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Personajes

Rubén Darío, joven poeta nicaragüense

Aquileo J. Echeverría, joven poeta costarricense

Un policía

Escena

Un puesto de control en la frontera entre Nicaragua y Costa Rica

ACTO ÚNICO

Darío entra con una maleta

Policía: (Detiene a Darío). Oiga, usted, ¿sus papeles? (Darío lo observa, incrédulo). ¿No me oyó? ¡Muéstreme sus papeles!

Darío: Disculpe, oficial. ¿Se refiere usted a mi pasaporte? Claro, claro.

Policía: ¿Y de qué otra cosa le podría estar hablando? Esto es una frontera. Aquí, se ven pasaportes y permisos.

Darío: Bueno, ya que todo es con “P”, podríamos hablar de “paciencia” y de “profesar prioridad a las personas”…

Policía: (Retador). Ajá… Cuidado, porque puedo hablarle del “procedimiento policial para prisión”.

Darío: ¡Prístino prodigio!

Policía: (Apunta). ¿Ese es su nombre?

Darío: Casi, pero no. Me llamo Rubén Darío, y soy “Poeta”.

Policía: ¡Ah! ¡Poeta! Eso lo explica todo. Siempre le andan buscando significados raros a las palabras. A nosotros no nos sirve eso. Obedecemos y hacemos obedecer la ley, que es una palabra clara con un significado “Preciso”.

Darío: Sí. Así lo “Proclaman”.

Policía: Aquí no hacemos poesía, aquí vemos “Papeles”. Uno es el “Pasaporte”… Y espero que usted lo tenga actualizado y sellado, con permiso y vigente.

Darío: Lo tengo, lo tengo. Pero no sé qué tan sellado y actualizado lo quiere. La verdad, hace muchos años que no vengo por aquí. Antes sí, venía mucho. Viví y trabajé en San José, ¿sabe? (El policía se alza de hombros). En Costa Rica nació un hijo mío.

Policía: O sea, que ya se ha metido aquí a trabajar. Supongo que tendrá todos los papeles en orden… Déjeme ver.

Darío: ¿Cuál de todos?

Policía: ¡Por Dios! ¡Los del Pasaporte! ¡Los Permisos de trabajo! ¡Los de mi letra “P”, carajo! ¡Esto es la frontera!

Darío: Sí… La frontera… Es que yo no puedo ver el papel como lo ve usted…

Policía: Mire, como todavía estoy de buenas, le voy a dar cinco minutos para que me explique… (Irónico)… lo que es un papel…

Darío: Eso depende…

Policía: ¿De qué depende?

Darío: Del Papel que juguemos en la vida.

(Antes de que el policía responda aparece un hombre. Es alto y elegante; parece, alegre y se ve entusiasta. Entra haciendo mucho alboroto. Es Aquileo J. Echeverría. Darío, reconociéndolo, le sonríe.)

Aquileo: (Frente al policía). ¿De dónde venís y a dónde vas? ¿Cómo te llamás y cómo estás?

Darío: (Le sigue el tono). De Nicaragua vengo, a Costa Rica voy, Rubén me llamo y muy bien estoy.

Aquileo: ¡Bah, bah, bah! ¡Un verso indigno de vos, don Félix Rubén García Sarmiento!

Policía: ¡Eh, eh, eh! (Mira su libreta). ¡Un momento! Usted me acaba de decir que se llama Rubén Darío… ¿Qué pasa aquí? ¿Ah? ¿Ah?

Aquileo: Como Rubén Darío se le conoce en el alto y el bajo mundo.

Rubén: ¡Don Adolfo Dolores Aquileo de la Trinidad Echeverría Zeledón!

Aquileo: Para los amigos… Aquileo Echeverría, así no más.

Rubén: (Con intención) . Aunque también te llaman de otras maneras… Aquileo: Sí, me dicen y me hago llamar Dixie, el Enano Rojo, Bocaccio…

Rubén: ¡Bocaccio! ¡Qué horror!

Aquileo: Fue ocurrencia tuya.

Policía: A ver, a ver… Está bonita la charla, pero yo tengo que trabajar y este señor no me ha enseñado el pasaporte. ¡Y sin pasaporte aquí no pasa nadie! ¿Lo tiene o no lo tiene?

Aquileo: (Entre indignado y mordaz). Pero, pero, pero… ¿Cómo le va a pedir usted un pasaporte a este hombre? Él no necesita pasaporte porque es un ciudadano del mundo.

