Resumen
El artículo presenta un análisis sobre la presencia anarquista en América Central -El Salvador, Guatemala, Costa Rica y Panamá- en las primeras décadas del siglo XX, a partir de una reflexión conceptual y metodológica que utiliza como principales fuentes las publicaciones anarquistas editadas dentro y fuera de la región, así como la historiografía más importante que ayuda a contextualizar el tema. Se argumenta a favor de una perspectiva de análisis que desarrolle todas las potencialidades del estudio de redes militantes, así como un enfoque que combine tiempo y espacio como variables interdependientes e imprescindibles para caracterizar con amplitud los alcances y limitaciones de la acción anarquista.
Palabras claves: anarquismo; publicaciones periódicas; redes internacionales; propaganda política; militantes anarquistas
Abstract
This paper presents an analysis of the anarchist presence in Central America in the early twentieth century from a conceptual and methodological reflection using as main sources anarchist publications published within and outside the region; and the most important historiographical literature to help contextualize the subject. It argues for an analytical perspective to develop the full potential of the study of militant networks, as well as an approach that combines time and space as interdependent and essential to broadly characterize the scope and limitations of anarchist action variables.
Keywords: anarchism; periodicals; international networks; political propaganda; anarchist militants
Una posición dentro de la historiografía anarquista
El anarquismo es una corriente de pensamiento y acción que busca la sustitución del principio de autoridad como forma de regulación de la sociedad, por un sistema regido por la voluntad, la cooperación y la participación directa de las personas involucradas en la gestión global de la vida social. Para lograr esto, es vital desarrollar un movimiento social amplio y generalizado que proponga mecanismos concretos de redistribución total del poder en un territorio determinado (Colombo, 2000). Motivar esta transformación, darle una base social y crear las herramientas políticas para desencadenar este proceso revolucionario, serán algunas de las tareas prácticas del anarquismo en el transcurso de su historia.
Sobre los orígenes sociohistóricos de este movimiento, existen distintas interpretaciones investigativas que se han traslapado y confundido desde mediados del siglo XIX, haciendo difícil muchas veces distinguir con claridad las fronteras propias del anarquismo como doctrina. Plantear este debate y darle algunos contornos básicos es imprescindible para todo historiador que quiera adentrarse de lleno en las vicisitudes de la investigación social de este movimiento desde una perspectiva dinámica, internacional y multi-escalar, como se va a argumentar en este texto.
Grosso modo se pueden distinguir dos enfoques principales en la historiografía del anarquismo -que incluye trabajos de académicos profesionales, artistas y militantes-. La primera conceptualiza el anarquismo como un sentimiento natural del ser humano de revuelta y rechazo de la dominación, que estaría representado a lo largo de toda la historia por algunos movimientos y liderazgos específicos. Bajo esta interpretación, los orígenes del anarquismo no tendrían una territorialización específica, sino más bien sería una especie de conciencia de protesta que está latente en toda sociedad regida por la autoridad y organizada jerárquicamente.
Esta interpretación tiene sus antecedentes en el libro clásico de Paul Eltzbacher (2011), publicado en 1900, en el cual el autor rastrea el anarquismo dentro de las expresiones de revuelta en Grecia, Roma, la Edad Media y en las sectas gnósticas. Según esta argumentación, cada uno de estos movimientos formaría parte de una especie de genealogía ácrata que se iría transmitiendo en el inconsciente colectivo popular durante varios siglos en Europa. Las antologías documentales que siguen esta perspectiva historiográfica son muchas y se han convertido en la visión dominante sobre el movimiento hasta la actualidad (Blond, 1975; Guerín, 1968; Joll, 1968; Woodcock, 1979).
Este argumento tiene un trasfondo propio de la influencia del socio-biologismo y el naturalismo en el pensamiento científico de Europa del siglo XIX, en el que se buscaba explicar la cultura humana a partir de una homologación al comportamiento de la naturaleza. En el siglo XXI, este argumento es difícil de sostener, ya que cada vez más está demostrado que la cultura humana es una creación social, histórica y cambiante que se va transformando de acuerdo a muchos factores que se interrelacionan (Bookchin, 1999).
Además de esta justificación científica, existe otra de carácter político-militante que ha reforzado esta línea. Es muy común encontrar extensas argumentaciones de militantes clásicos dentro del movimiento como Bakunin, Kropotkin y Reclus, que sostenían la necesidad de la revolución social y la organización anarquista basada en esta herencia del espíritu de revuelta de la humanidad. Como documentó de primera mano el historiador austriaco Max Nettlau, este terminó siendo uno de las principales mitos fundadores que le daban sostén al movimiento (Nettlau, 1935).
Los problemas de esta interpretación para la investigación histórica son los siguientes: 1) reduce el anarquismo al conjunto de expresiones populares y de revuelta del continente europeo; 2) mantiene un idea por etapas y lineal de la historia, en donde el anarquismo es el resultado conjunto de la evolución de las ideas de pensadores protoanarquistas como Max Stirner, León Tolstoi, William Godwin, Benjamín Tucker, Pierre Joseph Proudhon y los propiamente anarquistas como Bakunin, Kropotkin y Malatesta, y 3) crea un mito fundacional en donde se confunden las influencias del anarquismo con el anarquismo en sí mismo.
