Resumen
Durante las últimas tres décadas se ha afirmado que la población indígena de Costa Rica al momento del contacto con los europeos en el siglo XVI ascendía a unos 400 000 habitantes. Un siglo atrás el obispo-investigador Bernardo Augusto Thiel había propuesto la cifra de 27 000 habitantes en los territorios correspondientes a la República de Costa Rica, cifra que se consideró errónea. En este trabajo se plantea que los cálculos de Thiel son más concordantes con el análisis de la información etnohistórica, con las investigaciones arqueológicas recientes, así como con las investigaciones antropológicas relativas a los cacicazgos.
Palabras clave: Demografía; etnohistoria; arqueología; antropología; cacicazgos
Abstract
During the last three decades most texts on local History of Costa Rica have estimated that 16th. Century indigenous population in Costa Rica at the time of first encounters with European explorers was about 400 000 individuals.
Questioning this figure, this study found that data advanced a century earlier by bishop and researcher Bernardo Augusto Thiel were ultimately more accurate and realistic (27 000 native inhabitants for the whole country). This article demonstrates based on ethno-historical reports, recent archeological findings and recent anthropological research undertaken on the study of chiefdoms, all sources analyzed for the purpose of this text, that Thiel’s figures are more correct than the numbers of hundreds of thousands of people adopted in the last decades.
Keywords: Demography; ethno-history; archaeology; anthropology; chiefdoms
Introducción
Desde la pasada década se ha afirmado que la población prehispánica de Costa Rica quizás ascendía a unos 400 000 habitantes, cifra muy superior a las estimaciones que en los últimos años del siglo XIX realizara Bernardo Augusto Thiel, quien calculó en unos 27 000 habitantes al total de la población que había en todo el territorio costarricense antes de la conquista española (Thiel 1-54).
Estamos en presencia de dos cifras completamente opuestas, una maximalista, que se enfila con las interpretaciones de Dobbyns y Borah, en tanto que Thiel, coincide con una posición acorde con la llamada corriente minimalista predominante a principios del siglo XX y defendida por Ángel Rosenblat y Alfred Kroeber.1
Cuando se contrastan ambas cifras con los testimonios de los españoles del siglo XVI, que describen las poblaciones indígenas del interior del país, resulta evidente que la cifra a la baja señalada por el obispo Thiel parece concordar más con la información señalada por estos testigos españoles.
El cálculo minimalista de Thiel ha sido prácticamente desechado, en cambio se cita con frecuencia la cifra maximalista originalmente establecida por William Denevan y repetida por W. George Lovell y Christopher H. Lutz en 1995 de 400 000 habitantes en Costa Rica en tiempos prehispánicos (Lovell y Lutz 128). En libros de historia de reciente publicación, se cita este dato, como ejemplo el párrafo siguiente en el libro de Elizabeth Fonseca y otros autores (Fonseca et al. 46): “El número de los indígenas había descendido de unos 400.000 que había en el momento de la llegada de los españoles a unos 9.000 en la década de 1680”.2
En este trabajo se afirma que este dato está lejos de la realidad: la información de carácter etnohistórico que a continuación se expone, permite establecer cuan errada es la cifra maximalista, la cual falsea la interpretación de las sociedades indígenas de los decenios previos al arribo de los europeos al territorio costarricense, e igualmente la comprensión de la evolución de la sociedad colonial de Costa Rica en sus orígenes.
Como en gran parte del continente americano, el arribo de los europeos trajo la guerra, la sujeción de los indígenas a los sistemas de explotación impuestos por los españoles, así como la introducción de patógenos que rápidamente devastaron a las poblaciones nativas. Sin embargo, ¿cuál fue realmente el declive de la población?, ¿fue una verdadera hecatombe o fue una caída drástica pero no catastrófica?
Estimaciones de población en territorios panameños aledaños a Costa Rica en los años previos al arribo de los europeos
En países vecinos de Costa Rica como Panamá, los cálculos demográficos para el período inmediato anterior al contacto entre europeos e indígenas se sustentan principalmente en fuentes etnohistóricas y varían considerablemente. En tanto el historiador Alfredo Castillero Calvo calcula un total de población indígena en Panamá de 150 000 a 200 000 en vísperas de la conquista, Sauer y Bennett estimaron, treinta años antes que Castillero, una población de 600 000 habitantes para Panamá, es decir, más cerca de los cálculos maximalistas (Haller 115).
En Panamá, el declive drástico de la población ha sido evidenciado tanto por información etnohistórica como por investigaciones arqueológicas, estas últimas constatando el avance de la selva en áreas previamente cultivadas por los indígenas panameños.
Una región panameña que ofrece tanto información etnohistórica como arqueológica es Natá, lo que ha permitido contrastar ambas informaciones. En 1516, Gaspar de Espinosa visitó la región de Natá; más tarde narraría que el número de casas en la población de Natá era tan grande que causó pavor entre los españoles al pensar que tendrían que enfrentarse a ellos. El conquistador calculó entonces que había allí unos 1500 habitantes, es decir quince años después de que se produjo el primer arribo de españoles en territorio panameño. A pesar de lo poblado de la región, ya se había producido un descenso poblacional cuando Espinosa ingresó a este territorio, debido al contacto con los europeos y la propagación de sus enfermedades.3 Según Mikael John Haller si bien la posibilidad de que este cálculo de la población de Natá no sea completamente representativo de la población indígena de todo Panamá al momento del contacto con los europeos, sí considera que las observaciones de Espinosa son valiosas y creíbles (Haller 117).
En 1515, un padre dominico afirmaba ya que (Cit. en Jopling 40): “toda la mayor parte de la gente que había desde el Darién hasta Nombre de Dios y después atravesando allí a la costa del Sur, es muerta y destruida”.
Ocho años después Gonzalo Fernández de Oviedo (20) afirmaba: “Cueva estaba muy poblada de mar a mar y desde el Darién a Panamá lo cual todo al presente está cuasi yermo e despoblado”.
Algunos años más tarde, el mismo Fernández de Oviedo da sus observaciones sobre Natá, e indica que solo había entre 45 a 50 casas fabricadas de madera y techadas de palma, lo que parece mostrar que la población nativa de Panamá continuaba declinando de manera brutal.
Haller, basándose en Oviedo, señala que las casas en Natá variaban en tamaño y en función: desde las muy grandes, de carácter multifamiliar con divisiones internas hasta otras pequeñas viviendas domésticas. Por su parte, el arqueólogo Samuel K. Lothrop (1934a 207-211) habría sugerido que las aldeas nucleadas constituían los lugares de habitación de los jefes, sus familias y sirvientes. Estos eran los llamados bohíos, diferentes de donde vivía la mayoría de la población común en asentamientos dispersos.
Haller, citando investigaciones arqueológica recientes, estima que si el poblado de Natá podía ser de 100 hectáreas, se podría establecer un estimado de 15 personas por hectárea, lo que resulta relativamente una baja densidad para una aldea nucleada, pero se acerca a la densidad poblacional calculada para otras áreas de Panamá de 20 personas por hectárea (Haller 118).
En las crónicas de los conquistadores del siglo XVI se comenta constantemente sobre el maltrato y las ejecuciones de prisioneros, así como el acaparamiento de bienes ajenos por parte de los jefes guerreros de los cacicazgos de Panamá, lo que se interpreta como que, en vísperas de la conquista, el istmo experimentaba momentos de gran tensión entre grupos rivales. A su vez, en las figuras humanas talladas en piedra encontradas en el occidente panameño, aparecen con frecuencia individuos que cargan cabezas humanas, lo cual se considera constituyen representaciones de acontecimientos de agresión, como la portación de cabezas-trofeo, lo que parece confirmado por los relatos de estos conquistadores españoles, quienes dan cuenta del grado de destrucción en vidas y bienes causados por los enfrentamientos intergrupos.
La información etnohistórica sobre agresiones y guerra durante el siglo XVI sugiere que la conflictividad bélica era rampante. Aunque la interpretación de esta conflictividad es fuente de discusiones, se acepta que la guerra era empleada para adquirir nuevos territorios, esclavos y tributo, así como una vía para el incremento del prestigio del jefe y de sus seguidores. A fines de la segunda década del siglo XVI, Pascual de Andagoya señaló que los conflictos fronterizos entre los grupos indígenas cueva en la región del este panameño eran frecuentes, en tanto Gonzalo Fernández de Oviedo (citado por en Haller 129) afirmó que en la región central de Panamá, el objetivo de la guerra era determinar cuál jefe tendría “más tierra é señorío”.
El cronista Pascual de Andagoya quien narra las conquistas del cacique Escoria en Panamá, cuando invadió territorios del cacique Paris en la actual provincia de Azuero, señala que este luego de enfrentar una encarnizada resistencia, logró imponerse al cabo de sangrientas batallas, que provocaron que (citado por Coloane Antony 31): “fueron tantos los que murieron que hicieron silos donde echaban los muertos y donde fue la batalla hayamos una gran calle empedrada con las cabezas de los muertos y al cabo de ella, una torre de cabezas de muertos”.
La información etnohistórica da cuenta también de la previa expansión hacia el sur del cacique Parita con el fin de incorporar otros cacicazgos a fin de adquirir más guerreros de un mayor grupo de individuos bajo su dominio. Así, se convirtió en “cacique supremo”, a la cabeza de una laxa confederación de entidades políticas regionales que constantemente cuestionaban la autoridad del cacique de Parita por lo que requería recurrir a sobornos para tratar de consolidar su poder. Gaspar de Espinoza menciona que a la muerte del cacique de Parita, su poder no fue heredado, sino que se produjo una “guerra civil” con el fin de determinar quién lo reemplazaría (citado por Haller 129). Sin embargo, González de Oviedo señaló que cuando los pueblos cueva del este panameño no se encontraban combatiendo, se dedicaban a actividades de intercambio y a grandes festejos en los que participaban diversas comunidades. Así, en muchas de estas sociedades del área intermedia, las relaciones entre las distintas entidades políticas alternaban la guerra con el intercambio y las reuniones grupales en festejos.4
Pareciera entonces, por lo referido por los conquistadores Gonzalo de Badajoz y Gaspar de Espinosa, que el dominio de los caciques no era muy estable ni se lograba mantener durante mucho tiempo y que el poder de éstos dependía de situaciones políticas efímeras e imprevisibles. Gonzalo Fernández de Oviedo enfatiza en cómo estos caciques debían demostrar su valentía en la guerra como medio para mantener su poder, el que realzaban mediante la portación de insignias de oro y sus cuerpos pintados para ser reconocidos como jefes tanto por los suyos como por sus enemigos (Fernández de Oviedo 30): “es costumbre en aquellas partes que los caçiques é hombres principales traygan en la batalla alguna joya de oro en los pechos ó en la cabeza ó en los braços, para ser señalado é conosçidos”.
