Open-access Jesús urueta, una querella literaria (1893)

Jesús Urueta, a literary lawsuit (1893)

Resumen

El artículo pretende cartografiar la polémica entre el periódico El Demócrata y Jesús Urueta (1867-1920) en México a principios de 1893. Desatendida sistemáticamente por los historiadores y críticos, esta querella es simultánea a la del decadentismo y proporciona otros sentidos. Ambas inician cuando Tablada publica Cuestión literaria. Decadentismo, el 15 de enero de 1893, a la que responde Urueta con Hostia. A José Juan Tablada. En el caso de Urueta, la publicación de dos prosas poéticas en la primera quincena de febrero de ese año desató una campaña de descrédito a la que respondió firmando unos textos que eran de autores reconocidos. Dos días después desveló la treta. Urueta exhibe que la campaña en su contra y en contra del incipiente movimiento decadentismo obedecía exclusivamente a razones personales y no literarias. Tras la querella, los adversarios del grupo decadentista se reagruparon para desacreditar al movimiento mismo, evitando particularizar sus críticas en alguno de sus integrantes.

Palabras clave: Jesús Urueta; polémica; treta; El Demócrata

Abstract

The article intends to map the controversy between the newspaper El Democrat and Jesus Urueta (1867-1920) in Mexico in early 1893. Systematically disregarded by historians and critics, this complaint is simultaneous to that of decadentism and provides other meanings. Both begin when Tablada publishes Cuestión literaria. Decadentismo, on January 15, 1893, to which Urueta responds with Host. To José Juan Tablada. In the case of Urueta, the publication of two poetic prose in the first fortnight of February of that year unleashed a campaign of discredit to which he responded by signing texts that were from recognized authors. Two days later he revealed the trick. Urueta exhibits that the campaign against him and the incipient decadent movement obeyed exclusively for personal and not literary reasons. After the lawsuit, the opponents of the decadentist group regrouped to discredit the movement itself, avoiding particularizing its criticism in any of its members.

Key Words: Jesús Urueta; controversy; trick; El Demócrata

Introducción

En 1893, Jesús Urueta (1867-1920), a la par que sigue estudios de Licenciatura en Derecho, organiza piezas teatrales e incursiona en la política, comienza a darse a conocer mediante colaboraciones en el periódico de la Ciudad de México, El Siglo Diez y Nueve.1 Según José Juan Tablada, allí asumió el cargo de redactor junto con Carlos Díaz Dufoo y Luis G. Urbina, bajo la dirección de Francisco Bulnes (2010, p. 421). Un aviso inserto en ese diario el 28 de enero de 1893 reproduce una carta enviada por Urueta a esa redacción:

El Sr. D. Jesús Urueta. Hemos recibido para su publicación, la siguiente carta:

¡Casa de vdes. Enero 27 de 1893. Señores R. R. de El País. Presentes.

Señores de mi alto respeto:

Prefiriendo que se me tache de ligero al torcer la norma de conducta social y política que los intereses personales y la convicción científica me trazan, suplico a vds. me excluyan del puesto que me asignan en la Redacción de su periódico; asegurándoles que esta renuncia no constituye desaire ni malquerencia.

De ustedes, respetuoso servidor. Jesús Urueta (p. 2).2

Añade el periódico el siguiente comentario:

Como se verá, el Sr. D. Jesús Urueta ni ha pertenecido ni pertenece a la redacción del País.

El Sr. Urueta, cuya ilustración y talento son reconocidos, ingresará a la redacción de El Siglo XIX, desde el día primero del entrante, por lo cual felicitamos a nuestros lectores (pp. 2-3).

El primero de febrero Jesús Urueta se suma a la redacción del Siglo Diez y Nueve, al lado de Andrés Díaz Millán, Eliseo García Lizalde, Carlos M. Gil, F. Javier Osorno, Federico G. Pombo, Manuel Portillo y Luis G. Urbina, como informa el propio diario. José Juan Tablada indica que Urueta:

Escribía allí, entre otras cosas, unos artículos literarios de estilo brillante, muy de acuerdo con la estética del momento y sin violar la personalidad, muy marcada, influenciados quizá por la literatura de Francia que el joven autor leía con deleite. Tales artículos les parecieron a los críticos improvisados de otros periódicos rivales, no sólo atentatorios contra las normas establecidas, sino insanos y decadentes, como llamaban los ignaros de entonces a cuanto no lograban entender (2010, p. 425).

Las colaboraciones regulares de Urueta comienzan a aparecer a principios de 1893 en El Siglo Diez y Nueve, y atienden en lo fundamental a dos asuntos de su devoción: la política y la literatura.3 En lo político, inaugura la serie Los dogmas de la democracia que discurre sobre diferentes aspectos como El pueblo y La opinión pública, desde la perspectiva positivista como correspondía a un exalumno de la Escuela Nacional Preparatoria. En lo literario, se significa al responder a la carta publicada por José Juan Tablada con el título Cuestión literaria. Decadentismo, en el diario El País, el 15 de enero de 1893, dirigida a Balbino Dávalos, Jesús Urueta, José Peón del Valle, Alberto Leduc y Francisco Olaguíble. Cinco días después apareció Hostia. A José Juan Tablada, firmada por Urueta, en El Siglo Diez y Nueve. El 20 de enero de 1893 el autor saluda al nuevo movimiento decadentista pero exhibe sus reservas: Le pareceré a usted un disidente, un cismático, y quizá lo sea; pero en el fondo del cisma adivínase el elemento indestructible de donde arrancan nuestras inspiraciones y el inmaculado foco en donde convergen (p. 1). Si para Tablada el decadentismo es la única escuela en que puede obrar libremente el artista que haya recibido el más ligero hálito de la educación moderna (1893, p. 2), Urueta en cambio alberga reticencias. Alega en la misma entrega que

Decaer, opuesto a ascender, no puede significar otra cosa que un nivel inferior, un escalón más bajo, un estado menos perfecto. Decadentismo moral es, pues, un descenso en la escala de la moralidad; decadentismo literario, un descenso en la escala literaria (p. 1).