Policía: ¡Pues pasaporte del mundo habrá de darme !

Aquileo: ¿Sabe? El que necesita un papel es usted, pero para pedirle un autógrafo a este señor… ¿No le dice a usted nada la frase “Margarita, está linda la mar”?

Policía: (Luego de una breve pausa) . No.

Rubén: Deja esa chochada, Aquileo. Aquí tengo el pasaporte. (Lo saca. El policía hace para tomarlo).

Aquileo: (Arrebata el pasaporte). ¡Esperate! Primero este señor se va a acordar del poema. Estoy seguro de que lo ha oído.

Policía: ¡Suficiente! O me dan esos papeles o los mando a arrestar a los dos. Yo aquí soy el Policía, ¡Con “p” de poder!

Aquileo: ¡Sí, seeeñor… Policía!

Darío: Vea usted qué casualidad. Nuestros oficios empiezan con “p”. Usted policía, y nosotros dos poetas.

Aquileo: Y periodistas. ¡Qué bien la pasábamos en el Periódico La Unión de El Salvador. ¿Te acordás?

Darío: Qué tiempos aquellos, Aquileo.

Aquileo: ¡Tantas tertulias !

Darío: ¡Tantos Poemas !

Aquileo: ¡Tanta fiesta !

Policía: ¡Y aquí la fiesta se terminó! Traiga para acá el pasaporte (Hace para arrebatárselo).

Aquileo: (Lo evita) . ¡Ya va !

Policía: ¡Para poetas estoy yo!

Aquileo: La poesía es miel…

Policía: Pues la miel jala hormigas y abejas, que lo pican a uno.

Aquileo: “Abeja es cada expresión que, volando del papel, deja en los labios la miel y pica en el corazón” (El policía ha escuchado atentamente. Silencio breve). Eso lo escribió este señor.

Policía: No entendí un carajo, pero sonó bonito. (A Aquileo). ¿Y usted? ¿En qué anda? ¿Para dónde va o de dónde viene? ¿Vienen juntos? ¿Se conocen? ¿Qué relación tienen?

Darío: (Interviene). “Ambos son de alma templada, mozos ambos y fornidos, no hay diferencia en edades, ni en la guapeza y el brío”.

Aquileo: ¡Eso es mío !

Darío: ¿Ves? Yo también puedo citarte.

Policía: Citados me los voy a llevar a los dos. ¿Ven? Ustedes los poetas lo enredan a uno. A mí por eso no me gusta esa carajada de la Poesía. ¡Pasaporte! ¡Pasaporte! ¡Pasaporte!

Aquileo: “Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía. Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas. Voy bajo tempestades y tormentas, ciego de ensueño y loco de armonía. Ese es mi mal. Soñar. La poesía…”. (Al policía). También lo escribió él.

Darío: Disculpe usted, señor policía. (Quita el pasaporte a Aquileo y lo entrega al policía). Aquí tiene, y permítame añadir que a quien debe pedirle usted un autógrafo es a este señor… Porque… ¿Sabe? Costa Rica tiene muchos buenos Poetas, es verdad, pero su Poeta, el Poeta nacional, se llama Aquileo J. Echeverría.

Aquileo: Ah, no fregués…

Darío: Ahora te aguantás. Me toca a mí contarle a este señor con quién está hablando. ¿Cómo iba aquella Conchería tuya? “-¡Hola, ñor José María! Traiga la leña pa´ verla. ¿Cuánto cobra?”.

Aquileo: “Cinco pesos”.

Darío: “¡Ave María. Gracia plena! ¡Los tres dulcísimos nombres!”.

Aquileo: Deje la jesuseadera; yo pido lo que quiero y usté ofrece lo que ofrezca, que usté manija su plata y yo manijo mi leña…”.

Darío: “Y no hemos de disgustarlos por cuestiones de pesetas”.

Policía: (Anonadado, mirando las “interpretaciones” de los dos poetas). Bueeeno… Mejor voy a revisar esto para sellarle el pasap… ¡Oiga, pero este documento es viejísimo!

Aquileo: Oficial, tenga esta carta y esta tarjeta. Soy enviado del gobierno de Costa Rica, especialmente para conversar con este señor y llevármelo para mi casa. Puede usted verificarlo todo.

Policía: (Los mira con suspicacia). Ya vengo… (A un policía que no vemos en escena). ¡Ortiz! ¡Vigílelos! (Se va. Quedan en escena solos, Aquileo y Rubén Darío).

