta él ha querido estudiar su mundo y esto implica su medio y el imaginario en torno a ella. Para ello quiero acudir a cuatro de sus trabajos sobre la prostitución: su tesis de licenciatura (1993), su anteproyecto de tesis de maestría (1995), su tesis doctoral (2000) y su trabajo sobre la prostitución en Santa Cruz de Guanacaste (Marín-Hernández y Núñez-Arias, 2009). En los tres trabajos conducentes a grados académicos se construye un perfil de la prostituta, pero la aproximación teórico metodológica es diferente entre todos ellos y entre los tres y el cuarto de los trabajos. En los enfoques hay continuidades y cambios.

En el primero nos encontramos con un respaldo teórico en el que aún se muestra una cierta verticalidad del poder y un peso enorme de la técnica de análisis de contenido, sumado a un uso de las estadísticas que Juan José construye para recrearnos un perfil de prostituta. Realmente si lo tengo que comparar con los otros dos productos, o sobre todo con su tesis doctoral, me quedo, en cuanto a la reconstrucción de la prostituta, con la tesis de licenciatura, ya que la tesis doctoral nos muestra a un Juan José más preocupado por estudiar cómo se crea y fortalece un mecanismo de control que por reconstruir a la prostituta y su mundo.

En los tres estudios existe en el autor un peso de lo cuantitativo y con base en las estadísticas que él tesoneramente construye y haciendo uso de paquetes informáticos, nos llega a decir que la prostituta es una mujer joven entre 15 y 24 años mayoritariamente, que vivía sola o en concubinato y que en su mayoría se declaraba de oficios domésticos, procedente de San José, pobre, blanca y segregada. Una lectura de los tres trabajos nos muestra un perfil parecido, pero más que eso nos denota a un autor que va cambiando de énfasis, pero que al hacerlo complementa su interpretación del fenómeno de la prostitución josefina. Los ángulos no son incoherentes. El que sigue complementa al anterior. La guinda en esta tarea de concretar sus estudios sobre la prostitución la pone su trabajo conjunto con el profesor Rodolfo Núñez y en el cual ambos estudian la prostitución en una población periférica: Santa Cruz de Guanacaste (2009).

Este trabajo implica una ruptura en lo que Juan José ha venido haciendo desde sus primeros años de historiador. ¿Dónde está la ruptura en lo que al estudio de la prostitución se refiere? Hago una salvedad, en el enfoque general ya su anteproyecto de tesis de maestría (1995) marcaba una ruptura en los trabajos del autor, pero esta tenía que ver con el estudio del control social y la sólida teorización que el autor venía construyendo. En el capítulo sobre Santa Cruz (Marín-Hernández y Núñez-Arias, 2009), se mostraba una ruptura en su forma de concebir la investigación histórica; ya no era una investigación en donde como hormiga hurgaba en los archivos y bibliotecas, de los cuales sacaba datos, construía bases de datos y luego nos regalaba pesados y abundantes gráficos y cuadros. Aquí hacía eso y más. Con el auxilio del profesor Rodolfo Núñez realizó una investigación de campo en la que se conoce a una prostituta distinta de la vallecentralina y de finales del siglo XIX y buena parte del XX.

La diferencia entre este trabajo y los anteriores no solo radica en la opción metodológica o en el hecho de hacer una historia del presente, sino por entender la prostitución, su mundo y el imaginario que en torno a ella se crea en medio de enfoques más enriquecedores y dialécticos de la relación entre control social, estigmatización y culturas populares. Asumir aportes de los estudios de socialización y sobre todo provenientes de la cultura popular permite humanizar y concretar mucho más el estudio de Juan José Marín en torno a la prostitución.

Dije anteriormente que si tenía que escoger uno de sus tres trabajos mayores sobre la prostitución, me quedaba con la tesis de licenciatura (1993); sumados los cuatro, me quedaría con su trabajo sobre Santa Cruz (Marín-Hernández y NúñezArias, 2009), más rico en su enfoque teórico, pero sobre todo y guardando precaución de las trampas de la memoria y de la historia oral, permite hacer una historia desde abajo, que es lo que hemos pretendido algunos desde 1980 a esta parte. Siento que este trabajo, por la metodología utilizada y por las fuentes consultadas, permite ir cerrando la pinza, una pinza que ya se había comenzado a cerrar desde hace muchos años cuando en esta misma casa un grupo de jóvenes historiadores habían redactado un trabajo sobre la Guerra Civil del 48 basándose en fuentes orales.

