Open-access Don Juanito, el Padre de la Patria

Decía el maestro Constantino Láscaris que Costa Rica se distinguía en tre las otras naciones de la región por haber sido forjada por hombres de pensamiento. Por lo que solo se la podía conocer y, con ello, entender su historia más allá de lo anecdótico y lo folclórico, si se ahondaba en el pen samiento y las convicciones de esas figuras que han forjado nuestra historia y creado nuestras instituciones democráticas y republicanas. Por eso, cono cer las ideas de los forjadores de nuestra historia y explicar, no solo lo que hicieron sino igualmente el porqué lo hicieron es, como decía Aristóteles, hacer "ciencia" si por tal se entiende la comprensión de los hechos, no solo por sus apariencias, sino también por sus causas. La "ciencia", según el Estagirita, es el conocimiento que se adquiere a través y gracias a la luz de sus causas. Y esas causas solo se expresan en ideas. En el ámbito de la historia política de un pueblo, lo anterior se manifiesta en el talante democrático que, desde sus orígenes, ha mostrado nuestro pueblo. En contraste, el tirano no se justifica ni justifica lo que hace, porque lo que él hace o deja de ha cer, sea directamente sea por interpósita persona, no tiene justificación, es irracional como todo despotismo.

Conocer y comprender, por ende, los escritos que contienen las ideas de las grandes figuras de nuestra historia es, no solo penetrar en su ideología, sino llegar al fondo del porqué somos lo que hemos llegado a ser como nación. Conocer el pensamiento de las grandes figuras que han dejado huella indeleble en nuestra historia, es conocernos a nosotros mismos como pueblo, es ir más allá de la dermis y de la epidermis de los hechos que narran la crónica historiográfica y ahondarnos en el alma de una nación que ha adquirido conciencia de su identidad colectiva enfrentándose en el campo del honor al deshonor de una gavilla de esbirros de dentro y de fuera de su propio terruño. Los hombres grandes de nuestra historia solo merecen el calificativo de grandes si han sabido interpretar y tan solo en la medida en que lo han sabido, ese interior de nuestro ser, logrando con ello llegar al corazón de nuestro pueblo poniendo de manifiesto lo que éste tiene de mejor. El prohombre, al cumplir su heroica función de prócer, se desempeña también como maestro y guía intelectual y espiritual de su pueblo pues, al decir de José Martí, solo merece el nobilísimo calificativo de "maestro" aquel que logra minimizar lo malo que tiene el corazón de todo hombre porque logra acrecentar lo que tiene de mejor.

Por eso, los escritos conteniendo el pensamiento de nuestras grandes figuras deben ser vistos, no tanto como un alegato de circunstancias, o una apología de lo que han hecho o dejado de hacer, o una respuesta más o menos acertada pero siempre circunstancial, a quie nes los han incomprendido o atacado por ignorancia o por mala fe, sino como un diálogo con la gente sincera presta a oír razones de quienes las tienen en abundan cia. Los escritos, por tanto, de un patriota y líder demo crático son también parte de su labor patriótica y demo crática al servicio de las mejores causas de su pueblo. Porque ante un gobernante de esta catadura, capaz de inmolar su vida para forjar una patria libre y un pueblo feliz, se impone como deber ético primordial explicar y presentar la verdad ante la opinión pública, lo que ha hecho y el porqué, las razones que lo han motivado en el difícil ejercicio del poder que le ha sido conferido por el Soberano, único detentador y fuente exclusiva e indelegable de todo poder que se presuma legítimo.

Un hombre solo es grande a los ojos y la conciencia de la historia si hace grande, o más grande, en valores a su pueblo. Para eso le fue delegado el poder que os tenta. Solo los pueblos hacen grandes a sus hombres públicos cuando les confieren un poder que, en casos excepcionales como los que le tocó vivir a Don Juanito, pueden ser incluso omnímodos. Por eso, a través de las ideas de nuestros prohombres conocemos lo mejor y lo peor de nuestra historia, porque ésta ha sido lo que fue, ejemplar en sus mejores hombres, pero abominable en los peores, grande en sus héroes, deleznable en sus trai dores. Todo eso fue la vida de Don Juan Rafael Mora, el Padre de la Patria, el padre de todos los costarricenses, nuestro padre.

