Open-access La circulación de la prensa católica costarricense en los años 1930. Un análisis de Eco Católico

The Circulation of the Catholic Press in Costa Rica during the 1930’s: An Analysis of the Eco Católico

A circulação da imprensa católica costa-riquenha na década de 1930. Uma análise do Eco Catolico

Resumen

El objetivo de este artículo es analizar la circulación del periódico Eco Católico a lo largo de la década de 1930. Se intenta dar respuesta a cuatro problemáticas principales: ¿cómo se organizaba la distribución de sus ejemplares?, ¿cuál era el perfil de los agentes de esta publicación?, ¿dónde se distribuían las copias de este periódico?, ¿por qué se escogían estas comunidades o parroquias? Se concluye que el órgano del clero secular costarricense circuló ampliamente en las parroquias del Valle Central, mientras que en aquellas que se hallaban más alejadas, su venta encontró mayores obstáculos.

Palabras clave Costa Rica; historia; periodismo; periódicos; religión

Abstract

This article analyses the circulation of the newspaper Eco Católico throughout the decade of 1930. It answers the following research questions: how was the distribution of the issues organised? What was the profile of the newspaper sellers? Where was this newspaper distributed in the country? Why were certain communities or parishes selected to be the point of purchase of the newspaper? It is concluded that, being an important informational tool for the secular clergy, this newspaper was distributed widely in the Central Valley, whereas it faced multiple obstacles in more rural and remote areas.

Keywords Costa Rica; history; journalism; newspapers; religion

Resumo

Este artigo analisa a circulação do jornal Eco Católico ao longo da década de 1930. Responde às seguintes questões de pesquisa: como se organizou a distribuição dos números? Como estava o perfil dos vendedores de jornais? Onde esse jornal foi distribuído no país? Por que certas comunidades ou paróquias foram selecionadas para ser o ponto de compra do jornal? Este artigo mostra como, por ser uma importante ferramenta de informação para o clero secular, este jornal teve ampla distribuição no Vale Central, enquanto enfrentou múltiplos obstáculos em áreas mais rurais e remotas.

Palavras-chave Costa Rica; história; jornalismo; jornais; religião

Introducción

A inicios de mayo de 1931, vio la luz pública la revista semanal Eco Católico, un esfuerzo más de la Iglesia costarricense por competir en el terreno de la prensa y que, a la postre, se convertiría en su proyecto periodístico más longevo, pues su circulación se mantiene hasta nuestros días. Tanto los miembros del clero como las y los fieles católicos habían intentado ya desde el siglo XIX hacer circular impresos de diferente periodicidad, desde revistas hasta diarios; sin embargo, todas sus tentativas terminarían en fracasos. Baste saber que bajo el nombre de Eco Católico la Iglesia había publicado tres semanarios con anterioridad, uno entre 1883 y 1884, otro desde 1889 hasta 1893 y otro más entre 1898 y 1902 (Soto, 1997, p. 26).

En la década de 1930, este periódico llegó a publicar –según sus responsables– un máximo de 16 000 ejemplares, una cifra nada despreciable para un mercado de reducidas dimensiones como el costarricense, que contaba en 1927 con poco más de 471 000 almas, de las cuales 67 % contaban con algún nivel de instrucción. Los logros de este semanario se visualizan mejor si se considera que rápidamente superó los tirajes que dos décadas antes tenían los grandes diarios costarricenses, tales como La Información (15 000 copias entre 1908 y 1919) y La Prensa Libre (8 000 ejemplares entre 1908 y 1919) (Vega, 2005, p. 140).

En este sentido, el propósito de este artículo es analizar la circulación de dichos ejemplares en el territorio costarricense a lo largo de la década de 1930. Se intentará dar respuesta a los siguientes interrogantes: ¿cómo se distribuían los ejemplares de Eco Católico?, ¿cuáles eran las características de los agentes de esta publicación?, ¿en cuáles lugares se distribuían las copias de este periódico?, ¿por qué se escogían estas comunidades o parroquias?

El texto se estructura en tres partes: una primera sección se dedicará a poner en contexto el nacimiento y los primeros años de circulación del semanario Eco Católico, una segunda abordará el papel de los agentes en el proceso de distribución y, finalmente, una tercera parte se consagrará al análisis de la distribución de los ejemplares del periódico.

Raramente los periódicos dan a conocer sus listas de suscriptores o la de sus distribuidores detallando cuántos ejemplares reparte cada uno. No obstante, Eco Católico lo hizo en dos ocasiones: el 30 de agosto de 1931 y el 2 de abril de 1933. La primera vez publicó un listado de 48 distribuidores indicando su lugar de residencia y la cantidad de ejemplares que vendía cada uno, mientras que la segunda incluía 79 agentes con la misma información. Adicionalmente, la administración publicó dos listas más, pero indicando únicamente los sitios en donde se repartía el semanario, las cuales se insertaron el 19 de julio de 1931 y el 3 de mayo de 1936. Esta información, aunque parcial, permite rastrear las diferentes comunidades que recibían este impreso en distintos años.

Uno de los motivos de presentar este artículo radica, entonces, en la rareza de la fuente utilizada, que permite desarrollar un ejercicio inédito para la historia del periodismo costarricense. No obstante, al mismo tiempo, los datos revelados por Eco Católico son de gran utilidad para reconstruir una parte de la historia de la lectura en Costa Rica. Michel de Certeau comparaba al lector con un cazador furtivo que casi no deja pistas de su actividad (2000, p. 187), lo cual complica muchísimo la tarea de la historiadora o del historiador cuando se intenta penetrar en las experiencias de lectura del pasado. Gracias a estas listas es posible determinar desde dónde se leía el principal vocero del clero secular costarricense y se puede ofrecer una geografía parcial del catolicismo del decenio de 1930. Para tratar la información aportada por estas fuentes, se elaboró una base de datos en la que se consignaron cada uno de los agentes, su sexo, la localidad en la que residían, la provincia a la que pertenece cada comunidad, así como también la cantidad de ejemplares que se comprometían a repartir.

El artículo se limita a estas fuentes debido a la imposibilidad de acceder a otros documentos que permitan ampliar o contrastar los datos aportados por el mismo periódico. La colección de Eco Católico se encuentra tanto en la biblioteca del Archivo Histórico Arquidiocesano de San José (AHASJ) como en la Biblioteca Nacional de Costa Rica; sin embargo, solo en esta última se halla completa. En el AHASJ es posible encontrar algunos documentos sobre esta publicación, pero ninguno relativo a su circulación. Adicionalmente, debe señalarse que el archivo del periódico es más una hemeroteca que un archivo propiamente dicho.