Señala también Fernández de Oviedo que eran (Fernández de Oviedo 30): “hombres de experiencia en la cosas de las armas quellos usan”. Richard Cooke y Luis Alberto Sánchez indican que esta situación se refleja en “piezas de oro y cerámica pintada” recuperada en enterramientos, que “representan a seres humanos o criaturas mitad hombres, mitad animal, que sostienen macanas, varas y estólicas” ( Cooke y Sánchez 10).
Para algunos investigadores, esta situación constituía el resultado de un constante ciclo de cacicazgos (Chiefly Cycling), en el cual la periódica expansión de los cacicazgos conllevaba a confederaciones que subsumían a un número de pequeños cacicazgos, para conformar un cacicazgo complejo o supremo (Paramount Chiefdom), que se veían enfrentados a desafíos organizacionales, entre los cuales la competencia entre facciones al interior de linajes o entre linajes, guerra endémica, crecimiento de población y disputas por el control del acceso a recursos o símbolos de poder. Como resultado estos cacicazgos complejos a menudo se fragmentaban, dando paso a la conformación de nuevos cacicazgos de menor tamaño, que podían ser los anteriores antes de fusionarse o bien nuevos, surgidos a veces en lugares donde antes no habían existido. Esta fragmentación tenía como consecuencia el que ocurriera un declive en el nivel de la complejidad social. Con el transcurso del tiempo podían ocurrir nuevas transformaciones socioeconómicas que daban lugar al surgimiento de nuevas confederaciones, de manera que sucesivamente existía un comportamiento cíclico de aparición y colapso de cacicazgos complejos en un contexto regional de existencia de cacicazgos simples ( Menzies y Haller 449-466).
Richard Cooke junto a otros investigadores en un trabajo del año 2003plantea que múltiples problemas metodológicos y geográficos hacen muy difícil establecer un claro estimado de la población indígena del istmo panameño al momento del arribo de los españoles a este territorio, pero que los datos ofrecidos por el historiador Alfredo Castillero Calvo de unos 150 000 a 250 000, así como de su rápido descenso posterior al contacto con los foráneos, de un orden de un 90 por ciento en 20 años parecen atinados; señalan que la población precolombina en territorios hoy día marginales también pudo haber sido considerable (Cooke et al. 1-34).
Indican igualmente que no se debe descartar la posibilidad de que procesos internos, tales como la creciente centralización de la población, las repercusiones de las guerras intestinas, así como la propagación de agentes patógenos de origen europeo hayan causado la merma de la población aún antes del primer contacto con las tropas conquistadoras españolas.
Por último, llaman la atención sobre el hecho de que la población de la región del Pacífico central panameño, en vísperas de las primeras incursiones españolas, pudo haber sido menor que en siglos anteriores y este es un dato que deja muchas incógnitas. ¿Pudo ser resultado de las consecuencias del proceso de continua formación y desagregación de cacicazgos complejos?, ¿llegaron los españoles en un período particularmente virulento de fragmentación y lucha entre cacicazgos?
Una visión del desarrollo económico, social y demográfico de las poblaciones prehispánicas de Costa Rica
El registro arqueológico en Costa Rica sitúa en torno al 700-800 d. C. los cambios en las prácticas agrarias que habrían consolidado un sistema sustentado principalmente en el maíz, lo cual se señala como una de las razones para que se produjera un crecimiento de la población y concomitantemente un aumento del tamaño y la complejidad interna de los asentamientos de población (Corrales, 2006b, 168).
En la región del Caribe central y sur, así como en las llanuras del norte del país, se practicó principalmente una agricultura de tubérculos, raíces, palmas y árboles (vegecultura) igualmente complementada con la caza, la pesca y la recolección. En la región central del país y en los territorios del Pacífico central y sur se combinó la vegecultura con prácticas de semicultura y actividades de caza y recolección.
Quizás la dieta alimenticia de las poblaciones indígenas de Costa Rica no variaba sustancialmente de la diversidad de productos alimenticios que Gaspar de Espinosa describió durante sus visitas a Natá a finales de la segunda década del siglo XVI, quien señala que los españoles se apoderaron de grandes cantidades de maíz, de pescado seco, muchos gansos y pavos, más de 300 venados ahumados, así como otra gran cantidad de lo que denomina como “comida de indios”, almacenados en el bohío. Otras plantas cultivadas incluían el camote, la yuca, los frijoles, así como las silvestres recolectadas, especialmente frutos de las palmas, el nance, el zapote. En la región central panameña, los restos de venado de cola blanca, de pescado y de concha muestran que estos productos eran importantes en la dieta alimenticia. En cuanto al secado y salazón de pescado era una importante actividad en las regiones costeras, cuyas poblaciones lo intercambiaban con otras que vivían alejadas de la costa (Haller 14).
En Costa Rica, se ha sugerido que las poblaciones que vivían en la región de las tierras altas centrales tenían acceso a los recursos marítimos, entre otros bienes, por medio de las redes de intercambio que mantenían con los territorios del Pacífico central (Herrera 142). En el sureste del país, ha señalado el arqueólogo Francisco Corrales, algunos tipos cerámicos muestran una distribución regional, lo que sugiere la existencia de redes de intercambio entre grupos relacionados o esferas de interacción de carácter regional (Corrales, 2006b, 158).
La presencia después de 800 d. C. de grandes asentamientos con divisiones internas, símbolos de rangos con distribución diferenciada, distintos tipos de sepulturas con variación en la mayor variedad y relativa abundancia de ofrendas, así como redes de intercambio para la obtención de bienes exóticos o de prestigio, constituyen las bases que han llevado a los arqueólogos a proponer el surgimiento de un nivel de organización sociopolítica estratificada, de carácter de cacicazgos. La presencia de cementerios complejos y simples con marcadas discrepancias en la cantidad y la calidad de las ofrendas depositadas en las sepulturas, se asocia igualmente como un indicador de la existencia de una jerarquía social de nivel de cacicazgos (Corrales, 2006b: 161).
En síntesis, se plantea que entre el 500 d. C. y el 1000 d. C. aproximadamente, ocurre un proceso de crecimiento poblacional, que conlleva al desarrollo de sociedades jerarquizadas, del tipo que mayoritariamente ha sido definido como de cacicazgo. Aunque este concepto de cacicazgo en la antropología estadounidense corresponde al término chiefdom o jefatura, ha sido discutido su significado en las sociedades prehispánicas de la Baja América Central (Lower Central America). En términos generales, sin embargo, se acepta como una sociedad jerárquica en las que están presentes estratos sociales y la autoridad de un cacique. En general se utilizan las definiciones clásicas de los arqueólogos Service (1975) y Sahlins (1963).5 Otros, aunque aceptan el concepto de cacicazgo como una categoría analítica útil, enfatizan en la importancia de estudiar la variabilidad de ciertas dimensiones críticas, tal como la dicotomía existente entre cacicazgos simples y complejos (Earle 2).
La información que suministran los documentos de carácter etnohistórico, permite obtener una imagen de la organización política de las sociedades indígenas de Costa Rica y Panamá, que calza más con lo que Timothy Earle (3) denomina cacicazgos simples, entidades políticas de unos pocos miles de habitantes, con solo un nivel en la jerarquía política por encima de la comunidad local y de rango escalonado. Por su parte el arqueólogo Francisco Corrales señala que el término cacique tal como los españoles lo empleaban no siempre equivalía al concepto de “chief” propio de las definiciones clásicas de los arqueólogos, pues muchas veces se le daba a un jefe menor o líder local, quien no tenía la autoridad de un jefe propio de una sociedad jerarquizada. También “cacique” llamaron los españoles a los cabezas de familia, clanes y unidades domésticas, de acuerdo con la definición original de esta voz registrada por vez primera por los conquistadores en las islas del Caribe: kassikuan, “tener o mantener una casa”. Razón por la cual, sostiene Corrales, cuando los españoles emplean el término “cacique” debe entenderse en el contexto de niveles de autoridad y parentesco dentro de los cacicazgos (Corrales, 2006b, 159).
El modelo predominante en la explicación de la evolución de las sociedades indígenas de Costa Rica supone que estas avanzaron de una organización muy simple, de bandas y tribus de cazadores-recolectores, que, a partir del desarrollo de la agricultura evolucionarían en su complejidad, para culminar con la formación de cacicazgos centralizados, con una población considerable, que se estima en alrededor de 400 000 habitantes en los siglos previos al arribo de los europeos. Este modelo explicativo es posible encontrarlo en gran número de obras de divulgación relativos a la historia de los pueblos prehispánicos de nuestro país y derivan de las teorías de evolución cultural originalmente planteadas en 1877 por Lewis H. Morgan en su libro La sociedad antigua (Morgan 1971), pero que alcanzarían mayor credibilidad, luego de haber caído en descrédito por casi un siglo, gracias al libro de Peter Farb, Man’s Rise to Civilization, publicado en la década de 1960 (Farb 1968).
Farb popularizó las ideas expuestas en los trabajos de investigación realizados por el antropólogo Elman Service, quien propuso a comienzos de la década de 1960 (Service 1962), la tipología “banda-tribu-jefatura-estado” para caracterizar la evolución política en las organizaciones sociales primitivas, ampliamente aceptada y utilizada desde entonces en las investigaciones etnográficas y arqueológicas. Así, la evolución de las sociedades se caracterizaría por un supuesto movimiento constante hacia sistemas políticos más jerárquicos e integrados de manera cada vez más compleja. Farb subrayó la conexión entre el tamaño de la población y la complejidad de las instituciones sociales, económicas y políticas y este enfoque parece haber permeado la explicación más generalizada relativa a la supuesta evolución ascendente de las sociedades indígenas de Costa Rica en el largo período de varios siglos de duración previo al arribo de los españoles. Así, una población de 400 000 habitantes calzaría bien con la existencia de diversos cacicazgos al momento del contacto con los conquistadores.
