Open-access Cataclismo

Cataclysm

Resumen

El presente texto es un cuento corto.

Palabras clave: cuento corto; ficción; Cataclismo

Abstract

This text is a short story.

Key Words: short story; fiction; Cataclysm

El Nene abría la boca muy a menudo. Unas veces para llorar, otras para comer. Pero a veces también la abría para decir cosas tremendas: nos develaba sombras del pasado y vistazos de los tiempos venideros. A su madre y a mí nos parecía algo extraordinario, porque evidenciaba una memoria prodigiosa. Pensábamos que en algún lugar había escuchado estas frases adultas, estos giros del idioma, esas estadísticas ominosas y las cínicas sentencias que a veces también balbuceaba. Sus abuelos decían que el amor por la lengua le venía de ellos, porque ser tan aficionados a los crucigramas más que a la lectura. Sin embargo, nosotros los dudábamos, pues a su madre y a mí, el pasatiempo arcaico de pasar horas con esos objetos de papel empastado nos revivía los ratos muertos. En todo caso, yo sabía que era algo documentado que muchos niños y niñas eran capaces de hablar de sus encarnaciones pasadas. De vez en cuando, contaban algo que le helaba la sangre a sus padres, que rompía todas las posibilidades del azar, y desafiaba hasta a la imaginación más desbocada.

Había casos, por ejemplo, de niñas de entre dos y cuatro años, que estando en el supermercado con su madre, de pronto empezaban a temblar y se les metían entre las piernas. - ¿Qué pasa, mi amor?- preguntaba la madre. - Ese hombre que está ahí una vez me llevó a su casa y me enterró bajo el piso. Pero luego pude venir otra vez para estar con vos, mamá. - Decía la niña mientras su madre sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Hubo también reportes de niños pequeños que le decían a sus padres: -una vez el carro se incendió y mi hermana y mi mamá salieron, pero yo no pude. Luego vine hasta acá para estar con Uds, mis nuevos papás.-Tambíen se supo del "niño piloto": con tres años de edad era capaz de recitar y reconocer los diferentes modelos de aviones usados en la Segunda Guerra Mundial, su velocidad máxima, techo de vuelo, las zonas y épocas donde combatieron. Otra niña, una vez le dijo a su madre que junto con un hombre de traje había escogido mamá nueva como en una tienda, y que ella le había gustado más entre todas las que vio por la cara dulce y buena. Todos estos ejemplos, ciertos o no, contradecían a las mentes científicas, el dogma de los curas, y la paz espiritual de más de un cristiano mal portado. Pero nadie, eso sí, había podido pescar a ninguno de estos niños en la mentira... o leyendo la Wikipedia a escondidas de sus padres.

Así, siendo muchas o pocas las posibilidades de que suceda un evento, pero posibilidades en fin, nuestro buen Nene resultaba uno de estos niños inquietantes para el saber de los adultos, y para la armonía cotidiana de sus padres en particular. De este modo, un día, de la nada, quiso el Nene advertirnos de un cataclismo venidero, algo enorme. Aquí empezó un día, sin más, un proceso que llevaría varios años en terminar de aclararse, y que cambiaría mi vida y la de mi esposa para siempre.

Valga anotar antes que todo, que él lo llamaba el "caca-cataclismo", para luego soltar una carcajada, porque estaba en la edad en que los chistes escatológicos son la veta más fecunda del humor infantil. Aprender esas palabras "sucias" y repetirlas era un chiste de chiquitos pequeños. Chistes elaborados con esa inocencia que poco a poco se metería en el capullo para irse transmutando en una mentalidad más suspicaz. El despertar lento de la malicia, y en unos años, el anuncio de la incipiente sexualidad.