Aquileo: ¿Cómo has estado?

Darío: Mentiría si dijera que mal.

Aquileo: ¿Escribís?

Darío: Ya no… ¿Vos?

Aquileo: Ya no. (Pausa larga. Silencio incómodo).

Darío: (Mira el chaleco que viste Aquileo; de pronto ríe). ¡No puedo creerlo! (Con la mano tantea el chaleco de Aquileo) . ¡Lo hiciste !

Aquileo: ¿Qué hice qué?

Darío: ¡Cosiste la bolsa! ¡La cerraste con hilo!

Aquileo: (Divertido) . ¡Ah! ¿Esto?

Darío: Cuéntame otra vez la historia. ¡Me encanta oírla !

Aquileo: ¡Diay! Yo andaba sin plata, como siempre. Un día, en el periódico, me cosí la bolsa y mandé a que en la edición del día siguiente se publicara una estrofa que decía: “Es mi bolsillo imagen del desierto. Por temor a las “fieras” lo he cubierto. ¡Oh, tu Señor, que el universo has creado, no permitas que siga desolado. Y manda algún colón a descubrirlo, o tendré que coserlo o suprimirlo! ¡Pues de nada me sirve en este estado!”

1 (Ríe).

Darío: ¡No sé cómo te metiste a pulpero! ¡Vos siempre has sido pésimo para los negocios!

Aquileo: ¿Ves? “Pulpero”… “Pésimo”… ¡Demasiadas palabras con “P” !

Darío: Que no te oiga el policía…

Aquileo: A vos te fue mejor. ¡Cuántos libros! ¡Cuánta fama! ¡Cuántos países! ¡Cuántos amores! ¡Qué honor el mío estar tan cerca de un amigo con tanto talento!

Darío: ¡No jodas! Deja eso y no me hables de amores, que sabes cuán dura fue mi historia…

Aquileo: ¿Y cómo no hablar de amores siendo poetas? Cuando hablamos de amores nos quieren…

Darío: Pero cuando hablamos de dolores nos persiguen…

Aquileo: ¿Quién diría que las palabras tienen un filo que corta…?

Darío: Pero también son una venda que cura. De palabras hemos vivido, Aquileo, al menos hasta ahora… (Silencio).

Aquileo: Yo… Tengo que mostrarte algo…

Darío: Lo sé. Yo también…

Aquileo: Antes, quiero que recordés que amo a mi tierra tanto como a la tuya… Darío: Tu tierra, Aquileo, también fue mi tierra… ¡Es mi tierra!

Aquileo: Cierto… Y también tu país fue mi país. Soy tan nica como vos.

Darío: Y yo tan tico como tú, jodido…

Aquileo: Vos más que tico, sos universal… no fregués. Todavía recuerdo la primera vez que leí aquellos versos… “pues se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a cortar la blanca estrella que la hacía suspirar. Y siguió camino arriba, por la luna y más allá; mas lo malo es que ella iba, sin permiso del papá. Cuando estuvo ya de vuelta, de los parques del Señor, se miraba toda envuelta, en un dulce resplandor. Y el rey dijo: qué te has hecho, te he buscado y no te hallé ¿qué tienes en el pecho que encendido se te ve?”.

Darío: A Margarita Debayle… No sé por qué la gente lo recuerda tanto…

Aquileo: No sé la gente, pero yo sí te puedo decir por qué lo recuerdo, amigo.

Darío: A ver, Bocaccio… Explíquese…

Aquileo: Duende Rojo (Ríe). Cuando me ponía ese seudónimo en el periódico, me divertía más. Pero volviendo a tu poema, siempre pensé que así somos los poetas: curiosos, enamorados de una estrella, y vamos tras ella, sin permiso. Y al final, no podés ocultar lo que sentís. Se te ve en tu poesía, se te sale por la piel…

Darío: Y te regaña el rey…

Aquileo: A veces… hay Poetas que hacen enojar al que manda… Son los que se roban las estrellas irreverentes…

Darío: Todos los Poetas tenemos algo de irreverentes, porque vemos muchos significados en las cosas y no solo un significado impuesto.

Aquileo: Bueno, pero tampoco logramos cambiar al mundo, y no todos los Poetas enojamos al rey… Algunos a veces hasta trabajamos para él…

Darío: No sé al rey, pero a algunos políticos sí que les diste duro con tu verbo. Claro, con una gran sonrisa, como era tu estilo. ¿Qué me decís de “la firmita”? (Interpreta). “A mí pídanme la vida, ¡Pero la firma!... ¡Mírala!... (Hace la higa) ”.