Pero tanto en su biografía, como en sus escritos sali dos de su ilustrada pluma, es que conocemos, no solo su alma y su corazón de patriota inclaudicable y de hombre íntegro, sino también penetramos en los plie gues y repliegues del alma y del corazón de nuestro pueblo, en lo que éste ha tenido de mejor y de peor. La grandeza de Don Juanito es como la luz, que da brillo a lo que directamente ilumina, pero destaca por con traste las tinieblas que se anidan en los rincones en que ésta está ausente. Don Juanito fue grande en sí mismo e hizo grande a quienes lo rodearon; pero, por con traste, empequeñeció a los miserables y apátridas que lo rodearon y a quienes, a su vez, puso en relieve en sus aberraciones. Frente a su grandeza nadie se pudo esconder; a su lado, o se era mejor porque se le seguía, o se envilecía porque se le odiaba o traicionaba. Nadie fue ni permaneció neutral frente a él, nadie podrá serlo nunca más en lo sucesivo en nuestra historia cuando ésta se conoce en todas sus facetas. Es frente a ese es pejo que todos y cada uno de sus coterráneos descu bren el verdadero rostro de su interior, el hombre que se oculta tras sus palabras y gestos.

La grandeza de un hombre íntegro como fue nuestro Padre de la Patria, estriba en el hecho de que cumple lo que la Biblia define como el "varón justo". Éste es aquel en el cual no hay diferencia entre sus actos y sus palabras, entre lo que dice y lo que hace, porque sus convicciones marcaron su conducta y guiaron su ac ción. Sus ideas no fuero un maquillaje sino una radio grafía. Su verdad teórica fue la explicación de la verdad que construían sus actos. Pero como sus pensamientos que se contienen en sus escritos solo se publican en sus obras completas, por lo que solo se pueden conocer integralmente si se las lee, es allí mismo donde se pue de dilucidar objetivamente su trayectoria de vida, solo así se puede entender por qué hicieron lo que hicieron en cada coyuntura de sus dramáticas vidas. Cada una de sus ideas fue un rayo de luz, cada uno de sus actos y decisiones se convirtió en un mojón que señaló a la patria el camino a seguir.

Por eso es que don Constantino decía que si Costa Rica ha sido forjada por hombres de ideas, a los hom bres estudiosos de su historia se imponía como tarea patriótica de primera magnitud y urgencia el publicar las obras completas de esos hombres que forjaron la patria en cada una de sus etapas. Gracias a la ímpro ba tarea que patrióticamente se han impuesto don Raúl Aguilar Piedra y don Armando Vargas Araya sin duda el mejor conocedor de la vida, la obra y el pensamiento de nuestro Padre de la Patria es que hoy se cumple con ese deber insoslayable frente a Don Juanito, cual es el de recopilar con gran profesionalismo de historiadores los escritos de nuestro prócer. El inclaudicable amor por la patria de Don Juanito se puede constatar en las pá ginas del libro Palabra viva del Libertador, que contie nen todos los escritos, conocidos hasta ahora, del más grande de los costarricenses. Gracias a don Raúl Aguilar y a don Armando Vargas el pueblo costarricense rinde tributo su Padre y cumple con el deber filial y patriótico de perpetuar en forma ágil y sólidamente científica, el mantener vivo su legado a través de sus escritos.

Ahora nadie podrá alegar que desconoce el pensa miento de nuestro máximo prócer, ahora tenemos al alcance de nuestras manos todos los textos -hallados hasta hoy- conteniendo su ideario. Porque es a través de sus ideas, expresadas en sus más importantes escri tos que conocemos al hombre y, sobre todo, valoramos su trayectoria histórica. Hombres que han forjado la historia como demócratas que fueron, se impusieron al mismo tiempo la tarea patriótica de justificar ideológi ca y doctrinalmente lo que hicieron en la práctica. Es decir, si hicieron lo que hicieron lo justificaron y expli caron ante un pueblo que los había escogido para cum plir una función pública que marcaría nuestro destino como nación.

Pero los escritos de un pensador no solo expresan sus ideas, sino también reflejan su personalidad. Sus es critos retratan al hombre entero, lo que él pensó pero igualmente lo que él sintió y vio, no solo con su con ciencia lúcida de gran inteligencia natural, sino con sus sentimientos de padre, de esposo, de hermano, de com pañero y de jefe. Un hombre íntegro en cada una de sus acciones y Don Juanito lo fue en grado superlativo se entrega, se refleja y se retrata en su integridad en todo lo que hace y dice. Sus escritos no son ejercicios esco lásticos o malabarismos ideológicos, sino parte de su acción. Sus escritos son actos, de la misma manera que sus actos son su pensamiento concretizado. Insisto, no hay diferencia entre uno y otro porque estamos ante un hombre de cuerpo entero, como gustaba decir Miguel de Unamuno.

