Resumen
El propósito de este ensayo es contextualizar el pensamiento de Francisco Morazán en torno al proceso de conformación de los estados en Centroamérica tras la Independencia. En este trabajo se toman como base los discursos pronunciados por Morazán con el fin de distinguir las ideas, las relaciones y las contradicciones que se construyeron a lo interno, entre los estados, así como en las relaciones que establecieron con las potencias durante las primeras décadas del siglo XIX. En este trabajo se explora el devenir de la República Federal de Centro América en un contexto geopolítico complejo, y las ideas de Morazán en torno a las condiciones de posibilidad y de expectativas alrededor de este proyecto político.
Palabras claves: Independencia; Estado; República Federal de Centro América; Centroamérica; Integración
Abstract
The purpose of this essay is to contextualize the ideas of Francisco Morazán about the process of conformation of the states in Central America after the Independence. In this work, the discourses pronounced by Morazán are taken as a base in order to distinguish the ideas, the relationships and the contradictions that were built inside the states, between the states, as well as in the relationships that they established with the powers during the first decades of the nineteenth century. This paper explores the evolution of the Federal Republic of Central America in a complex geopolitical context, and the ideas of Morazán around the conditions of possibility and expectations around this political project.
Keywords: Independence; State; Federal Republic of Central America; Central America; Integration
Introducción
En este artículo se contextualizan algunas ideas clave del pensamiento de Francisco Morazán sobre la integración centroamericana, un proyecto político para los nacientes estados centroamericanos que se halló inserto en un conjunto de contradicciones que desafiaban su unidad, tanto a lo interno como en las vinculaciones e interacciones que se configuraron con los espacios territoriales más próximos, así como en aquellas relaciones que establecieron en un contexto mayor, específicamente con las potencias mundiales durante las primeras décadas del siglo XIX. La dinámica que sintetiza las circunstancias geopolíticas y geoestratégicas que se configuraron para y por los estados centroamericanos durante los primeros años posindependentistas.
En tal sentido, este estudio procura proporcionar un aporte a nivel regional, ya que presenta la dinámica en la cual se desarrolló la República Federal Centroamericana, los factores geopolíticos que se le asociaron a este proceso, así como las ideas de Francisco Morazán respecto a lo que podía y debía ser Centroamérica como unidad política inserta en una dinámica mundial.
¿Qué es un orden geopolítico?
Con el fin de entender el devenir de Centroamérica tras la Independencia, y de manera particular el pensamiento de Francisco Morazán, es preciso considerar el marco en cual se halló inserto este espacio, lo anterior desde una óptica que incluya tanto lo político y, lo geográfico como sus vinculaciones internacionales. Es decir, es necesario recurrir a la geopolítica.
Desde una visión con tinte historicista, Agnew (2005) ha explicado la geopolítica como una forma de visualizar en el espacio las prácticas dominantes de las relaciones internacionales, en donde la caracterización del espacio se define por discursos y modelos de representación, los cuales se traducen en “órdenes geopolíticos” que actúan sobre las sociedades, dependiendo del periodo histórico que se trate.
Estos órdenes, ubicados históricamente, permiten establecer diferenciaciones entre los intereses de las potencias, el desarrollo económico y otros factores relevantes con el fin de entender la geopolítica en un contexto determinado. Y es que, para explicar la configuración de un orden geopolítico, existen interpretaciones que buscan esclarecer cuáles factores tienen mayor preponderancia en su conformación.
Desde la óptica de Wallerstein (2005), fue el desarrollo del capitalismo el que permitió la integración de diferentes espacios del planeta en una misma lógica económica; no obstante, este proceso generó desigualdad entre los territorios y acentuó los espacios de poder, según el concepto de moderno sistema-mundo. Una noción que Taylor y Flint retomaron en su planteamiento sobre los códigos geopolíticos, definidos como aquel “conjunto de supuestos estratégicos que elabora un gobierno sobre otros Estados para orientar su política exterior” (2002, p. 99). Un razonamiento que parte del presupuesto de que cada Estado establece su propio plan de acción respecto a su entorno, y para ello, identifica en su relación con los otros actores sus intereses y sus amenazas.