Al confrontar la explicación evolucionista del desarrollo de las sociedades indígenas con la información etnohistórica que se obtiene de los testimonios de los primeros españoles que entran en relación con los indígenas en Costa Rica, esta no parece calzar con la teoría evolucionista ni con el planteamiento de la supuesta existencia de casi medio millón de habitantes en el territorio nacional, pues los conquistadores constantemente dejan en evidencia una relativamente escasa población y su relativa dispersión en aldeas aisladas.
El que las sociedades indígenas no mostrasen gran complejidad al momento del arribo de los españoles a territorio costarricense puede tener varias explicaciones:
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Las sociedades evolucionaron hasta alcanzar en algún momento un nivel de desarrollo semejante al de los cacicazgos complejos: es decir constituyeron entidades políticas con gran número de habitantes, de decenas de miles, con dos niveles de jerarquía política por encima de las comunidades locales y una estratificación emergente correspondiente a su nivel de estratificación. Habrían existido importantes centros políticos con hegemonía extensa sobre varias regiones, ejemplo de lo cual habrían sido centros ceremoniales de importancia como lo atestiguaría el sitio arqueológico de Guayabo de Turrialba, en el que es evidente la considerable inversión de mano de obra por parte del trabajo corporativo de diversas aldeas o comunidades. Posteriormente, estos cacicazgos complejos habrían involucionado, dando lugar a una fragmentación política y la conformación de nuevos cacicazgos simples con la posibilidad de una reducción de la población. Las causas de esta transformación solo podrían detectarse a nivel de la investigación arqueológica, si bien la información etnohistórica, así como la lingüística y más recientemente la genética podría encontrar la explicación como una consecuencia de las modificaciones ocurridas en Mesoamérica asociadas al fin del período Clásico y al concomitante flujo de habitantes que migraron desde lugares centrales de Mesoamérica hacia el sur.
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Las sociedades indígenas de Costa Rica nunca alcanzaron un desarrollo más allá del de cacicazgos simples, en los que la heterarquía o ausencia de jerarquía entre aldeas predominaba y los enlaces o vínculos entre las aldeas operaban por medio de múltiples canales: sociales, económicos, políticos y rituales, por lo que había una fluidez permanente en las alianzas que constantemente cambiaban. Por lo tanto, no hubo nunca una evolución más allá de estas incesantes y cambiantes relaciones entre las diversas aldeas o comunidades, las que siempre mantuvieron su relativa autonomía.
Una interpretación que privilegia la evolución y la posterior involución de las sociedades indígenas de Costa Rica
Al aceptar que, a partir de las sociedades de cazadores-recolectores, las poblaciones indígenas de Costa Rica evolucionaron una vez que surgió la agricultura y en consecuencia el sedentarismo y el crecimiento poblacional, no puede obviarse que en Mesoamérica, si bien ocurrió un extraordinario desarrollo económico, social y demográfico a partir de la expansión de la agricultura, ocurrieron cambios de gran trascendencia que grosso modo se sitúan en torno a los siglos IX y XII y por último en el siglo XV. Estos, a su vez, habrían causado un impacto en las sociedades indígenas de Costa Rica, en una dimensión que se desconoce.
Primeramente, cuando colapsaron las ciudades mayas en las tierras bajas del este (Yucatán, Petén y Golfo de Honduras), entre las que se encontraba la ciudad de Copán en Honduras: se sabe que esta ciudad mantenía relaciones de comercio de larga distancia con sociedades indígenas de Costa Rica hacia donde exportaba el jade, objeto de lujo y poder entre las élites indígenas en el territorio costarricense, lo cual se evidencia en la presencia de diseños mayoides en la cerámica polícroma de Nicoya, de acuerdo con Lothrop (citado por Healy 23-24). Con el colapso de Copán, desapareció el intercambio entre chorotegas y mayas que se habría mantenido entre el 250 y el 900 d. C., por lo que el jade dejó de fluir hacia Costa Rica a partir de esta última fecha.
Aproximadamente tres siglos más tarde, Tollan, la capital de los toltecas que supuestamente importaba cerámica elaborada en Guanacaste, colapsa en torno al año 1168 d. C., provocando una serie de desplazamiento de poblaciones en toda el área mesoamericana: con el fin del Estado tolteca en la frontera norte mesoamericana, varios de los linajes del gobierno de la ciudad iniciaron un éxodo que los llevó a establecerse en otras partes de Mesoamérica. Se supone que se produjo una dispersión de tribus hacia el sur y hacia el este. Según planteara Lothrop, es a esta migración a la que se le pueden atribuir la mayor parte de los asentamientos nahoas en Centroamérica. Este autor afirma que, una segunda movilización tuvo origen azteca, ya que durante su hegemonía en el Valle del Anahuac, a partir de la tercera década del siglo XV, fueron organizadas expediciones de pillaje y de comercio que presionaron hacia el sur hasta la actual Panamá. Sin duda ambas dispersiones tuvieron un impacto en los territorios de Nicaragua, Costa Rica y Panamá (Lothrop, 1979b, 5).
Toribio de Benavente Motolinia, quien supuestamente estuvo en Nicaragua en 1528 , escribió (citado por Lothrop, 1979b, 8-9):
En tiempo de una gran esterilidad, compelidos muchos indios con necesidad, salieron de esta Nueva España, y sospecho que fue en aquel tiempo que hubo cuatro años que no llovió en toda la tierra; porque se sabe que en este propio tiempo por el mar del Sur fueron gran número de canoas o barcas, las cuales aportaron y desembarcaron en Nicaragua, que está de México más de trescientos y cincuenta leguas, y dieron guerra a los naturales que allí tenían poblado, y los desbarataron y echaron de su señorío, y ellos se quedaron, y poblaron allí aquellos Nahuales; y aunque no hay más que cien años, poco más o menos cuando los españoles descubrieron aquella tierra de Nicaragua, que fue en el año de 1523.
Este recuento, al igual que otras informaciones etnohistóricas sugieren que probablemente ocurrieron varias migraciones desde el norte, de poblaciones hablantes de Nahua y que efectivamente colonias o enclaves nahuas fueron establecidas en América Central, tales como los pipiles en El Salvador, Choluteca en Honduras, Desaguadero en Nicaragua (el río San Juan), así como los chuchures en Panamá. Es probable que los antiguos ocupantes de Rivas, los chorotegas, huyeron hacia el sur, hacia Nicoya con la llegada de los nicarao; previamente habrían ocupado todo el Pacífico de Nicaragua y un porción del noroeste de Costa Rica.
Estos cambios drásticos en Mesoamérica interrumpieron también el comercio de larga distancia, por medio del cual las élites en las sociedades de cacicazgo de Costa Rica se procuraban bienes de prestigio, símbolos de su poder asociados a una elaborada ideología. Como su poder era siempre frágil, sujeto a modificaciones e inestable, con la caída de la capital de los toltecas en el norte de Mesoamérica, no solo se puso en movimiento el desplazamiento de poblaciones y el surgimiento de conflictos, sino la interrupción del comercio de importación del jade, el cual se supone constituía la base del poder de diversas élites en Costa Rica (López Austin y López Luján 1999).
Se sabe que los objetos de jade cesaron su función dominante como símbolo del poder de las élites en Costa Rica, siendo sustituida por los objetos de oro, al tiempo que ocurrían la serie de transformaciones político-económicas y sociales en toda Mesoamérica (Mora-Marín 28). Previamente, entre circa 300 a. C. y 800 d. C., existió una red de intercambio del jade entre las tierras bajas mayas del este con las regiones norte y central de Costa Rica. La tradición lapidaria del jade de Costa Rica obtenía la jadeíta en bruto de esta región maya, probablemente a través de Belice al principio y posteriormente a través de Copán, desde comienzos del Clásico Tardío, centro político que habría procurado controlar estos intercambios a lo largo de la costa del Atlántico.
La jadeíta importada en bruto era empleada en la producción de bienes terminados de alto valor. A cambio, los mayas habrían adquirido conchas de caracol Spondylus, así como finos metates, objetos de jade elaborados y cerámicas, procedentes de Costa Rica. Se trataría de una integración de las sociedades por medio de una red de intercambio de bienes de prestigio. No obstante, esta tradición de la lapidaria de jade habría terminado como consecuencia de la decadencia y colapso del gobierno centralizado de Copán en torno al 822 d. C., como parte de un declive y fin de las sociedades mayas de las tierras bajas del este, ocurrido entre el 750 d. C. y el 900 d. C. ( Snarkis, 2003b, 175-177).
Basado en investigaciones arqueológicas, Juan Vicente Guerrero Miranda y otros autores plantean que los grupos del noroeste del Pacífico de Costa Rica se encontraban en estos tiempos organizados en cacicazgos, dada la evidencia obtenida de las prácticas mortuorias, tales como la considerable inversión de trabajo en la construcción de montículos funerarios y las ofrendas mortuorias allí enterradas (Guerrero Miranda 91-100).
Al establecer este contraste entre la evidencia arqueológica por una parte, que indica la existencia de cacicazgos centralizados y la información etnográfica por otra, en donde no se mencionan centros ceremoniales de importancia, no sería acaso factible preguntarse si las consecuencias del colapso de las sociedades altamente centralizadas en Mesoamérica, primeramente durante el Clásico tardío, y, más tarde, los desplazamientos de población originados con la caída de Tula que marca el final del período Posclásico temprano en Mesoamérica, provocaron trastornos político-sociales y económicos de gran magnitud en las poblaciones indígenas de Costa Rica. Pudo haber ocurrido una completa reestructuración de estas sociedades, poniendo así fin al período de los montículos ceremoniales y de cacicazgo que habían existido durante los años en que el jade constituyó la piedra angular de los sistemas de dominación centralizados y su ideología respectiva.
La sustitución del jade por el oro como bien de prestigio y su importancia en la integración de las sociedades pudo haber modificado la estructuración de los cacicazgos. Por medio de la circulación de bienes de prestigio y autoridad, Mesoamérica se configuró como civilización: un sistema mundo, integrado política y económicamente a través de los bienes de prestigio, así como ideológicamente por la ideología difundida gracias a la circulación de objetos refinados (Blanton y Feinman 673-692).