Estos factores han creado una serie de confusiones dentro de la investigación histórica, ya que, por un lado, reproducen un enfoque lineal y eurocéntrico y, por otro lado, colaboran en difundir la idea de que el anarquismo es una amalgama ecléctica y confusa de experiencias populares y conceptos que no tienen ninguna base doctrinal. Este argumento ha sido llevado al extremo por un conjunto de historiadores marxistas-leninistas que han condenado el anarquismo como una práctica política premoderna y solo realizable en contextos de revuelta primitiva (Hobsbawm, 1974).
Una segunda interpretación historiográfica sitúa el anarquismo como el fruto de la práctica y teoría de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), fundada en 1864 en Europa. Si bien es cierto la propia AIT agrupaba líneas políticas internas diferenciadas, es dentro de la vida organizativa de esta, donde se perfilan de forma más clara los acentos ideológicos que años más tarde terminarán de dividir al proletariado internacional entre el socialismo estatista y el socialismo libertario.
Un aporte importante para entender los contornos ideológicos y filosóficos de esta problemática lo brinda el argentino Ángel Cappelletti, quien desarrolla un extenso trabajo de documentación en el que distingue claramente las influencias del anarquismo, del anarquismo en sí mismo. Según este autor, todo el conjunto de experiencias de revuelta antes del nacimiento de la AIT es considerado como prehistoria del anarquismo, ya que fueron las experiencias fundamentales que inspiraron a militantes que luego se identificaron como anarquistas, tal es el caso de Pierre Joseph Proudhon y Mijaíl Bakunin (Cappelletti, 1983). De esta manera, el anarquismo se nutre de su entorno cultural y filosófico para ir al calor de la misma lucha de clases, formando su base doctrinal que tiene como trasfondo común el rechazo a todo principio inicial, teológico y sagrado del mundo, para reconocer de esta manera el carácter transitorio, histórico y caduco de todas las instituciones sociales (Colombo, 2006).
Si bien es cierto la dinámica de la AIT no alcanza para entender a todas las organizaciones y tendencias anarquistas, sí brinda un panorama mucho más delimitado espacial e históricamente de los contornos que van desarrollando al movimiento. Y es precisamente ese carácter móvil el que obliga a situarse en una perspectiva que reconoce el dinamismo del proceso, pero que tiene la capacidad de captar sus anclajes territoriales específicos.
Afortunadamente, esta perspectiva historiográfica ha sido enriquecida en los últimos años por trabajos alrededor del mundo que se alimentan de varios enfoques como el análisis de redes sociales, los estudios geográficos, las biografías militantes y los estudios laborales, para desarrollar una perspectiva de análisis mucho más orgánica con la labor internacional e internacionalista del anarquismo durante los siglos XIX y XX. Esta práctica era alimentada a su vez por un principio que tuvo un gran impacto en el imaginario popular desde finales del siglo XIX, denominado el internacionalismo proletario, que era la idea de que el proletariado era una clase social internacional creada y segregada por el mercado capitalista y que, por lo tanto, su proceso de liberación debía seguir así mismo un proceso internacionalista (Barrera, 2011). Este principio fue llevado a la práctica a través del desarrollo de formas de organización conectadas alrededor del mundo, mediante la circulación de valores, ideas, materiales de propaganda y personas, conformando las bases de una extensa red anarquista internacional. Esta red estaba compuesta a su vez por muchas otras que se extendían a lo largo de Europa, el continente americano, el Caribe, el este asiático, el norte y sur de África y Oceanía (Schmidt, 2009). El estudio de la localización, interacción y organización de estas redes son el objetivo principal de este tipo de investigaciones, dentro de las cuales se sitúa este trabajo sobre América Central.
Además de introducir esta perspectiva internacional, el estudio de las redes anarquistas debe ubicar políticamente su objeto de investigación, que para el caso centroamericano busca romper la visión eurocéntrica de los estudios históricos del anarquismo y contextualizar ampliamente la situación particular de América Latina entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX. El primer punto es de suma importancia, ya que ha prevalecido la visión de que las ideas anarquistas en este continente son una especie dependiente y tropicalizada de su matriz europea, cuando la experiencia misma de la AIT desde 1870 demuestra que una gran cantidad de estas organizaciones se encontraban fuera de Europa central, como son los casos de México, Cuba, las Antillas francesas, Argentina, Brasil y Uruguay (Cappelletti, 1990a).
Esta presencia anarquista a su vez estaba influenciada y delimitada por el proceso mismo del desarrollo del capitalismo mundial entre 1870 y 1940. Esta fase estuvo caracterizada por algunos fenómenos particulares como una gran migración laboral, el desarrollo ampliado de las comunicaciones, la búsqueda y conquista de nuevos mercados, la extensión del colonialismo y el desarrollo de la empresa multinacional (Van der Walt y Hirsch, 2010).
Este contexto significó para las clases populares ampliar sus posibilidades de movimiento internacional, empujadas en gran medida por el proceso de destrucción creativa del capital, en el que se desestructuraban sectores económicos -y por lo tanto comunidades enteras- para impulsar otros, principalmente los vinculados a la producción de mercancías, la extracción de materias primas y el desarrollo de infraestructura que favoreciera este proceso. Esto, combinado a las políticas estatales en el continente americano de atracción de migrantes europeos, creó un proceso de migración transatlántica que implicó el movimiento de millones de personas y con ellas sus ideas, culturas y prácticas políticas (Masjuan, 2004).