En tal sentido, si se considera tanto los intereses de cada Estado así como el proceso capitalista desarrollado durante los últimos siglos, es posible advertir cómo ese devenir ha sido liderado por distintas potencias mundiales en diferentes momentos, tal y como sucedió, por ejemplo, con el dominio que los ingleses mantuvieron en el plano comercial y geoestratégico de América Latina durante buena parte del siglo XIX cuando; como lo apunta Cairo (2009), este espacio se encontró bajo el influjo de un “orden geopolítico británico”.
Si se toma el caso de Centroamérica, su integración a los mercados mundiales se produjo durante el siglo XIX. No obstante, ya desde el periodo colonial existían importantes intereses geopolíticos tanto de España, Francia, Inglaterra e incluso de Estados Unidos sobre la zona, los cuales pervivieron tras la Independencia. Al tomar en consideración estas circunstancias se abre el espacio para reflexionar ¿cuál era el papel de Centroamérica en este orden geopolítico postindependentista? ¿Qué lugar ocupaba Centroamérica en la dinámica de las potencias, y cómo actuaban los centroamericanos en este contexto?
¿Qué se entiende por Centroamérica?
Para entender Centroamérica como un espacio de análisis, es necesario pensar en los elementos que la pueden configurar e identificar como región. Sin embargo, aquí se presenta una primera dificultad: estos aspectos no son necesariamente claros ni uniformes. La complejidad de este problema se revela si se intenta aplicar dicho ejercicio a un contexto más amplio, como lo es el definir la región latinoamericana. América Latina, (así como Hispanoamérica), son conceptos que han sido definidos por su legado ibérico, en donde se considera que el uso de la religión y el idioma adquirieron un carácter central en su configuración.
En razón de lo anterior, y según lo consideran Pakkasvirta y Cairo (2009), pensar América Latina como continente se convierte también en un legado del colonialismo europeo y del sistema mundo eurocéntrico que se venía construyendo, al tiempo que la relativa homogeneidad que esta definición le otorgaba a los estados latinoamericanos hacía presuponer una posible unión política entre ellos, abriendo la posibilidad para construir la utopía unionista de Bolívar. No obstante, sus realidades eran complejas y diversas, tanto a lo interno de cada de uno de sus espacios como en las relaciones entre los territorios.
Ante esta situación, la instauración de la República Federal de Centro América en 1823 se revistió de un doble propósito: designarla como región pero también como proyecto político. Al respecto, Granados (1985) apunta que tras la Independencia la concepción de Centroamérica como puente y como istmo estaba latente, así como su “destino geopolítico”. Los propulsores de la Federación veían en su ventajosa ubicación las condiciones necesarias para que la República estuviese llamada a cumplir un papel trascendente en el orden mundial. Un razonamiento que venía a demostrar que los pensadores y políticos centroamericanos de aquella época eran conscientes del rol geopolítico de la región, así como de sus posibilidades dentro de un complejo escenario mundial.
Pero, ¿por qué esta visión positiva en una temprana Centroamérica posindependentista no se tradujo en un proyecto político consolidado que fuese capaz de subsistir en el tiempo? Una parte de la respuesta a esta interrogante radica en la compleja realidad interna y externa en la cual se encontraba involucrada la región.
Centroamérica: su realidad interna
En el contexto posindependentista, la región centroamericana se encontró inmersa en una serie de dinámicas complejas que dificultaron su cohesión y generaron dudas sobre su viabilidad. Así, por ejemplo, existieron tensiones y disputas entre las prácticas de un pasado colonial en donde una serie de actividades e instituciones venían siendo reguladas por los designios hispánicos, respecto a un naciente panorama político en el cual se gestaron los nuevos proyectos de Estado.
Asimismo, a lo interno de Centroamérica coexistieron grupos sociales que no consideraron viable su independencia, debido a la fragilidad económica de sus territorios, razón por la cual incluso valoraron la posibilidad de anexarse a otro Estado (Dachner, 1998). A la vez, en las otrora provincias, las aspiraciones políticas desembocaron en enfrentamientos, ya que varias de ellas rechazaron de manera directa la hegemonía de Guatemala al pretender erigirse comandante política del proceso posindependentista: un agregado de pugnas internas que conllevaron a que incluso Morazán debiera trasladar la capital de la Federación de Guatemala a El Salvador en 1934 (González, 2007).