Debo admitir, por honor a la verdad, que las primeras veces que habló del Cataclismo creí que había escuchado mal. Un juego con "caca", pero siempre le seguía "cataclismo." ¿Cataclismo de qué? -¡Caca, papi!- gritaba. Y su madre corría con él al baño para darse cuenta que era una falsa alarma. Esto sucedía de una manera periódica, hasta que ella y yo dejamos de ponerle tanta atención sobre la caca, pero más sobre el Cataclismo. Para evitar pequeñas tragedias, sin embargo, tratamos de enseñarle a ir al baño, lo cual empezó a hacer con cierto éxito, pero siempre con ayuda. En todo caso, las voces de "¡Caca!" se habían vuelto todas preámbulos del tema monstruoso que nos inquietaba, poquito al principio, pero más con los días y semanas, con cada vez que mencionaba el condenado asunto. Pese a que conversé con su madre de la importancia de esclarecer ese misterio periódico, ella no quiso que sondeáramos el asunto. -¿Estás loco? Si es solo un bebé.- me dijo. Así que tuve que tomar una decisión yo mismo, porque se le dio un "punto final a esa vaina" y no se quiso hablar más de eso entre nosotros. De este modo, tocar el tema se convirtió en un tabú para ella y mucho más para sus abuelos. Quedé yo solo con mis pesquisas a escondidas y eventualmente, con la cegadora luz de la verdad.

Un día en que solo estábamos el Nene y yo, quise sonsacarle a modo de juegos de palabras y adivinanzas qué era aquello del Cataclismo. ¿Quién le había contado? Nadie - me decía. Yo sé. ¿Qué sabés? - le pregunté. ¡Yo sé, yo sé, yo sé!, insistía y se reía. - ¿Cacacataclismo? -Cataclismo, papi! Y se volvía a reír. Luego, cambiaba la expresión por unos instantes y ya no era ese niño que yo adoraba. A sus ojos se asomaba la presencia de un hombre viejo, cansado, abatido por la realidad que le tocó vivir: -Es inevitable. Es necesario que pase. - decía. Y luego volvía a ser el niño y salía corriendo para que yo jugara con él. Pero ya no quería hablar de eso así que volvíamos a ser el dúo dinámico del padre y el hijo. Debía posponer la conversación para otro momento en que estuviéramos solos otra vez.

Aunque yo pasaba pensando en eso todos los días, y me quedaba desvelado tratando de imaginar qué querría decir el Nene, se volvía muy difícil, porque tenía que recurrir a lo escatológico para traerle el tema. Me soltaba otra borona de misterio: -Todavía no, pero vienen las bombas. No tenga miedo, papi. - decía con su boquita diminuta y brincaba en el sillón. No espetaba nada más. Hasta la próxima oportunidad, sería. Y volvía a jugar con sus carritos y a ser el niño adorable de cuatro años que tanto queríamos. Yo quedaba atónito como era de esperarse, y más convulso por dentro anticipando el siguiente pedacito de información del futuro.

El día en que el Nene cumplió cinco años, le hicimos la fiesta con queque, una piñata de un burro (que el Nene había pedido), invitamos a varios amiguitos, a sus padres, madres y abuelas, y en medio del enorme barullo del payaso que animaba, las bombas de hule reventándose (globos, les llaman ahora), y los niños jugando y correteando en el patio, cuando llegó la hora de cortar el queque, su mamá lo paró en una silla. Luego, ella misma le sostuvo la mano mientras con un enorme cuchillo, se disponían los dos a partirlo. En ese momento, su carita de hombrecito volvió a la seriedad tenebrosa e inescrutable del hombre viejo: se quedó callado por unos segundos y me volvió a ver con su ojitos de pronto tan sabios y tan cansados. Yo dejé de respirar mientras sentía el corazón martillándome en los oídos: y de pronto me dio un enorme pánico que fuera a soltar parte de su historia terrible del Cataclismo delante de todo mundo... Luego sonrío, y le dijo: -¡Mami, ya, yo lo parto solo! - No, corazoncito, lo partimos los dos -respondío ella, y empezaron a servir las tajadas mientras decidían y se peleaban las flores de azúcar que lo decoraban. Yo ni pude probar el famoso queque después de ese breve episodio.

El enorme susto que me pegó en la fiesta me hizo entender que esta situación de asomarme periódicamente al abismo del Cataclismo era un enigma que yo tenía que resolver lo más pronto posible por mi bien mental. Y por qué no, por si había necesidad de tomar medidas para prepararnos para lo peor que estaba por venir. No obstante, me sentía todavía escéptico y quise pedirle al Nene una prueba irrefutable de que lo que contaba iba a suceder, o bien, que para él ya era un hecho histórico sucedido en algún punto de la vida de adulto que habría de vivir.