El reparo más severo reside en la elección de la palabra, como comenta inmediatamente: Sé que usted entiende de otra manera el decadentismo literario y le felicito (p. 1).4 Finalmente, reconoce que participa en lo fundamental de la nueva estética: En resumen, amigo mío, pienso que pensamos lo mismo en el fondo (p. 1). La circular de Tablada originó la primera polémica en torno al decadentismo; la respuesta de Urueta lo involucró en una querella personal con periodistas y críticos literarios del diario El Democráta.5

Antecedentes de la querella

En febrero de 1893, arrecian descalificaciones hacia el flamante redactor. El pretexto es la publicación de unas prosas literarias en El Siglo Diez y Nueve los días 4 y 11 del mismo mes: Del caballete. Indolente. La ofrenda. La carreta. Bocaccio. La pulga. La luna; y Evangelios. (Manuscrito de José Regil). La primera reúne breves viñetas de momentos y estados de ánimo que sobresalen por la sensualidad del vocabulario, subrayando el pesimismo de la edad que algo tiene de impostura. Por momentos recuerdan a Idées et sensations (1866) de Jules y Edmond de Goncourt, lectura seguramente sugerida por José Juan Tablada, empeñado en parecerse al menor de los hermanos (Ceballos, p. 83). La carreta exhibe la temperatura de estas prosas:

Desvanecimiento crepuscular de una tarde de verano. Cielo sin nubes, de azul tropical-marino. La media luna, como un trozo de cuarzo, todavía opaca. En el extremo oriente las montañas lejanas se diluyen en una esfumación de tintas violetas. Llanura extensa manchada a trechos por tupidas aglomeraciones de árboles. Rozando los rubios maizales, tirada por dos robustos y lentos bueyes, una carreta se bambolea. (…) (1893, p. 1)

En Evangelios, además, es evidente el erotismo y la sensualidad de fin de siglo:

Y se encontró en una ciudad bella como la ciudad azul de los cuentos de hadas. Y el aire tenía el aroma de alientos tibios y cadencias de perezosos besos. Y le preguntó a un hombre: qué ciudad es ésta? Y el hombre le respondió: acaso eres ciego del alma? Es la ciudad del amor.

Entonces levantó la vista: las casas eran de cristal delgado y diáfano, y dentro de ellas había lechos espumosos, y sobre los lechos, mujeres color de luna. Un deseo de la carne con alma saltó a sus ojos, y buscó a la mujer más bella. (1893, p. 1)

Los modelos elegidos y lo artificioso de las emociones, así como el léxico finisecular vinculado a lo enfermizo y crepuscular, volvían estos textos objeto de una crítica fácil y a conveniencia. Sin considerar la juventud o la experiencia literaria de Urueta, las descalificaciones no se hicieron esperar. Por detrás de las reacciones que causaron estas colaboraciones, conviene advertir las diferencias entre El Demócrata y El Siglo Diez y Nueve, el primero contrario a Porfirio Díaz y, el segundo, al servicio del régimen. Un año antes Urueta había apoyado la reelección del general. Para los comicios a la presidencia de 1892, celebradas en el mes de julio, se formó un club de estudiantes reeleccionista en apoyo a Porfirio Díaz, integrado por Ezequiel A. Chávez como Presidente; Jesús Urueta en calidad de Secretario; Postsecretario, José Peón del Valle; en tanto que vocales, Ángel de Campo, Antonio de la Peña y Reyes, José María Luján y Carlos Pereyra, entre otros. Junto con el Club de obreros, los estudiantes lanzaron un manifiesto a la nación, publicado en El Hijo del Ahuizote, el 15 de mayo de 1892: Al pueblo de la capital para la gran manifestación de hoy. El punto de reunión es el Jardín de San Fernando a las ocho de la mañana. Se invita igualmente a las familias a que ordenen sus casas (Díaz y de Ovando, pp. 172-173). El 21 de mayo, en las páginas del periódico El Partido Liberal, el grupo se presenta publicitando su manifiesto como Club Central Porfirista de la Juventud con objeto de colaborar a la democratización de la sociedad. Firman el manifiesto el Presidente, Ezequiel A. Chávez; Jesús Urueta, Secretario; Postsecretario, José Peón del Valle; como vocales, Ángel de Campo, Antonio de la Peña Reyes, José María Luján y Carlos Pereyra (Díaz y de Ovando, p. 174). No es descartable que la reacción desproporcionada de El Demócrata en contra de Urueta se vinculara también con estos antecedentes. La rivalidad entre El Siglo diez y nueve y El Demócrata aprovechaba cualquier pretexto para manifestarse. Las recíprocas descalificaciones vertidas por los colaboradores de uno y otro medio aprovechan la menor excusa, sin importar la naturaleza del conflicto. La animadversión procedía del ideario político que representaba cada uno.

En el contexto de la polémica también es significativa la corriente de pensamiento promovida por Max Nordau con Degeneration (1892). La recepción de la obra del austriaco en México fue temprana. Una reseña del español Mariano de Cavia sobre la novela El mal del siglo (1887) se reprodujo en la sección La vida literaria del Siglo Diez y Nueve, el 27 de abril de 1893. En opinión de Cavia, Nordau levantaba su premisa sobre la afirmación de que artistas y delincuentes comparten las mismas dolencias y extravíos, y cita unas palabras del austriaco:

Pero el médico, singularmente el que se ha dedicado al estudio especial de las enfermedades nerviosas y mentales, reconoce al primer golpe de vista en la disposición de espíritu fin de siglo, en las tendencias de la poesía y del arte contemporáneo, en la manera de ser de los creadores de obras místicas, decadentes, y en la actitud de sus admiradores, en las inclinaciones e instintos estéticos del público a la moda, el síndrome de dos estados patológicos que conoce perfectamente: la degeneración y la histeria, cuyos grados inferiores llevan el nombre de neurastenia (Nordau, pp. 27-28).