Este conjunto de circunstancias evidenciaron una ingente contradicción: mientras se pensaba en construir un proyecto federal, se ponían en marcha instituciones orientadas a la construcción de estados individuales (Taracena, 1995), acciones con las que de manera clara se socavaban las bases de un proyecto unionista capaz de perdurar en el tiempo.
Esta inestabilidad de Centroamérica ha sido abordada por los académicos desde distintas perspectivas. Por ejemplo, para Dym (2010), existieron tres “independencias” en Centroamérica. La primera, en 1821 con la declaración; la segunda, al producirse la separación del imperio mexicano y configurarse la República Federal entre 1823-1824; y la última, al sucumbir la Federación y desarrollarse los estados individuales. Una lógica que plantea ciertos cuestionamientos: por un lado, sugiere que la primera Independencia fue un proceso inconcluso que necesitó reafirmarse conforme transcurrió el tiempo; y en segundo lugar, cuestiona reiteradamente la viabilidad de la Federación Centroamericana como Estado posible, al plantear una nueva independencia cuando esta estructura política se desmembró.
Otros factores coadyuvaron a la dificultad de integrar Centroamérica. Para Silva (2006) los estados que constituyeron esta región fueron “bicéntricos”, pues en cada territorio resultó evidente la presencia de al menos dos ciudades fuertes, las cuales pugnaron por el control y la toma de decisiones en materia política. Un conflicto que tradicionalmente ha sido presentado en la historiografía como la disputa entre liberales y conservadores, y a través del cual las elites políticas buscaron asegurar su control de los incipientes estados; acciones que en determinados momentos implicaron un incremento en su inseguridad e inestabilidad.
Otro elemento a considerar en esta compleja realidad interna de los territorios centroamericanos se halló en la ubicación y distribución de sus espacios. Lo anterior debido a que buena parte de la población, así como sus actividades políticas y comerciales, se concentraron hacia el pacífico, mientras que las regiones caribeñas usualmente se encontraron poco pobladas y sus asentamientos permanecieron en buena medida desvinculadas del comercio y la política de los estados, al tiempo que fueron objeto de una importante influencia inglesa.
Un conjunto de aspectos incidieron en los procesos de carácter económico, debido a que los intercambios mercantiles, agrarios y administrativos se dificultaban, al tiempo que era notorio cómo los estados no tenían un completo control de su territorio; por ello, su economía resentía las carencias y las dificultades para acceder a los mercados externos (Lindo, 1993).
En relación con este último aspecto, es importante mencionar que las provincias habían experimentado una relativa especialización económica durante la colonia, la cual en algunos casos se profundizó tras la Independencia. De este modo, ciertos espacios se hicieron dependientes de uno o dos productos, como sucedió con el añil en El Salvador o la grana en Guatemala, circunstancia que problematizó la articulación de redes comerciales más efectivas entre los miembros de la Federación, al tiempo que dificultó el que estos territorios lograran una efectiva inserción en el mercado internacional.
Paralelo a lo anterior, y pese a que se buscaba construir una República federal, cada Estado pretendió agenciarse las mejores condiciones para sus productos en el mercado internacional, labores que emprendieron por separado y no como región. Aunado a este proceso, la inserción de estos territorios al mercado externo siempre dependió de las potencias, tanto para la producción como para la circulación (Díaz y Viales, 2012a).
En lo que concierne a la organización administrativa y de hacienda, se puede señalar su precariedad. Durante todo el periodo de la Federación no se logró establecer un sistema fiscal federal, y el cobro de impuestos permaneció dependiente de cada Estado (Avendaño, 1996). Al preguntarse Cardoso y Pérez (1977) si había una base económica y social capaz de sustentar la República Federal, concluyen que tal estructura no existía, y por tanto, el proyecto era inviable. Al respecto, indican que su desarrollo fue imposibilitado por diversos factores de peso, tales como el aislamiento internacional, las rencillas locales, la poca población, la debilidad de los ciclos de exportación así como las dificultades en el transporte.
