Open-access Víctor Hugo Acuña Ortega y Héctor Lindo Fuentes. (2021). El Salvador y Costa Rica en la construcción imperial de Estados Unidos (1850-1921). San Salvador: UCA Editores.

Las relaciones de Centroamérica con los Estados Unidos en los dos siglos de vida independiente de la región han sido objeto de muchos estudios; desde aquellos que abordan las relaciones diplomáticas, la penetración del capital norteamericano hasta las intervenciones militares. Este libro, El Salvador y Costa Rica en la construcción imperial de Estados Unidos (1850-1921), retoma algunos de esos elementos, pero se centra en una problemática diferente, novedosa y sumamente reveladora: las maneras, circunstancias y actores políticos y sociales que permitieron que El Salvador y Costa Rica asumieran y debatieran su relación con la potencia del norte en su faceta imperial, y más importante, cómo elaboraron respuestas a dicha condición.

Muy interesante resulta que los autores estudien los casos de estos países que, comparados con otros de la región, estuvieron aparentemente más al margen de las ambiciones e injerencias estadounidenses. La historiografía ha remarcado que ninguno de ellos ha sufrido una intervención militar. Costa Rica destaca por la “excepcionalidad” de su evolución política, y El Salvador, porque no tuvo enclaves bananeros. Escoger estos casos evita a los autores transitar por sendas mejor conocidas y revela otras maneras de entender unas relaciones marcadas por las asimetrías y la subordinación, pero de ningún modo unilineales o predeterminadas.

El arco temporal del libro va de 1850 a 1921, justamente el periodo de formación de la faceta imperial estadounidense, y en el que se sentaron las bases que determinarían su relación con la región, una vez que la construcción del canal interoceánico en Panamá definió el lugar de Centroamérica en la geopolítica del norte. Esas premisas fueron mínimamente ajustadas en el periodo de la Guerra Fría. Aunque la política exterior estadounidense se define en términos regionales, siempre ha tenido interesantes matices en las relaciones bilaterales, matices definidos por factores como la proximidad o lejanía a las posibles rutas interoceánicas -más tarde al canal-, las inversiones de capital y la estabilidad política de cada país.

El libro tiene una presentación y cuatro capítulos. El primero es una introducción conceptual muy útil para enmarcar la discusión, el segundo analiza la “recepción de lo imperial” en El Salvador, el tercero estudia el caso costarricense y el último es una breve pero sugerente reflexión de los autores sobre los problemas estudiados. Al final, aparecen la bibliografía y las fuentes primarias. Al interior, lleva unas pocas ilustraciones muy interesantes, pero el tamaño no permite apreciar con claridad los detalles.

La presentación escrita por Michael Gobat sintetiza el contenido del libro y abre una interesante discusión sobre el tema. Gobat señala que el libro se enfoca en dos países de la región que no sufrieron la injerencia estadounidense de forma tan marcada, pero que no quedaron al margen de las ambiciones imperiales. Esta peculiaridad los vuelve un caso de estudio interesante. Al plantear las cuestiones básicas que trata el libro, Gobat provoca en el lector la curiosidad por continuar la lectura del libro.

El capítulo uno, escrito por Víctor Hugo Acuña, define las coordenadas conceptuales que orientan la discusión de los casos de estudio. Hace una breve síntesis de las definiciones de imperio y las principales de sus relaciones con los países que caen en su esfera de injerencia. El imperio se caracteriza por su vocación expansionista, que no implica siempre apropiarse territorios. Más bien cuenta con un repertorio de posibilidades de incorporación que dan por resultado: “sistemas de poder con soberanías compartidas, divididas y superpuestas” (2021, p. 20). De tal manera que, los Estados subordinados al imperio deben ajustar sus políticas internas y externas “a los requerimientos geopolíticos de la potencia y a las necesidades de sus inversionistas” (2021, p. 23). Tales rasgos perfilan las relaciones entre Estados Unidos y la región centroamericana, ajustándose a la noción de “imperio internacional” en la que Estados independientes son insertados en una relación subordinada que, si bien respeta la soberanía formal, la somete a presiones y abusos derivados de los intereses de la potencia y de las asimetrías en términos militares y económicos.

Acuña también analiza la “recepción” de lo imperial por parte de Estados y sociedades. Así como la visión y acción del imperio no es unívoca, tampoco lo son las formas de asumir lo imperial por las sociedades afectadas; en consecuencia, sus reacciones serán también variadas. Esto es lo que el autor llama “repertorios de recepción”, concepto muy útil para entender los casos de El Salvador y Costa Rica. Los repertorios de recepción dan lugar a estrategias para enfrentar al imperio, por ejemplo, buscar apoyos externos, movilizaciones políticas, “regatear” lo posible que implica aceptar la subordinación, pero permitiendo lograr algunas concesiones. En todo caso, la recepción tiene dos vías: la de las elites y los gobiernos, bastante predecible, por cierto; y la de la sociedad civil, en la que aparecen actores como artesanos y obreros e intelectuales con posicionamientos y acciones muy interesantes y variadas.

En el capítulo dos, Héctor Lindo analiza la recepción de lo imperial en El Salvador, a partir de 11 episodios que arrancan con William Walker y cierran con el empréstito de 1922. Cada una de esas experiencias perfiló y modificó la percepción de los salvadoreños sobre los Estados Unidos. Si en un inicio, la elite salvadoreña vio ese país como modelo, poco a poco fue conociendo las ambiciones y peligros de que era portador; es decir, se pasó de la admiración al temor para terminar asumiendo la subordinación. Lindo estudia las reacciones de la elite y del gobierno, pero profundiza más en las de los sectores sociales subalternos.