Por eso sus escritos son sus ideas envueltas y ex presadas en un estilo muy personal. Así al entregar su pensamiento en sus escritos, también nos revelan su sensibilidad. En sus escritos está contenido no solo su cerebro, también lo está y, por igual, su corazón. Un escritor necesariamente posee un estilo muy personal, una forma literaria, de la misma manera que un pen samiento es también la manifestación de un estilo de vida. Un estilo es la obra de un intelecto ciertamente, pero también es el resultado de una opción de su libre albedrío. Un pensamiento auténtico no solo revela luci dez racional, sino también constituye un acto liberador, haciendo con ello más libre a su pueblo; porque un líder es aquel que contribuye a hacer más libre a un pueblo con todo lo que hace, así se trate de su palabra, de sus ideas y de sus acciones -porque ambas son lo mismo-, responden a las mismas inquietudes y aplican la misma lógica en que se inspira su proyecto de vida; ambos, acción y pensamiento, se encarnan y se mani fiestan en un estilo literario, en una manera de escribir y de hablar. Fiel al periodo histórico y a las dramáticas condiciones en que le tocó vivir, el estilo literario del Presidente Mora es primordialmente retórico. Don Juanito escribió en su condición de jefe de Estado, como presidente de la República también asumió con toda se riedad y patriotismo su responsabilidad constitucional de comandante en jefe de un Ejército en campaña; sus actos reflejan las vicisitudes de la lucha patriótica, las lágrimas de alegría frente al triunfo de nuestros héroes y las penas y el dolor ante la muerte sangrienta de los caí dos en el campo de batalla, pero también ante las an gustias de los hogares de quienes sucumbían por causa de la peste. Frente a los males que provocaba la pérfida invasión de los filibusteros se podía luchar y vencer, como efectiva y dichosamente sucedió; pero frente a los estragos del cólera, dado el precario desarrollo de la medicina de entonces, solo cabía caer de rodillas con una plegaria en los labios y una honda compasión en el corazón. La solidaridad y el hacer propio el duelo y el sufrimiento que invadía a las familias incluso con el peligro de ser contagiados por una epidemia solo com parable a la peste negra del medievo europeo, no pudo impedir que hizo que lo logrado con sangre y heroísmo en los campos de batalla corriera el riesgo de perder se en nuestras propias ciudades y aldeas. El peligro era ahora que bajara la entereza moral de nuestros nobles ciudadanos, ya que los ímpetus de valentía y arrojo de la tropa podrían verse socavados. Al igual que ante la eventualidad de la muerte por causa de las balas y ba yonetas enemigas, también en este caso el liderazgo de Don Juanito contribuyó como una fuerza incontenible a que el aliento patriótico de nuestro humilde pueblo no se doblegara mientras no lograra ver expulsados y derrotados a los soberbios rubios esclavistas del Norte. Frente a la sangre derramada solo cabía la recompensa del mérito de la victoria de haber logrado consolidar una paz sólida y una patria liberada. Pero frente al azote de la peste no había arma con la cual luchar ni otra re compensa sino la que viene de la fe, pues solo se podía lanzar una mirada suplicante y dolorosa al cielo ya que en la tierra todo era escatológica desolación. Don Juanito sufrió por los que cayó heroicamente fusil en mano, pero también compartió el duelo de tantos y tantos hogares en un país de apenas 160 mil habitantes. Con patriótico orgullo debemos decir los descendientes de esas viejas familias fundadoras de la patria, que no hay hogar nuestro que no tenga entre sus antepasados un muerto y, por ello, un héroe de esta epopeya homérica.

La Guerra Patria que nos valió el respeto y la admiración de los hombres y mujeres honestos allende nuestras fronteras, pero especialmente de Nuestra América, y que hizo grande a nuestro país más allá de su pequeñez geográfica y demográfica, hace que la Costa Rica de hoy se enorgullezca ante los pueblos del mundo por haber tenido como hijo y gobernante dilecto y como padre bien amado a un prócer de las dimensiones de Don Juan Rafael Mora.