Centroamérica: la influencia externa
Al reflexionar sobre la viabilidad de Centroamérica, es importante mencionar que esta no dependió de manera exclusiva de los factores internos: existieron una serie de condicionantes externos que es necesario valorar para entender el complejo proceso de conformación del proyecto político unionista, y su posterior fracaso.
Así, por ejemplo, en el contexto externo más inmediato debe considerarse cómo, luego de la declaratoria de Independencia en Guatemala, y tras los primeros meses de organización, el Imperio mexicano aprovechó las difíciles condiciones que atravesaba Centroamérica para anexionarse los territorios de Chiapas y Soconusco. Incluso, México veía como una consecuencia natural la anexión de las provincias de la extinta Capitanía de Guatemala, tanto por razones geográficas como por motivos económicos y administrativos. No obstante, la falta de vinculación entre las elites mexicanas y centroamericanas debilitó las pretensiones anexionistas, y posibilitó la separación en 1823 (Vázquez, 2012).
Entretanto, en el sur, la Gran Colombia fue otro proyecto político integracionista, conformado por los estados de Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador, y que tuvo vigencia principalmente durante la década de 1820. Desde Centroamérica, era observado de manera diversa por cada uno de los estados, ya fuese como un imperio cercano, como posibilidad de anexión o bien como amenazante para la República Federal, en especial mientras se encontraba en pie la idea bolivariana de la unificación. Incluso en 1836, cuando ya había sucumbido el proyecto de la Gran Colombia, Costa Rica no pudo retener una parte de su territorio ante las fuerzas armadas colombianas, que se anexaron la región de Bocas del Toro.
En tal sentido, y considerando las dinámicas de estos espacios colindantes, los nuevos estados centroamericanos percibieron al Imperio Mexicano y a la Gran Colombia como regiones más poderosas, que en ciertos instantes figuraron como posibles estados para anexarse, o bien como amenazantes para su viabilidad, con los cuales era necesario establecer pactos y alianzas.
Pero además de estos vecinos recién independizados y con afanes expansionistas, es necesario considerar el peso que las potencias ejercieron sobre Centroamérica. Máxime que, desde la conquista y la colonia, la región había sido parte de los planes geopolíticos de España, particularmente en lo relativo a las rutas comerciales y a la necesidad de establecer un paso hacia el Océano Pacífico (Granados, 1985). A esta dinámica se le adicionó una presencia más directa y protagónica de otras potencias en la región tras sus procesos de emancipación de España, presencia externa que gozó de ciertas prerrogativas, las cuales pueden ser descritas como parte de los intereses imperiales y comerciales de las potencias. Así, el factor geopolítico adquirió un peso medular, y se reflejó en los enfrentamientos suscitados entre las potencias a causa de los intereses para construir un canal interoceánico (Obregón, 1993).
Es importante recordar que durante el siglo XVIII, conforme España perdía su poder en el Atlántico, Inglaterra empezó a controlar las principales rutas comerciales, lo que la convirtió en la responsable de una importante parte del comercio externo de las provincias de Honduras, Nicaragua y Costa Rica; además, la existencia de Belice era una muestra del control comercial y político que podían ejercer los británicos en ciertas regiones de Centroamérica (Vázquez, 2011).
Lo anterior, unido a la decisión de las antiguas provincias de alcanzar su emancipación, y sumado a las acciones políticas que emprendieron personas como el cónsul Frederick Chatfield, permite comprender por qué Inglaterra estuvo facultada para controlar el comercio de los principales productos centroamericanos, entre ellos el café, la grana y el añil (Rodríguez, 1970). Además, tras las primeras décadas de Independencia, Inglaterra se involucró en los planes de construcción de un canal interoceánico, un proyecto que también resultó atractivo para otras potencias y por el cual Centroamérica se convirtió en un espacio estratégico.
En razón de lo anterior, Granados (1985) afirma que durante el siglo XIX el interés de las potencias en Centroamérica fue más geopolítico que económico. Estados Unidos, por ejemplo, manifestó sus intenciones sobre los territorios latinoamericanos desde el surgimiento de la doctrina Monroe en 1823, política que se consideró como la antesala de su influencia en el Caribe. También los norteamericanos demostraron una especial atracción por el canal interoceánico, y más aún cuando fueron llamados por los centroamericanos a brindar su reconocimiento diplomático a la República Federal, durante el periodo en el cual se desarrollaban las disputas con México (Vázquez, 2012).