Para el caso particular de América Latina, el estudio de la actividad política anarquista implica sopesar dos procesos estructurales importantes: por un lado, el desarrollo de un capitalismo agroexportador dependiente y extractivo de materias primas y, por otro lado, la expansión imperialista del gobierno de Estados Unidos. Entender de forma precisa este contexto es vital para comprender las interacciones entre las redes de militantes anarquistas, así como los contenidos que estas iban tomando a lo largo del tiempo, en donde el antiimperialismo y las luchas anticoloniales adquirieron un peso significativo en el discurso anarquista de la región (Shaffer, 2011). Esto fue además especialmente sensible para México, América Central y el Caribe, ya que debido a su mayor cercanía geográfica con Estados Unidos, se convirtieron en los constantes laboratorios experimentales del expansionismo militar y económico de ese país (Quesada-Monge, 2012).
El estudio de redes y la actividad anarquista en américa central
Hasta el momento, se ha argumentado a favor de una línea de investigación sobre la historiografía anarquista que entienda este movimiento dentro de sus particularidades socio-históricas y la vez dentro de una dinámica internacional e internacionalista mucho más amplia. En este apartado se va a presentar una forma de organizar metodológicamente este proceso y sus implicaciones para la región centroamericana durante las primeras tres décadas del siglo XX. Este proyecto implica necesariamente una caracterización sobre el Caribe; sin embargo, se enfoca en la parte continental de América Central en donde se ha ubicado presencia anarquista -El Salvador, Guatemala, Costa Rica y Panamá- debido a que ha sido la región de la que menos conocimiento se tiene sobre la actividad anarquista.
En cuanto al análisis de redes sociales, se parte de los enfoques que entienden esto como el estudio de las interacciones, tensiones e intercambios de varios sujetos/organizaciones que establecen relaciones en búsqueda de objetivos comunes. En el caso de las ideas políticas, esto se concreta en dos dimensiones principales: el análisis de círculos de sociabilidad -sociedades obreras, feministas, anticlericales-y las configuraciones transfronterizas de apoyo (Melgar, 2003, p. 25). Cada estudio particular puede concentrarse solo en una de las dimensiones; no obstante, es de vital importancia conocer sus distintas variaciones para desarrollar investigaciones más completas.
A nivel práctico, esto significa localizar a las personas participantes de la red, caracterizar sus vínculos internos, desentrañar los objetivos de la interacción y establecer los niveles de involucramiento de cada uno de los participantes. Esto último implica ubicar quiénes son los mediadores y las figuras centrales del proceso, que vienen siendo el resultado de la multiplicidad de interacciones que concentre cada persona y su papel en la dinámica de los intercambios. Para lograr rearmar estas redes se necesita de un uso intensivo de fuentes documentales, tan variadas como sea posible. Dependiendo del volumen de la información, se pueden utilizar herramientas informáticas o desarrollar técnicas variadas con las cuales el investigador categorice los vínculos y les asigne un valor para determinar las personas en donde se concentra la mayoría de los vínculos (Devés-Valdés, 2007, p. 22). Es importante recordar que la persona puede ser un individuo, una organización, un grupo editorial, entre otros posibles.
Una limitación de los estudios de redes sociales y particularmente sobre redes intelectuales, es que hay una excesiva concentración en la caracterización horizontal de los vínculos, perdiendo muchas veces de vista el conflicto y el contexto sociohistórico. Por esta razón, se propone un enfoque que tome en cuenta la interacción entre tiempo y espacio, como las variables imprescindibles para entender la relación, tensión y localización de las redes y su transformación en el tiempo.
Las particularidades de las redes anarquistas se relacionan con los principios ideológicos del movimiento, que buscaba la articulación de una corriente proletaria internacional anticapitalista, antiestatista, de base multirracial y multinacional. Esta condición llevaba a los anarquistas a desarrollar una extensa propaganda contra las fronteras, las restricciones nacionalistas y la organización jerárquica de la sociedad basada en la acumulación capitalista y la centralización estatal. En este sentido, el movimiento se entendía discursiva y prácticamente como internacionalista, por lo que se buscaba un lenguaje universal que aglutinara sus principales demandas.
Esto en la práctica no siempre se lograba, ya que esta propaganda internacional era condicionada por contextos socioculturales particulares de cada lugar, por lo que era común que existiera una constante interacción/tensión entre lo universal y lo local. En términos prácticos, esta prédica se concentraba en varias iniciativas, tales como: el desarrollo de una serie de emprendimientos editoriales -periódicos, revistas, imprentas y bibliotecas-, actividades de recaudación de fondos, campañas de solidaridad internacional, impulso de la organización laboral de los trabajadores y organización de un tejido cultural y educativo propio, constituido por escuelas racionalistas, grupos filodramáticos, clubes deportivos, canto, poesía y literatura social (Lida y Yankelevich, 2012).