Es importante mencionar que no abundan los trabajos de corte histórico que se ocupen de la distribución de la prensa, precisamente –como se mencionó arriba– por la escasez de fuentes que permitan determinar quiénes repartían los periódicos y dónde, o bien, quiénes los compraban y desde qué localidad. La investigación de la historiadora Elisabel Larriba (2013) se acerca bastante a lo que deseamos hacer en el presente trabajo, pues mediante una serie de listas de suscriptores de periódicos españoles de fines del siglo XVIII e inicios del XIX pudo no solo identificar quiénes leían los impresos, sino también rastrear desde dónde los leían.

Asimismo, los trabajos de Lida (2006, 2012) y de Loyola (2016) han intentado reconstruir la forma en que fueron distribuidos los periódicos católicos en Argentina y en Chile, aunque con menos detalle que en la investigación mencionada anteriormente. Lida ha centrado su atención en el diario El Pueblo, un rotativo porteño que circuló por todo el territorio argentino, en gran parte, gracias al compromiso y el trabajo desinteresado de su público lector, mientras que Loyola ha estudiado la prensa confesional chilena y ha establecido tres niveles de distribución: las pequeñas tiendas de las iglesias, la suscripción y las librerías católicas (2016, pp. 123-144).

Nacimiento y consolidación de Eco Católico

La aparición del semanario Eco Católico en 1931 fue el resultado de varios intentos por consolidar una prensa confesional en el país, un proceso de larga data que arrancó a fines de la centuria decimonónica, bajo el pontificado de León XIII (1878-1903). A lo largo del cuarto de siglo que ocupó la cátedra de San Pedro, este pontífice hizo varios llamados a la feligresía católica para que desarrollaran y apoyaran una prensa propia, capaz de frenar los avances vertiginosos que entonces experimentaba la prensa liberal de masas.

En 1882, mediante la encíclica Etsi nos, incitó a “oponer escritos a escritos” y a divulgar “publicaciones frecuentes, y en cuanto sea posible diarias” con el propósito de frenar el avance de la “mala prensa” (León XIII, 1882, párr. 21). Ocho años más tarde, la encíclica Dall’alto dell’apostolico seggio invitaba a los católicos a oponer la buena prensa (la de la Iglesia católica) a la mala para “la defensa de la verdad, para la tutela de la religión y el sostenimiento de los derechos de la Iglesia” (León XIII, 1890, párr. 10).

En Costa Rica, el encargado de introducir la doctrina de León XIII fue Bernardo Augusto Thiel –obispo de San José entre 1880 y 1901–, quien en 1881 dirigió el Primer Sínodo Diocesano, en el que se abordó por primera vez la necesidad de desarrollar un periodismo netamente católico capaz de hacer frente a la prensa irreligiosa, considerada como “el instrumento con el cual los hábiles socios del infierno infiltran día por día una porción de veneno en la sociedad humana” (Thiel, 1881, p. 53). Thiel insistió sobre el tema en dos posteriores cartas pastorales, una publicada en febrero de 1882 y la otra un año después. En el primero de estos documentos, el prelado advertía que:

Compréndese desde luego que no hablamos ahora de la prensa periódica de nuestra patria, que tierna y balbuciente todavía, no puede preocuparnos gravemente. Nos referimos sí a la de las grandes naciones civilizadas de ambos continentes, que dan en cierto modo hoy día el tono al mundo entero, y de cuya nociva influencia no podemos sustraernos por más retirados que vivamos del centro de la actividad humana (Thiel, 1882, p. 16).

En efecto, la prensa católica costarricense fue menos combativa que la de otras naciones hispanas, pues en este país el anticlericalismo fue muy limitado. Se conocen únicamente dos casos que llevaron a las autoridades católicas a amenazar a los escritores y a los lectores de periódicos con la pena máxima de la excomunión, se trata de los periódicos La Aurora (Zamora, 1907) y El Rayo (Zamora, 1909). En ambos casos, se consideró que los impresos atentaban contra “todas las normas y leyes de la religión, de la moral, de la decencia y hasta de la vida social” (Zamora, 1907 y 1909).

La prensa católica costarricense comenzó su andar bajo el mandato de Thiel. Así, durante las últimas dos décadas del siglo XIX, además del ya mencionado Eco Católico, aparecieron, al menos, cuatro periódicos más de corte religioso: El Adalid Católico (1895), El Mensajero del Clero (1882-1884 y 1884-1959), La Libertad Cristiana (1892) y La Unión Católica (1890-1897). Con el advenimiento del siglo XX, la Iglesia en su conjunto continuaría con su afán de contar con órganos de prensa, entre 1900 y 1939 se han localizado 40 publicaciones periódicas de filiación católica, que van desde diarios hasta boletines semanales de las diferentes parroquias.

Es importante recalcar los múltiples esfuerzos que los católicos hicieron para contar con un diario, esfuerzos que no prosperaron y que se enfrentaron tarde o temprano al fracaso. Entre este tipo de publicaciones se puede mencionar: La Época (1910-1916), Nueva Era (1916-1917), La Acción Social (1917-1918), La Verdad (1918-1919) y Correo Nacional (1918-1934). Una vida efímera fue la regla para las publicaciones católicas costarricenses de las primeras décadas del siglo XX, pero también lo fue para el resto de las publicaciones periódicas que vieron la luz pública entre fines del siglo XIX y 1930, como lo atestiguan los trabajos de la historiadora Patricia Vega (1999 y 2005). Las únicas excepciones fueron El Heraldo Seráfico y Hoja Dominical, editadas por los frailes capuchinos de Cartago y que circularon por espacio de 50 años, así como también El Rosario Perpetuo (1916-1936), una publicación mensual en manos de los frailes dominicos de la iglesia de La Dolorosa, en el corazón de San José.