Estas circunstancias hicieron que la región se encontrara condicionada entre los intereses canaleros de las potencias: entre el control del comercio que Inglaterra pretendía ejercer como potencia dominante en los espacios dejados por la metrópoli española y entre la nueva posición de Estados Unidos, que como potencia emergente pretendía disminuir la influencia de los europeos sobre los territorios americanos.
Pensamiento geopolítico de Francisco Morazán: ¿Era viable Centroamérica?
El hondureño Francisco Morazán Quesada se convirtió en un actor a considerar en los procesos postindependistas de los territorios que, hasta 1821, habían integrado la denominada Capitanía General de Guatemala. Desde aquel año apareció su nombre en la escena pública, al firmar en Tegucigalpa un acta a través de la cual los insurgentes expresaron su oposición a la anexión del Reino de Guatemala a México. Con esta acción inició su carrera política y militar, la cual transitó por la Asamblea Constituyente que se reunió en Guatemala en 1823, así como en diferentes puestos políticos hondureños, entre ellos como Secretario General del gobierno comandado por Dionisio Herrera, como Presidente del Consejo Representativo de Honduras, y posteriormente Jefe de Estado de Honduras.
En el plano militar, Morazán formó parte de una intervención armada en El Salvador en 1828, la cual le valió el título de general. Y en 1829, en Guatemala, triunfó en la batalla de Las Charcas, permitiéndole gobernar de manera transitoria aquel territorio, un accionar político-militar que finalmente redundó en su elección como Presidente de la República Federal en dos momentos: 1830-1834 y 1835-1839. Tras la desintegración de la República Federal y luego de la derrota que Morazán experimentó en 1840 frente al guatemalteco Rafael Carrera, el general se exilió en Panamá y después en Perú. Posteriormente retornó a El Salvador y luego marchó hacia Costa Rica, territorio donde se convirtió en Jefe de Estado y donde finalmente murió fusilado en 1842 (Lacaze, 2016).
Esta carrera político-militar le permitió a Morazán alcanzar al poder. Una posición de privilegio desde donde el hondureño efectuó su propia lectura sobre las condiciones que afrontaba Centroamérica, un espacio que para el militar, pese a sus complejas tensiones internas y externas, se hallaba en un proceso de construcción política que requería legitimarse. Por ello, y como parte de esta causa, reconoció la nueva situación política de los territorios, y por eso no se refería a ellos como provincias, sino como estados de Centro América. Esta connotación formó parte de un ambicioso proyecto político que hacia 1823 pasó a denominarse República Federal de Centro América, un modelo de administración que si bien intentó reproducir la imagen organizativa de Estados Unidos, también se convirtió en la instancia que por vez primera denominó a la región como Estado posible, que designó a “Centro América”.
Morazán fue consciente de que Centroamérica era un espacio en definición, razón por la cual resultaba necesario que este proyecto reuniera una serie de condiciones para que fuese viable. Por este motivo, y según el entender del General, era válido recurrir a acciones que permitieran posicionar a la región ante las demandas externas, al tiempo que le demostrase a los nacientes estados que su integración era la vía efectiva a seguir.
Por eso, dentro de este proceder, la acción militar fue considerada como un actuar legítimo, en tanto su propósito final fuese el alcanzar un bien mayor como lo era el restablecimiento del orden interno, noción que Morazán dejó plasmada en su proclama a los habitantes de la ciudad de Guatemala, del 7 de enero de 1829:
Habitantes de Guatemala: nos acercamos a vuestros hogares, no como enemigos, sino como amigos que vienen a aliviaros de los males que habéis sufrido por espacio de dos años; ni la venganza ni el saqueo, ni el robo nos atraen; no venimos a destruir al Estado, sino a restablecer en él la Constitución; a hacer respetar la ley que hemos jurado (obedecer); a dar la paz a la República. He aquí nuestro único objeto, he aquí todas nuestras miras; he aquí el motivo que nos puso (a tomar) las armas en la mano; nada es (cierto) de lo (que) se os ha dicho para animaros contra nosotros. Se os engaña para esclavizaros, y para haceros tomar parte de guerra fratricida (Meléndez, 1996, p. 35).