Toda esta actividad estaba localizada en zonas específicas y tenía una base social particular, sin embargo, estaba en constante comunicación e interacción con otras iniciativas de diferentes lugares del mundo. Por estas razones particulares, es que el estudio del anarquismo tiene que combinar necesariamente varias escalas de análisis -local, nacional, regional y transnacional- para entender con toda amplitud los alcances del movimiento. Esto es fácilmente demostrable a través del estudio de las actividades anarquistas reportadas en algunas publicaciones, como por ejemplo esta convocatoria internacional enviada desde San José, Costa Rica, para conmemorar la muerte del pedagogo catalán Francisco Ferrer i Guardia:
La revista RENOVACIÓN que en este país labora con un buen grito en pro de las reivindicaciones humanas, se propone conmemorar con un número especial, el 13 de octubre próximo, el segundo aniversario de la muerte de Francisco Ferrer Guardia, fundador de la Escuela Moderna. Es la intención de los que trabajamos esta revista, hacer de tal número un folleto de la más empeñada y vigorosa lucha, de 32 á 48 páginas con no pocos grabados alusivos, entre el cual colaborarán las más reputadas plumas sinceramente libertarias de América y Europa. Y como quiera que para ello no contamos con recursos sobrados, hemos de procurar la cooperación pecuniaria de todos los hermanos explotados que tienen sobre el mundo un puesto en las contiendas contra el privilegio… En nombre de la anhelada confraternidad humana que será la más gloriosa realidad del porvenir, saludo á usted cordialmente como adicto camarada. (Renovación, 1911, p. 16).
Para el caso concreto del continente americano, Shaffer (2015, párr. 7) ha identificado siete redes anarquistas regionales que tuvieron una importante interrelación entre 1890 y 1920: 1) transatlántica, 2) costa este de América del Norte, 3) el gran Caribe, 4) frontera Estados Unidos-México, 5) costa del Pacífico de Suramérica, 6) los Andes y 7) Río de la Plata. Cada una de estas redes está definida por sus interacciones mayores, lo que no quiere decir que estas no se traslaparan entre sí en algunos momentos o que no compitieran con otras redes militantes, como fue el caso de la propaganda comunista que se intensificó luego del triunfo de la Revolución Rusa en 1917 (Melgar, 2001).
Las actividades de solidaridad, la intensificación de la propaganda ideológica y la organización sindical, eran parte de los ejes prioritarios que dinamizaban estas redes. Asimismo, algunos eventos concretos les dieron un gran impulso a estos intercambios que para el caso del continente americano se concentraron con la explosión de la guerra de independencia en Cuba 1895-1898 (Anderson, 2007; Casanovas, 1998; Sánchez, 2008; Shaffer, 2009) y durante la Revolución Mexicana 1910-1917 (Barrera y Torre de la, 2011; Beltrán, 2008; Doillon, 2013; Yankelevich, 1999; Zarcone, 2006). En los dos lugares, amplios sectores anarquistas de todas partes del mundo participaron en la lucha armada, actividades de sabotaje contra los gobiernos, recaudación de fondos, propaganda de solidaridad, entre otras actividades, con el fin no de conquistar el gobierno nacional, sino de radicalizar los movimientos sociales hacia una ruptura revolucionaria generalizada. El estudio de estos acontecimientos es fundamental para entender las redes anarquistas en América Latina, ya que fueron los dos eventos insurgentes más importantes y cercanos geográficamente -en donde los anarquistas pudieron participar- y que han sido desplazados en la historiografía por la Revolución Rusa y la Guerra Civil española.
Con esta localización básica, se van a caracterizar las particularidades de la región centroamericana y a delimitar la actividad anarquista a partir del trabajo documental realizado hasta el momento. Es importante aclarar que dentro de la cartografía de Shaffer no se incluye a América Central, debido a la poca información que existe sobre la presencia anarquista en la región, lo cual es un argumento importante para desarrollar este trabajo. No obstante, el hecho de que se hallen pocos documentos, no quiere decir que no existieran importantes conexiones entre el Caribe y América Central.
Cartografía de la presencia anarquista en américa central
Uno de los medios principales para el análisis de la constitución interna e internacional de estas redes, son las publicaciones periódicas y los emprendimientos editoriales, ya que eran los principales instrumentos de comunicación, difusión organizativa y educación del movimiento anarquista. También existían otros mecanismos importantes de construcción y difusión ideológica, como las prácticas culturales, la oralidad y la acción de protesta; sin embargo, estos registros son mucho más dispersos y difíciles de conseguir, por lo que las publicaciones son las principales fuentes accesibles por el momento para desarrollar este planteamiento.
Además de la dinámica interna de los grupos, un análisis exhaustivo de las publicaciones permite ubicar personas, lugares, discursos y recursos. Era común que los instrumentos de comunicación publicaran una parte de su correspondencia y sus balances financieros, por lo que esto facilita darles seguimiento a las estrategias de financiamiento, los formatos de intercambio entre publicaciones y los lugares geográficos en que estas se distribuían. Es importante hacer notar que sus medios de difusión se financiaban completamente de lo recaudado entre sus simpatizantes y que la mayoría de las publicaciones tenían una vida efímera debido a los problemas monetarios y la represión estatal.
Algunas limitaciones de estas fuentes se relacionan con el tipo de registros que se pueden ubicar, ya que solo es posible acceder a una pequeña parte del movimiento anarquista a través de ellas, particularmente a aquellas personas con la capacidad de expresión letrada. Esto es importante de señalar, ya que la información va a estar condicionada a la visión de un sector particular del movimiento, por lo que es necesario contrastarla continuamente con otras fuentes.