A fines de la década de 1920, circulaban en Costa Rica 14 periódicos católicos, según los recuentos de los padres capuchinos (Publicaciones católicas de Costa Rica, El Heraldo Seráfico, enero de 1928, p. 33), de los cuales cuatro se editaban en su taller tipográfico, llamado El Heraldo. El nacimiento de Eco Católico en 1931 implicó la desaparición de varias de estas publicaciones para poder encauzar el público católico hacia lo que se convertiría en el órgano oficial del clero diocesano de Costa Rica. Así lo manifestaba Carlos Borge, cura párroco de La Soledad, en La Voz Amiga:

En vista pues de un bien mayor, ya que todos pertenecemos al mismo cuerpo de la Iglesia, dejamos la publicación semanal de nuestra hojita LA VOZ AMIGA para concentrarnos al ECO CATÓLICO. Pero adviertan bien los que esto leen que dejamos de publicarla semanalmente, pero como hay tantos asuntos parroquiales que necesitan publicidad, de vez en cuando, por ejemplo, una vez al mes, continuaremos publicándola (Nuestro nuevo semanario el “Eco Católico”, La Voz Amiga, 3 de mayo de 1931, p. 4).

A pesar de los propósitos de Borge de publicarla una vez al mes, La Voz Amiga no continuó editándose. Ese mismo mes desapareció también El Buen Amigo, publicación dominical de la parroquia de Turrialba (Editorial, Eco Católico, 10 de mayo de 1931, p. 19), prácticamente solo quedaron con vida las publicaciones periódicas en manos de las órdenes religiosas masculinas que residían entonces en el país, además de las ya mencionadas, El Gris dirigida por la comunidad de salesianos de Cartago.

Eco Católico vio la luz con el propósito de “servir en todas partes, como medio de difusión y defensa de las sanas y elevadas doctrinas del catolicismo en los diferentes órdenes de la vida” (Editorial, Eco Católico, 3 de mayo de 1931, p. 1). Su primer editorial fue firmado por nueve clérigos, algunos de los cuales ya contaban con amplia experiencia en el campo de la prensa, como es el caso de Carlos Borge, encargado entre 1926 y 1931 de La Voz Amiga o de Rosendo de J. Valenciano, quien participó en la redacción de El Orden Social (1901-1909) y La Mujer Cristiana (1906-1908).

En lo que respecta a su contenido, en tanto que publicación hebdomadaria, Eco Católico renunció durante estos primeros años a incluir informaciones de la actualidad noticiosa, pues estas llegarían añejas a su lectorado. Además, la contratación de un servicio de agencia de prensa internacional resultaba oneroso y privativo para un periódico que funcionaba, en gran medida, gracias a la caridad de sus colaboradores.

Las páginas de este semanario estuvieron, eso sí, plagadas de contenidos doctrinales y moralizadores. El índice del primer tomo de este hebdomadario, publicado en noviembre de 1931, es revelador en cuanto al contenido, en dicha tabla se clasificaron los textos en seis categorías, a saber: editoriales, evangelios y sus comentarios, documentos pontificios, documentos del episcopado de Costa Rica, derecho parroquial y catecismo popular (El primer tomo del “Eco Católico”, Eco Católico, 22 de noviembre de 1931, p. 61).

Llama la atención que, desde sus primeros números, el periódico abrió una sección femenina, la cual estaba a cargo de una laica (Rosa Quirós P.) y no de un sacerdote. Este apartado alentaba a las mujeres para que enviaran sus textos a la redacción del semanario y consideraba que:

el primer paso que debemos dar en el campo periodístico, es dejar caer un poco de aceite en el engranaje social, que en estos momentos está chillando… es decir, derramar en las llagas de la sociedad gotas de bálsamo, extinguir sus odios, acercar las clases, borrar las distancias, estrechar los vínculos de la fraternidad, y por encima de todo, desatar las auras celestiales de la caridad que todo lo orea (Sección femenina, Eco Católico, 19 de julio de 1931, pp. 191-192).

Con excepción del periodo que transcurre entre octubre de 1931 y febrero de 1933, este periódico se dio siempre a la estampa en la Imprenta Universal, propiedad de Carlos Federspiel, quien también era dueño de la librería del mismo nombre. La alianza de la clerecía costarricense con la familia Federspiel fue, sin duda, provechosa para este semanario católico, pues le permitió beneficiarse del uso gratuito de un local “para atender desde allí a todo cuanto se relacione con la impresión, despacho, contabilidad, etc. de nuestra revista” (Nuestro Semanario en la Imprenta Universal, Eco Católico, 26 de febrero de 1933, s. p.), así como también del personal de esta empresa (Parte del personal que trabaja en nuestra revista, Eco Católico, 21 de abril de 1935, s. p.).

El semanario arrancó con un tiraje de 5 000 ejemplares (Eco Católico, 3 de mayo de 1931, p. 1) y tan solo dos semanas después se había incrementado a 7 000 (Eco Católico, 17 de mayo de 1931, p. 1). Para fines del primer año de circulación, ya había duplicado su tiraje inicial (Eco Católico, 6 de diciembre de 1931, p. 1). Los tirajes más altos del periodo se alcanzarían en enero de 1933, cuando se mandaron a imprimir 16 000 copias (Eco Católico, 1 de enero de 1933, p. 1) y en agosto de 1934, cuando una edición extraordinaria con motivo de las fiestas de la Virgen de los Ángeles alcanzó las 30 000 copias (Eco Católico, 5 de agosto de 1934, p. 1). Posteriormente, el tiraje se estabilizaría en 14 000 ejemplares semanales.

¿Cómo logró la Iglesia católica distribuir esta cantidad de ejemplares de un periódico especializado en un mercado tan reducido como el costarricense? Una posible respuesta podría hallarse en el precio que se cobraba por cada ejemplar. A lo largo de la década de 1930, los lectores pagaban solamente cinco céntimos por cada copia, lo cual representaba la mitad del precio de la mayoría de los diarios y semanarios costarricenses que circulaban en ese entonces (Quesada, 2019, p. 476). En octubre de 1931, los redactores del periódico explicaban la razón que les permitía ofrecerlo a un precio tan bajo:

Se continuará dando a 5 céntimos el ejemplar de 16 páginas. Se puede dar a tan reducido precio porque entre nosotros ninguno cobra por dirección, administración, tesorería, redacción, corrección de pruebas, etc. Si tuviéramos que mantener el personal de que hablamos sería imposible darlo a 5 céntimos (Importante reunión de los fundadores del Eco Católico, Eco Católico, 18 de octubre de 1931, p. 390).

Finalmente, debe añadirse que el lanzamiento de Eco Católico coincidió con un periodo de expansión del comunismo en Costa Rica y que este periódico sirvió a la Iglesia de vitrina para exponer su doctrina anticomunista y así intentar frenar el avance de esta ideología. El Partido Comunista de Costa Rica (PCCR) fue fundado en junio de 1931 y conocería un éxito relativo en las elecciones de 1932 y en las de 1934. Además, en 1934 participó activamente en la huelga contra la United Fruit Company, en la que recogió buenos frutos.