Para Morazán, la preservación del orden interno era una condición necesaria e indispensable para la conservación de la paz y la libertad entre los habitantes, así como para la consolidación de un Gobierno que fuese capaz de proporcionar garantías y seguridad, tanto “al sabio, al comerciante, sin humillaciones” (Meléndez, 1996, p. 116); un orden que les facilitara a los nuevos gobiernos de Centroamérica el reconocimiento de su independencia, y de manera consecuente, les significara una mejoría en sus relaciones internacionales; unas vinculaciones exteriores estables y útiles que les permitiesen apelar al aumento del comercio, de la riqueza y de la población, tal y como Morazán lo indicó en su carta al presidente del Congreso Federal en su toma de posesión, el 16 de setiembre de 1830 (Meléndez, 1996, p. 107); una unión de Centroamérica que, desde la visión morazánica, debía significar su surgimiento económico y su vinculación con el orden internacional.
Paralelo a esta promoción de un proyecto interno, Morazán subrayó un punto estratégico para asegurar la viabilidad de los nacientes estados: impulsar sus economías. Pero, ¿cómo dinamizar las economías de estos territorios a menos de diez años de declarar la Independencia, tras atravesar conflictos armados y acarrear deudas internas y externas que evidenciaban su fragilidad en esta materia?
Para el líder hondureño, la clave estaba en reconocer y en promover la imagen de la ventajosa posición geográfica que definía a América, la cual -hasta aquel momento-, producía resultados discutibles para los locales. Según se lee en su toma de posesión de 1830:
La alianza de los pueblos americanos, aunque se ha frustrado hasta ahora, no está lejos el momento de ser puesta en práctica esta combinación admirable. Ella hará aparecer el nuevo mundo con todo el poder de que es susceptible por su ventajosa posición geográfica e inmensas riquezas, por la justicia de los gobiernos y por la identidad de sus sistemas: por su crecido número de habitantes y, sobre todo, por el común interés que los une (Meléndez, 1996, p. 107).
Una ubicación óptima que Morazán potenció para Centroamérica a través de la posibilidad de apertura del canal en el Istmo de Nicaragua. Una obra que mereció la consideración del hondureño, quien la calificó como “grandiosa por su objeto y por sus resultados”. Una empresa que además de unir los dos océanos, haría llegar la “prosperidad” a Centroamérica, pues a través suyo sentaría las bases para establecer “tratados de amistad, comercio y navegación” (Meléndez, 1996, p. 115). Progresos centroamericanos que servirían como una invitación, puesto “que nuestros puertos están abiertos a todo el que quiera frecuentarnos y especular sobre las ricas producciones en que abunda nuestro suelo” (Meléndez, 1996, p. 115). La política local debía destinarse entonces a atraer “al hombre ilustrado e industrioso, sin examinar su origen, ni su religión”, a quien “el centroamericano lo recibe con sus brazos abiertos, y el Gobierno lo protege” (Meléndez, 1996, p. 107).
En su discurso, Morazán presentó a Centroamérica como un espacio que aprovechaba “las felices circunstancias” (tanto externas como internas) para preservar el orden, la paz y la libertad de los estados, condiciones que podrían potenciarse si se retomaba un área que había sido abandonada en distintas ocasiones durante el periodo colonial: la educación, pero particularmente aquella dirigida hacia la juventud, pues era el sector poblacional que en poco tiempo pasaría a regir “los primeros destinos de la Nación” (Meléndez, 1996, p. 117).
El General tenía clara la problemática de la división entre los estados centroamericanos y por eso propugnaba por el impulso de la educación. Y así lo esgrimió en su mensaje al Congreso Federal en San Salvador, el 21 de marzo de 1836, instante en el que señaló se debía buscar celosamente
…el cultivo de su inteligencia e instruyéndose en el cumplimiento de sus deberes. No hablo aquí de la educación culta y esmerada que exige grandes establecimientos literarios, y se acomoda tan bien a toda clase de gobierno, hablo de la sencilla educación popular, que, sin tener por objeto las ciencias exactas, que han dado celebridad a muchos hombres, es el alma de las naciones libres” (Meléndez, 1996, pp. 182-183).