¿Dónde estriba la diferencia entre la tesis de licenciatura y este último trabajo? En la aproximación que se hace. En la primera, si bien Juan José con base en estadísticas recrea un perfil de la prostituta y su mundo, sucede que cuando estudia el imaginario lo hace a partir de dos fuentes que no nos permiten captar de primera mano ni la opinión de las prostitutas ni la de los sectores cercanos a ella. En las gacetillas periodísticas en que se habla de la prostitución, la opinión está mediatizada por quien escribe la nota, y en el expediente judicial, por más que queramos escuchar la voz de los inculpados casi siempre la que escuchamos es la del que levantó el acta o el documento judicial. Eso ya ha sido señalado con bastante propiedad por historiadores del crimen de otras latitudes y no lo captó Juan José, ni quien habla, en su momento. Las responsabilidades de ello son compartidas.

En el trabajo de la prostitución santacruceña (Marín-Hernández y NúñezArias, 2009), repito, enriquecido por los estudios de la socialización y de las culturas populares, la prostitución no se ve desde arriba, sino que se reconstruye desde abajo. En este trabajo, el autor llega por fin al cometido y objetivo que comenzó a buscar hace ya más de 30 años.

Pero el aporte de Juan José no se queda aquí. Si bien hace algunos años entre algunos amigos decíamos que él era el señor de las prostitutas, hoy ya no podemos darle tan honorable título. El plantearse nuevos problemas de investigación, el replanteamiento de viejos problemas desde nuevas ópticas, lo ha llevado a interesarse ya no solo por prostitutas (2006; 2007), tahúres o policías, sino que ha llegado a incluir en sus investigaciones a médicos (2014b), personal sanitario, trabajadores del cabotaje (Marín-Hernández y Núñez-Arias, 2011), mineros (2014a) y obreros (Marín-Hernández y Torres-Montiel, 2014). El espectro es amplio y eso me preocupa, pero no dejo de reconocer que será muy interesante ver cómo reconstruye esos actores incorporando las nuevas metodologías que en estos años ha ido definiendo.

Quisiera ahora referirme al segundo eje temático que motiva estas páginas, el del control social. En su tesis de licenciatura (1993), Juan José define el control social tal y como lo entiende Antonio García Pablos de Molina. Aunque él recurriendo a otros autores, posiblemente por la influencia de quien le tutoraba y por la insuficiencia bibliográfica presente en el país, asume posiciones en donde tenuemente queda reflejado un poder central vertical y en las que poco se observa cómo se inserta este sobre todo en el casco central de la provincia de San José y en la mentalidad y cultura de quienes allí habitan.

Su salida del país y el acceso a una bibliografía actualizada marcan una ruptura en su formación y eso queda patente en su borrador de tesis de maestría (1995), en la Universidad Autónoma de Barcelona. Allí quedan las líneas trazadas hacia su tesis doctoral (2000), en la cual él construye un estado de la cuestión, avanza sobre las bases que venía trabajando y enriquece la historia social del crimen desarrollada hasta ese momento en nuestro país. Su acercamiento a nuevos enfoques en torno a la construcción del poder y del control social, la autoridad, las relaciones sociales entre quien ejerce el poder y cómo lo ejerce, la presentación de aquellos a quienes se quiere controlar, los estudios de las culturas populares, sumado a la apertura de un diálogo que involucra no solo a estudiosos del derecho y criminólogos como al principio, sino a antropólogos, politólogos, sociólogos y sobre todo a autores de relevancia en el campo de la historia social del crimen, le permiten construir una categoría trabajada en conjunto, que Juan José, sin duda alguna en dichas investigaciones, consolida mucho más que yo.