Hasta inicios de 1930, la Iglesia católica costarricense no se preocupaba demasiado por la cuestión social; no obstante, de acuerdo con Molina (2006), tres elementos transformaron la posición de esta institución frente a los problemas de las clases populares: la fundación del PCCR, su desempeño en los comicios de diciembre de 1932 y de febrero de 1934, así como también el liderazgo que asumió la izquierda en diversos conflictos sociales (p. 167). La posición anticomunista de la Iglesia se haría más que evidente durante la Guerra civil española (1936-1939), cuando las páginas del Eco Católico se pusieron a disposición de la propaganda del bloque rebelde.

Eco Católico hizo su aparición en un momento en que la Iglesia católica costarricense tenía una estructura relativamente simple. Para entonces, el clero secular no era muy numeroso y el país contaba únicamente con una arquidiócesis, una diócesis y un vicariato apostólico: San José, Alajuela y Limón, respectivamente. El reducido número de sacerdotes y la gran extensión de las diócesis dificultaba la cura de almas, razón por la cual el obispo de Alajuela, Antonio Monestel (1924), recurrió al General de los padres capuchinos para pedirle misioneros que administraran las parroquias de Puntarenas y de Guanacaste (pp. 33-34), quienes las asumieron a fines de la década de 1920.

Además de los frailes capuchinos, en esa época tenían presencia en el país otros cuatro institutos religiosos masculinos: los dominicos, los salesianos, los redentoristas y los lazaristas. Estos últimos regentaban el único seminario existente y administraban el Vicariato Apostólico de Limón. Todos estos religiosos reunidos no alcanzaban el medio centenar (Lobo, 2017, p. 8).

Las asociaciones de laicos tampoco fueron abundantes en la Costa Rica del primer tercio del siglo XX. Quizá la más fuerte haya sido la Orden Tercera Franciscana, establecida en distintos puntos del país por orden de los frailes capuchinos. A la altura de 1926 tenía presencia en diez parroquias del Valle Central y sumaba más de 3 700 terciarios (Status Tertii Ordinus S.P.NS. Francisci Cura FF.MM. Capulatorum Commissi Costa Rica, 16 de agosto de 1926). Los dominicos habían establecido en la parroquia de La Dolorosa la Asociación del Rosario Perpetuo.

El clero secular, por su parte, había establecido la Acción Católica desde 1913, sin cosechar muchos éxitos. Posteriormente, en 1935 fue reimpulsada por Rafael Otón Castro, entonces arzobispo de San José. No obstante, esta organización no arrancó con la fuerza que se quería. El historiador Iván Molina (2007) ha demostrado que estuvo estancada, al menos, hasta los primeros años del arzobispado de Sanabria. En 1941 contaba con apenas cinco centros obreros y 146 socios (p. 160).

Los agentes de Eco Católico

Una vez que los ejemplares de un periódico salen de las prensas, comienza un proceso que permite conectar el taller de imprenta con el público lector: la distribución. Esta fase de la vida de un impreso involucra a una serie de personas, las cuales merecen ser tomadas en cuenta por el historiador –tal como lo sugiere Robert Darnton (2006)–, ellos son: los transportistas, los mensajeros, los distribuidores, los agentes y, por supuesto, el lector. Este apartado se centrará en la figura del agente, en cuyas manos la administración del periódico depositaba la responsabilidad de distribuir las copias y de cobrar el dinero.

En general, los periódicos costarricenses empleaban el servicio de correos para hacer llegar los ejemplares, ya fuera a los agentes o directamente a los suscriptores (Vega, 1995, p. 161; Quesada, 2019, p. 482). El nuevo Reglamento interior del servicio postal, aprobado en 1921, fue, sin duda, un aliciente para que las empresas periodísticas echaran mano de este recurso, pues permitía la circulación gratuita de todas las publicaciones periódicas que pudieran obtenerse por medio de suscripciones (Colección de Leyes y Decretos de Costa Rica, 1921).

La administración de Eco Católico también optó por el servicio postal para despachar sus ejemplares a los distintos rincones del país. En octubre de 1931, los responsables del semanario informaban a su lectorado cómo se enviaban las suscripciones:

Se servirán en una bolsa o sobre grande para que lleguen en perfecto estado a los lectores. Los precios se publican por aparte. El costo de estos sobres, el mayor trabajo de rotulación, etc., y la seguridad que se ofrece a cada suscritor de que le llegará a sus propias manos sin tener que mandarlo a buscar, nos hacen mantener los precios ya publicados (Importante reunión de los fundadores del Eco Católico, Eco Católico, 18 de octubre de 1931, p. 390).

No obstante, este servicio generaba inconvenientes a un periódico que buscaba a toda costa reducir gastos para poder venderse al menor precio posible, dado que se requería de personal capaz para dedicarse únicamente al empaquetado de las copias que se distribuían por suscripción. En el mismo mes de octubre de 1931, la dirección se quejaba de que “el servicio para los suscriptores es de mayor trabajo para la administración. No es igual envolver cien ejemplares en un solo paquete que rotular cien ejemplares cada uno por aparte” (Los precios por suscripción semestral y anual al Eco Católico, Eco Católico, 25 de octubre de 1931, p. 405).

En un inicio, la administración del semanario confió la distribución de los ejemplares principalmente a los miembros del clero, testigos de ello lo son tanto el discurso del medio como la información que sobre los agentes se publicó. En mayo de 1931, la revista insistía:

De nuevo pues ofrecemos nuestra humilde revistita a todos los estimables sacerdotes que tienen cura de almas y a cuantos se interesan por la difusión de las verdades católicas por medio de la prensa. Con sus auxilios, por medio de la propaganda y colaboración, pronto llegaremos a tener un semanario católico muy respetable en el país y un arma de defensa y de combate, muy eficaz en pro de nuestra causa (Editorial, Eco Católico, 10 de mayo de 1931, p. 19).

En efecto, en 1931, 50 % de los agentes del periódico eran sacerdotes, pero a medida que la difusión del periódico fue ampliándose, la administración debió apoyarse cada vez más en el trabajo de laicos comprometidos. Dos años más tarde, solo el 36 % de los agentes de Eco Católico eran curas. La Tabla 1 presenta la cantidad de sacerdotes agentes por provincia, en relación con el total de distribuidores que laboraban para este medio católico.