De manera hipotética puede plantearse que la estructura de los cacicazgos se modificó: centros cabecera de jefaturas como los que representan los restos arqueológicos de los sitios de Guayabo, en Turrialba o de Cutrís en la región de las llanuras de San Carlos y que habían sido abandonados siglos antes del arribo de los españoles, pudieron haber ejercido el poder político y religioso sobre extensos territorios. Se trataría de cacicazgos en los que el énfasis descansaba en la distinción de las élites por medio de adornos definitorios del estatus, que integraban poblaciones de agricultores a nivel regional, cuya autoridad se encontraba apoyada por una economía tributaria de excedentes de maíz. La legitimidad era reforzada por medio de ceremonias en montículos y por la portación de los objetos de prestigio por parte de estas élites.
El investigador David Mora-Marín plantea que la disrupción de un sistema de redistribución de bienes de prestigio puede conducir al colapso de una organización política. Si tal sistema depende del intercambio a larga distancia de bienes de prestigio, la alteración del funcionamiento de dicho intercambio puede conducir a la disrupción total de la organización política (Mora-Marín 9). Para Mora-Marín, con el colapso del gobierno centralizado en Copán hacia el 822 d. C., el flujo de jadeíta desde esta ciudad maya hacia Costa Rica terminó completamente (Mora-Marín 32). Para este autor, el contacto entre las tierras bajas de los mayas con Costa Rica fue directo y sistemático y habría tenido un impacto en los sistemas sociales y políticos, dada la naturaleza del intercambio realizado entre ambas regiones: bienes de prestigio y conocimiento esotérico (Mora-Marín 8).
Para las élites indígenas de Costa Rica prehispánica, que probablemente ignoraran los detalles completos de las imágenes reales mayas y las inscripciones jeroglíficas talladas en los jades importados, los mayas habrían representado una conexión con un país de poderosas élites, cuyo control de las fuentes de jadeíta constituiría una indicación de su poder, por lo que ostentar tales objetos de jade, sería una forma de sentirse asociados con estas lejanas y poderosas élites (Mora-Marín 38).6
La caída del gobierno centralizado de Copán, inscrito en el proceso que marca el fin del período Clásico en Mesoamérica modificó las redes de intercambio anteriores, llevando a la casi desaparición de las redes de interacción -vía el mar Caribe- que unían las tierras bajas de los mayas con Costa Rica. Posteriormente, una completa realineación de las redes de intercambio tendría lugar en los siglos posteriores cuando -durante el posclásico- grupos de población de origen mesoamericano emigraron hacia el sur: los chorotegas (hablantes de Mangue) y los nicaraos (hablantes de nahua), migraciones que habrían tenido lugar entre circa 800-1350 d. C.
La nueva red de interacción tendría ahora una marcada influencia en la región del Golfo de Nicoya. Simultáneamente, más al sur, en la regiones central y sur de Costa Rica, las relaciones de intercambio parecen haberse realineado con las culturas sudamericanas, particularmente con la introducción de las técnicas metalúrgicas asociadas a la fabricación de objetos de oro, lo que habría tenido efectos significativos pues todo un nuevo sistema de redistribución de bienes de prestigio en torno a los objetos de oro se desarrolló durante el Posclásico (Mora-Marín 35).
Las élites gobernantes ya no dependerían de los objetos de jade como bienes de prestigio y sus significaciones sociopolíticas, sino del oro. Esto ofreció ventajas antes ausentes durante la dependencia de la importación del jade desde los centros de obtención (Guatemala) y distribución (Honduras) de esta preciosa materia prima. El oro era obtenido localmente y quizás, advierte Mora-Marín, más fácilmente percibido como un bien precioso aún más mágico y carismático que los trabajos en pedrería del jade: si antes la elaboración de objetos en piedra verde (aunque no de jade) permitió que la manufactura de estos objetos escapase del control de los detentadores de la verdadera pedrería preciosa (el verdadero jade), con el oro había posibilidades de un mayor control de la producción de los objetos preciosos y su distribución por parte de una élite.
En contrapartida, la fabricación de objetos de oro por medio de la técnica de moldes de arcilla pudo haber cambiado la naturaleza de la especialización comparado con el jade. Muchos colgantes de oro podían ser fabricados de manera relativamente rápida, en tanto que un solo pendiente de jade podía tomar un año su fabricación o aún más. También se ha sugerido que quizás los objetos de oro de mayor pureza estarían reservados a los individuos de mayor estatus, en tanto que los fabricados mediante la aleación con cobre (que los españoles llamaron tumbaga), pudieron estar a disposición de individuos de menor jerarquía (Mora-Marín 34).
Una interpretación que privilegia la heterarquía de los cacicazgos y la incesante alternabilidad de procesos de fusión de aldeas en cacicazgos seguidos por procesos de fisión y conflictividad de las comunidades
Resulta evidente por las observaciones de los españoles que ingresan al territorio interior de Costa Rica durante la segunda mitad del siglo XVI, que ellos encuentran sociedades que difieren sustancialmente de las evidencias arqueológicas de sitios como Guayabo o Cutrís.
Aunque se trata de sociedades agrícolas y organizadas en un tipo de cacicazgo cuya organización social, si bien se basa en el parentesco, sus líderes carecen del gran poder asociado al tipo de organización social definido como cacicazgo o jefatura. Las fuentes etnográficas muestran la dificultad de los caciques del Valle Central en suministrar el número de indígenas auxiliares que solicitan los españoles. También se evidencian los conflictos, tal como el que mantienen los indígenas cotos del extremo sureste del país con los de Quepo en 1563, a su vez enemigo de varios caciques del Valle Central: Accerrí, Yurustí y Turrubara, demostrando la ausencia de un liderazgo centralizado. En información suministrada por el conquistador Juan Vázquez de Coronado, este menciona como Corrohore, cacique de Quepo le entrega objetos de oro, lo que subraya la importancia de la distribución de objetos de oro como una forma de establecer alianzas y mostrar poder.
Estudios recientes enfocados al análisis de complejidad social de las sociedades prehistóricas han establecido conceptos alternativos al de cacicazgo o jefatura entendidos en su definición clásica de la antropología para describir y comprender las sociedades existentes en la América prehispánica previo al arribo de los europeos. Uno de ellos es el de heterarquía, o jerarquía secuencial; otro, autonomía responsable, los cuales se consideran más útiles para la descripción de las organizaciones socioculturales de la antigüedad americana, que una mera división entre sociedades de rango (v. g. cacicazgos) y sociedades tribales igualitarias. En tal sentido desde hace más de veinte años se ha propuesto que conviene establecer cómo realmente funcionaba la complejidad en las sociedades antiguas, más que solamente buscar evidencia para compararla respecto del grado de jerarquía vertical de los modelos propuestos por la antropología clásica de los sistemas de organización sociopolíticos. Así, la heterarquía ha sido definida como la relación de unos grupos de individuos respecto de otros cuando no se encuentran jerarquizados, o cuando poseen el potencial para ser colocados en diferentes rangos por medio de medios no coercitivos. Las relaciones entre individuos, comunidades y sociedades no son estáticas, sino que pueden ser alteradas de manera considerable bajo ciertas circunstancias en todas las escalas de su interacción y representan distintos modelos de organización social variables, tanto horizontalmente como verticalmente. De acuerdo con Daneels y Gutiérrez-Mendoza (12):
La heterarquía analiza aquellas partes de un sistema (jerarquizado) que se comportan de acuerdo a leyes o criterios distintos a los de la jerarquía. Investiga cómo distintos individuos o grupos que actúan por fuera de, o de manera paralela, al sistema jerárquico en una organización colaboran en su gestión y en su desarrollo diacrónico.
La “autonomía responsable” es una de las maneras de lograr que las cosas se realicen: un grupo decide de manera autónoma qué hacer, pero colectivamente es responsable de la decisión tomada conjuntamente. En este sentido, cada organización es una mezcla de jerarquía, heterarquía y autonomía pero con grados diferentes de cada una de estas variables, de manera que cada organización socioeconómica o sociedad específica combina todos estos modelos organizacionales de acuerdo a las cambiantes circunstancias sociales, políticas y económicas.
La construcción y mantenimiento de trabajos comunales a gran escala, tales como sistemas de agricultura intensiva o estructuras arquitectónicas complejas pueden ser realizadas por medio de pequeños grupos organizados a nivel local comunal, pero incorporados en sistemas regionales de control mayores.
En otras partes del continente americano, como en Los Llanos de Venezuela, las sociedades parecen haber alternado períodos de centralización política con otros de descentralización, lo que se ha podido inferir por medio de la comprobación del abandono de asentamientos y de declive de población a nivel regional (Redmon et al. 109-127).
Para las sociedades prehispánicas de la Baja América Central se ha empleado el término de cacicazgo para designarlas. Sin embargo, este como modelo de organización es considerado para el caso de Costa Rica como poco estructurado e inestable a nivel político, siendo la guerra uno de los más prominentes factores causantes del constante proceso de fusión y fisión de las diversas comunidades autónomas. Así, estructuras políticas relativamente centralizadas se mantenían durante un determinado período de tiempo, para posteriormente dar paso a otro de fragmentación política. Dicho proceso de alternancia de sistemas que fusionaban las sociedades para luego dar lugar a otros en que predominaba la fisión y conflictividad entre las comunidades, sería el resultado de los esfuerzos de líderes al frente de diferentes facciones que buscaban resolver los problemas de autonomía y seguridad de sus comunidades.
La guerra ha sido mencionada como uno de los más prominentes factores causante de las constantes variaciones en la organización de las sociedades comúnmente llamadas cacicazgos. En determinados momentos, las comunidades autónomas podían quedar unidas y llegar a constituir organizaciones más cerca del modelo de cacicazgo o jefatura definido por la Antropología, con el establecimiento de una autoridad más centralizadora y con una mayor población sujeta a dicha autoridad. Ello garantizaría la permanencia de los sistemas de organización social y política, así como una eficiente administración de los recursos. Pero estas posiciones de liderazgo y de poder no eran estáticas, sino sujetas a cambios bajo determinadas circunstancias, como luchas entre facciones al interior de la élite o revueltas de los individuos comunes frente a la élite por temas de entrega de tributo o de corveas de trabajo; también el enfrentamiento contra otro cacicazgo. Tales conflictos interrumpían las redes de intercambio regionales e interregionales de bienes de prestigio entre los caciques supremos y sus aliados, así como conducían a la guerra tanto entre facciones locales como entre diferentes entidades políticas (Blitz 577-592).
