En el momento en el que se publica un libro que corresponde a la categoría “de lujo” siempre se trata de un acontecimiento editorial en el cual se involucra un considerable número de elementos y de agentes, gracias a los cuales el proceso de creación y edición llega a feliz término. El libro Teatro Nacional de Costa Rica 120 años, 1897-2017: alegoría, símbolo y libertad cultural ejemplifica ese momento en el ámbito de la edición en Costa Rica, en el que confluyen factores como las artes, la investigación, la gestión cultural, el diseño y el libro mismo, tanto como objeto y como producto; pues se trata de un complejo esfuerzo colectivo. En el pasado, la historiadora Astrid Fischel había realizado también un trabajo sobre el tema titulado El Teatro Nacional, su historia (1992), el cual para entonces significaba también un aporte al mundo de la edición de libros de lujo en el país.
En el caso del trabajo que nos ocupa, es necesario destacar que se trata de una edición bilingüe y que el diseño, la diagramación y la fotografía, el trabajo del detalle y el ángulo desde el cual se observa, ofrece una perspectiva diferente de mirar la infinidad de minucias que decoran y sustentan el Teatro Nacional, aspecto que le da realce al trabajo editorial y al objeto de estudio. En este sentido, es necesario reconocer, en primer lugar, el aporte de Priscila Coto Monge en el diseño, diagramación y cubierta, y destacar la perspectiva y detalle en las fotografías de Adela Marín Villegas; sin duda, este es uno de los elementos que enriquecen el libro en tanto objeto artístico en sí mismo.
La edición ha sido cuidada por Patricia Fumero Vargas, historiadora y directora del Instituto de Investigaciones en Arte, IIArte, de la Universidad de Costa Rica, y cuenta con una presentación de la Ministra de Cultura y Juventud, Silvie Durán Salvatierra, y prefacio del actual director del Teatro Nacional, Fred Herrera Bermúdez.
Si bien no se trata de una publicación académica, en su contenido hay aportes que logran alcanzar ese tipo de profundidad que requiere un trabajo de esta índole. El primer artículo le corresponde al historiador del arte Leonardo Santamaría Montero cuyo título es “El diseño de una alegoría a la Costa Rica liberal” (pp. 26-64). El autor se concentra en la construcción del edificio con sus detalles, intríngulis e intrigas, sobre el diseño y las personas que estuvieron involucradas en esa tarea; además, los estilos artísticos, los diferentes espacios y la ornamentación. Santamaría propone que “El Teatro Nacional fue construido como un templo de las artes y un palacio para las elites dominantes, lo cual se manifiesta en la arquitectura del edificio, afín al gusto republicano y coherente con la francofilia de las elites nacionales” (pp. 60-61).
Por su parte, la historiadora Lucía Arce Ovares se ocupa del capítulo titulado “Teatro Nacional de Costa Rica: bastimento de un símbolo cultural” (pp. 65-91), en el que se dedica a observar los procesos de carácter político, ideológico y cultural que se vieron involucrados en la gestación del coliseo, toma en cuenta los diferentes componentes y estratos sociales que se participaron en la construcción, los detalles relativos al estreno con la representación de la Compañía de Ópera Francesa Aubry, así como algunas funciones que le sucedieron. La autora indica que “El magnífico templo del arte había nacido para hacerse perenne. Con el surgimiento del Teatro Nacional, burgueses y sectores populares ensayaron formas de sociabilidad donde convergieron en sitios diferenciados, en algunos momentos menos y en otros más, y también en lugares compartidos, como las cantinas o los salones” (p. 89) y concluye con la consolidación del Teatro Nacional como un baluarte y símbolo cultural costarricense.
La actual decana de la Facultad de Artes de la Universidad de Costa Rica, clavecinista e historiadora de las artes musicales en Costa Rica, María Clara Vargas Cullell, en el capítulo “Escenario de la profesionalización instrumental costarricense” (pp. 92-111) ofrece un panorama cronológico como espacio de consolidación de las artes musicales y observa su devenir histórico por períodos, particularmente las décadas entre 1940 y 1970 con la creación de la Orquesta Sinfónica Nacional, y los años comprendidos entre 1970 y 2007 del Teatro Nacional en tanto gestor y promotor de actividades vinculadas con la música como festivales e instituciones. Hacia el final de su trabajo, 245 Vargas plantea que “es indudable que el escenario del TNCR ha sido testigo del surgimiento y consolidación de numerosas agrupaciones profesionales en el campo de la música académica. Su mayor reto para las próximas décadas será incorporar de manera más decidida la pluralidad musical que es parte de la vida de los costarricenses” (p. 110).