La llegada del anarquismo a la región centroamericana siguió rutas similares a las del resto del continente 1) migración transatlántica e intrarregional, 2) estudios en el extranjero de estudiantes, 3) intercambio de material de propaganda y literatura anarquista, 4) organización sindical de trabajadores del campo y la ciudad. Todos estos factores se combinaron para que se dieran los primeros brotes de anarquismo en la región alrededor del año 1890; sin embargo, cada uno de estos puntos afectó de forma diferenciada y localizada a cada uno de los países (Cappelletti, 1990a).
Durante las últimas décadas del siglo XIX, las referencias al anarquismo eran básicamente negativas y consistían en su mayoría en cables diplomáticos y notas periodísticas provenientes de Europa -principalmente de España y Francia- que informaban sobre supuestas huelgas y atentados violentos organizados por anarquistas. Asimismo, estas noticias eran utilizadas frecuentemente por la jerarquía de la Iglesia católica como argumento contra las reformas liberales, que alentaban un proceso de secularización que según la institución sentaba las bases para el desarrollo de doctrinas extremas como el anarquismo (“Un atentado”, 1908).
En cuanto a la migración de militantes europeos, fue muy reducida y se trató sobre todo de catalanes e italianos que se dedicaron a las labores en las grandes obras de infraestructura, como la red de ferrocarriles en el Caribe de Costa Rica y la construcción del canal de Panamá (Bariatti, 2011). En general, en el periodo que va de 1890 a 1910, la mayoría de los registros de anarquistas provenientes del extranjero que transitaron por la región, fueron por motivos de paso para dirigirse hacia otros lugares, sobre todo por las ciudades portuarias (Cappelletti, 1990b). Fue solo en Panamá donde trabajadores de varios países desarrollaron una organización específicamente anarquista, denominada Federación Individualista Internacional, entre 1911 y 1914, con presencia en todos los campamentos alrededor de la Zona del Canal (Greene, 2004; Navas, 1979).
En cuanto a los estudiantes en el extranjero, existían muy pocas posibilidades, para los centroamericanos que no pertenecieran a la oligarquía cafetalera o financiera, para acceder a estudios superiores o becas al exterior. Los únicos casos documentados que tenemos son los de varios profesores de Costa Rica como Elías Jiménez Rojas, Joaquín García Monge, Roberto Brenes Mesén y Arturo Torres, formados en Francia y Chile, donde tuvieron contacto con las ideas anarquistas como posteriormente dejaron registrado en sus testimonios (Llaguno, 2010, pp. 109-120). Estos profesores fueron un pilar fundamental en la construcción de una red de cultura impresa de carácter libertario que tuvo relaciones directas con el movimiento obrero-artesanal entre 1904 y 1914. Las publicaciones más cercanas al anarquismo fueron La Aurora (1905), Vida y Verdad (1904-1905), La Siembra (1905), Sanción (1908), Cultura (1909-1910) y Renovación (1911-1914) (Díaz-Arias, 2015).
La venta e intercambios de material anarquista escrito -revistas, periódicos, novelas, cuentos- fueron los mecanismos más importantes de difusión de las ideas en la región centroamericana hasta 1930 (Molina, 1994, 1995). En este proceso, jugó un papel primordial el gremio de tipógrafos, que fue tradicionalmente la vanguardia letrada del movimiento obrero (Samper, Cerdas, Viales, Agüero y Cordero, 2000), donde destacaron por su orientación ácrata y gran ilustración los catalanes Ricardo Falcó, Andrés Borrasé y Antonio Fajá, establecidos en la ciudad de San José. Asimismo, fueron vitales en este proceso los niveles de alfabetización de cada país, aunados a los mecanismos informales de lectura en voz alta y tertulia que desarrollaron los propios trabajadores para ampliar los circuitos de discusión de las ideas (Oliva, 1985a, 1985b, 2006).
En la mayoría de los países, no existieron publicaciones anarquistas propias antes de 1920, con excepción de Costa Rica y Panamá, por lo que el acceso a esta literatura se daba a través de la suscripción directa a algún periódico extranjero o por los sistemas de intercambio elaborados desde el extranjero. Algunos ejemplos de estos mecanismos se pueden encontrar al revisar la correspondencia de Les Temps Nouveaux y Cultura Proletaria -editados en París y Nueva York, respectivamente- en donde se encuentran suscriptores de Costa Rica, Guatemala y El Salvador (Taracena, 2009, p. 160).
A través de estas suscripciones se tenía acceso a un acervo de literatura anarquista mayor, sin embargo, se restringía a alimentar bibliotecas personales. El primer sistema de propaganda anarquista establecido en la región -que coincidió con la labor de El Único en el canal de Panamá- tuvo como sede la ciudad de San José a través de la labor de los tipógrafos catalanes Andrés Borrasé y Ricardo Falcó, que desde 1910 elaboraron un extenso sistema de edición, impresión, distribución y venta de material de todo tipo. Para el caso específico de literatura anarquista, crearon la Biblioteca Sociológica Internacional, que era una selección de obras de Bakunin, Kropotkin, Reclus, Malatesta, Anselmo Lorenzo, Proudhon, Grave, entre otros. Este catálogo se promocionaba en todas las publicaciones editadas por el dúo Falcó-Borrasé, tales como Renovación, Eos, Lecturas y La Linterna, y podían ser adquiridos en su librería ubicada en San José (Renovación, 1911-1914).