De manera conjetural es posible enfatizar nuevamente en la diferencia existente entre los datos que la arqueología ha encontrado respecto a sitios como los de Guayabo o Cutrís, con respecto a la información etnohistórica suministrada por los conquistadores y exploradores españoles del siglo XVI. Las últimas comunidades indígenas prehispánicas, tal como las describen los españoles, pueden definirse como pequeñas entidades políticas, las que compartían valores socioculturales, con un patrón de urbanismo de aldeas dispersas, en las que en cada comunidad, sus líderes mantenían el poder en parte por su pertenencia a determinados linajes. Se trataría de sociedades organizadas alrededor de los lazos mantenidos por sus miembros respecto de los linajes de los supuestos fundadores de las comunidades. Si bien el orden sociopolítico descansaba entonces en el poder detentado por determinados linajes, también dependía de aspectos sociales y simbólicos que aglutinaban a las aldeas, las que mantenían un grado de relativa autonomía política respecto de otras aldeas vecinas, las que forjaban alianzas fluidas, que variaban constantemente. Una situación así concuerda con un período de fisión o rompimiento de cacicazgos, en la perspectiva analizada del Chiefly cycling. Los españoles habrían llegado en un momento de fragmentación política donde pequeñas unidades políticas constituirían el resultado del previo rompimiento de un cacicazgo supremo.
La conflictividad de las comunidades indígenas en el momento del contacto de las sociedades indígenas con los europeos
Al momento del ingreso de los españoles a la región central del país y donde habrían de fundar la ciudad de Cartago en la década de 1562, ya habían transcurrido largos años desde que los colonos europeos se habían asentado primeramente en Panamá y posteriormente en Nicaragua y el resto de Centroamérica. En la región de las llanuras del norte, sendas expediciones organizadas primeramente en 1529 por Martín de Estete al mando de 150 soldados y más tarde en 1539 por Alonso Calero, quien procedente de Nicaragua, penetró más profundamente en las llanuras de los ríos San Carlos y Sarapiquí al mando de 125 soldados y gran número de indígena auxiliares.
Alonso Calero hizo referencia a los fuertes conflictos entre las distintas poblaciones de la región. El capitán español fue informado por un cacique que, nueve meses antes su pueblo había sido atacado por guerreros enemigos, primeramente por parte de indígenas votos que ocupaban un territorio al sur. Calero narró lo que los indígenas le relataron: que cuatro grandes canoas habían descendido por el río al mando de muchos guerreros, que habían matado gran cantidad de hombres y llevado a muchas mujeres y jóvenes de ambos sexos. Luego sufrieron el ataque de indígenas de Tori, un lugar situado a dos días de navegación abajo por el río San Juan, quienes dieron un golpe mortal a su población, pues se llevaron a su gente secuestrada, salvándose únicamente el cacique, cuatro ancianas y alguno que otro indígena que pudo huir “y que en todos los otros buhíos no avia quedado sinó el cacique y quatro viejas, y que todos los otros avía llevado y quemado y muerto” (Peralta 733).
Tres décadas más tarde, los españoles que ingresaron en la región del sureste del país, a partir de la ya establecida ciudad de Cartago en el Valle Central, manifestaron encontrar una situación de guerra inter-tribal semejante a la descrita por Calero en 1539.
Pedro Gallego (65), en 1570, señala no haber encontrado en la zona situada entre Coto y Chiriquí:
Gente ninguna aunque en la disposición de la tierra parece y haber sido poblada otros tiempos de mucha gente y así lo decían los indios que llevamos de atrás y que con todas las muchas guerras que unos con otros habían tenido se habían acabado todos.
En esa misma región, pocos años antes Juan Vázquez de Coronado (108) señalaba que:
Cada pueblo tiene por heredad un río de donde saca oro, y a mi solamente me declararon uno, quatro jornadas de Coctu, que era de un pueblo despoblado, que los comarcanos con guerra abían acabado los vecinos del por tomarles el oro.
Entretanto, en la región del Caribe central, en los años en que Calero incursionaba en las llanuras del norte, otros expedicionarios intentaron establecer asentamientos, tal como Felipe Gutiérrez en 1536-37 con su efímera población que llamó La Concepción y donde, en palabras del historiador Alfredo Castillero, los colonos se comportaron de manera “aberrante y depravada”, hasta que fueron rechazados por los indígenas. Tres años más tarde fue enviada desde Panamá otra expedición al mando de Hernán Sánchez de Badajoz, quien se intentó instalar en la región del Caribe sur, pero fue desalojado por otra expedición enviada desde Nicaragua por el gobernador de esta provincia, Rodrigo de Contreras, quien consideró que las autoridades panameñas estaban incursionando en un territorio que correspondía a su jurisdicción (Solórzano y Quirós 179-182).
La presencia de los españoles en la región significó una disrupción grave en la cotidianidad de los indígenas: los foráneos saqueaban los plantíos de pejibayes, yucas, maíz, atacaban las poblaciones locales, capturaban a sus jefes, todo lo cual habría de repercutir negativamente en el modo de vida de los autóctonos.
Otra expedición al mando de Diego Gutiérrez y Toledo ingresó por la costa del Caribe en 1543 en la región de Suerre en el Caribe central de Costa Rica, hasta el valle de Tayutic, donde pereció a manos de los guerreros indígenas que le opusieron fiera resistencia. Como resultado de todas estas incursiones españolas y la resistencia local, no solo se suscitaron conflictos entre los diversos grupos indígenas desplazados, sino probablemente la propagación de enfermedades. Como ha señalado Eugenia Ibarra, a partir de 1561 las fuentes comienzan a dar indicios de una población diezmada, al señalar, según sus propias palabas (Ibarra, 1998b, 617): “poca población, viviendas indígenas deshabitadas, de pueblos que eran y ya no son”, lo que en parte podría ser la consecuencia de un descenso poblacional antes de ese año, cuando ocurre el primer ingreso de las huestes hispánicas al Valle Central.
Carlos Meléndez en una investigación sobre la población de Costa Rica a mediados del siglo XVI, señala que el español Juan Dávila, quien ingresó a la región en 1566 pudo observar en la tierra de los indígenas Botos (Meléndez 11-12), “dos casas, la una grande y la otra no tanto; la mayor dijo tener 200 pies de largo y 30 de ancho”, y que en las casas residían “hasta noventa o cien indios y que la mayor era la casa del señor”.
Este mismo autor igualmente cita información relativa a la incursión realizada por Alonso Calero en 1539 quien indicó que si bien la “la tierra toda estaba poblada”, dicha población no se encontraba junta, “sino toda cada buhío por sí” (Meléndez 11-12).
Juan Vázquez de Coronado (citado por Corrales, 2006b, 160-163, 166) en su incursión en la región del sureste del país también señaló que entre los cotos un pueblo constituía un grupo de varias casas comunales o palenques, en algunos casos constituidos por solo dos o tres.7
Entonces, el patrón de poblamiento de los pueblos indígenas de Costa Rica se caracterizaba por su dispersión y fragmentación política, lo que es evidente en el informe escrito por Juan Dávila en 1566, quien había participado en las expediciones del conquistador Juan Vázquez de Coronado (Fernández Bonilla, 1883a, 43):
De este pueblo y fuerte de Cotú (Coto) llevé un indio á la provincia de Nicaragua, del cual fui enteramente informado de lo que digo; porque diciéndole yo que cómo en un pueblo tan pequeño como era el fuerte, había tantos caciques, me respondió que tantos pueblos había en el pueblo como caciques había; y que ansí era en todo lo demás de aquella tierra.
También, Juan Dávila menciona que, “una parentela de padres é hijos é nietos llaman un pueblo y también provincia, según son los parientes pocos ó mucho”.
Juan Dávila agrega en su informe que quiso corroborar esta información con españoles que habían ingresado a estas tierras por la vertiente del Caribe, quienes le informaron lo mismo y que (Fernández Bonilla, 1883a, 43):
Un suegro mío me ha certificado que en todo lo que en aquella tierra anduvo, que fue mucho, nunca vido tres casas juntas; por lo cual tengo entendido… que en aquella tierra no hay tantos indios como algunos han dicho.
Simultáneamente este conquistador refiere que (Fernández Bonilla, 1883a, 44): “la tierra que yo llamo Costa Rica, donde ahora está poblada la ciudad que llaman Nuevo Cartago, es tierra de buen temple, fría y muy fértil, y que en ella se cogerá mucho pan de trigo”.
Inmediatamente agrega más información relativa a las poblaciones indígenas ( Fernández Bonilla, 1883a, 44):
Están a la redonda de ella las provincias de Garavito, Auzarrí [Aserrí], Pacaca, el Guarco [Ujarrás] los Tices [incluida en el pueblo de Barva], el Abra [Barva] y otros muchos pueblos y provincias que al presente no tengo memoria de sus nombres; los Votos están treinta leguas de la ciudad, Quepo otras treinta, Coto y Boruca cincuenta leguas; en todas las cuales dichas provincias no hay tantos indios como á vuestra alteza habrán informado.
Por último, Juan Dávila señala que Juan Vázquez de Coronado le había informado que había más de treinta mil indígenas, pero que en su opinión (Fernández Bonilla, 1883a, 44): “digo que en la provincia que llaman de Costa Rica, habrá en toda ella cinco mil indios; y, aguas vertientes á la mar del Norte, en todo lo que Juan Vázquez anduvo, no hay pasados de dos mil”.
En su informe agrega que “es tierra de muchos y grandes ríos, toda la más montaña y que lo más del año llueve en ella”. Que (Fernández Bonilla, 1883a, 43):
Los pocos indios que hay son muy belicosos, á causa de que como la tierra no se puede andar a caballo, nos tienen muy gran ventaja á pie; tierra muy aparejada para que los indios, si no quieren dar el dominio, no haya quien les vaya á la mano, sino es haciéndoles la guerra á fuego y á sangre; lo cual si ansí se hiciese, en breve serían acabados ó se pasarían de la otra banda del Desaguadero, como hicieron los de la otra á ésta otra, cuando el capitán Castañeda pobló la Jaén, queriéndoles apremiar á que tributasen. 8
Contrastada esta información con la que el obispo Thiel suministra en su estudio realizado a fines del siglo XIX y en el que indicó que existían en 1569, 17 166 indígenas en Costa Rica (exceptuando el Corregimiento de Nicoya) es posible señalar que los cálculos de Thiel no parecen errados. Durante los años del ingreso de los españoles al interior del país, ya se había producido un drástico descenso de la población original existente un siglo atrás, es decir hacia finales del siglo XV (Thiel 7). De los 17 166 indígenas en 1569, unos 8025 poblaban el Valle Central (Sibaja 462). Esta población constituía entonces una fracción de la que originalmente debió existir un siglo antes -hacia 1469- es decir previamente al arribo de los europeos al continente americano en 1492.