La atmósfera finisecular es inseparable de la obra de Paul Bourget, Essais de psychologie contemporaine (1883), en sentido opuesto a Nordau.6 Para el francés, la sensibilidad de fin de siglo se asienta en la phosphorescence de la pourriture, formulada por Théophile Gautier en su ensayo sobre Baudelaire, pero aceptada como síntoma de una decadencia que afectaba a todos los ámbitos de la sociedad y no a los artistas en exclusiva. Si Bourget cartografía la estética finisecular desde la observación, Nordau lo hace desde el determinismo. Las tesis del austriaco generaron todo tipo de opiniones. Significativa es la diatriba que Rubén Darío le dedicó en Manicomio de artistas. Degeneración. La última obra de Max Nordau, publicada en La Nación el 8 enero de 1894, luego incluida en los Los raros. El nicaragüense denuncia, entre otras cosas, la ausencia de criterio en la doctrina de Nordau:

Nordau no se contenta con dirigir su escalpelo hacia Verlaine, el gran poeta desventurado o a uno que otro extravagante de los últimos cenáculos de las letras parisienses. Él sentencia a decadentes y estetas, a parnasianos y diabólicos, a ibsenistas y neomísticos, a prerrafaelistas y tolstoistas, wagnerianos y cultivadores del yo; y si no lleva su análisis implacable con mayor fuerza hacia Zola y los suyos, no es por falta de bríos y deseos, sino porque el naturalismo yace enterrado bajo el árbol genealógico de los Rougon-Macquart (1905, pp. 195-196).

El vocabulario medicalizado de las colaboraciones mexicanas delata la familiaridad con las tesis de Nordau y de Bourget, contribuyendo todavía más al enfrentamiento entre grupos. A principios de la última década del siglo XIX se debatía acerca de la salud y la higiene de los artistas, con influencia de la doctrina de Cesare Lombroso sostenida en Genio y follia (1864), debidamente publicitada a partir de la obra de Valentín Catalá, La higiene de los literatos (1876). El 10 de diciembre de 1891, Porfiro Parra proclamaba en la colaboración Higiene de los poetas, literatos, periodistas y otras personas de talento publicada en El Universal, que quien

quiera mejorar su inteligencia y conservarla por muchos años, debe evitar también cuidadosamente recurrir a los estimulantes artificiales: nada de café, nada de bebidas alcohólicas, que excitan con demasiada fuerza el aparato cerebral, y aunque al pronto parezcan producir efectos maravillosos, son seguidas de gran desfallecimiento, y acaban por producir la decadencia y la degeneración del más importante y delicado de nuestros órganos (p. 1).

En el mismo sentido se pronuncia la redacción de El Siglo Diez y Nueve, en dos entregas tituladas La higiene de los literatos, el 21 y el 22 de diciembre de 1891. La primera asienta:

si los literatos son en gran parte enfermos, neuróticos, desequilibrados, pudiera brotar de sus cerebros una literatura morbosa, que muy fácilmente contaminaría las bellas artes sus hermanas, la sociedad en general, y, lo que es peor, generaciones enteras. La influencia de los literatos, de los hombres de talento y de genio en cualesquiera de las ramas de la actividad humana, es tan profunda en la sociedad, y transciende a épocas tan lejanas, que a esa influencia se deben las más grandes revoluciones humanas. (p. 1)7

Con el seudónimo Indolente se publicó Un decadente. Su estilo en las páginas de El Demócrata, el 7 de febrero de 1893, inaugurando una serie de colaboraciones en demérito de la escritura de Urueta. Este texto detonó la polémica. Comienza el artículo de manera inequívoca: Jesús Urueta. La idea oculta por un hervidero de palabras rebuscadas. Bulle el mal gusto en cláusulas ininteligibles, agitando los tropos cursis, y oscilan en el fondo pedazos de vidrio (p. 3). No falta la alusión maliciosa al decadentismo: Esta literatura, con sus tonteras, provoca risa…; ni una conclusión a modo: Y éste es Jesús Urueta. Y así son todos los decadentes. Y Urueta cruza sus brazos sobre el seno, encoge las piernas y para librarse del chubasco -acurrucado- se pone a rodar sobre el colchón verde… (p. 3). El 18 del mismo mes y en el mismo periódico apareció el anónimo Psicologías literarias. Jesús Urueta. A propósito de unos disparates, un libelo sin concesiones sobre unos supuestos poemas de Urueta agrupados bajo el común Broches de un poema y hacia su texto Psicología de un mocho. Zoilo íntimo, en el que se dice:

Sus pinceladas son cursis, sus bocetos hacen pensar en los disparates del decadentismo, unas veces -las más- con lástima; y sus pretensiones son iguales a sus desaciertos, que es la mejor recomendación que de sus aptitudes artísticas puede hacerse. Hay en todas ellas inspiración estancada, indócil: los síntomas del mal gusto, turbios, abundantes y… contagiosos. Falta el arte, pero sobra vulgaridad. Para ser un gran majadero no es preciso ser un gran artista, ni siquiera mediano, por ejemplo: Jesús Urueta. Chucho no nació artista, en vano buscaréis en su frase la línea perfiladísima y correcta de Goethe, El Irreprochable, pero sí encontraréis muy a menudo la extravagancia que llama a la extravagancia, y el disparate que llama al disparate; la risible pintura de un paisaje que provoca muy tristes ensueños de deseados amores, y las negras aberturas del procedimiento que atrae con atracción de vértigo al anémico chirumen de los decadentes (p. 3).

El 12 de febrero de 1893 apareció en El Tiempo el anónimo En solfa que se sumaba a las críticas hacia Urueta:

En la gloriosa pléyade de sus hijos, en la nueva generación de las ilustraciones del porvenir, ha aparecido un astro, una estrella incomparable: el astro del disparate.

Pertenece a la escuela de aquel literato de provincias que para describir la situación de la república en no sabemos qué época, decía que el negro sol de la anarquía se había levantado, envolviendo a la nación en sus sombras pavorosas.

Este neófito, que en el Port-Royal de la tal escuela tiene un distinguido lugar entre los oradores, (porque en dicha pléyade hay de todo, historiadores, críticos, poetas, etc., etc.) es un genio; está ahora al lado de Bulnes en El Siglo, (…) (p. 2).

A continuación, se refiere a los poemas de Del caballete en términos desfavorables:

Ahora él mismo se nos presenta como periodista con sus ribetes bien gruesos de pintor pornográfico. Las cosas que ha dicho ese señor en el caballete, no se pueden copiar aquí; el cronista diría que son cálidas. Nosotros decimos que son vitandas (p. 2).