En su tesis doctoral (2000), ya no nos habla de un control social, nos habla de un sistema de control en el cual convergen una serie de instituciones gubernamentales, comunales, así como mecanismos de control formales e informales2, pero su aporte no para allí, lo que tibiamente se ve como un conflicto en su tesis de licenciatura (1993), aflora aquí con suma riqueza. Si en aquella Juan José busca rescatar y divulgar la existencia de las prostitutas y su mundo, aquí el interés es otro: establecer cómo a través de las meretrices se intentó normar a la ciudadanía morigerando sus costumbres, había que docilizar al costarricense de las clases subalternas. Todo eso ya lo dije antes, pero aquí el énfasis se da en torno a la construcción de un sistema de control. El peso del trabajo recae en ello y continuará en muchos de sus estudios posteriores: se relega hacer una historia de los de abajo y se prioriza estudiar cómo se instaura nacionalmente un sistema de control. Pero hay un componente distinto. El acercamiento de Juan José a otros enfoques y sobre todo a la historia cultural, lo lleva a ver el conflicto social que corre parejo a la inserción de los mecanismos y agentes del control. Y esto marca una diferencia con sus trabajos iniciales.

Más allá de todo ello, uno de los aportes de Juan José en este campo es que pese a que nos define qué entiende por sistema de control, este no se transforma en una camisa de fuerza, sino en una camisa elástica, flexible, que él va enriqueciendo con cada investigación que realiza luego de presentar su tesis doctoral. Justamente, cada investigación que realiza le permite sumar a la teoría que ha venido construyendo por décadas. Cuando leí sus trabajos sobre la Unión Médica Nacional (2014b), sobre la denuncia de la explotación minera (2014a), sobre el cabotaje (Marín-Hernández y Núñez-Arias, 2011) y sus estudios sobre la regionalización en Guanacaste (Marín-Hernández y Núñez-Arias, 2009) y Puntarenas (2010), me pregunté inicialmente: ¿por qué diablos toca estos temas? Y en la medida en que iba avanzando en sus lecturas iba comprendiendo cómo él lo que hacía era ir urdiendo una trama en medio de la cual iba historizando el concepto que nos ocupa. Según el tema que tocaba, el período histórico y la región del país que analizaba, él iba recreando el concepto de sistema de control, su actuación y la de los actores que actuaban dentro de esa relación social.

¿Qué implica este cambio en el énfasis de temática y en la teorización? Plantearse esta pregunta lleva a preguntarse cómo se da el proceso que permite la presencia, primero local y luego nacional, de un sistema de control en Costa Rica. Para responder a esto es necesario reconstruir diferentes aspectos: primero, cuál era el objetivo del control; segundo, cuál era la estructura de los diferentes mecanismos del control que conformaron el sistema de control; tercero, las estrategias del control, y por último las relaciones entre controladores y supuestamente controlados. Todos estos aspectos se traslaparon. En relación al primero de ellos, queda claro que en sus trabajos iniciales Juan José detecta que el objetivo del control es muy concreto: el peso se coloca en el control de la cotidianidad de los individuos y en cómo desde la prostitución se intenta normar las conductas de las personas. Es decir, el control de la prostitución se inserta en un objetivo mucho más amplio que es controlar a la población costarricense, normar su vida, morigerar sus costumbres, hacer de ella una buena y sumisa masa trabajadora. Hay interés de que la masa ciudadana tenga buena salud y esté alejada de los males venéreos: la población tenía que tener una salud sana y ser pasiva. Este último objetivo, como él mismo nos revela, no fue alcanzado en su totalidad. El espacio del control es el burdel, el barrio, la ciudad, los pequeños espacios de lo cotidiano. ¿Qué hay que controlar? La salud y las buenas costumbres. En estos primeros trabajos se nota la cercanía del autor con los estudios de la vida cotidiana y la microhistoria italiana.

Luego de la tesis doctoral, el autor sin perder de vista que hay que seguir controlando a los individuos y sus actitudes, comportamientos y representaciones en el ámbito de lo cotidiano, como se demuestra en su estudio sobre la música popular (2009) -los salones de baile, la retreta- o sobre el personal médico (2014b) - los hospitales- y las oficiantes tradicionales de la medicina (Marín-Hernández y Núñez-Arias, 2014) -las matronas y curanderos-, rompe parcialmente con ello y se interesa por estudiar cómo en medio de la construcción del Estado nación ya el control no se busca ejercer sobre el reducido espacio del prostíbulo, de la comunidad, de la ciudad capital, sino sobre regiones periféricas, en medio de las cuales hay que construir mercados regionales enlazados en uno nacional que los vincule con el mundo. Regiones periféricas en las que nuevamente se vuelve a recuperar el interés por el pequeño espacio: la mina, el puerto y la ruta de cabotaje y nuevamente se torna la mirada sobre las relaciones sociales que se traban en los pequeños espacios, ahora ampliados más allá del mundo de la prostitución.