En el transcurso de dos años, Eco Católico agregó 30 personas más a su lista de agentes (pasando de 48 a 78), de los cuales solo cuatro eran sacerdotes: tres de la provincia de Alajuela y uno de la provincia de Guanacaste. Cartago y Limón mantuvieron el mismo número, mientras que Heredia perdió un agente sacerdote y San José ganó uno. Por su parte, en Puntarenas la distribución recayó enteramente en manos de laicos.

En todas las provincias, salvo en Alajuela, el peso de la participación de los sacerdotes en la distribución del semanario de la Conferencia Episcopal disminuyó. En 1931, 6 de 7 distribuidores del periódico en Cartago eran sacerdotes, dos años después 50 % de quienes lo distribuían eran curas y el 50 % restante eran laicos. En Heredia la participación de los sacerdotes en la distribución de los ejemplares pasó del 57 % al 27 %, mientras que en San José se redujo en diez puntos porcentuales, pasando del 48 % en 1931 al 38 % en 1933.

Tabla 1.
Sacerdotes agentes de Eco Católico (1931 y 1933)

A pesar de haber sido la provincia que logró enrolar a más nuevos sacerdotes en 1933, la participación de los curas de Alajuela siguió siendo baja en relación con el trabajo de los laicos. Tanto en este territorio como en el de Heredia, más del 70 % de los ejemplares eran comercializados por laicos. Mientras tanto, en Cartago y San José los miembros del clero mantuvieron porcentajes de participación elevados.

Con la mayor inserción de los laicos entre las filas de distribuidores de Eco Católico, se vio también incrementada la participación de las mujeres en estas labores. En 1931 solo tres mujeres (6 %) fungían como agentes de este semanario católico y en 1933 la cifra se elevaría a 12 (15 %). De hecho, la Iglesia costarricense nunca tuvo reparos en reclutar a mujeres que se encargaran de la distribución de sus impresos. Por ejemplo, en 1928, los frailes capuchinos de Cartago recomendaban lo siguiente a los miembros de su orden:

Sería labor sencilla y fácil para los padres presentar la revista en todos aquellos lugares a donde se dirigen a misionar y una vez enterados del número de suscritores, escoger uno entre estos, de buena voluntad, que se haga cargo de la agencia. Esta persona (no importa que sea mujer) se cuidará en lo sucesivo de la distribución y cobro de las cuotas y rendirá cuentas directamente a la administración (Archivo del Convento de San Francisco, 22 de junio de 1928, p. 1 ).

De igual manera, en 1945, los responsables de La Voz del Santuario –órgano de la Basílica de la Virgen de los Ángeles– confiaron en las mujeres para desempeñar estos trabajos, pues 40 % de sus agentes pertenecían al género femenino (Quesada, 2020, p. 294). San José y Heredia fueron las provincias en las que las mujeres fueron más activas, en la primera de ellas había siete mujeres agentes en 1933, o sea 21 % del total; mientras que en Heredia había tres, lo que representa 27 %.

Algunas de estas mujeres distribuían varias publicaciones católicas al mismo tiempo, como fue el caso de Arabela Bolaños Jiménez, una vecina de Santo Domingo de Heredia que repartía el Eco Católico en su comunidad (Circulación del “Eco Católico”, Eco Católico, 2 de abril de 1933), pero que también llevaba la agencia de El Heraldo Seráfico, revista mensual de los capuchinos de Cartago. En 1963, con motivo de su muerte y la de su hermana, Chepita, los frailes declararon que eran dos “cumplidas terciarias franciscanas que con gran celo apostólico difundieron la Buena Prensa, siendo por muchos años agentes de nuestra revista” (Necrología, El Heraldo Seráfico, abril de 1963, p. 32).

Por su parte, entre 1931 y 1933 se redujo el peso de los agentes josefinos y aumentó el de aquellos que vivían en las otras provincias. En 1931, 52 % de los vendedores habitaban en San José, mientras que en 1933 ese porcentaje se había reducido a 44 %. Alajuela aumentó considerablemente su participación: en 1931 concentraba el 13 % de los agentes y dos años más tarde el 19 % de los distribuidores vivían en su territorio. En lo que respecta a Cartago y Heredia, ambas provincias mantuvieron porcentajes similares en ambos periodos, rondando el 15 %.

En 1933 se incorporaron agentes de las provincias del Pacífico, de manera que en Guanacaste tres personas distribuían Eco Católico y en Puntarenas dos. A pesar de estos esfuerzos, lo cierto es que en las costas no se contó con demasiados distribuidores, en su conjunto los territorios del Pacífico y del Caribe concentraban apenas un 8 % de los vendedores del órgano oficial de los católicos costarricenses.

¿Qué recibían estas personas a cambio de sus labores? Desgraciadamente, no disponemos de información relativa a Eco Católico, pero sí de otras publicaciones confesionales que podrían arrojar algunas luces al respecto. A fines de la década de 1920, los agentes de los periódicos de la Imprenta El Heraldo (propiedad de la Orden Capuchina) recibían “gratuitamente la publicación y otras lecturas de propaganda católica” (Archivo del convento de San Francisco, 22 de junio de 1928, p. 1).

Otras publicaciones periódicas ofrecían dinero a sus agentes, como fue el caso de La Época, un bisemanario josefino que vio la luz en 1934 y que en 1936 ofrecía ₡5 a aquellos que lograran 15 nuevas suscripciones y ₡10 a los que atrajeran a 25 nuevos lectores (Contribuya Ud. al engrandecimiento de la prensa católica, La Época, 12 de julio de 1936, p. 7). En 1945, La Voz del Santuario reconocía a sus agentes el 20 % de las ventas (Necesitamos agentes, La Voz del Santuario, 1 de agosto de 1945, p. 30). Por lo tanto, los vendedores del Eco Católico pudieron haber recibido regalos por parte de la administración del semanario, o bien, percibir un porcentaje de las ventas que hicieran.

La distribución de Eco Católico

La información suministrada por el propio periódico deja ver que, a lo largo de la década de 1930, Eco Católico fue conquistando cada vez más comunidades en las diferentes provincias costarricenses, aunque con sensibles diferencias entre ellas. Dos meses después de iniciar su circulación, este semanario llegaba a 30 lugares diferentes y tres meses después a 48. Posteriormente, en 1933, la cifra se elevaría a 78 y, por último, en 1936 se distribuía en 98 sitios distintos.