Según esta visión del hondureño, la separación y los conflictos cercenaban las posibilidades de éxito de la Federación. Ante este panorama, era necesaria una educación que alcanzase a los sectores populares y los guiase en la aceptación y construcción del proyecto federal, como el destino idóneo para Centroamérica. Tal ideal educativo permitiría superar las rencillas locales, y el mantenimiento de la paz se profundizaría a medida que se fuesen dirimiendo las querellas que en el pasado habían generado turbaciones.
Pero lo cierto es que los conflictos de la época no concernían de manera exclusiva al ámbito interno de los estados, sino también a sus relaciones externas, las cuales se perfilaban como otro obstáculo más “al reconocimiento de los Estados Americanos”. Tal y como sucedió con los límites territoriales, según se muestra en el mensaje de Morazán al Congreso Federal en marzo de 1937, existía una preocupación por las disputas “sobre los límites territoriales con la República Mexicana, y con el Gobierno de Nueva Granada respecto de la Bahía del Almirante” (Meléndez, 1996, p. 196). En razón de lo anterior, aspiró a que se pudiese “terminar de manera justa y armoniosa” cualquier conflicto de esta índole con México y Colombia, gracias al nombramiento y mediación de terceros.
Es importante subrayar que el pensamiento de Morazán está atravesado por la idea de una patria centroamericana, “nuestra”, que fuese capaz dar cobijo a intereses más altos que las fragmentarias aspiraciones de cada uno de los estados. Al respecto, cabe señalar que en la época durante la cual se desarrolló la Federación, los pensadores y políticos unionistas solían utilizar el concepto patria para referirse a Centroamérica; entretanto, el uso de nación era menos común. Bajo este contexto, la idea de patria venía acompañada de un conjunto de ideales entre los que destacaban la libertad, la República, la felicidad y el progreso (García, 1996). La patria debía recibir un reconocimiento dentro del concierto de las “naciones”, y debía apegarse a leyes y protocolos internacionales, según lo consideraba Morazán.
Lo anterior ayuda a entender el por qué, aún en 1841, cuando este sueño de la Federación languidecía y pese a que desde 1839 el caudillo había dejado el poder tras ser derrotado en Guatemala y El Salvador, Morazán lanzara su proclama -conocida como Manifiesto de David-, en la cual mantenía sus ideas de unionismo y condenaba a sus opositores, al tiempo que exaltaba la idea de una patria unida:
Por un distinguido favor de la Providencia, los últimos cañonazos que quitaron la vida a los mejores hijos de El Salvador y completaran en el Reino de Guatemala la dominación de Iturbide, eran contestados por los que disparaban en México, para celebrar la completa destrucción de un Imperio que sólo apareció en el mundo para oprobio de sus autores. Y por justo resultado de estos hechos, del Reino de Guatemala, libre del dominio del Emperador Iturbide, en donde habías creado vuestra nueva patria, se formó la nuestra, bajo un sistema democrático, con el nombre de República Federal de Centro América (Meléndez, 1996, p. 291).
En este momento, cuando la idea de una federación parecía más remota, Morazán continuaba exaltando las cualidades de la República perdida, al presentarla como valiente y democrática. Este pensamiento sobre la patria que se convertiría en un insumo para que, incluso a finales del siglo XIX, proyectos unionistas provenientes de Guatemala, buscasen reactivar la idea de una patria centroamericana unida.
Conclusión
Las primeras décadas del siglo XIX dibujaron un nuevo orden geopolítico mundial, marcado por la decadencia de las potencias española y portuguesa y el ascenso de los británicos. Las antiguas colonias americanas se insertaron a la nueva dinámica como estados independientes que procuraron alcanzar su legitimidad. Dentro de este proceso, las antiguas provincias de la Capitanía General de Guatemala, entonces convertidas en estados, afrontaron la incertidumbre sobre su futuro. El integracionismo fue la vía tempranera de organización política que adoptaron estos territorios para sobrevivir y superar su fragilidad económica, mermar las disputas por el poder y reducir su pequeñez territorial.