Alude al escarnio al que José Ferrel en Los de la mutua de elogios (1892) había sometido a los periodistas que meses después coinciden en El Siglo Diez y Nueve, el cual comienza de manera ilustrativa:

¿Qué me importa a mí que haya una sociedad de Elogios Mutuos cuyos miembros gozan del maravilloso privilegio de aparecer gigantes siendo enanos? Pues, francamente, no me importa nada; pero por lo mismo que no me importa, voy a ver si le prendo una banderilla de fuego. ¡Ya veremos cuántos socios respingan! Porque cuentan que se emberrinchan, por quitarme allá esas glorias, digo, esas pajas, y aunque yo no encuentro el motivo de estas corajinas, pues lo que se gana sin trabajo ninguno, con poco dolerse pierde, convengo en que las sufran los de la Mutua, al fin y al cabo los pobrecillos creen que han trabajado mucho para llegar a sentarse en unos cuernos que se les han figurado los de la luna; pero que en realidad no son sino los del ridículo (p. 5).

El autor de En solfa prosigue en relación con Urueta: Esa exaltación enfermiza, ese entusiasmo malsano, revelan un espíritu enfermo, y tal vez incurable (p. 2). Haciéndose eco de la incipiente polémica, El Demócrata consigna el 17 de febrero de 1893 que en respuesta

El sr. Jesús Urueta reproduce un artículo publicado en el mismo Siglo XIX el 29 de Octubre de 1891 contra El Tiempo, y con esto se conforma, dando por contestado el artículo En Solfa que hace pocos días apareció en las columnas del segundo mencionado (p. 3).

La nota equivoca la fecha, puesto que Psicología de un mocho había aparecido el 3 de noviembre de 1891. En efecto, a Urueta le había parecido apropiado responder el 16 de febrero de 1893 con el mismo artículo que había publicado dos años atrás, ahora con una adición en el título, Psicología de un mocho. Zoilo íntimo, en el que el despectivo mocho se debía al subtítulo de El Tiempo, Diario católico:

El escritor de El Tiempo, disfrazado de literato, de crítico, tampoco engaña: es Zoilo. Con la toga de la omniciencia y sobre el solio de la infalibilidad, simula terrible juez que clava sus ojos implacables en Prieto, Sierra, Altamirano y Gutiérrez Nájera, y los condena, con labio papal, al desprecio más profundo por ignorantes, tontos y presuntuosos (p. 2).

Jesús Urueta prosigue enumerando las descalificaciones de las que ha sido objeto: Me obsequia con epítetos de cándido, pobre, buen señor; epítetos que no son nada junto a los calificativos que hace de las honorables personas de Prieto, Sierra, Altamirano y Nájera; y concluye atribuyendo los siguientes calificativos al autor de la nota: presuntuoso, desdeñoso, regañón, irritable, grosero, rencoroso, de mala fe, amenazador, acomodaticio, etc., etc. Se puede discutir honradamente con Satanás? (p. 2). Todo indica que Urueta era ya identificado como exponente de la escuela decadentista a inicios de 1893. Desde diferentes medios comienza a formarse una opinión adversa hacia los jóvenes escritores, siendo Urueta blanco preferente de las invectivas. La recepción de las colaboraciones literarias de Urueta opera en dos direcciones: hacia el grupo del que forma parte y que las celebra como expresión de la nueva literatura; y hacia quienes se muestran reacios a la novedad, recibiéndolas como un ejercicio bizarro y raro que exige censura. Al asociar enfermedad con decadentismo, cuyos integrantes eran acusados de apoyar a Porfirio Díaz, la prensa opositora pretendía exhibir la decadencia moral del régimen. Las diatribas dirigidas a Urueta no pretenden únicamente su descalificación, sino también la del grupo decadente y la del status quo porfirista que presuntamente los cobija.

En la ratonera

La mayoría de los testimonios informa en esos momentos que Chucho Urueta se había hecho con un formidable enemigo, José Ferrel, redactor de El Demócrata, que no desaprovechaba oportunidad para caricaturizarlo. Margarita Urueta escribe que el periodista José Ferrel lo atacaba con saña. Jesús Urueta, a pesar de su juventud, colmado por su diaria crítica, llamándole petulante le jugó una treta (1964, pp. 27-28). Matías Maltrot se expresa de manera semejante (1931, p. 25). Tablada se extiende algo más:

Cada semana a raíz de publicarse las prosas de Urueta, muy buscadas por las personas de buen gusto, sus adversarios las comentaban llenando de burlas y denuestos al literato novel cuyo evidente talento y clara percepción artística se rehusaban obstinadamente a reconocer. Urueta a su vez, nada sufrido, les replicaba llamándoles ignorantes, rutinarios y cuistres, gozándose con su buen humor característico, en aquellas peripecias y declarando justamente que sus adversarios no eran sino unos ignorantes a quienes iba a confundir (2010, pp. 425-426).

Sin embargo, los documentos de la polémica indican otra cosa, puesto que no fue Ferrel el principal agitador. En esas semanas, el periodista se encontraba en prisión por un conflicto con Arturo Paz. Aun cuando no dejó de colaborar con El Demócrata durante su arresto, apenas prestó atención a Urueta en esas semanas. En estas circunstancias, parece inexacta la conjetura de Tablada según la cual Ferrel era

el más impetuoso y cáustico de los periodistas de entonces, fue también el más encarnizado crítico de Urueta y en aquella ocasión llevó sus denuestos al extremo. No cabía duda, la crítica unánime declaraba a Urueta un pésimo escritor y puros mamarrachos sus escritos (2010, p. 426).

Es cierto que Ferrel había expuesto sus reparos hacia la nueva poesía, como en Literatura Nacional, publicado en El Demócrata el 1 de febrero de 1893:

La literatura es parte de la Nación y sufre los fracasos de ésta, sus miserias y sus tiranías; es la expresión popular pasada al través de la retórica, aquilatada por la ciencia y abrillantada por la inspiración.

Cuando se apaga una libertad, se apagan los cerebros que vivían de esa luz.

Pasamos por un periodo de obscuridad y esa sombra siniestra tiene que proyectarse sobre las letras nacionales.

En los labios del pueblo nacerá el apóstrofe regenerador, con el cantar popular se iniciará la nueva vida de nuestra literatura hoy entregada a la molicie, a donde fue por el camino lleno de flores de la adulación o la complacencia (p. 1).

