Los logros del Dr. Arrea en el universo del quehacer médico son casi innumerables. Nace en San José el 3 de octubre de 1928. Es graduado como doctor en Medicina y Cirugía en la Universidad Autónoma de México, con una especialidad en Cirugía Pediátrica. Su código en el Colegio de Médicos y Cirujanos: 241.
En su paso por el Hospital de Niños dejó un legado que no puede contabilizarse en números abstractos. Su capacidad trascendía los aspectos meramente técnicos de un determinado acto quirúrgico. Muchas fueron las vidas que desde el recinto de un quirófano modificó con su entrega y compromiso, con esa intensidad que lo caracterizaba.
Trabajaba con esos diminutos seres en quienes la cirugía era su pasaporte a una vida llena de calidad. Tengo de primera mano un testimonio de hace 39 años, cuando la atresia esofágica no era un diagnóstico antenatal. Se descubría en el momento del nacimiento, con la rudimentaria, pero útil técnica de una sonda nasogástrica, y los neonatos eran entonces referidos al Hospital Nacional de Niños Dr.
Carlos Sáenz Herrera (HNN). Allí, el doctor Arrea, como cabecera de su equipo, resolvía el problema, sin el valioso apoyo de unidades de cuidados intensivos con la tecnología actual.
María, mi nuera, y Felipe, hijo de unos grandes amigos, hoy son adultos productivos, sanos. El Dr. Arrea les modificó su destino. Eso no tiene precio. Se trata solo de dos ejemplos de los miles de individuos que son ciudadanos de nuestro país. Con mucha frecuencia se contabiliza el número de cirugías que un maestro realizó, como si tal cifra fuese el objetivo final del ejercicio exitoso de una profesión; nada más lejano del perfil de don Carlos: cada niño era su misión, cada niño constituía para él un reto, un desafío, ganarle la partida a la muerte o a la enfermedad.
Uno de sus discípulos, el Dr. Roberto Herrera, lo describe de la siguiente manera: “Si el maestro lleva tu mano hasta lograr el trazo perfecto cual ejecución de orquesta dirigida por Dudamel; si el poeta alimenta tu espíritu tal cual lo hace Sor Juana Inés de la Cruz; si el pensador alcanza el balance aristotélico justo solo para invitarte a soñar, crecer en verdades y no en dogmas, entonces Don Carlos fue todo eso para los que tuvimos la dicha inmensa de ser sus discípulos”.
Su compromiso con la medicina costarricense no solo se mostró en los pasillos del Hospital Nacional de Niños, pues su participación en Acta Médica Costarricense fue intachable. En la revista original fungió como subdirector y desde su cargo en la Dirección de los Servicios de Salud, se ocupó de su financiamiento, la forma correcta de estimular la investigación en el país. Se reincorpora a la revista en
2007. Miembro entusiasta, puntual en todas las reuniones, acucioso en la revisión de artículos y en la colaboración espontánea con los autores para así mejorar las publicaciones, también escribía editoriales y artículos de actualidad.
Cuando pensamos en alguien que se ha ganado el cariño, respeto y admiración, queremos resumir estos sentimientos en las palabras que tímidamente pueden traducir tales méritos, y entusiasmo es la palabra.
Entusiasmo, ese sentimiento intenso de exaltación del ánimo producido por la admiración apasionada de alguien, que se manifiesta en su manera de actuar o de hablar. Esto dibuja de cuerpo entero a don Carlos, un entusiasta irrecuperable. Muchas son las personas que se conforman con mirar a sus alrededores sin ofrecer una colaboración. Don Carlos no perteneció a ese grupo. Cuando el entusiasmo lo seducía, no se detenía hasta no lograr lo más cercano a las metas idóneas. Recuerdo en este momento la problemática de la cirugía cardiovascular del HNN. Sin vacilaciones se incorporó al equipo que se abocó a encontrar las faltas y crear soluciones. Hoy, esos niños y sus familias enfrentan un panorama más claro, con un orden establecido que les garantiza los mejores resultados.