El estilo de Don Juanito que revelan sus escritos, es elegante e impecable gramaticalmente, siempre imbui do de su alta función como jefe de Estado pero atento como solícito padre hasta del más mínimo detalle de todos sus conciudadanos especialmente de quienes realizaban un papel heroico hasta la muerte. Implaca ble, incluso en sus epítetos, con los adversarios de la patria como los filibusteros o traidores, como los de pravados que se escondían en recónditos rincones de la patria que por desgracia los vio nacer en mala hora, campechano y tico hasta en sus menores detalles de su vida cotidiana, supo estar a la altura de las más altas funciones sin perder por ello la cabeza ante los sospe chosos halagos de los poderosos de un gobierno que hasta hacía poco había prohijado la aventura criminal de Walker, y ante los cínicos que desde el interior eran cómplices del genocida invasor de la patria y que luego de la victoria hicieron de sus palabras seductores can tos de sirena, lo que no hacía mucho no eran más que signos inequívocos de amenaza, la más grave que haya sufrido la patria.

Don Juanito fue lúcido e intrépido en todo, en el cam po de batalla y en los pasadizos no menos peligrosos de la diplomacia. En la firmeza de la denuncia de la traición o la felonía del cobarde cálculo, pero igual mente fue sincero en el reconocimiento generoso de la nobleza y la fraternidad dentro y fuera de las fronteras patrias, pues para Don Juanito no hubo extranjeros y nacionales, sino apátridas y patriotas no importa dónde hubieran nacido. Supo combinar el espíritu internacio nalista y latinoamericanista con una clara conciencia de nuestra identidad nacional y la especificidad de nuestros rasgos propios. Porque, como dice Martí, solo puede lanzarse el árbol de la patria al espacio infinito del cielo si tiene hondamente incrustadas las raíces en lo profundo de las entrañas de nuestra tierra. Del humus se extrae la sabia que nutre ramas y hojas que acarician las nubes. Y todo eso lo vivió y lo expresó nuestro Padre de la Patria en los más graves momentos y soportando la mayor de las amenazas que haya sufrido la existencia misma de la patria bajo el peso de sus responsabilida des como jefe de Estado y como comandante en jefe del ejército libertador. Igual entereza de espíritu mostró cuando en su condición de hombre despojado vilmente del poder formal pero nunca del honor, siguió luchando por las mejores causas, imbuido del honor histórico de ser no solo el Libertador de su amada Costa Rica, sino de toda Centroamérica. Porque amó a su terruño, amó al mundo entero; porque amó a los suyos, amó a la hu manidad; porque liberó a su pueblo, también liberó a sus vecinos anticipando las luchas antimperialistas que habrían de convertirse en el destino histórico de toda Nuestra América.

Es desde este punto de vista que debemos valorar el aporte de Juan Rafael Mora a la lucha ideológica, no solo política y militar, contra el imperialismo yanqui. Ideológicamente el imperialismo tiene dos expresiones, una muy temprana en su historia republicana, la otra inspirada en el expansionismo norteamericano a partir de la segunda mitad del siglo XIX y cuya primera vícti ma fue el vecino y convulso México. En cuanto a lo pri mero, fue el secretario de Estado Monroe quien enunció la doctrina tristemente célebre de un Estado Imperial. La doctrina Monroe expresa una política de Estado; por lo cual, cualquier gobernante que llegue a la Casa Blanca, no importan sus ideas y su origen social como persona individual, debe cumplir. Mientras prevalezca aquello de "América (del Sur) para los americanos (del Norte) ", el Estado de la Unión será intrínsecamente imperialista. Por eso, la tarea patriótica fundamental de los hijos de Bolívar, Don Juanito Mora y José Martí es combatirlo. Es en su posición antiimperialista que se mide el grado de democracia alcanzado por un pueblo y su gobierno en Nuestra América. En cuanto a la se gunda expresión de la dimensión doctrinal, se plasma en el infame "destino manifiesto". Se trata de una falsa y caricaturesca teología de carácter racista que defiende la superioridad de los rubios anglosajones protestantes frente a los mestizos pobres envilecidos del Sur. Con ello se pretendía justificar lo injustificable: el robo vio lento de más de dos millones de kilómetros cuadrados a México en 1848.

Todo lo anterior sirve para explicar el contexto ideo lógico que buscaba justificar el expansionismo yanqui hacia el Sur. Igualmente, debemos ver la llegada de Walker a Nicaragua y su posición política que inten taba convertir a nuestras nacientes repúblicas en terri torios coloniales al servicio de los esclavistas del Sur. Su emblema "five or none" lo dice todo. Es por eso que debemos ver la Guerra Patria como un anticipo de la que será en la década siguiente la Guerra de Sece sión (1861-1865) que marcaría para siempre la histo ria del pueblo norteamericano. Los esclavistas del Sur necesitaban estos territorios de Centroamérica, Méxi co y las Antillas como traspatio estratégico porque no solo militarmente, dada la situación geográfica del Mar Caribe, como vía de comunicación obligada entre las Américas y, sobre todo, con Europa, sino por razones comerciales. Por ser su economía agrícola basada en la explotación del algodón que exportaban a Europa, los estados del Sur necesitaban del Mar Caribe, así como para importar armas.