Al tiempo que los españoles ingresaban al interior del país, se propagaban las epidemias. Según el estudio del obispo Thiel, en 1573 hubo una peste general en las comarcas del Pacífico, muriendo en Nicoya en el término de 20 días, 300 indígenas, en tanto que los habitantes de Chomes y Abangares habrían quedado reducidos a unos 80 a 100 individuos (Thiel 16).
Según su investigación, a partir de 1575 se inicia la congregación de indígenas en los pueblos de Barva, Pacaca, Aserrí, Curridabat, Cot, Quircot, Tobosi, Ujarráz, Tucurrique y Turrialba. Dos años más tarde 1 500 habían sido bautizados por los frailes, en tanto otros 500 recibieron instrucción religiosa (Thiel 16).
Esta información es corroborada por datos cualitativos como lo que informa, el 21 de enero de 1593, el cacique de la provincia de Turrialba, don Francisco Totobís del pueblo de Corroce, a raíz de una querella planteada por Alonso Correque, el sucesor de Fernando Correque, el cacique del Guarco que se retira al pueblo de Cuquerrique cuando los españoles ingresan en su territorio. Totobís afirma que (Fernández Bonilla, 1907b, 390):
Antes que la justicia y los rreligiosos y españoles poblasen á los naturales como agora están, bibían en cassas apartadas unas de otras y en cada una dellas bibía una parentela y linaje, y este testigo fué uno dellos é vio que los del pueblo de Corroce estavan de la misma manera, é queste testigo supo quando el dicho Pedro de Rivero fué á poblar los yndios de Corroce y lo tenían amarrado, lo qual supo este testigo de los mesmos yndios porque bibe allí cerca, en Turrialba.
Otro cacique indígena, don Joán Chobro, gobernador de la provincia de Orosi, indica que el sitio de Cuquerrique, al que se retiró el cacique Correque cuando ingresaron los españoles, no era su tierra, sino de los indios de Atirro y otros llamados Pococíes, los cuales se murieron, según lo oyó decir a los viejos (Fernández Bonilla, 1907b, 401). Otro testigo también afirmó que cuando Fernando Correque se instaló allí, todo se había (Fernández Bonilla, 1907b, 403):
Fecho montaña por averse muerto los yndios que allí abitavan y lo hizo rrozar y hizo sus cassas, y este testigo y otros muchos yndios de los demás pueblos fueron con él hazerle las cassas y sementeras.
Finalmente otro indígena, don Pedro Cabizcará, alcalde del pueblo de Ybuxybux, manifestó ( Fernández Bonilla, 1907b, 404):
que conoce el sitio que llaman Cuquerrique que no son tierras de los yndios de Corroce syno que la abitavan yndios de Oroce y otros de Atirro e otros que llamavan Pococes los quales murieron, y este testigo alcanzó todavía allí á ver de los de Oroce e que á la sazón que estavan poblados estos dichos yndios estavan assí mesmo los Correces en su asiento; e que la tierra de los Corroces corre desde un rrío que llaman Pitíx, que está entre Cuquerrique é Corroce, hasta la puente de Faxardo, hazia donde se pone el sol; é que quando entraron los españoles en la tierra se fué á meter en el dicho Cuquerrique don Fernando Correque, señor natural desta tierra, y allí hizo sus cassas.
Los tres testimonios citados atrás certifican que el sitio en donde el cacique principal del Valle del Guarco, Correque (bautizado por los españoles como Fernando) se refugió en una zona antes habitada por indígenas de otras partes, de Atirro según los dos primeros testigos, a lo que el tercero añade que también de Orosi. También los tres concuerdan que otros indígenas de la etnia de los Pococes [Pococíes] también vivían en ese lugar, pero que todos habían muerto. Como no se indica que estos hayan perecido por causa de guerras, es posible suponer que murieron a causa de enfermedades; que por lo tanto el sitio donde habría ido el cacique Correque a refugiarse de los españoles estaba ya abandonado de sus anteriores habitantes.
A falta de investigaciones arqueológicas solo queda conjeturar sobre la evolución de las poblaciones indígenas de Costa Rica en el siglo previo al ingreso de los españoles. Pero el término más apropiado sería el de involución, es decir una detención y retroceso de la evolución política, económica, social y cultural de las entidades políticas como consecuencia del descenso demográfico provocado por la propagación de enfermedades aportadas por los europeos a las vecinas Nicaragua y Panamá en las primeras décadas del siglo XVI.9
Modificaciones de otra naturaleza, tales como las migraciones desde el norte de pueblos provenientes de Mesoamérica en los siglos precedentes al arribo de los españoles, o desde el sur en tiempos más recientes, a raíz del ingreso de los conquistadores españoles en Panamá en las primeras décadas del siglo XVI, pudieron haber influido en la desagregación política de los cacicazgos indígenas en Costa Rica. En el primer caso, estas migraciones fueron consecuencia, en parte, de modificaciones climáticas y en el segundo, el impacto directo de la conquista española (Ibarra, 2012b, 5-6).10 De esta manera, las relaciones entre los grupos indígenas se vieron modificadas profundamente: los conflictos, las guerras alteraron el paisaje político y social: alianzas inestables sustituyeron a anteriores estables jerarquías en un grado desconocido.
En este sentido, si en la actualidad algunos aceptan que la población prehispánica de Costa Rica pudo haber sumado unos 400 000 habitantes, es indudable que esta cifra correspondería a un período de más de un siglo antes del arribo de los europeos al interior del país (Denevan 291; Lovell y Lutz 4-5). En cuanto a la organización sociopolítica, la población indígena de Costa Rica se afirma que al momento del contacto con los españoles estaba organizada en al menos 13 cacicazgos o tal vez en 19, algunos de los cuales tenían preeminencia sobre otros. Se ha establecido que el cacicazgo del Guarco dominaba sobre los cacicazgos menores de Pococí, Suerre, Curridabá y Aserrí y estaba constituido por los pueblos de: Cot, Quircot, Tobosi, Orosi, Uxarraci, Taquetaque, Atirro, Teotique, Turrialba, Ybuxybux, Corroci y Aquiay. Los caciques de esos pueblos estaban emparentados de manera cercana con el cacique principal de todo el señorío, quien era conocido como Fernando Correque en 1590 (Ibarra, s. f., párr. 22). Pero, esta organización en los cacicazgos mencionados es probable que fuese diferente un siglo o dos siglos antes de esta fecha. Y probablemente la cifra de 400 000 habitantes correspondería a siglos previos y la cifra apuntada a fines del siglo XIX por el obispo Augusto Thiel, de 17 000 indígenas en los años en que los españoles se establecen en el interior del país, más cercana a la realidad.
Por último conviene repasar las expediciones que ingresaron por el Pacífico desde finales de la segunda década del siglo XVI: la primera en 1519, una vez fundada la ciudad de Panamá, al mando de los capitanes españoles Hernán Ponce de León y Juan de Castañeda, que culminó con el desembarco de 40 soldados en la desembocadura del río Grande de Tárcoles en octubre de ese año (Solórzano y Quirós 101). Dos años y tres meses más tarde, una nueva expedición al mando de Gil González de Ávila y el piloto Andrés Niño parte de Panamá con rumbo al Pacífico centroamericano. En esta ocasión, a partir de Chiriquí, González de Ávila ingresa en territorio actual costarricense al mando de una expedición que recorre por vez primera, vía terrestre, la costa del Pacífico de Costa Rica, al tiempo que Andrés Niño navega hasta la bahía de San Vicente, en la desembocadura del río Grande de Tárcoles.
Fue esta entonces la primera incursión terrestre, en la que los expedicionarios continuaron hasta el Golfo de Nicoya, recorriendo sus tres sectores: banda oriental, área insular y peninsular. Esta expedición continuó posteriormente por tierra rumbo hacia territorio nicaragüense actual y culminó con el descubrimiento de los españoles del lago Cocibolca o Gran Lago de Nicaragua. De regreso en Nicoya, los españoles retornaron a Panamá, alcanzando la ciudad del mismo nombre el 25 de junio de 1523 ( Solórzano y Quirós 106-115).
La siguiente expedición que partió de Panamá fue organizada por Pedrarias Dávila, quien luego de cuatro años al frente de la gobernación de Castilla del Oro (Panamá), en 1524 envió al capitán de su guardia personal, Francisco Hernández de Córdoba al frente de 200 soldados con la intención de someter los territorios explorados por González Dávila y que culminó, para el caso de Costa Rica, con la fundación de Villa Bruselas. Fue este el primer asentamiento español establecido en la banda oriental del Golfo de Nicoya, fundado antes de que los expedicionarios continuaran su avance hacia Nicaragua en donde, ese mismo año, habrían de fundar las ciudades de Granada y de León. A principios del año siguiente, 1525, con un bergantín desarmado en piezas traído desde Panamá, comienza la exploración del lago de Cocibolca y parte del río San Juan, hasta un punto donde el río Sábalo entronca con este (Solórzano y Quirós 122).
Entretanto, en los territorios colindantes de lo que luego sería la Gobernación de Costa Rica, en 1515 ya los españoles habían incursionado en Natá cuando Pedrarias Dávila, nombrado Gobernador de Castilla del Oro en 1513, envía a Gonzalo de Badajoz y a otro capitán español al mando de unos 130 a 150 soldados a explorar los territorios noroccidentales de Panamá. Poco tiempo después Gaspar de Espinosa ingresa en la región de Coclé, donde permanece cuatro meses y finalmente los españoles fundan el 20 de mayo de 1522 la ciudad de Natá, la que se convierte en el centro de futuras expediciones para la conquista y colonización del territorio noroeste de Panamá, particularmente las tierras del cacique Urracá en Veragua (Conte Bermúdez 17).