Esta biblioteca además se distribuía a través del intercambio con otras similares en las ciudades de La Habana, Los Ángeles, Buenos Aires, Barcelona, Nueva York, Ciudad de México, canal de Panamá y San Salvador. Los encargados eran los grupos editores de otras publicaciones anarquistas como Tierra, Tierra y Libertad, Regeneración, La Protesta, Cultura Proletaria y El Único, cuyas ediciones propias también podían ser compradas en la Librería Falcó (Renovación, 1911-1913). Este sistema se desarrolló entre 1911 y 1920 con muchos problemas económicos, sin embargo, tuvo un nivel de distribución internacional mayor a través de la revista sociológica Renovación, que era dirigida de forma conjunta entre el poeta costarricense José María Zeledón y el tipógrafo catalán Anselmo Lorenzo entre 1911 y 1914. Esta coordinación transatlántica entre San José y Barcelona, permitía que el auditorio de Renovación se extendiera a las ciudades de Vigo, Madrid, Orleans, París y Londres, en donde Lorenzo era ampliamente conocido como escritor y militante sindical (Renovación, 1912).
Este caso es uno de los ejemplos más concretos de interacción entre proyectos locales e internacionales de propaganda, que lograron conectar a una ciudad tan pequeña como San José con los centros de actividad ácrata de Europa y América más activos en la década de 1910. La conexión de esta red con otras ciudades centroamericanas fue muy difícil, ya que a pesar de que figuraba como uno de los objetivos centrales de organizaciones como el Centro de Estudios Sociales Germinal -agrupación anarquista fundada en San José en 1912-, sus resultados fueron muy escasos, pues solo se encuentra un intercambio fluido de esta propaganda hacia San Salvador (Centro de Estudios Sociales Germinal, 1913, p. 3).
Algunas de estas dificultades tenían que ver con particularidades de la región, tales como 1) el predominio del mutualismo tutelado desde el Estado en el movimiento obrero-artesanal, 2) la preponderancia de gobiernos personalistas y dictaduras en la mayoría de los países, 3) las dificultades de comunicación terrestre entre los puertos y los centros de población al interior de los países, 4) la presencia militar y económica constante del gobierno de Estados Unidos. Todos estos factores dificultaron la actividad anarquista en la región hasta la década de 1920, cuando se empezó a abrir una pequeña ventana hacia el desarrollo del anarco-sindicalismo en El Salvador y Guatemala, con la continuidad de este en Costa Rica y Panamá.
El primer antecedente de una organización sindical regional se da en 1911 con la celebración del primer congreso obrero centroamericano en la ciudad de San Salvador. La composición organizativa y los acuerdos generales tomados dan cuenta del predominio artesanal y mutualista del movimiento, que seguía una línea política más liberal que socialista. Esta organización tenía sus antecedentes desde finales del siglo XIX, cuando el movimiento obrero-artesanal planteaba sus demandas a partir de un tutelaje político de las elites, a través de la legitimación de la selección de estos mismos grupos en los procesos electorales y la obtención de algunas pequeñas medidas de protección laboral (Acuña, 1992).
Este esquema empieza a romperse muy lentamente en la década de 1910, en especial en Costa Rica, a través del grupo editor del periódico La Aurora Social (19121914) y que continúa con La Unión Obrera (1915). Sus editores eran en su mayoría tipógrafos y panaderos y plantean una orientación socialista mucho más explícita, a través de la difusión de las ideas anarquistas que debaten a lo interno del movimiento. Lo curioso es que La Aurora Social pasa a convertirse en el vocero de aquella primera confederación obrera -a pesar de que su línea editorial no siempre coincidía con el mutualismo de las demás organizaciones-, con una distribución regional durante 1912, para convertirse luego en el vocero de la Confederación General de Trabajadores (CGT) de Costa Rica en el periodo 1913-1914 (“La confederación de obreros”, 1913).
La CGT fue resultado de la madurez de la actividad política obrero-artesanal en Costa Rica, que con un impulso importante del Centro de Estudios Sociales Germinal y de forma conjunta con otros gremios, desarrollaron la primera conmemoración clasista el 1º de mayo de 1913 (Oliva, 1987). El estudio de esta organización demuestra que el anarquismo no era la línea mayoritaria dentro de todos los gremios, ya que estas ideas se mantuvieron en constante debate interno, sobre todo a partir del tema de la representación obrera en el Parlamento y la necesidad o no de la ruptura revolucionaria (“Carta fundamental”, 1913). A pesar de esta distribución desigual de las ideas a nivel interno, sí existía un grupo activista ácrata que desarrollaba una intensa actividad a través de charlas, debates, artículos y eventos culturales. Este estaba compuesto principalmente por panaderos, tipógrafos, barberos, zapateros, carpinteros y algunos sastres.
Durante la década de 1920, coinciden dos procesos que permiten mejores condiciones para la propaganda anarquista en la región y concretamente para la actividad dentro de las organizaciones laborales. A nivel internacional se estaba dando una recomposición de la AIT, dada la necesidad de rearticular una organización anarquista a nivel mundial que contrarrestara el influjo de la Unión Soviética a través de la Internacional Sindical Roja (ISR). La decisión de este proceso se dio luego de la decepción de los anarquistas con el rumbo del proceso en Rusia y con la represión generalizada de los bolcheviques hacia la comuna de Kronstadt, liderada por el ejército campesino de Néstor Makhno en Ucrania, y la prohibición de toda la actividad ácrata en la URSS (Archinov, 2008).