La derrota que les infligió Don Juanito Mora y los hé roes y patriotas de la Guerra Patria de 1856 presagió la derrota que luego Lincoln les propinaría. En Santa Rosa, Rivas y el río San Juan se libraría una heroica y victorio sa batalla por la liberación de los esclavos, prolongando así la independencia de Haití (1805) y la emancipación de los esclavos decretada por el Libertador Bolívar du rante la gloriosa gesta que llevó a Nuestra América a su primera independencia. De esta manera, Don Juanito Mora aparece no solo como un héroe de nuestra patria y de todo Centroamérica. Juan Rafael Mora es el pri mer costarricense que asciende a la esfera de la historia universal, como dijo Hegel de Bolívar. Visto así, Don Juanito Mora constituye una página escrita con ribetes de gloria de la historia universal. ¿Cuál costarricense ha llegado desde entonces a esa cúspide de grandeza y honor?

Se le compara con Abraham Lincoln porque nuestro Don Juanito se convirtió en el campeón de la lucha en contra de la esclavitud en su país y en los países del ist mo centroamericano; pero también contribuyó a libe rar de las oprobiosas cadenas de la esclavitud al propio pueblo estadounidense demostrando que la esclavitud no es un destino "manifiesto" sino una aberración abo minable de blancos, rubios o no, pero que los propios esclavos por su lucha habrían de suprimir.

A Don Juanito también se le compara con Simón Bo lívar que lo antecedió y con Martí que lo siguió. Ellos llenan nuestro siglo XIX: porque un siglo no es solo un periodo de tiempo cronológico, sino ante todo una etapa en la vida y el trayecto histórico de un pueblo. Inspirados en estos criterios y partiendo del estudio del pensamiento y de los hechos que forjaron nuestra iden tidad como nación soberana, a Don Juanito hay que saber ubicarlo en el momento histórico que le corres pondió vivir para bien de todos. Un hombre solo puede trascender el momento histórico que le tocó vivir si se identifica hasta en sus más mínimos detalles con la co yuntura histórica específica que fue la de su tiempo y la de su pueblo. Es lo que José Ortega y Gasset llama "la circunstancia". Un hombre es grande porque hace de la circunstancia "objetiva" de la historia de su pueblo, "la circunstancia" autobiográfica de su diario íntimo. Hacer suya la historia de su pueblo incluso hasta lo grar convertirla en un capítulo glorioso de la historia de otros pueblos y de la humanidad entera, hasta el punto de identificarse con la misma en sus luchas y pensa miento, en su vida y en su muerte.

Eso es lo que hace grande a los prohombres. Ellos son historia viviente; ellos son lo mejor de la historia y los avatares de un pueblo y de todos los pueblo; ellos son la historia personal de sus vidas identificadas y conver tidas en la historia específica de sus pueblos y de la his toria universal de la humanidad como especie; ellos ex presan la totalidad de la historia en un momento dado como diría Georg Wilhelm Friedrich Hegel. ¿Qué hizo Don Juanito para merecer todos estos calificativos no como ditirambos apologéticos sino como cabal com prensión de su grandeza? Eso solo lo puede explicar la comprensión del momento histórico en el que viven los protagonistas mayores de la historia. El primer imperio en la historia de la humanidad que realmente mereció el calificativo de planetario fue aquel "en el cual nunca se ponía el sol", al decir del último gran emperador de la cristiandad occidental, Carlos V, y al que perteneci mos durante los siglos de la era colonial. Allí se abrieron nuestras tierras y nuestras gentes a la historia universal porque ésta, gracias a nosotros, se hizo realmente uni versal. El siglo XIX en Nuestra América empieza en Ayacucho (1826) y termina en 1898 con la independencia de Cuba, el último retazo del inmenso imperio español.

Nuestros pueblos, gracias al heroísmo demostrado en sus luchas selladas con la sangre de sus mejores hombres, habían conquistado su liberación del yugo colonial. Pero la liberación es la conquista de su "libre albedrío" como derecho a decidir, pero no como plena libertad, como diría san Agustín que fue el primero en distinguir entre liberum arbitrium y libertas. Siendo lo primero el aspecto físico material o la primera esfera y la segunda lo cualitativo y axiológico. Pero el hecho de tener libre albedrío no es ser automáticamente libre, porque también ejercemos el libre albedrío para escla vizarnos y oprimirnos, las felonías y las traiciones de los sectores dominantes llenan por desgracia la crónica de nuestras repúblicas.