El objetivo del control cambia, ya no se trata solo de modelar costumbres, ahora se busca expandir el control estatal, construir y controlar en el ancho espacio de un país a la población que lo ocupa, hacerla costarricense, a la vez que se le modela, morigera y se consolidan en ella diferencias culturales regionales. Las estrategias en uno y otro caso son parecidas, se complementan y trasladan de un período y espacio a otro, pero su aplicación sí es diferente. Bien podría verse un tránsito del control del espacio del burdel y su circunferencia de influencia, al control del espacio de un país en construcción vía la estrategia de la construcción regional/nacional.

Esta ampliación de los horizontes del espacio estudiado se nota cuando el autor incorpora el concepto región y de mercados regionales: la perspectiva cambia, el espacio geográfico ya no es el receptor vacío en el que se encuentran pueblos y pobladores, y en el cual se insertan mecanismos de control. Ya no basta con sacar cálculos simples que nos permitan conocer cuántos kilómetros y personas tiene que vigilar un solo policía, cuál es la jurisdicción de un juzgado. Ahora el espacio a controlar es un actor en el que intervienen usos del suelo, instituciones estatales, grupos que detentan el poder, intereses comunales y nuevos actores, relaciones de mercado y culturas populares con sus tradiciones y sus imaginarios.

Cuando Juan José introduce en sus trabajos el concepto de región (2011), innova y marca nuevos derroteros en la historia social del crimen, ya que al hacerlo inserta la problemática del control dentro de la dinámica de la construcción del Estado nación y de la identidad nacional costarricense. Desde el estudio de la construcción de Guanacaste, el autor nos permite ver como los mecanismos del poder y del control social no se insertan sobre cero: chocan, se mancomunan con intereses locales y comunales, incorporan algunas de sus reivindicaciones, toman prestadas algunas de ellas, las convierten en nacionales (la música folklórica por ejemplo) y en una relación de estira y afloja, consolidan unas identidades locales o regionales diferenciadas, pero insertas dentro de una concepción de lo nacional.

Ligado a lo anterior, ¿sobre quién se centra el sistema de control? La respuesta es que esto depende. Uno podría pensar que se trata de las prostitutas y su mundo, de los jóvenes, de los mercados y regiones, del país, de los oficios y las tradiciones, pero si hilamos fino, si agudizamos la mirada, nos damos cuenta de que estos son el pretexto para que centrando en ellos el control, se llegue a controlar y morigerar al grueso de la población. Aquí se hace patente aquella máxima que sirvió de título a un libro insignia en este campo, que el asunto pasaba por vigilar, por controlar y no por castigar, intimidar a las mayorías, ese era el gran objetivo.

Había que conocer esa masa anónima que integraba Costa Rica y a esa tarea se inclinaron los gobernantes, primeramente, recolectando datos sobre la población general del país. A finales del siglo XIX se crea el Registro Civil y el Registro Nacional de Delincuentes; se registran las prostitutas y los médicos de pueblo; se funda el Archivo Nacional y se levantan nuevos censos; los curas continúan entregando planillas de nacimientos, matrimonios y defunciones; los diferentes mecanismos de control elaboran estadísticas; ministerios como el de Fomento, Hacienda y Gobernación permiten conocer mejor el país y con ello quien gobierna busca conocer mejor a la ciudadanía a controlar, detecta cuáles son las prácticas que en medio de la morigeración de costumbres atacan el orden que ellos impulsan y tratan de controlar a quienes las practican.

En segundo lugar, ¿cómo se construye ese sistema de control? Se evidencia el trabajo minucioso de Juan José, pero también una deficiencia, que no dudo será solventada por él en los años venideros. Desde mediados del siglo XIX hay una coherencia en quienes gobiernan en cuanto a la decisión de ir creando una serie de mecanismos formales de control que buscan expandir entre la ciudadanía una visión del mundo acorde a sus intereses. Se expande el control policial y judicial, el educativo, el religioso, los controles sanitarios; diversas entidades gubernamentales ligadas al Ministerio de Gobernación se difunden y se hacen presentes en las comunidades más importantes, las cuales se transforman en centros de poder local o regional y en núcleos en torno a los cuales se construyen mercados regionales.