Nenito mío -le dije- vamos a comernos un helado. -¡Qué rico, de chocolate!- respondió. Así que salimos los dos y mientras se comía su cono capuchino de menta y yo una nieve de mora, le pregunté: -Contame algo como lo que pasan en las noticias. ¿Y qué más sabés que va a pasar? Decime... digamos... algo con un tren o un avión?- No dijo nada, pero se siguió comiendo el cono con toda la avidez que su boquita le permitía y de pronto se detuvo como a pensar. Cerró los ojos, y tuve la sensación que ya no estaba conmigo sino en un lugar muy lejano. Medio minuto después me dijo: -Papi, un avión se cae en el mar -. ¿En el mar, dónde? -le pregunté. -Fipi-fipi.. Fi...pinas. - Fue lo último que me dijo antes de pedirme que pasáramos a ver juguetes y libros a una tienda ahí cercana.

Esta confesión, pese a la emoción y el suspenso que me embargaban, tuve que reservármela porque no quería que su madre se diera cuenta que yo había seguido "molestando al Nene" como decía ella, y porque de pasar o no pasar nada, no quería quedar ante sus ojos como un necio o un maniático que veía el Cataclismo casi para la semana próxima. En todo caso, tenía que estar seguro que el Nene podía ver el futuro. Nunca era demasiado pronto para prepararse para lo que venía, y ya yo no tenía cabeza para nada más mientras iba para el trabajo, en los ratos de descanso, mientras me bañaba, antes de dormirme en las noches... Admito que me costó mucho disimular la anticipación de ver en qué paraba su anuncio del avión accidentado. Era una sensación contradictoria y morbosa de conocer que sucedería una tragedia pero no poder evitarla. ¿Y si fuera verdad? ¿Cómo me iba a sentir yo? ¿Me podría alegrar de saber que había muerto gente, con tal de que mi Nene no fuera un fraude sino un niño prodigio a su inaudita manera?

Transcurrieron los días, y un domingo salimos al supermercado en la mañana. Entre los montones de gente que se apuraban para aprovechar los descuentos previos a la época navideña, y con la sensación de que la Navidad estaba a la vuelta de la hoja del almanaque, fuimos los tres a llenar el coche de comida y algunas cosas que necesitábamos y otras muchas que no eran necesarias. Mientras salíamos, entre el estruendo de la gente gritándole y ríéndose con sus celulares, el muzak del supermercado y la plática a todo pulmón del Nene, nos acercamos a la zona de restaurantes, donde tenían los molestos televisores encendidos como siempre. Con el rabo del ojo vi que la gente dejó de comer y hablar y se enfocaba en el televisor, lo cual me llevó a secundarlos. Cuando subí la vista hasta el monitor más cercano, se me erizaron todos los vellos de la espalda al escuchar al anodino periodista anunciar que un avión se había estrellado en la costa cerca de Manila, en un vuelo de las Filipinas hacia Australia, con un saldo de ciento y pico de muertos... De pronto, dejé de oír la tele y la gente y el muzak, y lo único para lo que me quedaron ojos y oídos fue para el Nene que montado en la sillita del coche del supermercado, iba cantando con su mamá, agitando en el aire un peluche de tigre que ella le había comprado en "Sale." El viaje a la casa lo pasé callado, sumido en un humor sombrío y una rigidez de ceño y palabras. -¿Qué te pasa, mi amor? - me preguntó preocupada mi mujer. -Nada, nada, ahorita se me pasa.- le respondí. Claro que se me pasó, y de qué manera.