Aquileo: Cierto. Es que había muchos partidos políticos que pedían firmas para comprometer gente. ¡Pobres! ¡Hasta los hacían hipotecar sus propiedades! El negocio de la política…

Darío: Y dime una cosa hermano… tengo curiosidad. En estos momentos, ¿a qué sí le pondrías firma?

Aquileo: Te lo contesto si me decís, ¿cuál estrella irías a bajar ahora, sin pedir permiso?

Darío: (Luego de una pausa larga) . Hace mucho que no venía por acá.

Aquileo: Yo tampoco.

Darío: ¿Será capricho?

Aquileo: Tal vez…

Darío: Quizá hoy es el momento necesario para hacer lo que antes no hice.

Aquileo: Ya quisiera yo tener tu entereza… Tu certeza. Tal vez vos sos más romántico, yo más mordaz…

Darío: Tú eres un idealista. Ahora… ¿Harás lo que te corresponde?

Aquileo: Lo que me corresponde es llevarte conmigo.

Darío: No sé si voy. No sé si vengo. He dejado ya tantas palabras por el camino. Han sido llamas de tinta que arden sobre pieles de papel.

Aquileo: Son letras, Darío, letras…

Darío: Vos y yo sabemos que las palabras tienen Poder… y arden…

Aquileo: Entonces dame las tuyas, te doy las mías y las echamos para que corran caminos. Este es un buen lugar: es una frontera.

Darío: ¿Crees que arderán?

Aquileo: Sin duda, si las recibe un campo ávido de calidez.

Darío: No basta, Aquileo. Vos y yo ya tenemos Palabra vieja. Viniste a llevarme; yo a encontrarte para que me entregues las Palabras del alma de tu pueblo. Da igual si vamos para alguna parte. Tenemos que enlazar las Palabras de ambos, para que enciendan la luz que ilumine el rostro del espíritu…

Aquileo: Darío… Hay Palabras que dice mi pueblo que me pesan en el equipaje.

Quisiera no haberlas traído… Algunas son duras, como filos…

Darío: ¡Quiero conocerlas!

Aquileo: He tenido sueños raros, que tienen que ver con las Palabras. He visto Palabras insultantes y dolorosas frases pintadas en muros y tapias. También he subido a camiones cuyos asientos las tenían… Eran frases hostiles a tu pueblo…

Darío: Dámelas…

Aquileo: Son las mismas de los chistes de las fiestas, esos chascarrillos que se burlan de tu gente…

Darío: Dámelas también; yo tengo otras para devolverte. También en Nicaragua los muros hablan en contra de ustedes, y los chistes los tienen por protagonistas. Tampoco falta la Palabra del político que explota las diferencias cuando le conviene…

Aquileo: Pero entre los dos pueblos también hay también Palabras de amor, de aprecio, de amistad…

Darío: También. Pero…

Aquileo: ¿Qué pasa Darío? ¿No estás satisfecho?

Darío: Es que no basta Aquileo… Bien lo dijiste cuando hablaste de robar estrellas y que brillen en el pecho como el fuego de una antorcha… Aquileo: Sí. Al Poeta se le nota la luz cuando es fiel a ella.

Darío: Y al joven también, cuando no le cortan sus sueños.

Aquileo: Peor es cuando por sí mismo se adormece y deja de tenerlos y no puede correr tras ellos.

Darío: Dicen que si uno persigue bastante a los sueños, un día se cansan y uno los puede alcanzar.

Aquileo: Sí… Eso dicen.

Darío: (Se asoma afuera). Ya está oscureciendo y nada que nos hacen pasar ni para un lado ni para el otro… ¿Qué habrá pasado con el policía?

Aquileo: (Mira al cielo, sin acusar recibo de lo que pregunta Darío). ¿Será que hay ahora menos estrellas, o menos hambre por ellas?

Darío: No sé. Quizás haya tanto que mirar aquí abajo, que pocos se acuerdan de buscar luces en la noche…

Aquileo: … Darío… Ya no puedo escribir. A veces agarro una pluma, y trato de poner letras sobre un papel, pero es como una pesadilla. ¡No se pinta nada!

Darío: Nada, ni un punto ni una coma.