Pero lo importante de la condición humana es el al cance de la segunda a través de la primera. De ahí el desafío por no decir provocación lanzado por Jean-Paul Sartre cuando preguntó: "¿Para qué sirve la libertad?". Pregunta que nos corresponde responder con nuestras vidas. La libertad solo tiene el sentido que nosotros, usando de nuestro libre albedrío, le damos, un sentido que solo construimos cuando con nuestro compromiso vital optamos como fin de nuestros actos por hacer más humano al hombre y a la sociedad como un todo. Esto solo se logra si nos hacemos más humanos, como hom bres y mujeres capaces de dar lo mejor de sí y construir con ello dar un sentido a la vida. La vida no tiene más sentido que aquel de que somos capaces de darle por nuestro compromiso y nuestra acción que de allí se si gue.

Lo anterior, que es válido en la vida íntima de las per sonas, lo es aún más en la historia de los pueblos. Y así como los seres humanos tienen etapas, así también los pueblos deben cumplir con lo que corresponde a la edad de su desarrollo institucional en cada etapa de historia si quieren ser libres y no solo liberados. En cuanto a nuestros pueblos en el siglo XIX, lo que les correspondía era construir el Estado-nación porque du rante los más de tres siglos de historia colonial solo eran comarcas o, a lo sumo, virreinatos o capitanías gene rales de un gigantesco imperio que no fue visitado ni siquiera por curiosidad por sus gobernantes de esa leja na metrópoli. Solo la Reforma Borbónica en la segunda mitad del siglo XVIII logró una reforma sustancial en el gobierno colonial y, con ello, un cambio en la po lítica económica de las colonias, pues pasaron de una economía de extracción de metales preciosos a una de explotación extensiva de la tierra (latifundios) con fines de exportación. Con ello nació un nuevo y poderoso sector político-social, la oligarquía criolla cuyo único interés era incorporarse al mercado mundial. Tal fue el motivo que los llevó a romper con la metrópoli colonial e impulsar los movimientos independentistas; lo que los llevó a organizarse, ya en tiempos de las repúblicas, a conformar los partidos conservadores y a rechazar las ideas ilustradas consideradas por ellos y por las jerar quías de la Iglesia Católica como subversivas.

Por su parte, la corte imperial solo aceptó en forma definitiva un cambio en el status colonial con el ad venimiento en Madrid de los Borbones, es decir, con el afrancesamiento de España a partir de 1700 o, más exactamente, después de la guerra civil en vistas a la sucesión del trono español y el triunfo del nieto de Luis XIV que adoptó el nombre de Felipe V (1714). La refor ma borbónica que se impulsó en estos territorios en la segunda mitad del siglo XVIII, introdujo las ideas revo lucionarias de la época, las ideas ilustradas. Así nació el liberalismo en tierras hispánicas y contagió a las élites de la naciente burguesía criolla en nuestras tierras.

Dentro de este contexto ideológico surgió en la ver tiente occidental del Valle Central y con él, las princi pales ciudades del país, como son San José y Alajuela, en el centro y hacia el Occidente o Pacífico, respecti vamente. Estas ciudades muy pronto se convirtieron en el suelo nutricio donde germinaron frondosas las ideas liberales enfrentándose a las tendencias conservadoras de Cartago y Heredia. Esto explica que nuestra nacien te república se configuró en su primera fase como una guerra entre provincias: la Batalla de Ochomogo (5 de abril de 1823) enfrentó a los conservadores de Cartago y Heredia contra los liberales ilustrados de San José y Alajuela; la Guerra de la Liga (1835) por su parte, fue más aguda aún, pues dejó solo a San José con el gobier no ilustrado de Braulio Carrillo al frente, pero en cho que armado en contra de Cartago en el Este y Heredia y Alajuela mancomunadas en el Oeste. Pero la figura sobresaliente de Carrillo y su liderazgo se impusieron para bien de Costa Rica.