A su juicio, la literatura mexicana estaba estancada. Ya entonces José Juan Tablada, José María Bustillos, Luis G. Urbina y Amado Nervo se habían dado a conocer como seguidores del modernismo. Todo indica que el periodista no solo no apreciaba al nuevo movimiento, sino que le parecía un simulacro. Sus críticas exhiben su decepción, pero, en lo referente a Urueta, suma la antipatía personal. Ambos factores explican las descalificaciones hacia el movimiento y hacia el joven escritor. Con todo, no fue Ferrel quien promovió la campaña en contra de Urueta y de los decadentistas, sino más bien un conjunto de periodistas de distintos medios. El rechazo a los decadentistas era previsible, no solo adoptaron a modelos franceses, sino que relegaron al olvido la tradición literaria mexicana. Más que la novedad, incomodó que hicieran tabula rasa con el pasado inmediato en un momento en el que todavía estaba vigente la literatura nacional que había impulsado Ignacio Manuel Altamirano desde las páginas de El Renacimiento en 1869.

Para exhibir a sus críticos, Urueta planeó publicar con su nombre tres poemas en prosa, Ethérea. Marmórea. Nívea, en la edición del 15 de febrero de 1893 El Siglo Diez y Nueve, bajo el común Broches de un poema (p. 1). Al día siguiente se lee una nota en El Demócrata, en la sección Prensa de hoy: El Siglo XIX.-Trae un cúmulo de disparates etéreos, líquidos y hasta sólidos reunidos en un poema decadente (p. 2). Más incisiva es la colaboración anónima en la misma entrega titulada Disparates líquidos, en la que se informa: Sixto Urueta o Chucho Casillas, el decadente aquél, ha producido la siguiente andanada de… Broches marmóreos, níveos y etéreos, y se reproducen fragmentos de los poemas publicados por Urueta (pp. 2-3). Tras las críticas, Urueta declaró en la colaboración ¡En la ratonera!, publicada el 17 de febrero de 1893 en El Siglo Diez y Nueve, que se trataba de plagios. Dispone el texto en tres secciones: inicia con El implacable a el implacable; siguen los poemas en prosa ahora con el nombre correcto de los autores: Ethérea, Schelley; Marmórea, Leconte de Lisle; Nívea, Shakespeare; finalmente Los críticos, en el que reproduce los comentarios peyorativos de El Demócrata sobre los poemas. El primer apartado es una invitación al juego:

Es una diversión inocente, los soltaremos luego… sólo se trata de reír un poco. La trampa es muy sencilla, con unas migajas de queso se les engaña. Ya los verás, estirando los hocicos ávidos, con los dientes de fuera… Y morederán el queso!- Para esto tenemos que jugarle una mala partida a nuestro compañero Jesús Urueta: como de una manera constante cada artículo de Urueta es roído por el critiquillo de El Demócrata o atomizador por Átomo, es indispensable servirnos del nombre de nuestro amigo -¡Él nos perdone!-. Traduzcamos algún pasaje de cualquier genio literario indiscutible, un pasaje hermosísimo, un trozo magistral… y firmemos: Jesús Urueta. Los verás venir… morderán… y trac! el cuatro se desbarata!- El decadentismo, los tropos cursis, los nudos en la mollera, la literatura de tipo, etc., etc. Oh, fruición glotona del ratonzuelo! Y ni modo de salir de la trampa… ni el mismo átomo! Copiaremos después todas sus frases, sustituyendo nombres; en donde diga Urueta, pondremos Shakespeare, Schelley, Leconte de Lisle… y gozaremos, gozaremos, mientras dan vueltas y vueltas en su cárcel, aboyándose los dientes y alzando los hociquitos ensangrentados… Los exhibiremos unos días entre las curiosidades de la época, y si alguien quiere comprarlos se los regalamos.

Te envío, pues, para su publicación, un fragmento de Shakespeare, que se encuentra en el tomo II de sus Obras, traducción de Hugo -Feeries- El Sueño de una Noche de Verano, pag. 140; una poesía de Leconte de Lisle, que se encuentra en los Poemas Antiguos; y por último, un canto de Schelley, un trozo lindísimo del Epipsyquidion que se encuentra en la página 263 del volumen II de las Obras de Schelley, traducción Rabbe.

A todo esto hay que ponerle un título llamativo, por ejemplo: Broches de un poema. Es el más presuntuoso de los que se me ocurren; si te viene a las mientes otro mejor, plántalo con todos tus cascabeles.

La sección literaria de El Siglo XIX, quedará así:

Broches de un poema.- I. Ethérea (esta es la de Schelley); II. Nívea (esta es la de Shakespeare); III. Marmórea (esta es la de Leconte de Lisle).

Aquí me huele a queso… dirán los roedores.

Ride! ride! El Implacable (p. 1).

Recuerda Tablada en La feria de la vida:

Pero absolutamente cegados por la ignorancia y el encono, cayeron grotescamente en aquella trampa que se hizo célebre con el nombre de Ratonera literaria, ¡y que acrecentó de un golpe el prestigio y la popularidad del ingenioso y socarrón autor! Inútil es decir que Urueta aprovechó aquel triunfo sepultando a sus detractores bajo el más olímpico desprecio… Y que tanto Ferrel como los demás críticos, quedaron en el más cabal ridículo y totalmente desautorizados para volver a inmiscuirse en asuntos literarios (p. 427).

A posteriori Urueta muestra las reglas de un juego que reúne impremeditadamente a sus adversarios. Debidamente planeado, sólo esperó las previsibles reacciones para exhibir a unos críticos más pendientes de lo personal que de lo literario. La estratagema no sólo fue un divertimento, sino una artimaña para denunciar la escasa capacidad crítica de una parte del medio literario.

La polémica

El día 18 de febrero de 1893 El Siglo Diez y Nueve inserta la siguiente nota:

El Demócrata

Dice el periódico que ha pedido alfalfa para Shakespeare:

No recordamos en este momento ninguna calumnia de El Siglo XIX.

En cambio, el diario que llama salvaje a Schelley, nos ha llamado calandria, reclama alfalfa para uno de nuestros compañeros, a quien dice majadero, etc., etc.