Las primeras visiones de Juan José eran muy ortodoxas, influenciado sin duda por su tutor y por la época. Poco quedaban recogidas las actuaciones de los sectores sobre los cuales se aplicaban esos mecanismos y más que un sistema de control, se estudiaban mecanismos de control actuando casi aislados. Esta óptica va cambiando luego de sus acercamientos a enfoques que fueran mucho más allá de sus bases iniciales y así se observa cómo se enriquece el planteamiento del autor: descubre cómo se van enlazando los mecanismos y agentes del control. Él se centra primero en policías y jueces y desde allí va viendo cómo se suman quienes ejercen el periodismo y un gremio que comienza a cobrar fuerza: el de los médicos. La voz mediatizada de los controlados algo se deja oír. Con el paso del tiempo abre su espectro y ya se estudia a fondo el sector médico, sin duda alguna el que mejor ha estudiado.

En sus trabajos posteriores a la tesis de doctorado, Juan José incorpora en ese sistema de control el estudio de las culturas populares y los mecanismos informales, lo que le permite descubrir cómo a través de ellos se canalizan viejas tradiciones y pugnas locales, se suplen mecanismos de mediación tradicional y en medio de ricas tramas de poder en que se combina lo nacional y lo local, son asumidos o permitidos dentro de la comunidad los diferentes mecanismos que conforman el sistema de control. En el ejercicio del control, Juan José reconstruye cómo se fusionan en la realidad los mecanismos formales e informales del control. El autor demuestra que estos mecanismos no se insertan o crean sobre cero, pues hay toda una tradición que facilita su inserción o remodelación: los hombres de bien son suplidos por policías y jueces; los médicos e higienistas de pueblos sustituyen a los viejos empíricos y curanderos; las enfermeras a las parteras. Ni construyen su influencia sin tomar en cuenta los intereses locales, ni se alejan de las redes de poder locales. Así quienes son controlados asumen los mecanismos de control… pero a su manera, y ello beneficia a casi todos. En una práctica en donde se funden consenso y represión, se va viendo cómo se consolida un sistema de control que de igual manera el autor ve actuando sobre el prostíbulo, la mina, el hospital o sobre el mundo del trabajador obrero.

¿Cuántos y cuáles fueron los momentos en la construcción de ese sistema de control? Fueron tres y se traslapan. El primero ya se ha señalado: la creación y difusión de mecanismos de control y sus agentes a lo largo, primero, del pequeño espacio citadino, luego a nivel regional o nacional. Resulta interesante ver cómo Juan José va construyendo desde una perspectiva muy institucional las distintas instancias y las ramificaciones de los mecanismos de control; paso a paso va reconstruyendo la pirámide que conforma el mecanismo de control que él estudia, ve cómo se estructura el poder judicial y la medicatura costarricense. Por ejemplo, en el caso de esta última -la mejor lograda en sus trabajos-, demuestra cómo debajo de los médicos se van consolidando otros especialistas en salud (farmaceutas, laboratoristas, enfermeras, obstetras) que van desplazando a los actores comunales dedicados a esos menesteres. La perspectiva en los dos casos la siento muy institucional; ambos hemos caído en esa trampa. En algunas conversaciones le he dicho de lo importante de estudiar a figuras insignes o polémicas dentro del control judicial y a las cuales los historiadores costarricenses les debemos sendos trabajos: en lo judicial a José Astúa Aguilar, por su peso en la legislación penal creada en Costa Rica entre finales del siglo XIX e inicios del siguiente; como a Tranquilino Ulloa Paniagua, juez del crimen herediano que sin ser abogado juzgó a más de 14 000 personas entre 1895 y 1929, años entre los cuales ejerció ese cargo. Leyendo a Juan José, creo que también se hace imperioso estudiar dentro de nuevas ópticas a una figura como Solón Núñez, para solo poner un ejemplo.