Nuestra independencia, iniciada en el Virreinato de la Nueva España (hoy México), paradójicamente se dio como una reacción conservadora en pro del absolutis mo monárquico. La independencia del Virreinato de la Nueva España liderada por Agustín de Iturbide, un con servador temeroso de las ideas liberales que causaron en la Península el golpe de Estado del General Riego, llevó a Iturbide a soñar con un imperio que incluía a la Capitanía General de Guatemala. Pero allí las ideas li berales que habían germinado en la Universidad de San Carlos, lograron darle un cambio revolucionario a un movimiento independentista cargado de ideología re accionaria en sus orígenes. Un mes más tarde la noticia llegó a la que entonces y durante toda la era colonial era la capital, Cartago. Allí se dio como en Guatemala un cambio de interpretación ideológica al movimiento independentista. El pensador ilustrado en este caso fue el leonés bachiller Rafael Francisco Osejo, discípulo del padre Florencio del Castillo, quien le devolvió el carácter progresista que había perdido en León a pesar de haberlo adquirido en Guatemala. Costa Rica decide aceptar la independencia a pesar de la lealtad de Car-tago a la monarquía, pues pronto se convenció del ca rácter irreversible de este movimiento. Al prevalecer las ideas conservadoras en las élites de poder en Cartago, se dio la Batalla de Ochomogo, como hemos señalado. Con el triunfo de las ideas ilustradas en la Batalla de Ochomogo gracias al liderazgo del bachiller Osejo y al arrojo de Gregorio José Ramírez, los liberales de San José y Alajuela ganaron y, con ello, Costa Rica inició el camino hacia la pronta -históricamente hablando-construcción del Estado Nacional que garantizase la edificación de una república soberana y progresista.

Pero las ideas para hacerse realidad en la historia deben tener un sujeto, expresión política de una fuer za o sector social capaz de llevarlas a cabo. Ese sujeto histórico en nuestro siglo XIX fueron los sectores de la naciente burguesía liberal en choque de intereses eco nómicos y concepciones ideológicas con los grupos conservadores. Los primeros sustentaban su poder en el comercio y la apertura hacia el mercado internacional liderado en esa época por el Imperio Británico y su City en Londres. Los grupos conservadores, por su parte, se guían soñando con continuar expoliando a los sectores campesinos empobrecidos basados en la explotación de grandes latifundios. Políticamente apostaban por la continuidad de la época colonial; para ellos la indepen dencia era hacia fuera, un movimiento que les permi tiría tener las manos libres para negociar directamente con el capital internacional sin tener que pagar tributos ni rendir cuentas a una lejana Corona. Por eso, a los li berales les correspondía históricamente construir el Es tado-nación, único instrumento capaz de llevar a cabo una plena emancipación, no solo hacia fuera, sino ha cia dentro. Pero un Estado nacional se aliaba solo con los sectores emergentes de la naciente burguesía criolla como era la oligarquía cafetalera en la Costa Rica de entonces. Por eso, solo buscando su apoyo se lograría ese objetivo supremo. Para lograrlo, sin embargo, había que satisfacer primero sus intereses.

Todo eso se logró durante los años del liderazgo de Don Juanito e, incluso, durante la Guerra Patria. El cho que se daría cuando el Presidente Mora debió enfren tar las consecuencias económicas de una guerra que había acabado con el 10 % de la población económi camente activa, una verdadera hecatombe demográfica con graves implicaciones en las fuerzas productivas y, por consecuencia, en la economía nacional como un todo. Pero como fueron los sectores populares los que expusieron su vida y murieron en esa sangrienta guerra, el Presidente Mora reconoció la justicia de su clamor. Por lo que quiso reconstruir el país pero haciendo que fueran los sectores de la oligarquía especialmente fi nanciera quienes pagaran la factura. Aquí radican las causas reales que provocaron el golpe de Estado y de su posterior y criminal ajusticiamiento. Don Juanito fue no solo un héroe de la Guerra Patria, verdadera gesta de nuestra independencia, también fue un precursor del Estado reformista que se impondría en Costa Rica luego de la violenta década de los 40 del siglo pasado. El es píritu visionario de ese estadista sin parangón en nues tra historia que fue el Presidente Mora, lo convirtió en adalid adelantado de las reformas sociales impulsadas por las revoluciones que han jalonado el siglo XX, tan to en Nuestra América como en el mundo entero. Un Estado Social de Derecho constituye la base y el punto de partida de una democracia real y no solo política. El Presidente Mora quiso pasar del simple albedrío a la libertad plena e integral, aquella que dignifica al ser hu mano y no solo libera al ciudadano. Esto solo es posible si construimos una sociedad cuyas relaciones se rijan por la justicia social en las estructuras de producción y en la solidaridad en los servicios.