Los testimonios directos de revolucionarios como Emma Goldman, Alexander Berkman, Volin, Makhno, Archinov y Kropotkin sirvieron para que se diera un amplio debate que dividió a los anarquistas a nivel internacional con respecto a la política de la URSS. Esto generó posiciones que iban desde el rechazo total a la política bolchevique, hasta el desarrollo de una corriente anarco-leninista que duró por lo menos hasta 1924 con la muerte de Lenin. Finalmente, este debate llevó a la creación de la AIT en 1923 en Berlín, con un secretariado interesado en intensificar la propaganda en Europa y el continente americano, donde estaban sus principales bastiones.
Uno de los promotores más importantes de esta labor fue el español Diego Abad de Santillán, un veterano militante que había vivido una parte importante de su vida en Argentina y quien fue redactor del periódico La Protesta, así como dirigente de la Federación Obrera Regional Argentina (Fora). A través de su amplia red de contactos, logró que desde la Confederación General de Trabajadores (CGT) de México y la Fora de Argentina, se mandaran varios propagandistas con la misión de mejorar los contactos en Centroamérica y promover una reunión continental anarquista en Panamá en noviembre de 1927 (Migueláñez, 2010).
Finalmente, esta labor recayó en el militante de la Fora Julio Díaz, quien recorrió por varios meses en 1926 todos los países centroamericanos dando charlas, estableciendo contactos y promoviendo el anarco-sindicalismo como forma de organización específica para los trabajadores (“Conferencia Obrera”, 1926). Sus impresiones fueron publicadas en La Protesta de Buenos Aires y surtieron efecto con la creación de organizaciones anarquistas en El Salvador, Guatemala y Costa Rica, que a su vez mandaron delegaciones al congreso en Panamá, clausurado y reprimido por la policía de ese país antes de que empezara. Luego de este intento fallido, en 1929 se logró realizar el congreso en Buenos Aires, donde se creó la Asociación Continental Americana de Trabajadores (Acat), que fue la sección de la AIT en América Latina (Continental Obrera, 1929) y fundó un periódico mensual de coordinación denominado La Continental Obrera. Las organizaciones centroamericanas articuladas formaron parte de la Acat, que existió formalmente hasta 1932, cuando el golpe militar del general Ubico en Argentina desencadenó una represión generalizada contra el anarquismo en el país.
El segundo factor que colaboró en que estas giras de propaganda dieran sus frutos, fue la relativa apertura política en El Salvador y Guatemala, donde se estaba intensificando el debate entre mutualistas, comunistas y anarquistas, dando como resultado una fuerte actividad a lo interno de la Federación Regional de Trabajadores de El Salvador (FRTS) y la Federación Obrera de Guatemala (FOG). El desenlace de estos desencuentros internos fue el quiebre de las federaciones y la fundación de organizaciones anarquistas específicas como el Centro Sindical Libertario (CSL) y el Comité Pro-Acción Sindical (CPAS), respectivamente (Taracena, 1988). De estos, solo el CPAS logró articular un medio de prensa propio denominado Orientación Sindical, que pudo editar 15 números en la Ciudad de Guatemala en 1928. La masacre generalizada y la represión que se desató en 1932 en estos dos países, terminó por destruir los pequeños brotes ácratas que se habían construido durante una década (Monteflores, 2011).
Con respecto a los países donde ya había presencia anarquista en el movimiento obrero antes de 1920, su activismo continuó principalmente en las ciudades de San José y Ciudad de Panamá, en donde se rearticularon varias veces organizaciones anarco-sindicalistas. Ninguna logró convertirse en una confederación de carácter nacional, sin embargo, continuaron sus acciones hasta mediados de la década de 1930 en que sus rastros se pierden. En Costa Rica, la Organización Obrera de Estudios Sociales hacia la Libertad, formaba parte de la Acat y logró editar una revista sociológica en 1929 denominada Germinación, que mantenía contactos con otras publicaciones ácratas de Barcelona, Valencia, Nueva York, Buenos Aires y la Ciudad de México. Su principal impulsor era el anarquista peruano residente en San José Víctor Recoba, con amplia trayectoria en el movimiento sindical en Perú, México y Guatemala (Taracena y Monteflores, 2014, pp. 268-269).
En el caso de Panamá, se da un impulso al anarcosindicalismo a lo interno del Sindicato General de Trabajadores, fundado en 1924 por los españoles José María y Martín Blázquez de Pedro, quienes fueron dos importantes activistas que le dieron continuidad a la militancia ácrata en el istmo. Esta organización mantuvo una lucha constante por la jornada de ocho horas, varias huelgas de inquilinato, así como repetidas denuncias contra el intervencionismo de Estados Unidos en el país. A finales de la década, esta agrupación fue extensamente reprimida y los hermanos Blázquez de Pedro fueron expulsados a Cuba, donde murieron en 1927 (Franco, 1986).
Dos casos que se diferencian de las tendencias descritas hasta el momento, fueron la creación de comunas anarquistas y el desarrollo de un panamericanismo ácrata. En el primer caso, se tiene documentada la creación de una comuna anarquista en Mastatal de Puriscal, en Costa Rica. Este era un lugar de presencia indígena huetar, que había sido desplazada y reducida debido a la extensión del cultivo del café (Vidal, 1972). En este territorio se creó una comunidad compuesta por pacifistas, individualistas e insumisos europeos que habían salido del continente durante la Primera Guerra Mundial y que tenían la intención de poner en práctica las ideas anarquistas en el campo, tomando como referencia las experiencias de colonias tolstoianas inspiradas en el escritor ruso y el individualismo ácrata francés de Emile Armand (Menzies, 2009).