La Tabla 2 detalla el número de comunidades por provincia donde era posible adquirir Eco Católico. De entrada, salta a la vista que la provincia de San José concentró siempre el mayor número de sitios de venta, aunque con el tiempo la expansión del periódico tendió a estancarse allí. Asimismo, se aprecia que en un inicio la circulación de este semanario católico se concentró en el Valle Central, para luego expandirse poco a poco hacia las provincias costeras. Estas últimas, con excepción de Guanacaste, nunca contaron con demasiados puntos de distribución.

Tabla 2.
Número de comunidades por provincia donde podía comprarse Eco Católico (1931-1936)

En efecto, en Limón el Eco Católico solo podía adquirirse en la parroquia del centro de la ciudad, que, al mismo tiempo, hacía las veces de catedral, y en Puntarenas en 1936 podía comprarse en la ciudad de Puntarenas, en Esparza y en San Lucas, llama la atención que se distribuyera en esta isla cuyos únicos pobladores eran los presos y empleados de la cárcel del mismo nombre. Asimismo, este periódico católico llegó hasta ocho comunidades guanacastecas: Tilarán, Tierras Morenas, Quebrada Grande, Liberia, Nicoya, Palmira, Cañas y Belén.

En las cuatro provincias que integran el Valle Central se fueron sumando de manera paulatina poblaciones cada vez más alejadas de los principales núcleos urbanos. Sirva de ejemplo el caso de Cartago, donde al inicio el periódico se distribuyó solo en seis ciudades: Cartago, Tres Ríos, Juan Viñas, Pacayas, Cervantes y Turrialba, todas cabeceras de cantón, con la excepción de Cervantes. Posteriormente, se incorporaron sitios como Capellades, Santa Cruz de Turrialba, Tucurrique, Pejibaye, San Juan de Tobosi o Corralillo.

Todas las provincias experimentaron un crecimiento constante del número de localidades a las cuales llegaba Eco Católico, con la sola excepción de Heredia. Este territorio experimentó un descenso entre 1933 y 1936, pasando de 11 a 9. Sin embargo, esta reducción no debe verse como una apatía de los lectores hacia el semanario, sino más bien como un intento de la administración por ordenar la distribución, ya que en 1933 el cantón de San Rafael contaba con dos agentes, de los cuales solo quedó uno en 1936, lo mismo pasaría en el cantón de Santo Domingo, que en 1933 tenía dos distribuidores: uno en el distrito de Santo Domingo y otro en el de San Miguel, en 1936 fue suprimido el cargo de agente para este último lugar.

No obstante, la reducción del número de puntos de venta no implicó forzosamente la disminución de la cantidad de ejemplares distribuidos, como se verá a continuación. La Tabla 3 presenta la cantidad de ejemplares que Eco Católico hacía circular por provincia para los años 1931 y 1933, dejando en evidencia no solo que en Heredia la demanda aumentó notablemente en el transcurso de dos años, sino que también fue la segunda provincia que más copias del hebdomadario absorbía.

A la cabeza estuvo siempre la provincia de San José, en donde se repartían más de 5 000 ejemplares semanales, lo cual representa más del doble de las copias que se destinaban a la provincia de Heredia. Valga señalar que no se halló una relación entre la cantidad de copias vendidas en cada provincia y sus respectivas tasas de alfabetización. Es decir, las provincias con tasas de alfabetización más altas no fueron necesariamente aquellas en donde más copias de Eco Católico se vendían.

Tabla 3.
Cantidad de ejemplares de Eco Católico distribuidos por provincia (1931 y 1933)

En este sentido, el caso más llamativo es el de la provincia de Limón, cuya población era ampliamente alfabetizada: 77 % de los limonenses sabían leer y escribir a la altura de 1927 (Dirección General de Estadística y Censos, 1927, p. 50); sin embargo, en su seno el Eco Católico no gozaba de la simpatía de muchos lectores. La escasa circulación de este hebdomadario en Limón puede explicarse por varias razones: en primer lugar, por la presencia tardía de la Iglesia católica, la ciudad se fundó en 1870 y, según Pérez-Brignoli (1988), el obispo Thiel no la visitaría hasta 11 años más tarde, momento en el que solicitó al gobierno edificar una iglesia (p. 215), pero no fue hasta 1892 que se erigió la primera parroquia.

Cuando en 1921 se elevó la diócesis de San José al rango de arquidiócesis, se creó también el Vicariato Apostólico de Limón y se nombró a Agustín Blessing como su primer obispo, no obstante, esto no se tradujo en una mayor presencia de la Iglesia romana en el Caribe costarricense, pues hacia la década de 1930 existían en este vicariato únicamente tres parroquias: la de Limón, la de Talamanca y la de Guápiles, esta última era la más joven y se había erigido en 1907.

En segundo lugar, hubo en la provincia una fuerte inmigración antillana que la dotó de características muy peculiares respecto al resto del país. Por ejemplo, los migrantes habían adquirido cierto grado de alfabetización en sus lugares de origen, lo que impulsó el desarrollo de una prensa local bilingüe, sobre todo en los años que corrieron entre 1903 y 1946 (Molina y Palmer, 2003, p. 20). Además, gracias a ellos se arraigó fuertemente el protestantismo en la región. El censo de 1927 daba cuenta de estas particularidades e indicaba que:

El bajo analfabetismo de la provincia de Limón se explica por el elemento extranjero y porque en ninguna otra hay un número tan crecido de escuelas privadas. De una investigación que se hizo a nuestra instancia por el Sr. Inspector de Escuelas de esta provincia, al final de 1927, se supo que funcionaban 33 escuelas privadas, muchas de ellas de carácter religioso (protestantes las más) a las cuales concurren unos 1 500 alumnos (Dirección General de Estadística y Censos, 1927, p. 79).

A lo anterior, debe sumarse la acción de los comunistas en el territorio limonense. En los comicios legislativos de 1934 el Bloque de Obreros y Campesinos (BOC) optó por competir solo en San José y Limón, siendo esta última provincia la más favorecida por el electorado. En San José, capturó el 13 % de los votos, mientras que en Limón obtuvo el 26 % (Molina, 2005, p. 190). De acuerdo con Molina (2005), el buen desempeño de esta agrupación política “se explica, en parte, porque se basó en la estructura organizativa y experiencia previa del Partido del Pueblo, organización local que había ganado los comicios municipales del cantón central limonense” en 1932 (p. 190).