Muy bien! (p. 2).8

Las desautorizaciones sirvieron para que El Siglo Diez y Nueve comenzara una particular campaña en contra de El Demócrata, haciendo propia la causa de Urueta.9El Demócrata ventila el 18 de febrero de 1893 en la sección Prensa de hoy:

El Siglo XIX.-Está destinado a contener una carcajada del decadente, léase disparates de Jesús Urueta. En los intervalos de su risa pretende que Shakespeare y otros grandes poetas carguen con sus disparates. Buen papel ha quedado el Decano de la Prensa Mexicana, así no gana la subvención (p. 3).

Relevante es el artículo ya mencionado Psicologías literarias. Jesús Urueta. A propósito de unos disparates, en donde se refiere a la celada: También pretende hacerse pasar por genio, y he ahí la pretensión absurda. Para conseguirlo, modestamente sustituye su obscuro nombre por los de los ilustres Shelley, Leconte de Lisle, Shakespeare (p. 3). Después de afear el ardid a Urueta que ya Gutiérrez Nájera usó, le dirige términos ofensivos:

Pero tú, Chucho Casillas, tienes afinidad para los disparates ¿mas, qué autoridad tienes tú para que no pasen, bajo tu nombre, en calidad de desatinos? El estandarte cubre la mercancía; yerro el tuyo, ¡pobre Sixto! Es una divisa decadente y sin prestigio que sólo invoca la presunción de lo disparatado (p. 3).

De inmediato se relaciona la ratonera de Urueta con una artimaña que ya había empleado el Duque Job, como refiere la colaboración anónima «Una humorada del Duque Job», publicada en la Revista Azul el 5 de mayo de 1895, en la que se dice:

Manuel Gutiérrez Nájera se propuso, sin embargo, armar una ratonera a sus críticos, un pequeño lazo, semejante al que Urueta ideó después, para poner en evidencia la absoluta falta de buena fe y la crasa ignorancia de los censores que a diario le acometían (pp. 4-5).

La alusión a Sixto Casillas, promotor de hojas volantes e impresos populares entre 1840 y 1860, era una manera de desmerecer las prosas de Urueta. En palabras de Manuel Gutiérrez Nájera: Durante la insurgencia, el pasquín fue sublime; la redondilla chueca y desgarbada era una heroína, y ese inmortal de Sixto Casillas que se llama pueblo, fue supremo publicista en el combate por la libertad (2002, p. 337).

Las hostilidades hacia Urueta no se cancelaron. El 19 de febrero El Demócrata reproduce un texto titulado Broche marmóreo, firmado por Shakespeare and Company, en que ridiculiza la prosa del orador:

La noche… El sol intrépido se ha ocultado tras el pico de nieve del volcán azulado. En el oriente queda el reflejo carmíneo del último y portentoso rayo del hirviente Febo. Sin embargo, es de noche. Noche lóbrega, clandestina y ligera como un manto de nieve parda… ¡Oh, la noche!... ¡Recuerdo, surge! Esperanza… ¿dó estás? ¿Hace frío?... ¡No! El ambiente está tibio y aromatizado. Huele a chirimoya madura. Y a queso, también a queso. Del esmeráldico capote del nocturno bosque, sale el ruido murmuroso y anglo-mano que hace palpitar con estremecimiento infanticida la silla turca. Memoria, ¡retrocede! No penetres a la celda plúmbica del niquelado río. Allí está… Su voz no ha muerto aún…. Vibra convulsionada en histericidades argentíferas. Oigo algo así como el estornudo de su acento indómito. ¿Por qué no hablas, arcángel estoico y cincelado? ¡Ah! ¡Ya canta!... ¿Oís? Es él… ¡Oh, Dios! Deja que la etérea insuflación de su marmóreo pecho, llegue hasta mi amelonado rostro… ¡Deja!... ¡Oh!... ¿Sí!... ¡Ya!... (p. 1).

La agudeza se transforma en grosería en la colaboración Raterías ingeniosas incluida en el mismo número y firmada por Garrote:

Casillas, el del Siglo XIX, se sintió un día muy mortificado, porque sus majaderías no encontraban admiradores, fuera de los cuatro o cinco bobos que le aplauden en la Biblioteca de la Escuela de Jurisprudencia hasta el modo de andar y de rascarse las narices.

-Les voy a probar a ustedes, oh, amables paniaguados -dijo Urueta metiéndose el índice de la mano derecha en la fosa nasal izquierda- que yo soy ingenioso hasta la pared de enfrente.

Dijo y se fue.

Se fue a buscar disparates de los gordos, y no tardó en encontrarlos con ayuda de las calandrias eruditas de El Siglo. (…) (p. 3).

En la misma entrega publica Good NightUn Chucho decadente, donde lo acusa de plagio a propósito del prólogo en verso a un poemario de José Felipe Castellot:

Como dicen por ahí que el decadente de último tueste, D. Jesús Urueta, suele, por efectos del decadentismo que le consume, cogerse como al descuido, párrafos de Shakespeare y echarlos a perder, calzándolos con su firma, ignoro si el prólogo de un cuadernillo de versos, digamos así, debido a la estrechez poética de de D. José Felipe Castellot, será verdaderamente de Urueta.

La firma es de él, y por si acaso, las necedades fueren de Víctor Hugo, venidas a manos de Urueta, por arte de su afición a la decadencia, conste que yo con Víctor Hugo no quiero nada (p. 3).

El sarcasmo no cede, incurrendo en lo grotesco, como cuando afirma:

Si te estuvieras con el pico cerrado, no te entrarían moscas.

Ni decadencias!

Ni hurgarías a Schelley.

Ni a Schelley ni a tus narices! (p. 3).

En el mismo medio y en la misma fecha se suma a la campaña el anónimo El decadente aquel que consigna:

El buen Sixto tiene muy pocas aptitudes para ser artista; pero para plagiar las tiene peores. ¿A quién si no a él se le hubiera ocurrido tomar, para firmarlo, algo de lo malo que ha producido Shakespeare y Schelley? Pues solo a la turbia e indigesta mollera de Sixto.

Por donde venimos a caer que si Chucho es malo como escritor, como plagiario es insoportable (p. 3).