En síntesis, desde la década de 1520, el territorio de Costa Rica si bien quedó al margen de la colonización hispánica, con excepción de la región de Nicoya, integrada al ámbito de acción de los españoles establecidos en Nicaragua, los habitantes del interior del país sufrieron las consecuencias del establecimiento de los foráneos en las vecinas gobernaciones de Castilla del Oro primero y Nicaragua después.
Las consecuencias de la presencia hispánica en los vecinos territorios de la Gobernación de Costa Rica es necesario considerarla en dos perspectivas: en primer lugar, la llegada de las huestes ibéricas desde la década de 1510 y más particularmente en la de 1520 tuvo que haber provocado desplazamientos de población desde esas regiones invadidas por los hispanos, lo que se habría traducido en un incremento de los conflictos bélicos como los que atestiguara Alonso Calero durante su incursión en las Llanuras de San Carlos en 1539. Por otro lado, pronto las epidemias de origen europeo causarían grandes pérdidas demográficas entre la población nativa. En las décadas de 1520, 1530 y 1540 se sucedieron diversas epidemias y hambrunas en la región de Nicoya, por lo que no podemos descartar que estas también hayan impactado entre las poblaciones del interior de Costa Rica en un grado hasta ahora desconocido (Ibarra, 1998b, 593-618).11
Diversas migraciones ocurridas en los siglos precedentes al arribo de los españoles sin duda modificaron los patrones de organización social y política y quizás intensificaron los conflictos entre diversos grupos étnicos, como los mencionados atrás. Un testimonio más reciente corresponde al dado por Juan Vázquez de Coronado quien escribe en 1562 respecto de lo que fue testigo al llegar al pueblo de Pacaca (citado por Lothrop, 1979b, 17):
Hallé aquí un cacique con nueve indios mangües y sus mujeres e hijos, que son por todos 26, que no an quedado de mas de seys o siete mil indios que estaban poblados en la Churuteca y Orotiña, que todos an muerto y sacrificado los huetares, y estos no pasará año que murieran todos: saquéllos de allí con lágrimas de contento, poblélos cabe al puerto de Landecho, ques en la Churuteca propia tierra suya.
En su expedición por la región del sudeste del país, el mismo conquistador indicó que todos los hombres estaban dedicados a la guerra (citado por Corrales, 2006b, 175):
Tienen continua guerra con sus comarcanos por robarse el oro que sacan de las minas, y sobre esto se cautivan unos a otros. A los hombres que toman en la guerra a todos los matan y les cortan por trofeo las cabeças.
Finalmente, en esta misma línea se expresa Alonso Ponce (citado por Lothrop, 1979b, 50), quien afirma que “son valientes y muy dados a la guerra a su manera”. Añade que prácticamente vivían en constante estado de guerra, pues a cada luna se efectuaban sacrificios, y para ello se necesitaba conseguir cautivos. En la provincia del Guarco, donde las aldeas parecen haber sido pequeñas, sus pobladores vivían aparentemente en constante depredaciones mutuas. Lothrop afirma que los grupos más importantes como los pacacas, aserrís y garabitos llevaban a cabo incursiones a distancia considerable de sus poblaciones y mantenían provincias enteras bajo su dominio ( Lothrop, 1979b, 50).
Años más tarde, la conflictividad entre los grupos indígenas se mantenía en otras partes del país. Así, en 1619, los borucas del sur del país, cruzaron la cordillera de Talamanca y atacaron a los aoyaques que en ese momento se encontraban en rebelión contra los españoles que habían intentado someterlos. Los borucas apresaron veinte indígenas aoyaques que llevaron a su localidad, de los cuales dos de sus jefes fueron decapitados y sus cabezas lanzadas en el centro del pueblo, en tanto el resto se repartió entre los participantes de la expedición (Fernández Bonilla, 1907c, 192).
Al momento del ingreso de los españoles al interior del país los cacicazgos del Guarco y de Garabito ejercían su hegemonía sobre diversos caciques, sin que sepamos si lo habían logrado por medios violentos.
Uno de los más antiguos conquistadores Alonso Ximénez, interrogado sobre Fernando Correque, el cacique del Guarco, dijo en 1591 que había conocido a dicho cacique y que era el mayor de los caciques (Fernández Bonilla, 1907b, 405):
Que avía en esta tierra é como á tal le obedecían todos los pueblos que ay desde el rrío de Elvirilla hasta Pococi que es la tierra adentro, que son más de veynte leguas, y este testigo le conoció quatro cassas en diferentes partes donde él se yva á tiempos, como heran una en Atirro junto á Corroce, y otra en Corroce y otra en Turrialba y otra en un cacahuatal, camino de Suerre, que se dezía Acoyte: é que donde quiera que yva allí estavan con él la corte é todos los demás señores y los que él quería que estuviesen, como señor que hera de todos, lo qual save porque este testigo lo vio; y en su lugar, después del muerto, sucedió don Alonsso, su hijo.
Otro testigo, don Fernando Parrahara, gobernador de la provincia de Uxarrace, interrogado el primero de febrero de 1593, afirmó que (Fernández Bonilla, 1907b, 401-402):
Vio que donde quiera que estava poblado el dicho don Fernando [Correque], como señor que hera, siempre hera tenido por cabecera y allí venían á servirle y á traerle presentes todos los yndios que subjetava desde el rrío de Elvirilla, al poniente, hasta adelante de Chirripó, que es la tierra adentro, donde sale el sol, que heran muchos pueblos, y este testigo é los de su pueblo fueron muchas vezes.
Esta información muestra el carácter itinerante del cacique principal quien permanecía temporadas en los lugares de residencia de los caciques menores a él supeditados. E igualmente, los indígenas con regularidad se ausentaban de sus propios pueblos pues iban a recoger productos silvestres, así como se trasladaban a otros pueblos con el fin de intercambiar sus producciones por las obtenidas por indígenas de otras regiones. En tal sentido se expresó el indio principal, Diego Polo, el 11 de enero de 1591, ante Diego Peláez, juez receptor con relación al pueblo de Cuquerrique, en donde moraba Alonso Correque, el sucesor del cacique Fernando Correque. Lo hizo por medio de intérprete (Fernández Bonilla, 1907b, 386):
Las haziendas que tienen los yndios deste dicho pueblo, así los presentes como los ausentes, se asentaron en la dicha qüenta y padrón, y que los ausentes las gozan y no se an ydo para no bolver por que vienen á sus cassas y cojen las dichas haziendas… que los frutos y legumbres que los vezinos deste dicho pueblo están en costumbre de sembrar y cojer es milpas de mayz y algodón, yuca e frisoles y piñas, y tienen cañas dulces y chayotes, chile y platanales y píjívays [pejivalles], y que también se puede sacar media legua deste pueblo çarcaparrilla y pita también, y que la tierra es buena y fértil y se dan bien todas las dichas legumbres, y el mayz se da tres vezes en el año, y que con el algodón y legumbres van á los pueblos comarcanos los vezinos deste pueblo y compran sal y petates y rredes y otras cossas que an menester, y hachuelas y cuchillos á trueco de mantas y xicoles que hacen en este dicho pueblo, y esto responde… que los vezinos de este dicho pueblo crían gallinas, pero son pocas, y que es tierra buena para criallas, y que también tienen puercos de montes que los van á cazar… Que el tributo que an pagado a sido á don Fernando su encomendero que fué, al qual no le davan más de hazelle una millpa de mayz y hazelle la casa y dalle chicha y un poco de cacao por que no les pedía nada.
Diego Polo menciona también el dato de que los indígenas eran enviados a Esparza, probablemente a llevar productos que los españoles producían u obtenían de los indígenas del Valle Central. Este dato es corroborado por otra información de unos quince años atrás, cuando el gobernador Diego Artieda Chirinos enviaba indígenas como cargadores con botijas de miel y manteca a los puertos de Suerre y Esparza para su exportación (Fernández Bonilla, 1907b, 375).
Ese mismo día fueron también interrogados dos indígenas del pueblo de Cuquerrique: Alexo y Domingo, quienes informaron que (Fernández Bonilla, 1907b, 388):
Los tratos y granjeriías que tienen [los indígenas de su pueblo], es vender mayz, algodón y las demás legumbres por los pueblos comarcanos, á trueco de petates y hachuelas y cuchillos y sal y otras cossas, y de otros pueblos vienen á éste á comprar algodón á trueco de sal los yndios del pueblo de Acerrí y Barba.
En resumen, el panorama que observamos de la región del interior del país al momento del arranque definitivo de la colonización hispánica es el de una serie de aldeas indígenas de pequeñas dimensiones, constituidas por la agrupación de unos pocos ranchos colectivos o “palenques” habitados por familias extensas, dirigidos por un cacique o principal, el cual a su vez se encontraba supeditado a un jefe indígena mayor, que en el caso de la porción occidental del Valle Central lo era Correque, quien se traslada al sitio de Cuquerrique cuando ingresan los españoles a la región del Guarco y fundan la ciudad de Cartago. Allí se instala con varios de los caciques menores de las poblaciones que anteriormente se encontraban sujetas a su mando. También se infiere de la documentación que el cacique Correque no vivía permanentemente en una sola población, sino que se desplazaaba con frecuencia entre las distintas comunidades supeditadas a su control.
La densidad poblacional era relativamente baja y el poder de los caciques limitado. La organización sociopolítica de los grupos indígenas distaba mucho de las organizaciones mayores como los cacicazgos centralizados y de grandes dimensiones que encontraron los españoles en otras latitudes del continente americano, tal el caso de los grandes cacicazgos o señoríos de la región central de Colombia.
Aparentemente cada cacicazgo era independiente si bien supeditado a la hegemonía de un determinado cacique mayor, que en el caso de la región central del país y parte de la vertiente Atlántica correspondería al cacique Correque.
Característico de estos grupos indígenas era que, aunque practicaban la guerra esta no impedía el intercambio o trueque, como se evidencia en el párrafo citado textualmente atrás, en donde se afirma como los indígenas de Cuquerrique vendían su maíz, algodón y demás legumbres a cambio de petates, hachuelas, cuchillos, sal y otras cosas.