Entusiasmo por compartir en los foros nacionales e internacionales su experiencia como académico. Trascendió las técnicas quirúrgicas, su lema era que los mejores resultados serían el producto del trabajo en equipo. En este escenario no se andaba por las ramas. Les recuerdo una de sus últimas conferencias, dictada en el Colegio de Médicos y Cirujanos, en la que cita a Henry Ford: “reunirse en equipo es el principio, mantenerse en equipo es el progreso, trabajar en equipo asegura el éxito.” Solo tomó prestada la cita, implementarla se convirtió en uno de sus principios.
Entusiasmo por la lectura. Devorador de libros con una introspección con la cual lograba la esencia del mensaje del autor. Siempre tenía la recomendación para que iniciáramos este o tal libro. Nunca conseguimos alcanzarlo en esa faena. Tan intensa fue su relación con la lectura, que uno de sus últimos logros fue incursionar en el mundo de la escritura. Recibió clases, no con papel y lápiz, sino con su computadora; cuando apenas nos atrevíamos a utilizarla, ya don Carlos conocía programas y se presentaba a las reuniones de la Academia con su portátil. Palabras como streaming, Skype, videoconferencia o nube, nunca fueron extrañas para él.
Entusiasmo por la poesía. Con Sor Juana Inés de la Cruz edificó una relación amorosa que trascendió las fronteras del tiempo. Pero no solo la leía: la declamaba al unísono con su hermana Marta. Tuvimos la fortuna, en el seno de la Academia, de escucharlo disertar sobre los misterios de la vida de la poetisa mexicana. En uno de sus últimos días, en la Unidad de Cuidados Intensivos, declamó para algunos de sus seres queridos.
Entusiasmo por todo lo novedoso que acontecía en la realidad mundial. La medicina exponencial fue el tema que abordó en un sencillo homenaje cuando se le nombró Presidente Emérito de la Academia Nacional de Medicina. Intuyo que por esa mente siempre activa, pasaba el canon, solo envejece el que deja de aprender: entonces deduzcamos que nunca envejeció.
Entusiasmo por su familia. Los hijos, los nietos, los afectos que lo rodearon eran inmensurables. Sus ojos adquirían ese brillo que solo se alcanza con la intensidad de sus sentimientos. “Ya me voy, pues tengo cena con la familia”, y salía con la velocidad que los años le permitían. Más de una deliciosa paella les preparó.
Entusiasmo por La Academia Nacional de Medicina. Miembro fundador y presidente emérito. Nunca flaqueó, siempre tuvo una actitud frontal, no había puerta que dejara de tocar para lograr que nos mantuviéramos activos. La palabra fracaso no estuvo en su vocabulario.
Entusiasmo y conocimiento sobre ópera…
Los múltiples cargos que ocupó tuvieron a un líder. ¿Un hombre del Renacimiento? El tiempo, ese implacable escultor, venció a su cuerpo. Su corazón físico no daba para más. Pero su mente, su espíritu, su esencia, siempre estuvieron allí, dando la lucha. Cuando su cuerpo deseaba tirar la toalla, guerreó los más graves asaltos. Lo despedimos con ese dolor que nos provoca la ausencia física de alguien muy querido y admirado. Pero tengo la certeza de que todos y cada uno de quienes estuvimos en contacto con él, llevamos en nuestra impronta un trozo suyo. Así que permanece vivo, sigue vigente.
No podía terminar este sencillo obituario sin citar un poema de Sor Juana Inés de la Cruz:
¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando solo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en bellezas?
Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en riquezas.
Yo no estimo la hermosura vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida
teniendo lo mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida que consumir la vida en vanidades
Descanse en paz, Dr Arrea. ¡Por siempre con nosotros!
Dra. Judith Jiménez Torrealba
Miembro de Número
Academia Nacional de Medicina
Fechas de Publicación
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Fecha del número
Jul-Sep 2019