Pero todos esos bellos y nobles ideales eran un men saje que tenía como receptor una gran mayoría de oídos sordos y mentes cerradas; eran como adelantarse a su tiempo, era mucho pedir a un pueblo no alfabetizado y cuya visión del mundo estaba fuertemente impregnada de criterios teológicos no científicos, es decir, predomi naba una mentalidad medieval. Eso explica la insisten cia del Presidente Mora en una reforma democrática de la educación impulsada y financiada por el Estado. Visto de esta manera, Don Juanito debe ser considerado como el precursor del Estado Social de Derecho, que ha sido el fundamento de la estabilidad política que ha gozado el país en el último medio siglo y que hoy los representantes de la nueva oligarcas quieren destruir re curriendo a obsoletas ideologías neoliberales. Por eso debemos considerar que el legado del Presidente Mora es hoy más actual y vigente que nunca.

Cabe ahora, a guisa de conclusión de este ensayo, que intenta interpretar, a la luz del contexto actual, el legado de nuestro Padre de la Patria, cómo se forjó esta recia personalidad y quién fue en concreto Don Juan Rafael Mora, escrutando no tanto los datos y fechas de su biografía sino indagando sus fuentes de inspiración y las influencias que le permitieron conformar esa ex traordinaria visión de estadista y esa grandeza de prócer. En sus viajes al extranjero Don Juanito pudo captar, gracias a sus dotes naturales en sensibilidad e inteligen cia, el sentido del tiempo, las tendencias más avanza das que se respiraban en algunos sectores ilustrados de Chile y otros países que visitó en sus viajes de negocios. En concreto, en Santiago de Chile se había fundado la primera universidad latinoamericanista de la historia de Nuestra América por ese genio contemporáneo de Bolí var que fue el venezolano Andrés Bello (1843).

Desde la segunda mitad de la década de los cuarenta Don Juanito no solo amasó el más grande capital del país, que le permitió igualmente convertirse en el más fuerte político del país, sino que llegó a ser la perso nalidad más destacada en el medio josefino. Fue bajo su impulso que el Presidente Castro Madriz realizó en forma definitiva lo que ya don Braulio Carrillo había emprendido apenas iniciada nuestra independencia, a saber, que Costa Rica saliera de la ya entonces abortada Federación Centroamericana. Don Juanito continuó y realizó plenamente el legado de don Braulio Carrillo, dando solidez legal y política a las jóvenes instituciones republicanas. Si don Braulio Carrillo fue el arquitecto del Estado nacional, Don Juanito fue el ingeniero que lo puso en pie y le dio la solidez de una conciencia nacio nal y nacionalista que es indispensable para que toda institución republicana logre legitimidad ante la con ciencia del pueblo. El Presidente Mora hizo fructificar la semilla sembrada una década atrás por su precursor y gran estadista don Braulio Carrillo. No por ello Don Juanito, un costarricense de pura cepa, dejó de ser el gobernante más cercano al pueblo que haya tenido el país, como lo atestiguan, no sin admiración, los viajeros provenientes de otras latitudes que visitaron por enton ces San José y dejaron en sus crónicas de viajes este testimonio de sencillez y transparencia del Padre de la Patria. Eso hace que Don Juanito sea tan cercano a cada uno de los costarricenses, a cada uno de nosotros no importa nuestro origen o la fecha de nuestro nacimien to. Don Juan Rafael Mora es nuestro padre, el padre de la gran familia costarricense. Llevamos el brillo de su mirada de hombres libres en nuestros ojos, su san gre en nuestras venas, algunos incluso, nos honramos en llevar su apellido, pero, sobre todo, nos engrandece ser portadores de su espíritu en nuestro corazón, por lo que es nuestro deber sagrado perpetuar su espíritu y mantener vivo su legado. Don Juanito no ha muerto, al menos mientras haya un patriota en Costa Rica. Por eso su legado ideológico contenido en sus escritos, su testi monio de vida y su heroísmo como prócer y su espíritu visionario como gran estadista constituyen la página más brillante de los anales de nuestra historia patria. Sin esa épica historia Costa Rica no sería lo que ha llegado a ser. Continuarla es hacerla aún más grande.

Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Jan-Jun 2015

Histórico

  • Recibido
    16 Mar 2015
  • Acepto
    12 Mayo 2015
location_on
None Escuela de Ciencias del Lenguaje, Instituto Tecnológico de Costa Rica, Cartago, Caratgo, CR, 159-7050, 2250-9102, 2550-9024 - E-mail: morivera@itcr.ac.cr
rss_feed Acompanhe os números deste periódico no seu leitor de RSS
Acessibilidade / Reportar erro