En general, la prensa católica tuvo problemas para penetrar en Limón. En 1928, la dirección de El Heraldo Seráfico lamentaba que, a pesar de ser bien acogida, “solo conocen su lectura las tres provincias de Cartago, San José y Heredia y no conocen todavía en las de Alajuela, Puntarenas, Limón y Guanacaste” (Archivo del Convento de San Francisco, 22 de junio de 1928, p. 1). Algo similar le ocurriría a La Voz del Santuario, que en 1945 no reportaba ni un solo agente en esta provincia (Lista de agentes de La Voz del Santuario, La Voz del Santuario, 1 de noviembre de 1945, s. p.).

Heredia constituye otro caso particular, pues después de Limón tenía la segunda tasa más alta de alfabetización (76 % en 1927), pero ocupaba –como ya se dijo– el segundo puesto en cuanto a ejemplares distribuidos de Eco Católico. Heredia era, a su vez, la provincia menos poblada del Valle Central, contaba en 1927 con 38 400 almas, de las cuales 21 000 sabían leer y escribir (Dirección General de Estadística y Censos, 1927, p. 49), lo que significa que en 1933 había nueve lectores por cada copia del periódico.

Asimismo, Heredia fue tierra fértil para la prensa católica desde inicios del siglo XX, dentro de sus límites vieron la luz seis de las 15 publicaciones católicas provincianas que nacieron entre 1900 y 1930: El Orden Social (1901-1909), La Nave (1912), El Arca (1914-1916), El Lábaro (1915-1917), El Hogar Católico (1925) y El Eco Católico Herediano (1927-1929).

San José poseía en 1927 una tasa de alfabetización del 70 % (Dirección General de Estadística y Censos, 1927, p. 44), la tercera más alta de Costa Rica, pero absorbía en 1931 casi 6 de cada 10 ejemplares de Eco Católico y en 1933 se quedaba allí casi la mitad de la producción. La fuerte presencia de la Iglesia católica en esta provincia explica este fenómeno, ha sido posible identificar, al menos, 24 parroquias que funcionaban en su seno hasta la década de 1930, lo que la convertía en la provincia con mayor número de centros parroquiales del país.

De hecho, la Iglesia supo imponerse en el tramado urbano de la ciudad capital. En pocas cuadras se hallan cinco grandes templos: la Catedral (en el centro), El Carmen (norte), la Soledad (este), la Dolorosa (sur) y la Merced (oeste). Estas cinco iglesias acaparaban un gran porcentaje de los ejemplares que se destinaban a la provincia josefina, de manera que, en 1931, 57 % se destinaba a las parroquias del centro y en 1933 la cifra había disminuido a 44 %, pero aún seguía siendo elevada. De ellas, la que menos ejemplares distribuía era la Dolorosa, administrada por los padres dominicos, dado que allí se editó y se distribuyó, hasta 1936, la revista El Rosario Perpetuo, por lo que el Eco representaba competencia.

De Cartago y Alajuela podría afirmarse lo mismo, la fuerte presencia que la Iglesia católica tenía en sus centros urbanos favoreció la distribución de Eco Católico. Por el contrario, como ya se ha mencionado líneas arriba, la débil estructura que la Iglesia poseía en las provincias costeras jugó en su contra. La mayor parte de las parroquias del Pacífico eran sufragáneas de la diócesis de Alajuela y la distancia que las separaba de la sede episcopal dificultó mucho el trabajo pastoral.

Entre 1931 y 1933 la demanda de ejemplares del periódico se incrementó en todas las provincias, pero no en todas por igual. Cartago y Alajuela encabezan la lista, en la primera hubo un aumento de 835 unidades, o sea un incremento de 91 %, mientras que en Alajuela se comercializaron 512 copias más en 1933, es decir la demanda aumentó 57 %. En Heredia el aumento fue de 12 %, en San José de 9 % y en Limón en 1933 se solicitaban 65 ejemplares más que en 1931.

El caso de Cartago llama la atención, pues en esa provincia Eco Católico debía competir con las revistas que los padres capuchinos venían publicando desde la segunda década del siglo XX: El Heraldo Seráfico y Hoja Dominical, ambas publicaciones alcanzaron sus tirajes más bajos en estos años. En 1935, los capuchinos informaron a Roma que El Heraldo tenía un tiraje de 1 000 copias mensuales, mientras que de la Hoja se producían 2 000 unidades semanales (Archivo del Convento de San Francisco, agosto de 1935). Estas revistas alcanzaron un tiraje de 5 000 y 6 000 ejemplares, respectivamente, en 1915 y para fines de los años 1950 se lanzaban 4 000 y 18 000 copias en el mismo orden (Notas bibliográficas de las revistas publicadas…, Boletín Oficial de la Custodia de México y Centroamérica de los Frailes Menores Capuchinos, diciembre de 1959, p. 29).

Es difícil, entonces, determinar si los tirajes de la Imprenta El Heraldo venían en picada desde antes y los responsables de Eco Católico simplemente aprovecharon los espacios que los capuchinos dejaban libres o si más bien el lanzamiento de la revista de la Conferencia Episcopal fue el detonante de la caída en la producción de la única editorial franciscana que existía en el país. También, queda aún por determinar cuáles eran las parroquias o comunidades que se dejaban el mayor número de ejemplares de este hebdomadario. La Tabla 4 presenta aquellas localidades en las que se distribuían más de 200 copias para los años de los que se dispone de información, es decir, 1931 y 1933. Es evidente que de un año a otro la demanda se contrajo en la mayor parte de los puntos de venta que pueden compararse (11 sitios), en siete de ellos se vendieron menos periódicos que 1931, tres distribuyeron la misma cantidad y solamente en Cartago centro aumentó la cantidad de ejemplares vendidos, pasando de 300 a 500 copias semanales.

Tabla 4.
Localidades que distribuían más de 200 ejemplares de Eco Católico (1931 y 1933)

La demanda cayó más abruptamente en la parroquia de El Carmen de San José, en la de San Pedro de Montes de Oca y en San Ramón de Alajuela. En el primero de estos puntos de venta, se perdieron 350 compradores (-47 %), en el segundo 200 (-33 %) y en San Ramón 125 (-23 %). El resto perdieron 100 compradores, con excepción de la Catedral y las parroquias de La Soledad y La Merced, donde, en su conjunto, la distribución cayó de 1 850 ejemplares a 1 800.

Los datos de la Tabla 4 no hacen más que confirmar lo que se ha venido señalando: Eco Católico fue exitoso en las ciudades del Valle Central, prueba de ello son los pocos pueblos que aparecen en este listado y que ninguna de las localidades capaces de absorber más de 200 ejemplares semanales pertenecía a las provincias costeras. También hay que hacer notar que tres de las cuatro cabeceras de provincia del Valle Central figuran entre los primeros puestos, de hecho, en 1933 San José, Heredia y Cartago ocupan los tres primeros lugares de la lista. Sin embargo, Alajuela está completamente ausente.