En el segundo de los momentos, Juan José nos muestra en sus trabajos de tesis cómo una intelligentsia ligada a quienes tienen el poder construye un discurso de lo legal. La década de los ochenta del siglo XIX ve como se construyen legislaciones marco: Código Civil y Código Penal; la tarea continúa en los inicios del siglo siguiente, con nuevos códigos de procedimientos penales y nuevos códigos penales, lo mismo que con legislaciones muy puntuales. Juan José profundiza más que nada en la legislación penal.

Desde el estudio de la prostitución, Juan José permite ver de qué modo se crea todo un cuerpo jurídico que tiende a legitimar a quien ejerce el poder. Establece cómo se construye ese discurso de lo legal en torno a policías y jueces, y va observando cómo a ese amparo se van haciendo presentes en la geografía local urbana y luego en parajes más recónditos y rurales. Aborda también el discurso médico legal e higienista, y ve que este tiene por objetivo velar por la buena moral y salud de la población, que no es otra cosa que la mano de obra esté en capacidad para trabajar. Desde ese discurso de lo legal, se legitima el saber que poseen jueces y médicos sobre todos los demás profesionales. Leyendo los trabajos acerca de los médicos que realizan el autor y otros colegas (2014b), vemos cómo se les rodea a ellos y a su profesión de todo un carácter simbólico. Igual se hace en el caso del Código de Procedimientos Penales, en donde se construye todo un ritual en torno a los juicios y los agentes del control, sobre todo los jueces. En sus trabajos posteriores a la tesis doctoral, observa a nuevos actores: los músicos, los periodistas, los programadores de radio, quienes tienen un saber especializado, el cual a veces se distancia del vulgo y sus interpretaciones, y en otras los asume y los inscribe dentro de lo socialmente aceptado.

Del tercero de los momentos ya se ha hablado bastante y es aquel en donde los mecanismos del control -policías, jueces, médicos, enfermeras o letrados- se hacen presentes en la comunidad: chocan contra los intereses locales o se imponen sobre estos, en una relación donde a veces media el consenso y en otras la represión. Este momento es muy interesante, pues aquí chocan viejas costumbres, tradiciones y oficios ancestrales contra nuevas concepciones ideológicas, nuevos actores legitimados por el poder, que bajo el marco de la ley quieren normar lo ya normado. Es un momento de préstamos, de asumir y reinterpretar supuestos legales, legados y tradiciones culturales. Lo ideológico, lo imaginario y lo simbólico se mezclan. Los ejemplos son diferentes si se trata de los primeros o los últimos trabajos de Juan José, si se estudia el prostíbulo o una región, un oficio tradicional o una profesión legitimada. Sin duda alguna, el acercamiento a enfoques renovados y distantes de lo practicado en Costa Rica en cuanto a la historia cultural (2012) y la historia social del crimen (2011), le han contribuido a alejarse de aquellos mecanismos de control que inicialmente vio como omnipresentes y casi todopoderosos. En los trabajos recientes de Juan José, se ve el conflicto de una manera distinta, más amplia incluso en lo temático.

¿Cuáles fueron las estrategias que emplearon los actores inmersos en las dinámicas de control y que permitieron su instalación y funcionamiento? Estas dependen de cuál sea el actor. El trabajo de Juan José da incluso para sectorizarlas: unas son las que aplican los policías, los jueces, los médicos, los higienistas, los funcionarios públicos, los periodistas y otras muy distintas son las que desarrollan prostitutas, tahúres, detentadores del poder local, empresarios, parteras o curanderos. Dada su variedad, quisiera sintetizar las estrategias practicadas por el poder: legales, de cooptación, segregacionistas, estigmatizantes e intimidatorias; por los grupos controlados: evasión de las leyes o convivencia con ellas, y estaban también las creadas por las regiones y las comunidades, las cuales se pueden dividir en: reivindicadoras, conflictivas y de aceptación consensuada.