La República Federal de Centro América fue la respuesta política que se articuló ante un contexto complejo. Potencias como Francia, Inglaterra y Estados Unidos, demostraron sus intereses en la región al posar su mirada en la construcción de un canal interoceánico; proyecto para el cual negociaron por separado con los Estados, y no necesariamente con la República Federal. Por otra parte, para Centroamérica pervivía la amenaza territorial de estados regionales como México y la Gran Colombia, elementos que hicieron necesario su reconocimiento internacional en aras de disfrutar de mayores posibilidades de negociación por la vía diplomática.
Estas circunstancias propiciaron que Francisco Morazán propugnara por una integración que respondiera a esas necesidades externas, pero también que evidenciara un proceso de organización propio. En tal sentido, y retomando los códigos geopolíticos creados alrededor de este espacio, Morazán proyectó discursivamente una imagen centroamericana en que reafirmaba la independencia de los nuevos estados a través de dos frentes. En el plano interno procuró difundir valores como la paz, la libertad y la educación, como una vía para alcanzar estabilidad, mientras que a nivel internacional, proyectó una imagen que destacó la ventajosa posición geográfica centroamericana, que facilitaría su reconocimiento externo y por consiguiente, vinculaciones comerciales que resultaran estratégicas para la solvencia de la Federación.
Además, el pensamiento morazánico resaltó ciertas posibilidades y expectativas en torno al papel de Centroamérica. Primero, su necesidad de convertirse en República, sentando las bases de una efectiva integración que permitiera el reconocimiento externo. En segundo lugar, aspiró a los ideales de libertad e igualdad como pilares de esa República (lo que demostró su afinidad a los valores europeos, en especial a Francia).
Sin embargo, con la creación de una entidad denominada República Federal de Centro América, con la que se buscó homogenizar territorios diversos, se pretendió borrar o disimular las especificidades de los estados. En la práctica, la construcción de las instituciones y la soberanía se desarrolló de manera más concreta en cada Estado. Las elites locales antepusieron sus intereses particulares a los del proyecto de la Federación, lo cual, aunado a las constantes rencillas por el manejo del poder y la administración de la cosa pública, repercutieron en que finalmente se formaran estados individuales.
En ese sentido, aspectos que Morazán veía como ventajas, como por ejemplo el comercio, se tornaron más bien en elementos cuyo desarrollo, vinculado a la dinámica geopolítica de las potencias y la dependencia estructural a estos mercados, terminaron por decantar intercambios comerciales particulares de cada Estado con el exterior, y no permitieron desarrollar una política económica federal.
Además, el proyecto unionista planteó la existencia de condiciones similares para los estados miembros y los ciudadanos de estos. No obstante, se experimentó solamente una igualdad relativa (Díaz y Viales, 2012b): ciertas estructuras coloniales de dominación mantenían su peso, las elites locales controlaban la economía, existían grupos marginados fuera de los proyectos políticos, así como desigualdades económicas, de infraestructura y de control del territorio, tanto entre los estados como en las regiones.
Finalmente, la situación geopolítica privilegiada de Centroamérica, de la que era consciente Morazán, fue un factor más que influyó en la corta vida de la Federación. Las potencias europeas no estaban demasiado interesadas en las relaciones diplomáticas con una nación unida, o en el mantenimiento de la República Federal, como si lo estaban en la protección de sus intereses geopolíticos, por ejemplo respecto a la opción de construir un canal interoceánico en Nicaragua.
Francisco Morazán, quien tuvo a su cargo el dirigir a nivel político el proyecto federal, defendió de manera constante la integración, y a través de diferentes vías luchó por alcanzar esa tan anhelada unión; incluso falleció en Costa Rica, en una campaña militar cuya misión general era la reunificación centroamericana. Sin embargo, como se ha evidenciado en el presente ensayo, el proyecto unionista tuvo diferentes facetas en las cuales se manifestaron factores adversos, tanto en el plano interno como externo a Centroamérica. En este sentido, Morazán ha sido visto a lo largo del tiempo y hasta a actualidad, como un prócer que simboliza el unionismo y la integración centroamericana.
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Fechas de Publicación
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Publicación en esta colección
Jan-Jun 2019
Histórico
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Recibido
12 Jun 2018 -
Acepto
23 Ago 2018