Las semanas que siguieron fueron de desvelos, de pesadillas, de una angustia tremenda. Ahora sabía que el Nene era capaz de ver el porvenir: mi hijo tenía un don impensable más allá de lo que yo había leído como una curiosidad en la Internet. Si los hijos de otros podían hablar de encarnaciones y vidas pasadas, mi tierno Nene, en el más profundo remanso de su inocencia infantil, era poseedor de una habilidad que tantos clarividentes, profetas, científicos y novelistas anhelaban: romper el velo de Maya del tiempo y asomarse entre sombras hacia lo que estaba por venir. Me di cuenta entonces del tremendo castigo que sería para cualquier mortal, anticipar los sucesos de las semanas, meses, años y siglos por delante. ¿Cuál paz mental podría haber teniendo consciencia de la inevitabilidad de las desgracias? ¿Cuánta sería la impotencia de sentirse determinado, predestinado a cumplir un guión ya preescrito, tal y como predican los fatalistas? ¿No sería más que un chiste cruel y singracia leer su destino en las estrellas, y tomar parte en esa gran tragicomedia de la Humanidad, como narraran tantos escritores griegos? ¿O como registraron los mayas y nahuas, quienes decían que el tiempo era circular de manera que para conocer el futuro solo hacía falta anotar todos los acontecimientos, hasta darse cuenta que el círculo se había cerrado y la Historia había empezado a repetirse? Ahora ya tenía yo, de segunda mano, si bien quizá no verdades descarnadas ni las Crónicas del Futuro, al menos sí con atisbos de lo que vendría: el Cataclismo. ¿Cómo podría yo preguntarle al Nene la fecha, la naturaleza, la magnitud del desastre próximo? ¿Cuán próximo? ¿Cuán espantoso? Según la mitología, los Cíclopes le habían pedido a Zeus el don de ver el futuro y a cambio habían entregado un ojo. Pero los dioses, taimados como de costumbre, le habían concedido su deseo a los Cíclopes, pero solamente como la capacidad de saber de antemano el día de su muerte. Algo mucho peor que la ignorancia original... ¿Era mi Nene un pequeño cíclope de visión estereoscópica, puesto que contaba con el don de ver la desgracia avecinarse, estaba listo para decirme lo que yo no quería yo escuchar? ¡Ay del necio que pregunta y se entera de lo que por el bien de su cordura desearía no haber sabido nunca!

Y así, mi hijo cíclope, mi amadísimo Nene, me leyó como un libro abierto, anticipó mi angustia ante la muerte, el dolor, el sufrimiento de tantos millones de seres humanos, incluyendo a nuestra casi insignificante familia. Supo que eso que llamaban "el fin del mundo" era algo que me atormentaba y que yo necesitaba entender, más que un simple deseo o capricho, más que una obsesión. ¿Sería un sentimiento del deber, transferido hacia el pasado desde el tiempo venidero de su edad adulta, hasta los años de su idílica infancia, lo que lo movió? Nunca lo sabré, a pesar de saber más de lo que quisiera.

Una mañana que acabábamos de desayunar, mientras su madre se bañaba, el Nene llegó caminando hacia mí, que me encontraba sumido en mis pensamientos mirando por la ventana y puso su manita en mi regazo. -Papá, yo le voy a decir. No se preocupe.- me dijo con su vocecita musical de angelito inocente. -Papá, el futuro no es algo malo. Es solo algo que tiene que pasar. - Tragué saliva y con la voz quebrada y la garganta seca, quise preguntarle lo que me partía el alma no saber todavía. -Nene...- le dije, pero me interrumpió. -Papá, el Cataclismo es una guerra que quemará el mundo. Muchos muertos, muchos gritos, mucho dolor y hambre. -¿Y porqué habrá guerra?- alcancé a decirle. Se quedó mirándome sin hablar y en sus ojos vi a un hombre que no conocía todavía, pero que de alguna manera, tenía algo mío y algo de mis padres y mis abuelos, algo que yo no sabía que era, pero que me transmitía un profundo sentimiento de dolor y paz al mismo tiempo. -Papá, - añadió - habrá una guerra porque cuando yo tenga 29 años, el Presidente de los Estados Unidos visitará el país.

En medio de un sudor frío que me corría casi a chorros por el cuerpo mientras seguía sentado en mi silla, aún tuve ánimos para una última pregunta: -¿Y eso qué? - hablé o grité, no estoy seguro. -Papá, -me dijo con su triste mirada ahora de alguien que ha sufrido mucho - cuando el Presidente venga, yo lo voy a matar.- Me miró con tristeza y luego me sonrió volviendo al presente: -Ahora, ¡venga a jugar conmigo! -

Pero, ¿qué podía hacer yo? ¿Callarme, anunciárselo al mundo, reír a carcajadas, llorar, o arrojarme al vacío desde un puente? ¿Qué haría cualquier mortal en mi lugar: cometer una atrocidad, o dejar que el futuro nos alcance?

¡Ay del necio que se enteró de lo que jamás debió haber preguntado!

FIN.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Jan-Jun 2016

Histórico

  • Recibido
    04 Ago 2015
  • Acepto
    20 Oct 2015
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None Universidad de Costa Rica, San José, San José, CR, 2060, 2511-5107, 2511 8395 - E-mail: kanina@ucr.ac.cr
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