Siempre dentro del tema de las artes musicales, el capítulo de la soprano y gestora del Archivo Histórico Musical Zamira Barquero Trejos, cuyo título es “Canto lírico en el Teatro Nacional” (pp. 112-129), observa el quehacer del canto lírico en la actividad escénica musical; precisamente el Teatro Nacional se inaugura con la puesta en escena de la ópera “Fausto” de Charles Gounod representada por la Compañía Aubry. Barquero indica que el aporte del coliseo al canto ha sido significativo a lo largo de su historia. Se refiere al devenir histórico del teatro musical y la lírica amparados por el Teatro Nacional gracias a la puesta en escena de géneros como ópera, opereta y zarzuela; además destaca la figura del tenor Melico Salazar, el aporte para la consolidación de la Compañía Lírica Nacional y también el relevante papel que ha desempeñado a lo largo del siglo XX por “el impulso que brindó a la actividad escénico-musical a la composición costarricense, no solo de zarzuelas, operetas y óperas, sino también de obras para niños” (p. 126).
Con respecto al ballet y a la danza, la coreógrafa y bailarina Marta Ávila Aguilar, en el capítulo que lleva por título “Ciento veinte años danzados” (pp. 130-145), inicia con una reflexión sobre el espacio escénico que ofrece la sala para poner en escena una producción coreográfica. Ávila repasa los 120 años en los que el arte del ballet y de la danza se desarrollan en el Teatro Nacional y plantea que, 20 años después de haber sido inaugurado, se presenta la bailarina Anna Pavlova, quien ofrece siete funciones con su compañía. Además hace referencia a las compañías y los personajes que a lo largo de 12 décadas han forjado el arte coreográfico y su influencia en el devenir artístico del país.
Con el título “Teatro Nacional: epicentro del movimiento teatral en Costa Rica” (pp. 146-165), la actriz y productora Gladys Alzate Quintero analiza el espectáculo teatral, la historia de la dramaturgia en el país y las políticas culturales que han fortalecido y también debilitado el sector de las artes dramáticas, de acuerdo con la autora:
El TNCR ha sido el reflejo y la concreción del imaginario social de las diferentes épocas de la historia costarricense. En su gestión están dibujados los valores de cada modelo de desarrollo con sus propias lógicas políticas y sociales. Como un espejo, el recorrido por la programación teatral ofrece una lectura de la realidad de lo que se ha hecho bien y de lo que se puede mejorar (p. 165).
Finalmente, el historiador Juan Antonio Gutiérrez Slon, en el capítulo que cierra el aporte académico e investigativo titulado “Una mirada a la gestión administrativa” (pp. 166-195), revisa la función del Teatro Nacional desde la perspectiva de la gestión cultural, a la luz de las políticas en el sector de la cultura del Estado costarricense. El autor reconoce el aporte de quienes han ejercido la dirección del coliseo y destaca el papel de promoción cultural que en su momento realizó Graciela Moreno: “Su gestión fue centro de debate desde la política costarricense, que se tornó visible con los cambios al Reglamento del Teatro Nacional de 1998 y 1999” (pp. 166-195). Concluye el autor que
El TNCR se ha mantenido vigente durante ciento veinte años gracias al apoyo de sus directores y su personal, acompañados de una junta o consejo directivo (según el período) en relación con los contextos artísticos y políticos que lo han rodeado. Esta es la clave para entender las formas como se han tomado decisiones sobre su gobernanza, reglamentación, vigilancia, administración, conservación y programación (p. 191).
El volumen se complementa con la lista de quienes han administrado y dirigido el Teatro Nacional a lo largo de sus 12 décadas de existencia y los nombres de quienes han integrado las Juntas de Vigilancia y Conservación así como las Juntas y Consejos Directivos a partir de la década de 1940 hasta la actualidad.
La editora indica en la introducción al libro: “El presente proyecto editorial procura ilustrar siete aristas vinculadas con el quehacer del TNCR. Es necesario señalar que no pretende ser exhaustivo, pues está claro que quedan por fuera otras actividades relevantes” (p. 24). En efecto, todavía es mucho el material el que debe ser investigado y escrito en torno al Teatro Nacional como centro de actividades políticas y sociales: bailes de “debutantes”, cenas de gala, cumbres presidenciales, congresos, conferencias y foros; lo anterior no debe pasar desapercibido en esos 120 años de existencia, pues el coliseo también ha sido el espacio en el cual se han desarrollado algunos de los eventos políticos y sociales de cierta relevancia en nuestra nación. Lo que sí queda claro en el libro Teatro Nacional de Costa Rica 120 años, 1897-2017: alegoría, símbolo y libertad cultural, y a partir de cada uno de los capítulos que lo conforman, es que el Teatro Nacional de Costa Rica es el eje desde el cual, centrípeta y centrífugamente, se ha articulado el quehacer artístico y cultural del país y que con esta publicación se escribe una página más en la historia de producción editorial de libros lujosa y cuidadosamente diagramados e ilustrados.
Referencias
Fechas de Publicación
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Publicación en esta colección
Oct-Dec 2018