En cuanto a las primeras estrategias, centrado en los estudios de la prostitución, puede verse cómo se crea toda una legislación que construye un debe ser, el cual define qué se entiende por prostituta, y cuando estas hábilmente ocultan su oficio, desde la práctica legal y sobre todo policial se busca controlar las actividades que practican. Si se trata de los estudios regionales en los que Juan José ve cómo se refuerzan identidades locales en medio de la construcción de la identidad nacional, el juego pasa por ver cómo se dan estrategias de cooptación, se acepta lo regional, lo tradicional, se le fortalece en esos ámbitos siempre y cuando no choquen ni contradigan el proyecto hegemónico a nivel nacional, incluso con la toma de elementos prestados para consolidar este último. La relación de constancia en la relación de cooptación es vital, como bien lo apunta en su trabajo sobre la minería.

Las estrategias segregacionistas se observan cuando en sus trabajos el autor reconstruye a la prostituta y su mundo, ya se trate de la Costa Rica decimonónica, de los pequeños puertos de cabotaje de Guanacaste o del cantón de Santa Cruz, reconociendo eso sí la práctica más férrea en la capital y la más permisiva en la citada ciudad guanacasteca. Un segregacionismo más solapado se da cuando se convierte una manifestación cultural regional en la de todo un país, negando, estigmatizando y recluyendo en un espacio geográfico al dado en otras partes del país.

Prácticas estigmatizantes las recoge el autor sobre todo de la prensa, desde donde se reproducen una serie de estereotipos, unas veces de las prostitutas, su mundo, sus clientes, pero también se construyen estereotipos de los trabajadores, sus organizaciones, los marineros del cabotaje o los sabaneros, construyendo en torno a ellos el ideal de hombre macho fuerte y difundiendo un ideal de mujer solícita, hogareña, recatada y de buenas costumbres, antepuesta a la mujer que hay que combatir. Los estereotipos y las prácticas estigmatizantes crean una historia de buenos y correctos, de malos y perversos, y el autor nos rescata ese antagonismo.

Una última estrategia es la creación del miedo. Desde la ley se le enseña al grueso de la ciudadanía, a los que no están al margen de ella, que a la ley se le tiene que temer y esto que es letra en papeles, se concreta mediante los policías que hacen la ronda, a los cuales se les legitima para que vigilen, controlen y castiguen, pero se concreta sobre todo en los juzgados, donde una población mayormente iletrada se entera de los alcances de la ley y teme la posible pena. Las imágenes que se emiten desde la prensa o desde la sabiduría popular contribuyen y mucho en ello. Igual pasa con el miedo que se crea en torno a personas prostitutas y los males venéreos. El miedo en la Costa Rica del siglo XIX y XX fue un mecanismo de control que muchas veces se alimentó de la tradición y las culturas populares.

Las estrategias desarrolladas por quienes eran objeto de control fueron también muy distintas. En el caso de las prostitutas, estas desarrollaron muchas y muy diversas, por ejemplo, camuflaron su actividad, burlaron los intersticios de la ley, manejándola a su propia conveniencia o bien practicando el clientelismo. Igual pasó con los practicantes de la medicina tradicional. Unas y otros se fueron viendo cercados por los controles estatales y en su evasión y en la mantención de su existencia mucho pesó que prostitutas, tahúres y practicantes de la medicina tradicional no rompieran el orden social, la tradición comunal y los márgenes condicionantes de las culturas populares y los imaginarios impresos en ellas. Todos ellos aprendieron a convivir con la ley, a utilizarla para limar sus asperezas con los que los rodeaban, aprendieron a sacarle ventaja a la legislación que buscaba controlarlos.

Cuando Juan José se adentra en el marco de los estudios regionales, pone sobre la palestra el conflicto que genera la presencia de los mecanismos de control social; si bien es cierto esto ya lo observa desde sus primeros estudios sobre la prostitución, en sus últimos trabajos él demuestra cómo los grupos de poder local y las comunidades en medio de una relación de poder, en algunas ocasiones reivindican sus tradiciones -por ejemplo, sus gustos musicales o sus tradiciones culturales-, llegando incluso a tranzar con quienes detentan el poder a nivel nacional. Se reivindican las prácticas tradicionales como la partería y la prostitución en Guanacaste, las cuales son incluso toleradas y bien vistas por la población que convive y recurre a ellas. Muchas veces se crean conflictos y estos tienen una causalidad variada, como se puede observar en el referido estudio de la minería o del movimiento obrero. Pienso que es necesario que en el estudio de las relaciones de poder local regional y en las formas de protesta y conflictividad de obreros y comunidades, el autor tiene que seguir trabajando y nuestro gremio también.