Aquileo: A veces se me ocurre una idea y la quiero escribir y no puedo… Es terrible…

Darío: Ni una vocal ni un signo de interrogación… Aquileo: ¿A vos te pasa lo mismo?

Darío: Lo mismo…

Aquileo: ¿Entonces? ¿Qué nos queda?

Darío: Lo que somos, Aquileo: la memoria.

Aquileo: ¿Cómo se sabe cuándo llega la hora de pasar la antorcha?

Darío: ¿A nuevos poetas? ¿Pasarla a pensadores o a hombres y mujeres de ciencia o a humanistas? Total, todos hacemos poesía cuando amamos lo que hacemos. ¿O no? ¿Por qué pensar en heredar nuestra antorcha, si cada quien tiene la suya para quemar las palabras que le duelan como filos, para que haga puentes,

para borrar las fronteras y poco a poco convertirlas en la fina línea de dos labios que se tocan. ¡Las fronteras deberían ser un beso entre dos pueblos!

Aquileo: ¿Por eso estamos aquí?

Darío: Quizás. (Se asoma de nuevo hacia afuera) . ¡Ey! ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Aquileo: (Va a asomarse también) . ¡No hay nadie! ¡No hay nada !

Darío: ¿Entonces? ¿Seguimos? ¿Nos devolvemos?

Aquileo: Darío, creo que somos el papel de ayer…

Darío: No hagas chistes…

Aquileo: No los hago. Date cuenta: nos dejaron aquí, a lo que nos venga bien. Sí, como un periódico de la víspera.

Darío: No importa. Si hemos de ser papel, pues que sirvamos para encender el fuego de una memoria viva.

Aquileo: ¿Pasar la antorcha?

Darío: Si es del caso, sí.

Aquileo: ¿Y a quienes?

Darío: Ya vendrán.

Aquileo: ¿Y el papel?

Darío: El papel lo tendrán esos que lleguen… Nosotros ya les dimos el nuestro.

Aquileo: ¿De dónde vienes, a dónde vas, cómo te llamas y cómo estás?

Darío: Vengo de todas partes, y hacia todas partes voy… ¡Vámonos, pues !

Aquileo: (Pasándole un documento) . Tomá, tu pasaporte.

Darío: ¿Y eso? ¿Cómo lo conseguiste?

Aquileo: ¿Cómo? ¿No sabía que, además de todo, soy prestidigitador?

(Darío toma el pasaporte, lo arroja hacia atrás y toma la maleta. Ambos van a salir, pero topan con el policía, que entra sin advertirlos).

Policía: (Descubre el pasaporte en el suelo). ¡Otro pasaporte perdido! (Lo recoge). Mmm… A guardarlo con todos los demás. A veces vienen a reclamarlos, pero en general,

cada cierto tiempo hay que hacer una fogata y quemarlos todos. Para eso son buenos, para encender fuegos. (Lo abre y lo revisa, incrédulo). Pero… ¡Esto no es un pasaporte! ¡Es una libreta llena de hojas en blanco! ¡Bah! Se la llevaré a mi hijo. A lo mejor le sirve de algo. ¡Ojalá que no sea para escribir Poemas! ¡Ahora le ha dado por esa tontera! (Sale. Darío y Aquileo sonríen al verlo salir).

Fin

Nota del autor

La primera versión de este texto fue escrita a solicitud del Ministro de Educación, Leonardo Garnier, para ser representada por estudiantes de colegios de Nicaragua y Costa Rica, en la frontera entre ambos países. La obra constituía el acto cultural que nuestro país iba a ofrecer en la ceremonia oficial que se realiza cada 13 de setiembre en nuestra frontera común, con motivo del paso de la antorcha de la Independencia. Sin embargo, a última hora el gobierno de Daniel Ortega, en Nicaragua, objetó que se presentara este texto, amenazando con que suspendían sus actos culturales si Costa Rica no cambiaba esta obra por bailes folclóricos. No dieron razones para esta decisión. Al final, solo una pequeña parte de la obra se representó en la noche del 13 de febrero, en Liberia, en la ceremonia de recepción de la Antorcha de la Libertad en esa ciudad guanacasteca. La representaron estudiantes nicaragüenses y costarricenses que viven ahí.

Hasta hoy, nunca ha sido interpretada en su totalidad en Costa Rica, y mucho menos en Nicaragua.

Rodolfo González Alajuela, Costa Rica, julio de 2010.

Nota

1 Tomado del Anecdotario Nacional.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Dic 2017
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