El caso de esta ciudad es, sin duda, notorio. Alajuela era para esa época la única capital de provincia dentro del Valle Central que contaba con un obispado, pero a pesar de esto, distribuía pocos ejemplares: en 1931, se le destinaban apenas 25 unidades y en 1933, 125 ¿Acaso poca acción pastoral en favor del semanario de la arquidiócesis de San José? Lo cierto es que esta diócesis tampoco contaba con un órgano oficial al que se quisiera proteger de la competencia, entre 1925 y 1926 la catedral editaba la revista El Apóstol y el primer Boletín Oficial del que se tiene noticia fue lanzado hasta 1949.

El Eco contó con más compradores en la parte occidental de la provincia de Alajuela, en donde las parroquias de San Ramón, Naranjo, Palmares y Grecia distribuían en su conjunto 938 ejemplares. El cantón de San Ramón había desarrollado desde fechas tempranas una cultura impresa local, en parte gracias a la Imprenta Acosta que entre 1891 y 1916 hizo circular cuatro periódicos: La Unión (1891), El Ramonense (1901-1903), El Nuevo Ramonense (1901) y El Ramonense (1909-1916) (Villalobos, 1998, 1999), por esto, no resulta extraño que sus pobladores acogieran de buena gana este hebdomadario católico.

En general, los cantones a los que pertenecen las comunidades que figuran en la lista de 1933 mostraban altos niveles de alfabetización, 9 de los 14 cantones representados tenían tasas superiores al 60 %. En el cantón central de San José, casi el 90 % de sus pobladores sabía leer y escribir y en el central de Heredia casi 8 de 10 habitantes leía y escribía, por lo que no resulta extraño que estas ciudades encabecen la lista.

Sin embargo, esto no quiere decir que a mayor alfabetización, mayor número de copias distribuidas. Los cantones de Acosta, Puriscal, Turrialba o Mora absorbían más ejemplares que los de Naranjo y Palmares, a pesar de mostrar tasas de alfabetización notablemente inferiores. De acuerdo con los datos del censo de 1927, en Acosta, 33 % de la población sabía leer y escribir; en Puriscal, 41 %; en Turrialba, 52 %; en Mora, 44 %; mientras que en Naranjo y Palmares casi siete de cada diez lugareños mayores de ocho años eran capaces de leer y escribir.

En estos casos, debe pensarse en la posibilidad de que una ardua propaganda del sacerdote o del agente local se tradujera en una buena acogida del periódico. Incluso no debe descartarse la posibilidad de que el periódico fuera comprado por analfabetos, quienes podían conferirle un valor sagrado por su contenido y los cuales solo podían acceder al texto mediante la lectura en voz alta, una práctica corriente entre las comunidades católicas desde la época de la Contrarreforma (Julia, 2001, pp. 324-325).

Finalmente, al dividir la cantidad de alfabetizados por cantón entre el número de ejemplares de Eco Católico distribuidos en cada uno de ellos es posible obtener un promedio de la cantidad de lectores que había por cada copia del semanario. En tres de los 14 cantones presentes en la lista de 1933, había cinco lectores por cada ejemplar; en dos de ellos había entre seis y diez consumidores; en cuatro había entre 11 y 15; en cuatro era posible hallar entre 16 y 20 compradores y, por último, en un solo cantón (Turrialba) la cifra superó los 20 lectores por ejemplar. Los promedios más bajos se obtuvieron en Heredia, San Pedro de Montes de Oca y San Ignacio de Acosta.

Conclusiones

La aparición de Eco Católico en tanto que órgano oficial del clero secular costarricense coincidió con un momento en el que la Iglesia católica comenzaba a sentir amenazada su posición por la competencia que le hacían otros grupos sociales, como lo fue el Partido Comunista de Costa Rica (PCCR). Se trata también de un momento en que la posición eclesiástica frente a la cuestión social se transformó radicalmente. Este semanario vino a ser, entonces, el aliado de la clerecía para difundir el anticomunismo y hacer llegar a los fieles su posición frente a los problemas sociales.

En un primer momento, la administración de este hebdomadario se apoyó fuertemente en los miembros del clero para difundirlo en las diversas comunidades, pero con el transcurrir del tiempo tuvieron que abrir las puertas a las y los fieles. Las mujeres, que colaboraban ya en otras actividades como el ornato de los templos, respondieron al llamado y se comprometieron a cobrar las cuotas, a repartir los ejemplares y a enviar cuentas a la dirección del periódico.

No existen evidencias que sugieran que la Iglesia se apoyara en las asociaciones de laicos arraigadas en el país para distribuir su periódico. Más bien, ante la debilidad de estas, debieron echar mano de la colaboración desinteresada que algunos laicos a título individual podían ofrecer a las diferentes parroquias del país.

Eco Católico puede considerarse exitoso en el sentido de que logró tener presencia en las siete provincias que componen el territorio nacional; sin embargo, ha quedado demostrado que la distribución fue bastante irregular, siendo más fuerte en el centro del país y muy escasa en las costas, sobre todo en Limón, en donde la implantación de comunidades protestantes y la fuerza que el comunismo cobró en la zona puso en jaque a las autoridades católicas. Esto demuestra también que la Iglesia católica estuvo siempre más presente en las ciudades del Valle Central, donde se concentraba más población y más riqueza, que en la periferia.

Este trabajo constituye un primer esfuerzo por determinar dónde circulaban los periódicos costarricenses de la primera mitad del siglo XX, dibujando así un perfil del lectorado, pero queda aún mucho por investigar al respecto. Poco se sabe sobre la circulación de la prensa costarricense (confesional o laica), por lo que esta investigación abre las puertas a futuros proyectos que se interesen por este particular.

A pesar del peso que la Iglesia católica ha tenido en la historia de Costa Rica, esta continúa siendo una institución en gran parte desconocida, pocos son los trabajos que se ocupan de su organización o de su rol en la sociedad a lo largo del siglo XX. Este trabajo pretende, por lo tanto, ser una invitación a explorar las diversas facetas del catolicismo costarricense a lo largo de la última centuria.

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Fechas de Publicación

  • Publicación en esta colección
    Jun 2021

Histórico

  • Recibido
    05 Oct 2020
  • Acepto
    30 Nov 2020
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