Curiosamente, aunque El Salvador no vivió la experiencia de la intervención, fue muy sensible a esta, en especial durante las primeras dos décadas del siglo XX. Artesanos, obreros, estudiantes y prensa siguieron con preocupación y creciente rechazo la invasión a Nicaragua, las negociaciones del tratado Bryan-Chamorro -que dio lugar a la pretensión de construir una base naval en el golfo de Fonseca-, y las poco decorosas negociaciones de un oneroso préstamo en 1922, en las que el gobierno dio como garantía el 70 % de los ingresos aduaneros. Todo ello dio lugar al surgimiento de un precoz y belicoso antiimperialismo de corte popular que llegó a preocupar a los diplomáticos estadounidenses y que incluso forzó al gobierno a matizar su política hacia los Estados Unidos. En público, el presidente Carlos Meléndez “hacía alarde de una posición independiente” (2021, p. 97), esa que dio lugar a la llamada “Doctrina Meléndez”, pero en privado aseguraba a los representantes estadounidenses su disposición a aceptar sus demandas. Aunque débiles, los gobernantes salvadoreños no claudicaron ante lo inevitable. Al final, Estados Unidos aceptó la modificación del tratado y eliminó la pretensión del protectorado y abandonó la idea de construir la base naval. Esa flexibilidad, no implicó renunciar a sus objetivos, pero mostró los límites de la dominación.

En el capítulo tres, Acuña estudia el caso costarricense entre 1890-1917. Se fundamenta en la abundante historiografía para caracterizar el Estado y la sociedad, para proceder luego a analizar la recepción de lo imperial. Las primeras experiencias están determinadas por la construcción del ferrocarril y las plantaciones bananeras, es decir, la penetración de capital extranjero. El personaje clave es Minor Keith, que ejemplificó la admiración al pionero y audaz hombre de negocios del norte, y más tarde el temor y rechazo a sus desmedidas pretensiones, al final contenidas porque en comparación con el resto de la región, Costa Rica tenía un Estado más consolidado, que asumió la subordinación de una manera menos comprometedora. La temprana construcción identitaria del “excepcionalismo tico” y su obligada comparación con Nicaragua permitía a Costa Rica creer que merecía y podía lograr un trato diferente al que Estados Unidos daba a los países vecinos.

Las reacciones a la creciente presencia estadounidense provenían lógicamente de los gobernantes, pero también de la sociedad civil. Acuña destaca el papel de la prensa y los intelectuales para poner el tema en agenda y canalizar las inquietudes de la sociedad, cuyos planteamientos encontraron mucho eco entre artesanos y obreros.

En el último capítulo se compendian las reflexiones de ambos autores sobre el problema estudiado. Destacan la especificidad de la relación y las recepciones en cada país y cómo estas modificaron el actuar los representantes estadounidenses. Señalan cómo la posición geográfica determinó la intensidad y el tipo de acercamiento a cada país. Curiosamente no se profundiza en el papel jugado por Nicaragua, cuya vecindad se procesó diferente en cada caso.

Aunque en ambos países hubo una reacción popular de tintes antiimperialistas, el caso salvadoreño es mucho más ruidoso. Sin embargo, los autores no profundizan en las razones. Quizá esta omisión esté determinada porque dejan de lado elementos que podían iluminar el análisis. Acuña destaca la construcción del Estado costarricense, elemento que Lindo obvia. En cierto modo, ambos retoman el elusivo tema del papel de la sociedad civil; pero mientras que Acuña destaca el papel de la prensa en la construcción de la opinión pública, Lindo la ve como medio de exposición de inquietudes de determinados sectores. En ambos casos, y por razones obvias, se privilegia el espacio citadino, más bien capitalino. Hubiera sido interesante ver cómo se manifestaba la recepción de lo imperial en el interior, verbigracia, el Caribe costarricense.

En ambos casos, prensa, formación de opinión pública y construcción de sociedad civil son elementos implícitos o explícitos en el análisis. Y pareciera que con algunas diferencias de tiempo, El Salvador y Costa Rica comparten itinerarios. Queda la duda sobre la especificidad de cada país. Es obvio que el desarrollo de la prensa y la opinión pública tiene que ver con niveles de alfabetización, pero ese aspecto no fue considerado. El antiimperialismo es un tema que se implanta mejor en sociedades alfabetizadas.

El libro es un aporte valioso al estudio de las relaciones de Estados Unidos con la región centroamericana. Los autores evitan visiones teleológicas y estereotipadas. Por el contrario, optan por una historización del fenómeno, analizando cómo van cambiando las percepciones y reacciones a lo largo del tiempo. Muy esclarecedora resulta la sistemática contraposición de las visiones y acciones de las elites y los gobernantes, con las provenientes de la sociedad civil, al punto de mostrar cómo los debates o las acciones de protesta popular inciden no solo en la toma de decisiones de cada país, sino en el gobierno estadounidense.

No pueden evitar los condicionamientos geográficos y geopolíticos, pero los contraponen y matizan con el proceso de construcción del imperio y con la evolución de la región y de las sociedades salvadoreña y costarricense. Este último aspecto es uno de los mejores logros del libro, que seguramente será muy apreciado por aquellos que nos formamos en las décadas de 1980 y 1990, cuando la masiva y tozuda injerencia de Ronald Reagan en la región nos hizo creer que el imperio era la causa de la mayoría de nuestros males. Al final de cuentas, una relación implica visiones, intereses y acciones de ambas partes. Las asimetrías y la subordinación condicionan, pero no determinan, como muy bien lo demuestran ambos autores.

Referencias

  • Acuña Ortega, Víctor Hugo y Lindo Fuentes, Héctor. (2021). El Salvador y Costa Rica en la construcción imperial de Estados Unidos (1850-1921) UCA Editores.

Fechas de Publicación

  • Fecha del número
    Jan-Jun 2023
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