Finalizo con un comentario. Uno de los tantos aportes de Juan José es haber demostrado con sus investigaciones hasta aquí desarrolladas que en la tarea de consolidar un sistema de control, sus impulsores encontraron un rico entramado social en medio del cual tuvieron problemas para alcanzar el control de la población que querían controlar y estos problemas fueron muy variados: la maraña legal, la falta de capacitación de quienes tenían que aplicarlo, los espacios a cubrir, las pugnas y rivalidades entre los diferentes mecanismos de control, sus agentes, las diferenciaciones productivas de las distintas regiones del país, el paisaje encontrado, el desarrollo de las vías y medios de comunicación, las redes de poder a nivel local, regional o nacional y el peso de la tradición, las culturas populares y los imaginarios colectivos que ellas contienen.

Cierro aquí este repaso por la trayectoria de este buen amigo. De los faltantes que en esta reconstrucción existan, soy el claro y absoluto responsable.

San Pedro, Ciudad Universitaria Rodrigo Facio

28 de agosto de 2015

Referencias

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  • 1
    Se ha preferido utilizar muy pocas citas para aligerar el tamaño del texto y por el carácter expositivo de esta presentación. Quiero agradecer al Dr. Ronny Viales Hurtado, al Dr. David Díaz Arias y al personal del Cihac, por invitarme a participar en este homenaje imperdible de mi parte y justo al Dr. Juan José Marín Hernández. Cualquier homenaje que se le haga a él siempre será poco ante sus múltiples aportes y su enorme calidad humana. Estas letras son un pequeño reconocimiento a lo mucho que de Juan José yo he aprendido y que sé que seguiré aprehendiendo.
  • 2
    En uno de sus trabajos afirma lo siguiente: “Para lograr una verificación en el cumplimento de esas ideas y vigilar las desviaciones a su proyecto social, la clase dominante construyó un sistema de control, donde se articularon instituciones de diverso origen tales como la educativa, la terapéutica, la jurisprudencia, la antropología criminal, la criminología, la filantropía y la religiosa entre ellas. Estas entidades procuraron introducir en los sectores populares una visión del mundo, la cual tuvo que ajustarse a las necesidades de estos sectores, que asumieron los valores oligarcas dándoles su propia interpretación. Ante el peligro potencial de esas reinterpretaciones y apreciaciones, los moralistas, autoridades, legisladores o higienistas denunciaban los riesgos morales, éticos, sanitarios o sociales de las prácticas populares”; de Melodías de perversión y subversión. La música popular en Costa Rica. 1932-1960, (pp. 5-6), por J. J. Marín-Hernández, 2009, Costa Rica: Alma Mater.
  • 3
    Un concepto que el autor establece en otra de sus obras, a partir de otros autores, dice: “Por ello es importante considerar la edificación de su sistema de control social, bajo la lógica de los mecanismos formales-informales; la fabricación de los sistemas simbólicos con los ‘rituales de mando’ y la expansión de una idea de absolutismo moral que se presente como legítimo y consensuado; la adopción y aceptación relativa de los procesos civilizatorios, a través de la creación de diversos tipos de identidad, género, sexuales, locales, regionales, nacionales y ciudadanas, entre otras, que se negocian constantemente con el poder central y, por último, en pugna con las políticas justificativas del desempoderamiento, del poder dominante, de la explotación, de la opresión, de la dominación y de la subordinación”; de Guanacaste. Historia de la (Re)construcción de una región. 1950-2007, (p. 5), por J. J. Marín-Hernández, 2009, Costa Rica: Alma Mater. En ese mismo documento se lee una cita del guanacasteco Salvador Villar, del año 1934, en la que se observa claramente cómo una persona percibe la existencia y actuación, en este caso en Guanacaste, de un sistema de control (2009, pp. 3-4).

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Oct-Oct 2016

Histórico

  • Recibido
    02 Dic 2015
  • Acepto
    24 Feb 2016
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None Diálogos Revista Electrónica de Historia, Universidad de Costa Rica , Escuela de Historia, San Pedro de Montes de Oca, San Pedro, San José, CR, 11501-2060, 2511- 6446 , 2511- 6452 - E-mail: jmarincr@gmail.com
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