La comuna duró un poco más de una década y desarrolló una intensa comunicación con otros proyectos similares en Estados Unidos, México, Francia, España, Brasil y Argentina. A través de una revista trimestral denominada Le Semeur (19251928), redactada en francés, se promovía la emigración hacia Costa Rica para desarrollar comunas agrícolas y se discutía ampliamente sobre la educación libre, el naturismo, el vegetarianismo, la promoción del esperanto y la desobediencia civil. Esta comunidad promovió varios proyectos educativos en la zona aledaña a sus tierras y contó con una comunicación permanente con el químico, farmacéutico y veterano individualista Elías Jiménez Rojas, quien era uno de los principales colaboradores de publicaciones de Emile Armand en Francia (Jiménez, 1945).
La otra tendencia presente en la región se dio a través de la labor de la revista Cuasimodo Magazine Internacional (1919-1921), que era una revista ilustrada editada en la Ciudad de Panamá de forma conjunta por el puertorriqueño Nemesio Canales y el argentino Julio Barcos. Su tiraje tenía una gran distribución internacional y estaba conectada con las principales publicaciones latinoamericanas del momento. Su línea editorial promovía el panamericanismo en una versión bastante particular, ya que buscaba la unión hispanoamericana a través de los pueblos y no de los gobiernos (Pita, 2012). Se insistía en la promoción de la educación libre, la organización de los trabajadores y el fomento de una cultura cosmopolita, libertaria y antinacionalista.
Uno de sus principales colaboradores fue el anarquista español José María Blázquez de Pedro, quien publicó extensamente en la revista y promovió esta variante hispanista en un contexto donde se debatían varios modelos de esta unión hispanoamericana, predominando las visiones liberales y marxistas. Las conexiones del grupo editor de Cuasimodo con organizaciones en Costa Rica, se dio sobre todo a través del movimiento magisterial donde Barcos participó directamente, así como por las colaboraciones a la revista Repertorio Americano (1919-1959), editada por el profesor Joaquín García Monge, quien había sido un firme divulgador del anarquismo entre 1904 y 1914 (Herrera, 2004). Queda todavía por explorar las conexiones más profundas entre estos proyectos, así como las relaciones entre los anarquistas en Costa Rica y Panamá que, según señalan las fuentes históricas, fueron mucho más dinámicas de lo que se ha documento hasta el momento.
Conclusiones
A modo de conclusión, se puede argumentar que la historiografía anarquista ha recibido un impulso importante en la última década a partir de una renovación en sus enfoques de análisis, métodos de trabajo e investigación documental. En este contexto, la ruta más provechosa para desarrollar este proceso se relaciona con potenciar un análisis mucho más orgánico con los principios mismos del anarquismo, o sea, con su movilidad internacional y su anclaje local. Esto significa un reto importante para los historiadores, ya que implica tomarse en serio todas las posibilidades de encuentro entre varios enfoques, principalmente aquellos que vinculan tiempo y espacio de forma dinámica y relacional.
Esta apuesta investigativa implica además reconstruir una perspectiva multi-escalar que logre explicar el surgimiento y la actividad local de los anarquistas, así como sus múltiples conexiones nacionales, regionales e internacionales. Esto solo es posible con un uso intensivo e imaginativo de las fuentes documentales, que rastrean su presencia desigual y fragmentada en los distintos territorios del continente. Para el caso centroamericano, este proceso es todavía incipiente, ya que existe una información muy desbalanceada de los diferentes movimientos y organizaciones, sin embargo, se ha avanzado en su localización e interacción con otras redes que transitaban por el continente americano y entre este y Europa central.
Una de las implicaciones de esta interacción es la delimitación político-geográfica de esta indagación, ya que la actividad anarquista tenía muchas más conexiones e interacciones que las constituidas a lo interno de las fronteras nacionales. Un ejemplo claro de esto es la importancia que jugó Panamá -que por razones históricas y geopolíticas es analizado de forma separada a Centroamérica- como nudo de conexión con otras organizaciones del Caribe y con Costa Rica, particularmente por su cercanía. Por esta razón, es imprescindible estudiar la parte continental de América Central de forma conjunta con el Caribe y sus islas mayores, ya que esto puede mostrar muchas rutas de tránsito de las ideas que todavía no han sido clarificadas.
Dentro de este itinerario de investigación, es clave la utilización de las publicaciones anarquistas, ya que estas constituían una de las principales herramientas de comunicación, educación, información y formación ideológica del movimiento. A pesar de que la mayoría tenía una existencia discontinua por los problemas financieros y la constante represión de los gobiernos, las publicaciones representaban uno de los principales altavoces del movimiento, que aun teniendo un anclaje local pequeño, podría tener un auditorio global mucho más amplio. Claro está que estas fuentes no son suficientes para desentrañar todas las dimensiones de las redes militantes, sin embargo, son un punto básico imprescindible para cualquier trabajo historiográfico.
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Jul-Dec 2016
Histórico
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Recibido
02 Nov 2014 -
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27 Abr 2015