La reseña es una descalificación ad hominem, al servicio del resentimiento. Eso explica que equipare los versos de Urueta con las consecuencias de Arturo Paz, propietario de Revista de México, motivo por el cual José Ferrel en esas semanas de 1893 se encontraba encarcelado debido a un suceso ventilado oportunamente por El Demócrata:

Esto tiene cierto mal olor de Arturo Paz, el perpetrador alevoso de aquellas terribles consecuencias en donde se comparaba un abrazo con el canto de la alondra.

Tu poeta, Chucho, no se queda atrás. Le va pisando los talones a Don Arturo.

¡Quiera Dios que no llegue hasta el juzgado correccional!

Esa es la peor decadencia… (p. 3).

El 21 de febrero, El Demócrata incluye Un grave error en el cual insiste:

Es un error imperdonable creer que los malos versos no perjudican por el sólo hecho de ser malos; perjudican a tercero. Lo malo es una cualidad de las cosas que dañan de algún modo. Las malas producciones -y esto es afirmación de cosa juzgada- dañan, perjudican a tercero y entiéndase bien, perjudican y dañan a tercero social, y si es verdad que no hay ley que obligue a nadie a leer malos versos, también es cierto que no hay ley alguna que prohiba la lectura de los versos malos. En esto consiste el mal. Las malas producciones son fuentes nocivas. Abiertas con peligro de la educación del pueblo. Es necesario cegar sus fuentes (p. 2).

El 22 de febrero El Demócrata continúa con la polémica, reproduce la nota De Shakespeare. (De El Partido Liberal):

Con motivo de una cuestión de crítica literaria sostenida entre El Demócrata y El Siglo XIX, se ha citado por el último periódico un pasaje del gran dramaturgo inglés, el cual pasaje tiene por apócrifo, o al menos por infielmente traducido, el primero de los colegas citados (p. 1).

El objeto no era otro que desprestigiar la traducción de Victor Hugo elegida por Urueta del texto de Shakespeare:

De cualquier modo que se considere el asunto, la verdad es que si Shakespeare hubiese escrito siempre con ese estilo, su nombre no habría pasado a la posteridad, (…). Creemos que el Sr. Urueta tiene de cosecha propia; algo mejor que eso. Nosotros creemos que tiene algo peor, y estamos dispuestos a demostrarlo (p. 1).10

Para El Demócrata, esta fue la última secuela de la ratonera. Coleó unos días más para El Siglo Diez y Nueve, insertando el 26 de febrero el extracto El Demócrata pintado por sí mismo:

El Demócrata pintado por sí mismo

La inspiración salvaje de Schelley.

… El pueblo estúpido. (Cleto Fernández)

¡Alfalfa para Shakespeare!

Las clases desarrapadas! (Demócrito) (p. 2).

Al día siguiente, con el pretexto de una velada en honor de Manuel Ignacio Altamirano, publica el mismo periódico Sus eminencias los críticos (¿), rubricada por Riff Raff: Los distinguidos escritores que recetan alfalfa para Shakespeare, agarran, -como ellos agarran- el precioso artículo de Gutiérrez Nájera, escrito en honor del Maestro Altamirano y lo dividen (no al maestro) en estancias (p. 2). Cancelada la reyerta, sus consecuencias repercutieron no ya en Urueta sino en el grupo encabezado por José Juan Tablada. Propiamente, estos embates deberían considerarse inseparables de la campaña de descrédito contra los decadentistas que se alargó unos meses más. Los críticos sumaron fuerzas en lugar de dispersarse, interrumpiendo las invectivas hacia Urueta, para concentrarse en el movimiento decadentista. Resulta significativo que a lo largo de la polémica Urueta se hubiera limitado a publicar dos textos, Broches de un poema y ¡En la ratonera!. La sobriedad de su intervención exhibió más si cabe el dolo y la vehemencia de sus críticos. Con todo, hubo consecuencias para el propio Urueta. En septiembre de 1893 él justificó su distanciamiento de El Siglo Diez y Nueve, como publicita en la carta publicada el 30 de ese mes:

A ustedes consta que, debido a imperiosas atenciones de estudio, aumentadas con las nuevas que el infausto suceso me ha reclamado, hace largos días que no asisto a la Redacción; a ustedes consta que, ni por plática ni por carta, he procurado obtener del compañerismo y de la amistad la intervención de El Siglo en tal o cual sentido y con tal o cual objeto (p. 1).11

Alejado del periódico desde tiempo atrás, en noviembre se aparta definitivamente. El día 10 de ese mes, El Siglo Diez y Nueve inserta el aviso La nueva Redacción de El Siglo XIX:

Se va a permitir consignar en unas cuantas líneas el programa político que desarrollará en sus trabajos periodísticos, sin creerse capaz, sin embargo, de sustituir dignamente a los brillantes escritores que se alejaron llevados por un viento de fronda, muy lejos de los principios democráticos que siempre ha sostenido el decano de la prensa.

Ni traemos la petulante pretensión de ser los guías de la opinión pública, ni los inspiradores de los Secretarios de Estado, ni la falsa modestia con que algunos escritores disfrazan su exagerada egolatría (p. 1).

Los redactores, con el director Pancho Bulnes a la cabeza, presentaron su renuncia el día 9.12 Urueta, en esos momentos ocupado en terminar su tesis de licenciatura, no debió de resentirlo especialmente. La retirada de los redactores favoreció la deserción de otros colaboradores como José María Bustillos, José Peón del Valle, Balbino Dávalos y José Juan Tablada; dicho de otra manera, la renuncia del grupo decadentista, que en esos momentos ya se había trasladado a la Revista Azul (1894-1896). Es presumible que la molestia del propietario de El Siglo diez y nueve hacia el movimiento decadentista hubiera contribuido a la decisión de prescindir del equipo de redacción. Los jóvenes escritores en esos momentos no encuentran un espacio ajustado a sus propuestas. Tanto su literatura como sus costumbres incomodan. El Siglo diez y nueve cumplió su cometido en ese año al cohesionar al grupo, puesto a prueba en medio de polémicas, pero los intereses de los decadentes sobrepasaban lo que el periódico les ofrecía. A pesar de que renunciaron a la redacción en medio de desaveniencias con el director, la etapa había finalizado.