Así, la descripción que Gonzalo Fernández de Oviedo realiza de las actividades de los indígenas de la vecina Audiencia de Panamá a mediados del siglo XVI, pareciera se ajusta a lo que ocurría en Costa Rica al momento del inicio de la colonización del interior de este país (citado por Ibarra, 2012c, 19):
Cuando los indios no tienen guerra todo su ejercicio es tratar y trocar cuanto tienen unos con otros. Así de unas partes a otras… van… a vender de lo que tienen cumplimiento y abundancia y a comprar de lo que les falta… y llevan sus cargas a cuestas de sus esclavos: unos llevan sal, otros llevan maíz, otros mantas, otros hamacas, otros algodón hilado o por hilar, otros pescados salados.
Los indígenas del interior de Costa Rica, quienes se agrupaban en aldeas de diversas dimensiones, pero no muy pobladas al momento del ingreso de los españoles, se encontraban interconectados por medio de redes de comercio. Constituían poblaciones eminentemente sedentarias, que practicaban la agricultura, pero igualmente aprovechaban los recursos silvestres por medio de la recolección y la caza. Ocupaban un territorio cuyo paisaje era resultado de la acción de los humanos, tal como las “abras” que mencionan los españoles que consistían de aberturas de bosques entre las montañas, despojadas de su floresta por la acción humana y cultivados por medio de ciclos de cosechas sucesivas y períodos de descanso (barbecho). También el aprovechamiento de las frutas y nueces perennes de árboles y palmas, así como la gestión de los bosques para la obtención de fibras y plantas medicinales.
Conclusiones
Al comparar la cifra de casi medio millón de habitantes señalada con frecuencia como la población nativa del país al momento del arribo de los españoles, con los supuestos 9000 que había 1680, no queda más que concluir que el descenso de la población en Costa Rica fue catastrófico. La aceptación de esta cifra sin cuestionamientos críticos, ha llevado a enfatizar en el impacto que trajo la conquista española en la población indígena, que habría sido entonces de proporciones dantescas. Sin embargo, si nuevamente se considera la cifra de 27 000 habitantes, propuesta hace más de cien años para Costa Rica por Bernardo Augusto Thiel, el supuesto derrumbe demográfico causado por la conquista española aunque dramático, no habría tenido la repercusión catastrófica indicada.
En los siglos previos al arribo de los españoles estaban lejos los tiempos en que las poblaciones indígenas habían levantado centros ceremoniales como el de Guayabo de Turrialba. Predominaba por el contrario una gran conflictividad entre estas poblaciones, resultado de cambios político-militares causados por diversos factores, los que se evidencian en el aumento de representaciones de seres humanos en las esculturas, probablemente individuos poderosos, quizás guerreros, que desplazaron a las anteriores representaciones de carácter zoomórfico predominantes en las esculturas de mayor antigüedad (Snarkis, 1981a, 68).
Se ha planteado que, el orgullo desmedido de los emergentes jefes guerreros, los llevaron a erigir imágenes en piedra de sí mismos, tan grandes o aún más grandes que las deidades zoomórficas. Por el contrario, en los años inmediatos al arribo de los españoles ya no se da este tipo de esculturas, a la vez que la elaboración de la cerámica es de calidad pobre, comparada con la que poseían las sociedades en los siglos precedentes a la conquista.
Por su parte, la introducción de la metalurgia en las poblaciones indígenas de Costa Rica se considera el cambio de más importancia en la cultura material de los habitantes de la región central del país, que alcanza su apogeo en los quinientos años previos al arribo de los españoles. Coincide con la desaparición del trabajo en jade hacia el 1000 d. C., lo que se interpreta como una pérdida de interés por el significado mitológico de esta piedra y un incremento del empleo de amuletos de oro y otros artículos, importantes en los rituales de orientación sureña. Simultáneamente, las esculturas en piedra y las figuras talladas en madera parecen haber sustituido a las figuras en cerámica que caracterizaron al período anterior (Snarkis, 1981a, 72).
La aparente intromisión de pueblos y tradiciones extranjeras, probablemente sureñas, que se refleja en la sustitución de los anteriores objetos de prestigio fabricados en jade por los de oro, coincide con una supuesta fragmentación política del territorio en los siglos posteriores al año mil y durante los siglos que preceden el arribo de los conquistadores españoles. A ello se puede añadir, conjeturalmente, que también se produjo un descenso demográfico en las poblaciones que habitaban al interior del territorio de la actual Costa Rica.
En los quinientos años previos al arribo de los españoles, los asentamientos se caracterizan porque son pequeños, aglomerados y con una arquitectura rudimentaria; su ubicación es determinada por factores defensivos o de control político de territorios considerados estratégicos. Surgen líderes poderosos que organizan diversos centros en un sistema de sitios jerarquizados y establecen alianzas que se mantienen por poco tiempo (Snarkis, 1981a, 84).
Al observar que, en los siglos previos a la llegada de los españoles, muchos pueblos ubicaron sus asentamientos según criterios defensivos o de control político, se deduce que la guerra desempeñó un papel central. Por otro lado, esta guerra, al contrario de lo que ocurrió en muchas partes de Mesoamérica, donde finalmente unos centros lograron establecer su control y dominio sobre otros, condujo más bien a un fraccionamiento del territorio en múltiples comunidades independientes, que forjaban alianzas de corto plazo y entre las que las lealtades políticas se modificaban sin cesar ( Snarkis, 1981a, 72).
El conquistador Juan Vázquez de Coronado encontró en su incursión de la región del sureste del país un estado de confrontación: los pueblos fortificados con propósitos defensivos eran característicos en Quepo, Turucaca y Coctu. Por otro lado, en la región del noroeste del país (Arenal-Guanacaste) se observa un fenómeno de involución sociopolítica en los siglos previos al ingreso de los primeros conquistadores: anteriores aldeas agrícolas de mayor complejidad fueron sustituidas por caseríos pequeños y dispersos, con una estructura social basada en unidades domésticas ( Murillo, 2010b, 16-34).
Así, la evidencia etnográfica es clara en cuanto a mostrar no solo un estado de conflictividad en el país al momento del arribo de los españoles, sino la relativa pequeñez de las comunidades, compuestas principalmente por núcleos de población integrados por unos pocos palenques, separados por distancias de varios kilómetros de otras comunidades similares. Por otro lado, debido a la escasa investigación arqueológica es imposible por ahora determinar si el fenómeno de regresión socioeconómica y por tanto demográfica detectado en el noroeste del país ocurrió también en otras regiones en los siglos terminales del período prehispánico de Costa Rica.
Por último, aunque la conquista española trajo la desaparición rápida de la población aborigen, sea por propagación de enfermedades como por la violencia misma de la conquista, suele pasarse por alto el determinar y explicar por qué, cómo, dónde y hasta cuándo varios grupos indígenas lograron sobrevivir a esta conquista, aunque con patrones demográficos, sociales y culturales muy diferentes a los del período prehispánico (Cooke et al. 33).
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9
No obstante, tal como señalamos atrás también podría ser resultado de otros factores, entre los cuales si se acepta la hipótesis de los cacicazgos cíclicos, podría encontrarse la población indígena de Costa Rica en una regresión de la manera en que Laura Junker lo define: “Many chiefdoms fail to develop state-level institutions over the long-term, instead perpetually cycling between complex and simple forms, ‘devolving’ into tribal societies” (Junker 381).
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1
En la línea de interpretación maximalista se ubica Denevan, William M. The Native population of the Americas in 1492. Madison: University of Wisconsin Press, 1976. quien sigue los lineamientos de Dobyns, Henry S. Estimating Aboriginal American Population. An Appraisal of Techniques with a New Hemispheric Estimate. Current Anthropology 7, número 4 (Setiembre 1966): 395-416 y los trabajos de Cook, Sherburne F. y Woodrow Borah, Essays in Population History: Mexico and the Caribbean (3 volúmenes). Berkeley: University of California Press, 1971-79. En la línea de interpretación minimalista se sitúa Rosenblat, Ángel. La población de América en 1492: Viejos y nuevos cálculos. México: El Colegio de México, 1967 y Kroeber, Alfred L. Handbook of the Indians of California. New York: Dover Publications, 1976.
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3
Afirman Cooke y Sánchez (2) que existen tan pocos datos confiables sobre la distribución regional de los sitios arqueológicos y, de aquí, sobre el tamaño de la población al momento del contacto español, que lo único que se atreven a asegurar es que había mucha gente distribuida en miles de comunidades esparcidas a lo largo del istmo aún en áreas hoy en día consideradas marginadas o de difícil acceso. Las mayores poblaciones y las sociedades más complejas se encontraban cerca de las costas o en valles fértiles. Cooke, Richard y Luis Alberto Sánchez, Panamá prehispánico: tiempo, ecología y geografía política (una brevísima síntesis).
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4
El Área Intermedia (Intermediate Area) es un área geográfica-arqueológica de América definida por Gordon R. Willey en 1971 y comprende la región geográfica que se ubica entre Mesoamérica en el norte y los Andes Centrales en el sur e incluye porciones de Honduras y la mayor parte del territorio de las repúblicas de Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Venezuela y Ecuador. Como concepto arqueológico, el Área Intermedia ha sido vagamente definida.
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5
La definición tradicional los identifica como pequeñas sociedades complejas, ubicados en una escala intermedia entre bandas y estados, con jerarquía de decisiones de mando centralizadas, algún grado de rango social hereditario y centralización económica. En los cacicazgos conocidos histórica y etnográficamente, los jefes por lo general elaboran y mantienen las bases del poder político por medio de varios medios económicos (recolección de tributo, control sobre la producción y el intercambio, monopolio del comercio externo), como por medios ideológicos (rituales, mitos, espacios sagrados) y coerción militar. Arqueológicamente estas estrategias se han asociado con una variedad de rasgos: construcciones monumentales, jerarquías de los asentamientos, producción e intercambio de bienes de prestigio, diferenciación en la riqueza de los hogares domésticos e indicaciones de militarismo en gran escala (Junker 376).
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7
Francisco Corrales Ulloa estima que en un asentamiento en la cuenca media del río Térraba, las casas de plano circular pudieron albergar de 10 a 25 personas, para un asentamiento de unas 285 personas. Los asentamientos se distanciaban de entre 7 a 11 kilómetros uno del otro, midiendo los principales más de 5 hectáreas (Corrales 2006b, 160-163, 166).
Fechas de Publicación
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Publicación en esta colección
Dic 2017
Histórico
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Recibido
16 Mar 2017 -
Acepto
19 Mayo 2017