Conclusiones

Interesa subrayar que en los primeros meses de 1893 es Urueta antes que José Juan Tablada el representante visible del nuevo movimiento literario y que, además, sus escritos se reciben como rareza. Lo raro, lo extraño, lo anómalo son vocablos que gozaban en ese momento de una ambigüedad de significados. Para unos, se asociaba con un arte aristocrático y minoritario; para otros, con ese estado enfermizo denunciado por Nordau en el que lo bizarro es ante todo lo monstruoso asociado con lo mórbido y lo enfermizo. Estas tesis estaban muy presentes en México. En esa línea, Argos comenta en El Siglo Diez y Nueve, el febrero 6 de 1893:

La locura en germen, lo que podría llamarse el principio universal de desequilibrio, está latente, se palpa; es una neurosis que invade a los hijos de este último tercio de siglo XIX y que amenaza transformar el criterio del espíritu humano (p. 2).

Urueta concentra en sus prosas ambas apreciaciones. Los detractores del joven jurista al descalificarlo, desacreditaban a la vez al incipiente decadentismo. No puden calificarse sino de campaña orquestada los sucesivos artículos dedicados a desprestigiar al orador. Con todo, es inseparable el acoso en contra de Urueta de la irrupción del decadentismo promovido por José Juan Tablada. La campaña en contra de Jesús Urueta aportó algo más o menos significativo, lo posicionó como figura pública, hábil polemista y personaje visible del nuevo movimiento. Tras la querella, los ataques se dirigieron en contra del decadentismo mismo y de sus principales representantes. La querella entre El Demócrata y Jesús Urueta operó como el bautismo de fuego de una promoción atestada por las polémicas y las disputas.

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  • 1
    Matías Maltrot, pseudónimo de Santiago Urueta Sierra, hijo del escritor, se equivoca cuando registra en Jesús Urueta. Su vida. Su obra que Fue a principios de 1890 cuando se leían los primeros trabajos de Urueta en El Siglo XX, revista elaborada con las plumas inmejorables de valores literarios hoy vanidosamente olvidados y despreciados (p. 23). Margarita Urueta, nieta del orador, aduce en Jesús Urueta. La historia de un gran desamor que En esa época sus artículos se publicaban ya en la revista Siglo XX (p. 27). Maltrot retoma esta información en el prólogo a las Obras completas de Urueta: Distribuyó el trabajo sencillamente: los bocetos literarios que fueron publicados en la revista: Siglo XX, y más tarde reunidos en el primer libro del orador, Fresca, abrirán las primeras páginas de este libro, como testimonio de la etapa inicial de su carrera (p. 9). Como asegura José Juan Tablada, se trata del periódico Siglo XIX y no del semanario Siglo XX, que no existía en esos años, aunque sí hubo un períodico a principios de la segunda década del nuevo siglo que salió a la calle entre 1911 y 1912 (2010, p. 421).
  • 2
    La nota en que se incluye a Urueta entre los redactores de El País había aparecido el 26 de enero.
  • 3
    Es cierto que Urueta colaboraba desde años antes de manera esporádica en diversos periódicos, pero es a principios de 1893 cuando lo hace ya de manera regular.
  • 4
    La palabra decadentismo procedía directamente del movimiento francés así llamado. Urueta se detiene en los significados literales asociados con el vocablo, pero no en el sentido literario y estético que le otorga Tablada. En realidad, decadentismo era casi sinónimo de simbolismo, así utilizado en la última década del siglo XIX por Rubén Darío, del que abdica en el prólogo a la segunda edición de Los raros en 1905, una vez generalizado el significado peyorativo del término.
  • 6
    Aparecieron traducciones en la prensa mexicana de fragmentos de la obra de Bourget, entre otras, Páginas nuevas. Teoría de la decadencia (De Paul Bourget), El Siglo Diez y Nueve, 4 de febrero de 1893, p. 2; comentada por José P. Rivera, en Teoría de la decadencia, El Siglo Diez y Nueve, 5 de junio de 1893, pp. 1-2.
  • 7
    Para la recepción de estas obras, ver los textos de Andrés Díaz Millán publicados en El Siglo Diez y Nueve: Los hombres de genio, 11 de enero de 1892, p. 1; Los hombres de genio II, 12 de enero de 1892, p. 1; y Los hombres de genio III y último, 18 de enero de 1892, p. 1. En el mismo periódico se publicaron fragmentos de la obra de Cesare Lombroso, por ejemplo, Lombroso y el espiritismo, 25 de noviembre de 1892, pp. 1-2.
  • 8
    El mismo texto se reprodujo en Sección de calumnias contra El Demócrata, El Demócrata, 19 de febrero de 1893, p. 3.
  • 9
    Ver los sucesivos textos publicados por la Redacción de El Siglo Diez y Nueve, Valor lo que valiere, 20 de febrero de 1893, p. 1; ¿Quiénes están detrás de El Demócrata, 20 de febrero de 1893, p. 1; El Demócrata proteccionista y El Demócrata pintado por sí mismo, 21 de febrero de 1893, p. 2; Los revolucionarios obligados, 22 de febrero de 1893, p. 1; El Demócrata pintado por sí mismo que dice la inspiración salvaje de Schelley… //… El pueblo estúpido. (Cleto Fernández). // ¡Alfalfa para Shakespeare! // Las clases desarrapadas! (Demócrito), 22 de febrero de 1893, p. 2; A los jóvenes escritores de El Demócrata, 23 de febrero de 1893, p. 1.
  • 10
    El Demócrata reproduce la nota anónima De Shakespeare, El Partido Liberal, 21 de febrero de 1893, p. 1.
  • 11
    El infausto suceso se refiere a un altercado violento que sufrió la hermana de Jesús Urueta mientras cenaba en La Maison Dorée, restaurante de Ciudad de México.
  • 12
    La entrega de El Siglo Diez y Nueve correspondiente al 9 de noviembre ya no presenta la nómina de redactores.

Fechas de Publicación

  • Fecha del número
    Aug-Dec 2021

Histórico

  • Recibido
    15 Abr 2020
  • Acepto
    14 Jun 2021
location_on
None Universidad de Costa Rica, San José, San José, CR, 2060, 2511-5107, 2511 8395 - E-mail: kanina@ucr.ac.cr
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